martes, 29 de septiembre de 2009

CAPÍTULO I: El enigma del mensajero...

LG
Estaba por fin la hostería en relativa calma, y digo en relativa, porque eran inevitables las escaramuzas que allí se armaban por culpa del oficio de las gitanas, pues bastaba que llegara un viajero a descansar unos pocos días para que las zorras se le echasen encima como jauría hambrienta, tal es así
que ya ni siquiera eran motivo de charla.

Buttarelli mientras tanto, que se quedaba con una abultada parte de las ganancias, no hacía más que engordar como el pavo ese que alguna vez mató aquél pintor de fama y que luego huyó con la otrora doncella.
Era de ver la forma en que los juglares cantaban la historia de pueblo en pueblo con el beneplácito de Buttarelli que veía promocionada su posada.


El caso es que cierta noche, en que el frío hacía ver fantasmas en la nieve, un viajero encapotado se dio en llegar a la hostería. Estaba el hombre vestido de negro de cabo a rabo con una vestimenta de abrigo bien gruesa para evitar el congelamiento en los caminos, llevaba cubierta la cabeza y sendos guantes de igual color. De su hombro colgaba un morral marrón con signos de mucho uso y cubierto de nieve.

Luego de apearse de su caballo, que venía casi reventado el pobre, se lo encomendó al mozo de caballerizas y se dirigió hasta la sala donde ardía un fuego acogedor. Cuando abrió la puerta, entró con él una ráfaga de viento y nieve que hizo que todos los parroquianos se dieran vuelta para ver quién venía en esa noche de perros donde no asomaba el morro ni el mismo demonio…

La figura negra resaltaba como un hechizo de medianoche al resplandor de los leños crepitantes. Todos habían quedado a la espera de que el forastero hablara… y el forastero habló…

¡Posadero! ¡Venid hombre! Traigo un mensaje de gentes de honor… -Y sacándose los guantes, abrió el morral sacando un pergamino lacrado con un sello que Buttarelli no alcanzaba a ver bien-. Mi Señor y su comitiva pasarán a pernoctar por esta posada dos días a partir de mañana. Se le requiere al posadero que tenga preparadas “todas” las alcobas de que se dispone en esta hostería, que se acondicione cada una con su mejor gala y que se vayan preparando a partir de ahora, los mejores manjares de Castilla, qué digo, de España toda… Además no podréis hacer preguntas a nadie de los que vinieren, so pena de cortaros la lengua por ello, y nada de escuchar tras las puertas, o se os amputarán las orejas… Que aquí en más, esta… hummmm… posada, será el destino de mi Señor por el término de treinta días, y para esto, os envía esta bolsa de oro, ahora cerrad la boca y os conviene aceptar el trato… -Dijo depositando bruscamente una bolsa repleta de monedas sobre el sucio mostrador.

De más está decir, que todos quedaron de una pieza. Buttarelli sólo tenía ojos para ver la bolsa llena de dinero, las gitanas tenían ojos para ver la bolsa y para adivinar los atributos que la negra y extraña figura traía bajo sus atuendos. Los parroquianos comenzaron a cuchichear tratando de adivinar quién era aquél mensajero y quién su Señor…
La hostería, una vez más, se había convertido en un avispero.

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- ¡A benga usté pá cá! que no está to disho-dijo, el tabernero, al hombre de negro para que supiera que era el dueño y que tampoco podía comprarlo todo con el oro. Pero por si acaso no soltaba el bolsón ni "quemao".- Quiero que jepa vuestra mersé, que yo tambien pongo mis condijiones en esta contratasión. punto juno; no se debe presioná a la cosinera con ló menú der día, je de avertile que la cosinera é mi mujé y má vale respetá su desisión.-dijo, contando con los dedos de su mano derecha, a la que por cierto faltaba uno de los apéndices por ser rebanado con un cuchillo chuletero de peso considerable al cortar un cabrito.- - punto jegundo; Cuenta la hostería con una jerie de dama de lo má reputao, nunca mejó disho, a las que cobro arquilé anuá y me je imposible jecharla por un mé. Que tampoco dan ruío la musachas y puen satifacé la nesesidade má basica der personá que saloje aquí.-añadió, soltando su segundo dedo al aire, mientras las gitanas movían sus cabezas como señal de aprobación.- Punto terjero; no doy cabía en mis arcoba a perseguio por la justisia ni por la santa inquisision, como ententerá er visitante este punto é de lo má logico y fasi de entendé. Así que sobran replica.-dijo, mientras el forastero mostraba paciencia ante tal alarde de poderío absurdo, como el que se contentaba el posadero, sabiendo de sobras que no había vuelta atrás y el trato estaba hecho desde el punto y hora que éste tomo el saco de monedas en sus manos.- Y quinto y jurtimo...
- Querrá desí, cuarto, Buttarelli-dijo la Carmela, corrigiendo a su patrón.-
-Querría desí lo que je disho, niña, y no me corrija que te doy de baja en la nomina y te vá a trabajá debajo er puente, ¡Coñi!.-contestó, ofendido, Buttarelli. -Así que vuervo a repetí, quinto punto, por que el cuarto se fué con er deo al guiso.-añadió, riendo su propio chiste, ante la ausencia de sentido del humor que poseía y mostraba el hombre de negro.- Pó no se ria, que tampoco pasa ná. Bueno a lo que iva, que pá un mé se me antoja poco el oro que trae la borsa.-dijo, pegandose el farol.-
Ante aquel último punto el mensajero, intento saltar rapidamente para argumentar al tabernero que se iba a quedar con sus hostería y todas sus clausulas, y que ya buscaría algún otro hospedaje que de veras comprendiese el importante negocio que venía proponiendo en un invierno tan duro, y en el que la gente no pensaba utlizar mucho hospedaje si no le era del todo necesario. Pero, más pronto se engulló sus propias palabras, viento el rostro imperturbable del contratador, y como si de un resorte se tratara, contestó ante el posible intento de ruptura de la negociación.
- ¡Ayyyyy! que má entendio mal vuestra mersé. Lo que jé querío desirle es que esta son las cuestione que les planteo a tor er mundo, pero en er caso de vuestro señó, no jai poblema ninguno. Asepto er trato.
Y así con una desdibujada sonrisa el mensajero estrechó la mano de Buttarelli, aceptando cortesmente que fuese su señora quién propusiese los menus del día y que aquellas señoritas continuaran viviendo en sus alcobas sin más problemas.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

OCTAVO ACTO: LA HUIDA...


LG

Estaba Leonor más desorientada que don Miguel, pues aún no sabía a ciencia cierta la forma en que escaparían de la hostería, pues ella no olvidaba al resto de la comitiva que aún quedaba pernoctando en las caballerizas y estaba segura que de ser sorprendida in fraganti con el pintor, sería la muerte de ambos.

Zambruno abrió cautelosamente la puerta de la alcoba asomándose por una hendija para cerciorarse de que era Francisco el que había tocado a la puerta. Efectivamente, cuando vio al niño con el pavo agarrado del cogote, lo hizo pasar presuroso, no fuera que los centinelas pudieran zafar rápidamente de las gitanas y lo pescara desprevenido.

Aún llevaba el chaval el saco en dónde había estado el pavo, que luego de haberlo corrido por toda la hostería, dio en recogerlo por si nuevamente debía usarlo y fue muy atinada su acción puesto que el saco en cuestión sería la jugada maestra aunque ni el niño, ni Leonor lo supieran todavía.

Luego de hacerse del pavo y del saco, el pintor dio unas monedas de plata a Francisco en pago por los servicios prestados y lo despidió prestamente con la condición expresa de no contar a nadie, absolutamente a nadie, lo que había hecho, asegurándole que cumpliría la promesa de salvar a Leonor.

Una vez que el niño se hubo marchado, Zambruno finalmente descubrió su plan: amarraría al pavo de forma que no pudiera moverse demasiado, es decir, lo enrollaría con varias sábanas para que no se soltara. Estas sábanas las amarraría a su vez al lecho donde había hecho suya a Leonor y luego lo taparía con los cobertores, de manera tal, que pareciera que allí aún dormía la joven.

Luego, y ante la sorpresa de Leonor, le dijo que se metiera ella misma en el saco y que se arrebujara en él lo más que podía, ya que de esta forma pensaba sacarla de la hostería y por lo tanto salvarla del Santo Oficio. La joven se quejó, aunque sin demasiada vehemencia:

Por todos los Cielos don Miguel, no sé si he de aguantar demasiado tiempo metida en el saco, que cuando me veo encerrada, mi garganta se cierra y en mi pecho no entra el aire…

Zambruno le explicó que no había otro modo de escapar, era eso o la hoguera, además de recordarle que él mismo había puesto su vida como prenda ante la Santa Inquisición… Ante estas palabras, Leonor no dijo ni pío y metiéndose en el saco ayudada por el pintor, que luego lo tomó por la boca y lo echó a sus espaldas, para emprender la gran aventura…

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- ¡Perdonad! -esgrimió, Zambruno, dejando el saco a mitad del pasillo con el consiguiente golpe para Leonor.-
- ¡Quién janda ! -gritaba, Buttarelli, en el comedor.- (Santita mare de Dió, quién ja hecho este estropisio) -pensó al ver las jarras destrozadas junto a una de las mesas.- ¡Guardias! ¡Guardias!
El pintor, horrorizado por el reclamo que ejercía el tabernero sobre los hombres del Inquisidor, retrocedió con el saco hasta su habitación con la mente perdida ante aquél contratiempo. Al tiempo, que cerraba su puerta se abría la de la "Pitones" y la "Carmela" de donde salían subiéndose aún los pantalones los hombres del fraile mientras las gitanas, temerosas de no haber concluido con su parte del trato para terminar de cobrar lo estipulado con el pintor, intentaban sujetarlos casi desnudas sin demasiado éxito.
Zambruno, entonces, dejó salir a Leonor del incómodo bolsón y antes de que esta pudiera preguntar que iban hacer se asomó al balcón con la única esperanza de que Francisco aún andase por las caballerizas.
-¡Francisco! ¡Francisco! -gritaba en voz baja.-
La confusión y el desorden se desató en un abrir y cerrar de ojos alrededor de todo el entorno a la Hostería, a la vez que Buttarelli, en la puerta y a pleno pulmón continuaba llamando a los alguaciles, que se daban patatas en sus traseros por las escaleras para que no se descubriese el abandono que habían realizado a su puesto de vigilancia. Los mozos y escuderos de las caballerizas, corrieron a auxiliar al tabernero, al mismo tiempo que Francisco volvía hacia la fachada en la que con el rostro completamente desencajado el pintor esperaba encontrarlo.
- Francisco, por amor de Dios, ¿donde te has metido?
Y antes de que el joven pudiese explicarse, ya había enlazado el pintor varias sábanas para que Leonor pudiese bajar por el enrejado y consiguiera huir junto a el para montar en los caballos que les aguardaban en el callejón del agua. De nada sirvieron los intentos de la dama para que Zambruno le acompañase, y de nada sirvieron los deseos del joven para conseguir el mismo propósito.
- Hacedme caso, Leonor, no puedo acompañaros. -dijo suspirando.- Si huyo junto a usted nos darían alcance en menos de unas horas, indique así pues al muchacho un lugar seguro donde llevarla y algún día, si Dios lo permite, me reuniré de nuevo con usted.
Y así, con la dificultad propia de una dama de alta alcurnia para marinear por una fachada, Leonor, consiguió pisar tierra y huir junto al joven Francisco, ante el follón que se había armado en la hostería. Zambruno, sin tiempo demasiado para trazar un mejor plan, se encomendó a todos los santos y en menos que canta un gallo sacó un lienzo y plasmó a trazos los rasgos del pavo. A continuación, con los ojos más bien cerrados por el miedo y sin evitar llevarse más de un picotazo, retorció el gaznate del ave hasta conseguir matarlo y amarrarlo a la soga que había servido para el cautiverio de Leonor, mientras los alguaciles aporreaban la puerta insistentemente.
- ¿Qué sucedió? ¿porqué tardó tanto en abrir? - recriminó el gordito, que momentos antes había disfrutado con la gitana al abrir el pintor la puerta.-
- ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Brujería, brujería! -gritaba, Zambruno, recordando su paso fugaz por la compañía de teatreros de su pueblo.-
- Pero tranquilicesé, y la chica ¿donde está la bruja?-preguntó el alguacil, apartándolo de la puerta y contemplando la escena surrealista del pavo atado sobre el camastro.-
Inmediatamente, mientras Buttarelli, aplacaba al pintor con un mejunje con tila y manzanilla, los alguaciles mandaron a llamar a Fray Facundo, para ponerlo al tanto de lo acontecido en su ausencia. Pasaron pocos minutos, para que el Inquisidor hiciese su aparición en carruaje en la Hostería.
- ¡En el nombre de Dios! ¿qué ha sucedido en este infame lugar? -gritaba el fraile.-
A ver, pintor, ¡Hable! ¡hable si no quiere ser quemado en la hoguera!
- Su dignidad .-dijo sollozando.-
- Déjese de lloriqueos de mujerzuela y ¡Hable! ¿donde está la bruja?-preguntó, dando un puñetazo sobre una de las mesas asustando a toda la concurrencia.- ¿Y ustedes que mira? ¡alguaciles! ¡echen a este gentío y dejenmé a solas con el pintor!
- Fray Facundo, ha sido horrible, ¡horrible! -volvió a insistir, Zambruno.- Ya tenía casi conclusa mi obra y le dije a la bruja que mi trabajo había terminado...
-¡Pardiez! ¿y que sucedió?-preguntó, intrigado el inquisidor mientras se hurgaba la nariz.-
¿Que, qué sucedió, dice vuestra merced? , entonces sentí un mareo y vi como mi lienzo desfiguraba la pintura realizada de la bruja y se convertía en la imagen de un ave...
-¿En un ave, dice vuestra merced?
- Si padre en un pavo concretamente, así que refregué mis ojos creyendo estar delirando y al mirar hacia el lugar en el que se encontraba maniatada la bruja hallé un pavo...
- ¿Un pavo?
- Si, su dignidad, un pavo. Golpeando el atril del lienzo, pensé en avisar presurosamente a sus hombres, y fue entonces...
- ¡Fue entonces, qué! -interrumpió el fraile al borde del colapso.-
- Fue entonces cuando me atacó el ave y tuve que defenderme hasta conseguir arrancarle la vida. ¡Miré usted como estoy de picotazos! -gritó, mostrándole sus brazos.- ¡Brujería, fray Facundo, Brujería!
- No lo puedo creer, Zambruno, no lo puedo creer...
- Pues suba vuestra merced y compruebelo con sus propios ojos-contestó el pintor, interpretando un preciso tembleque que asustaba y contagiaba al fraile.- ¿Pero sabe lo que siento?
-Digame usted, Zambruno, ¿aún hay más?
- No padre, ¿pero como se puede juzgar ahora a una bruja convertida en pavo y que para colmo está muerto? ¿Como podremos hacer justicia ante esta bruja maldita? , porque sepa vuestra merced que yo testificaré donde haga falta. Faltaría más.
El fraile, completamente desarmado y sin saber que replicarle al pintor, optó por justificar el juicio con la muerte del pavo, y además ante el tribunal se enardeció de contar con el testimonio de todo un ejemplo a seguir, como lo era Zambruno, por haber luchado, arriesgando su propia vida, en contra del maligno hasta vencerle en una de sus formas más despreciable. ¡Un pavo! , gritó para menospreciar la suerte que había corrido la dama para pasar a la otra vida.
No obstante, finalizado el juicio, reclamó al pintor el cuadro prometido para regalar al prior, y este se comprometió a enviárselo lo antes posible una vez que se recuperase del impacto que había supuesto para él toda aquella terrorífica historia.
Días después, y atendiendo a una dirección que el joven Francisco le entregó a su regreso, se reunió con su amada Leonor en tierras manchegas para continuar camino hacia Aragón, donde serían recibidos y bendecidos en loor de multitudes.

domingo, 20 de septiembre de 2009

SEPTIMO ACTO: "Al Pavo , pavito, pavo..."


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Al llegar la media noche, todo absultamente todo, estaba
hirvanado para conseguir la huida de los dos tortolitos. Zambruno, no había dejado de pensar en que resultara una salida airosa para que no terminase con su reputada fama dentro de las familias de alta alcurnia y así poder continuar viviendo dentro del reino sin que el aliento del Fray Facundo le levantara ampollas en el cogote.
Con la puerta entreabierta clavó sus pupilas en las puertas del pasillo que daban cobijo a la Carmela y a "La Pitones" y comprobó como los alguaciles del fraile jugaban a los dados en el rellano de las escaleras, hasta que el grato chirriar de la puerta de la amante del torero de Triana, lo hizo suspirar aliviado al confirmar que las rameras iban a cumplir con su parte del trato ya que habían cobrado por adelantado la mitad del negocio.
Mientras que las gitanas comenzaban a negociar, el chaval permanecía apostado a pie del corral entreteniendo a un hermosisimo pavo con pipas de girasol.

- Hola gordito guapo-saludó contoneando su trasero la "Pitones" seguida de la Carmela, hasta acercarse a los alguaciles.-

- Dejennos vuestras mercedes, que cumplimos misión del santo oficio y no podemos entretener nuestra vigilancia, y mucho menos malgastar nuestro salario.

- Oyyyy con er gordito, ¿pero quien tá disho que va a tené que pagá carne mía?-preguntó, tomándo la iniciativa la Carmela.-

- ¿A quién quieren engañar las señoras? ¿Acaso no reflejan vuestros aspectos que mercadeais con vuestras carnes?-intervino el que parecía llevar el mando de los dos.-

- ¡Eh! sin fartá er respeto que las dó somo damas respetable- dijo dando un paso adelante la "Pitones" sientiendose ofendida.-

- Tranquila "Pitone", que no hay que perdé la compostura, que lo señore no an querio faltarno er respeto.-indicó, la Carmela, sujetandola del brazo, mientras Zambruno, cerraba la puerta por temor a ser descubierto.- Miren señore arguacile, lo unico que susede es que somo mositas y nuetras conchita jestan ardiente de deseo ar vé eso cuerpo tan uniformao y varonile.-añadió, desabrochando su corpiño hasta dejar ver las aureolas de sus firmes pechos.-Este fuego que sienten mis pecho requieren de vuestra intervension urgentemente, por no hablá de las sensasione que sufre mi amiga la "Pitone"-dijo remangando las enaguas de su compañera.-

Los subditos de Fray Facundo, sumidos en un espeso sudor que recorria sus sienes y convencidos por las gracias al aires de aquellas gitanas, dieron un paso adelante para dejarse arrastar hasta sus alcobas sin importarles dejar desierto el puesto de vigilancia. Zambruno, al escuchar los portazos en el pasillo, abrió de nuevo la puerta y al comprobar que se había quedado desierto corrió a avisar al joven.

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- Pssss, psssss, ¡Francisco! -gritó en voz baja por la ventana, Zambruno, para llamar la atención del joven.- ¡Francisco!

El muchacho, saliendo de debajo del cobertizo se acercó sin hacer ruido hasta la fachada trasera de la Hostería que daba al patio mirando fijamente al balcón del pintor.

- Ya puedes entrar, ¿Traes el pavo?

Al gesto y a la pregunta del pintor, el joven, contestó elevando un palmo del suelo un abultado saco en el que pataleaba el ave intentando escaparse, para despues preguntarle sin apenas salirle la voz del cuerpo por donde debía entrar.

- ¡Por la gatera, Francisco! por la gatera. -volvió a gritar, señalando el hueco por donde paseaban, entrando y saliendo a sus anchas, los felinos de la señora Buttarelli.-

Francisco, con las limitadas fuerzas de su edad, comenzó a gatear acercándose a la esquina de la fachada arastrando con dificultad el saco, mientras el pavo lanzaba picotazos por doquier tan enfadado como si estuviese escuchando una pandereta. Primero empujó el bulto y a continuación consiguió meter la mitad de su menudo cuerpo por la trampilla gatuna, pero cual no fue su sorpresa al quedarse enganchado por su zurrón entre los alambres de la portezuela.

Ante aquella vicisitud escapó el pavo del saco, corriendo hostería adentro, revoloteando como alma que llevaba al diablo. Francisco dió un tiron del zurrón, y arañandose por completo su espalda consiguió entrar para ir tras la pista del amo y señor del moco. Corriendo e intentando acorralar en un rincón al pavo, no consiguió más que el animal tirase asustado varias jarras que el bueno de Buttarelli tenía apiladas sobre una de las mesas. Al ruido, uno de los hombres del Inquisidor, vió perturbado el momento del gozaba con la "Pitones".

- ¡Niño! ¿Que jace? -preguntó, la gitana, si esperar el respingo del alguacil.-

- ¿No ha oido el ruido, señora?-preguntó, hincando sus rodillas sobre el colchón.-

-¿Ruío? ruío el que yo voy a darle si no termina la faena-dijo la "Pitones", tirando de él para volver a postrarlo encima de ella, mientras en la planta de abajo, Francisco, lograba hacerse de nuevo con el ave.-

-¿Pero, señora? tengo un deber que cumplir.-volvió a insistir el guardián.-

-¿Que cumplí, dise er señorito? eso mismo dise una serviora, cumpla conmigo, aunque veo que esto va se cuestión de empesá de nuevo, porque er choriso sea venio abajo.-contestó, refunfunñando.- ¡Jaga er favó de consentrarse que me va a dá la noche hombre de Dió!.

Zambruno, comiendo sus uñas como un electrocutado no despejaba la oreja de la puerta temiendose lo peor, pero al poco los suaves nudillos del joven Francisco, tocaron a su puerta.


jueves, 17 de septiembre de 2009

SEXTO ACTO: La chispa que encendió la hoguera antes del juicio y otros acontecimientos...

LG

Convencido por Buttarelli que no tendría chance alguna de retratar a la condesa Nirvana, puesto que los celos del marido serían más peligrosos que el Santo Oficio, Zambruno mandó llamar a la mujer del posadero para preguntarle dónde podía conseguir prendas de dama con el fin de cambiar las que llevaba Leonor y que daban pena. El argumento que el pintor esgrimía era que no podía plasmar un lienzo que fuera digno, si dignas no fueran las vestimentas de la modelo, claro que en ningún momento dio a entender que la modelo era la misma mujer acusada de brujería y que sería quemada a más tardar en un par de días. La mujer del posadero, rústica como su marido y gorda como un tonel, no era demasiado avispada que digamos, por lo que no hizo pregunta alguna y se limitó a informarle al artista que ella misma se cosía su vestimenta y que todas las mujeres del lugar así lo hacían.

Desmoralizado a más no poder y sin atinar con una solución, se dirigió nuevamente hacia su alcoba, la cual había cerrado cuidadosamente con dos vueltas del cerrojo.
Abrió la puerta con suavidad para no asustar a Leonor. En la penumbra que los cortinados le conferían al recinto, vio la silueta de la joven que dormía plácidamente sobre su lecho, que a estas alturas se le antojaba palaciego por más que era una dura tabla con un colchón de mala muerte, el milagro de su alucinación era la criatura que descansaba sobre él.
La observó larga, dulcemente, su corazón palpitaba como tambores llamando a la guerra y él no hacía absolutamente nada por acallarlo. El embrujo de esa piel morena, de esos ojos cerrados enmarcados en unas pestañas largas, rizadas y sedosas, el cabello color del azabache y con su mismo brillo, todo eso, lo llevaba a aproximarse sigilosamente a Leonor.
Se sentó en el borde del lecho, y con un beso de una ternura infinita, despertó a la joven de su sueño. Todo se precipitó sin que ninguno de los dos pudiera ser dueño de sus actos, pues eran solamente dueños de su fuego. Los labios de Zambruno recorrieron los valles y montañas de esa virgen de ébano como el viento del desierto, puro fuego…

Mi Señor… no soy dueña de mis actos, soy incapaz de apartaros de mí… Mi razón se ha nublado y mi corazón sólo os pide a gritos que me hagáis vuestra…

Esas fueron las verdaderas palabras mágicas, las que les abrieron las puertas del paraíso en la tierra, las que hicieron que el pintor olvidara los colores de su paleta y en un arrebato de amorosa lujuria desenfrenada, hiciera suya a la doncella.
Sus cuerpos se fundieron en uno solo mientras los harapos que cubrían a Leonor yacían en el piso y su magnífica desnudez impoluta, se dejó mancillar mansamente por el hombre de su vida.

Una vez que el fuego había consumido la hoguera, los ojos de Leonor se perdieron en los de Zambruno sellando para siempre su unión eterna…

Aún faltaba urdir el plan para que ambos escaparan de la Santa Inquisición, pero eso no les preocupó y se durmieron abrazados. Luego habría tiempo de pensar en la huida…

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Zambruno, con la mente despierta, pidió a Leonor que posara para él con las mejores prendas que podía vestir. Plasmar su desnudez en el lienzo supondría el éxtasis para el pintor que vino en busca de unos ojos negros y una piel aceitunada que colmara sus propósitos de pasar a la historia por haber pintado a la mujer más bella de la faz de tierra.
Con dedicación y mimo, entre bromas y juegos de alcoba que los colmaba a ambos de plenitud, terminó su obra en menos de dos días. Ese era el tiempo pactado con el Inquisidor para cumplir el pacto. Al tiempo buscaba entre sus carpetas unos de los bocetos con los que pensaba recrearse para la obra dominica ofrecida al fraile, a continuación mandó llamar al pequeño que había conseguido descubrir ante sus ojos quien era realmente la dama que había robado su corazón para realizarle un encargo.
- Zagal, toma estas monedas y busca y encuentra el mejor pavo engordado en mercados y corrales de la comarca, y a la media noche regresa cuando todos duerman. Yo te haré una señal por la ventana y será entonces cuando subas a entregarmelo . Necesitaré también tengas enganchados dos corceles rápidos y veloces que nos aguarden en la esquina del corral del agua. ¿Me has entendido?
A continuación, salió al pasillo e inclinando la cabeza ante los guardianes de la Inquisición, llamó a la puerta de la habitación en las que hacían negocios la Carmela y la "Pitones".
- ¡Pero si é er bigotuo! ¿que se le antoja ar caballero llamá a la puerta der pecao? -preguntó la "Pitones", que dormitaba la siesta mientras la Carmela tomaba posesión en otra alcoba contigua de un notario castellano.-
- Disculpé vuestra merced, señorita "Pitones".
- No ande con remilgo y bajesé los ropaje que enseguía le jago un apaño.
- No, espere. No vengo a comprar su carnalidad tan deseada por propios y extraños, sino más bien a comprar sus favores para unos terceros.-contestó, Zambruno, apartando las manos de la gitana de sus perniles.-
- ¿Er como? ¿se a metío acaso el artista a mamporrero?
- No se trata de eso, señorita "Pitones", tan solo deseo tener un detalle con los hombres del Inquisidor que tan celosamente han vigilado mi trabajo en estos días.
- Ya le voy jentendiendo, bigotuo. Lo que quie é conviá a los guardia agradecer la vilgilansia.
- Eso es, pero tenga en cuenta vuestra mercé que nadie debe enterarse. Le pagaré el doble de su salario a cambio de que esos hombres se vean agasajados por sus favores, sin sospechar que yo pagué el detalle.
- A sí lo jaré, pero también debe contribuí usté en una cosita.-añadió, para satisfacer su ego y capricho.-
- Digame lo que sea que le acepto el trato.
Sin saber bien donde se metía, Zambruno, aceptó, por librar a su amor de la hoguera, un precio desorbitado para el mercado de rameras de la época y cedió a satisfacer los deseos sexuales más ocultos y pervertidos de una puta con gran pedigré como era la "Pitones". Exhausto y casi de pared a pared del pasillo, regresó a su alcoba, para tranquilizar a Leonor de que todo esta rodando de la mejor manera posible. A continuación y cumpliendo con su deber de enamorado que no podía desvelar la traición que había llevado a cabo al rebolcarse y retozar con la "Pitones" en su cama, sucumbió ante el toqueteo y besuqueo que su dama le dispensaba de nuevo sin apenas poder mover su cintura.

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LG


Leonor, que no sabía de traiciones ni de putas más que de oídas, se quedó asombrada de la facha que traía su amado pintor, pues sus largos cabellos estaban despeinados, olía a transpiración rancia y había notado sendos cardenales adornando el cuello por debajo de la camisa… y como si eso fuera poco venía con un solo zapato.

¡Oh, mi Señor! ¿Acaso habéis rodado escaleras abajo? Estáis en una deplorable condición, pero no os preocupéis que yo os sanaré a fuerza de paciencia y amor… -dijo mientras le guiñaba un ojo y su mano volaba hacia la entrepierna de Zambruno. Era evidente que la joven había aprendido rápidamente las lides amatorias en esos dos días que llevaba encerrada en la alcoba del flacucho-.

Zambruno, que a duras penas podía pronunciar su nombre, se sintió carcomido por la culpa del agravio cometido y haciendo un descomunal esfuerzo por compensar su falta, se entregó nuevamente a la pasión desbocada de esa sangre joven y hasta hace poco virgen.

Estimados lectores ¿me creerían si les cuento que a pesar de los dolores que aquejaban al pintor, aún pudo cumplir con su amada? Sí, ya lo sé, “la necesidad tiene cara de hereje”, dice el refrán, y para Zambruno la necesidad era no perder a Leonor, así que luego de la tercera revolcada del día, quedó desparramado en el lecho como las pinturas en su paleta (de las que ya ni se acordaba claro). Tampoco se acordaba qué plan estaba urdiendo para la huida, no tenía noción de nada, tal era el estado de agotamiento que le consumía.

Leonor, satisfecha y totalmente ajena a la situación de su amado, descansaba la cabeza sobre el pecho imberbe del pintor, porque he de decir, que los pelos abundantes que tenía en el bigote le faltaban en el pecho.

Ya era noche cuando los tórtolos despertaron. Leonor tenía dibujada en su rostro la más dulce y tierna sonrisa de complacencia, en cambio Zambruno, que no podía mover un solo músculo del cuerpo, tenía grabada en su rostro una pintura abstracta, porque hasta la mueca que intentaba ser una sonrisa le dolía…

sábado, 12 de septiembre de 2009

QUINTO ACTO; De como las gitanas perseguían su presa.

"S"

- ¿Quién ? -preguntó el pintor atacado de los nervios.-
- Aquí, la "Pitone" , arma de Dió, abra la puertesita, pintó de lo cielo eterno.- contestó la gitana con zalamería.-

- Pero, mujer, si tan solo hace un ratillo que cantó el gallo, ¿acaso cree vuestra merced que ando buscando compañía a estas horas de maitines?.- volvió a preguntar, para darle largas.-
- No venga a engañar a la reina de lo catres, que se mejó que naide como se despiertan los señore al alboreá.-contestó con pequeñas risotadas.-Abra, la puerta y verá como le bajo er monumento en un periquete, abra o grito.
- No se atreva usted señora, que llamo a la inquisición para que haga justicia con las fulanas.-amenazó, Zambruno.-
- ¿Justicia con las fulanas? ¡que mala lengua tiene chiquiyo! , sepa que el monje se ha remangao los habito con la " Carmela" hace un rato, así que no se paze de listillo.
Zambruno, acobardado, hizo un gesto con su mano para que Leonor no hiciese ruido y entreabrió la puerta con cuidado, colocando su pies de detrás para que la gitana no pudiese entrar.
- Señorita, ¿como era su nombre?
- ¡Uyyyy! , que memoria tiene er del pinsé. No le tengo dicho que soy la "Pitone", ande dejeme pasá.
- Por favor, señorita "Pitones", no insista. No me hallo bien, quizás el vino no me sentó del todo bien, pero entienda vuestra mercé que no es por despreciar vuestros favores pero estoy un poquitito mejor que muerto...
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LG

Entretanto Leonor, callada como le había pedido don Miguel, se arrebujaba en el rotoso sillón azul tratando de pasar desapercibida, pero era evidente por la cara de espanto que llevaba que la situación la superaba por largo.
Mientras el pintor trataba de sacarse de encima a la Pitones, se escucharon unas risotadas del otro lado de la puerta, junto a la gitana. Eran los centinelas que el fraile había dejado para custodiar a la supuesta bruja:

JAJAJAJAJA Pero mirad la insistencia de la “dama” –dijo el Lobo con ironía- quizá necesiteis un verdadero hombre y no un larguirucho desabrido como éste… ¿Qué me decís mujer?

Para serviros “señorita” –dijo su compañero-, si queréis un hombre de pelo en pecho aquí tenéis a un servidor que gustoso os complacerá…

Callad Palote, que soy yo quien está hablando con la dama –dijo el primero-, ¿no veis que aquí uno sobra? A menos claro, que la señorita Pitones tenga resto para dos… tenemos con qué pagar la fiesta… -y sacó una bolsa repleta de monedas de oro-, no os olvidéis mujer que servimos a la Santa Iglesia… JAJAJAJAJAAA
Además a estas horas no tendremos problemas en dejar un ratico la puerta sin guardia, pues la bruja está bien amarrada y el fraile está durmiendo a pata suelta luego de arremangarse con vuestra amiga. –Y dirigiéndose a Zambruno le advirtió-. Cerrad esa puerta Vuestra Merced ¿no veis que si está abierta os entran los moscardones? Id y cumplid con vuestro cometido que nosotros nos ocuparemos del resto…

La Pitones, a la que se le habían desorbitado los ojos al ver la bolsa de monedas, dudó un minuto (y nada más que un minuto, os lo juro) y luego dirigiéndose al Lobo y al Palote, les regaló su mejor sonrisa pasándose la lengua por los labios, para luego rumbear junto a ellos hacia las caballerizas…
El pintor sintió alivio cuando escuchó que se marchaban y rápidamente cerró la puerta y le echó el cerrojo. Luego corrió los raídos cortinados del ventanal para que no se viera dentro de la alcoba y acercándose al sofá donde estaba Leonor, tomó sus manos entre las suyas amorosamente…

Mi señor… -balbuceó la joven…

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"S"

- No se preocupe más, que yo la entregaré de nuevo a la corona de Aragón.Deme tiempo y la sacaré de esta cochambrosa hostería para librarla de la hoguera de una vez por todas, aún a costa de mi propia vida.

Le explicó el pintor a la dama, al tiempo que ella elogiaba su valentía y arrogancia por enfrenterse a la Santa Inquisición sin importarle más que la vida de la mujer que acaba de conocer y a aquien le rendía pleitesia.

Durante unos minutos continuaron besuqueandose con timidos achuchones, con los que Zambruno bien perdía sus manos, cual mago de oriente, entre las enaguas de Leonor, y al cabo de un buen rato, el pintor, volvió a pedir paciencia ante el miedo de la muchacha, pàra bajar a conseguir prendas y viandas para su enamorada presa.

- ¡Pardiez, señor Buttarelli! ¿Qué sucede con tanto alboroto? -preguntó sorprendido al encontrase con tremendo revuelo en el comedor.-
- Señó Sambruno, zon lo jornaleros de las fincas der Conde de Bormujo.
- ¿Y que celebran? , parecen haber conquistado las tierras a los moros...
- Es en honó a la condesa Nirvana, espoza der dueño de la finca-intentó explicar el tabernero ante el griterio y los vitores.- A salio de un poblema mú grande y é como zi hubiera vuerto a nasé.
- ¿Le amenazaba la muerte tal vez? -preguntó con curiosidad castellana el pintor.-
- No, güeno, sí. No zé en definitiva, resulta que quedó jechizada por la lectura de uno libro de caballerizas.
- De caballería, Cristófano -dijo corrigiendole.-¿Y la persiguió la Inquisición?
- No quevá hombre de Dió, el condao de esta familia tiene bien metía a la Iglesia en zu borsillo.
-¿Entonces?
- Entonce, dejeme hablá hombre...
-Perdón, perdón.
- Y no zoy cura pá bendicione, escuche y calle. Rezulta que ar leé una historia de ezas se quedó trastorná por la risa que le causaba aquella historia, tanto tanto que hubo que encontrá al escritó, pá que le contase alguna pena que le cortara la risa.
- Venga hombre, ¿Y usted cree esas patrañas?
- Yo zí, y usté debería si no quiere caer en el entuerto.
- Por cierto, Buttarelli, tiene la dama Nirvana buenos rasgios que pintar,¿ no le parece?.
- Ajorrese sus querele que er conde le rebana er cuello si lo vé rondando a zu Nirvana. Pó no la quiere ná.



viernes, 11 de septiembre de 2009

ACTO CUARTO: DONDE ZAMBRUNO ES HECHIZADO POR LEONOR...

LG

Tan asustada estaba Leonor que temblaba como una hoja de sólo pensar que el pintor se le echaría encima en cualquier momento. La soga con la que llevaba atadas las manos, le lastimaban sus muñecas. Mientras tanto, los ojos de Zambruno la recorrían de arriba hacia abajo tratando de adivinar las maravillosas curvas que había debajo de aquéllos harapos.


Aún no tenía acabada idea de qué iba a hacer, pues se había metido en un problema bien peligroso. Por un lado, su exquisito talento, le pedía a gritos no desperdiciar la oportunidad de pintar ese modelo que había estado buscando por meses y que pensaba iba a transformarse en su obra maestra. Por el otro, había prometido a Francisco que intentaría salvar a la joven, aunque no estaba seguro de la historia que le contara el chaval a no ser por el anillo de oro que aún tenía grabado en la retina. ¿Y si Leonor fuera realmente una bruja y le hechizara con sólo mirarle? Lo único que Zambruno tenía claro era que si escapaba de la bruja no escaparía a los inquisidores, pues el fraile ya lo había sentenciado de antemano. Y en caso de cumplir su promesa y salvar a la joven… ¿Cómo haría para que el Santo Oficio no los prendiera a ambos y fueran dos en la pira? Estaba el pintor en estos pensamientos, cuando el sollozo de Leonor lo sacó de ellos.

Por favor señor, no me lastiméis os lo pido por lo que más queráis en la vida… Respetad a esta doncella que no ha conocido hombre y que su único pecado es ser la hija de don Diego Alonso de Aragón. Os lo puedo demostrar… traigo el sello de mi padre…-pero al darse cuenta que lo había dado al niño, rompió nuevamente en llanto-. El niño podrá dar fe que no os miento. Salvadme señor y seréis ampliamente recompensado, mi padre os dará riquezas por el resto de vuestros días…

Zambruno tuvo la intuición de que la joven verdaderamente era inocente. Algo le decía que no era posible que semejante mujer pudiera mentir, y esos ojos… esos ojos los embelesaban más de lo que él hubiera querido.
Se acercó lentamente al destrozado diván y con destreza desató la cuerda que mantenía prisionera a Leonor, quien aún esperaba lo peor. Un irrefrenable deseo se apoderó de él y acercando sus labios al cuello de la joven, lo cubrió de dulces besos mientras sus manos acariciaban ese cabello negro que sí lo hechizaba como un verdadero maleficio.

No, no, no lo hagáis… -pedía la joven con voz entrecortada y las mejillas arreboladas de vergüenza-. Señor, no…

Más suplicaba Leonor y más fuera de sí se ponía Zambruno, que con extrema delicadeza tomó la cara de la joven entre sus manos y posó sobre sus labios el más dulce beso que caballero haya ofrecido a su dama nunca. Leonor cerró los ojos y se dejó arrastrar por el beso, como una hoja por el viento.
El pintor tuvo la certeza que verdaderamente aquella niña no era una bruja, pero que de igual modo ya estaba hechizado…

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Dejada llevar por los magistrales besos del pintor, Leonor, comenzó a descubrir en su cuerpo nuevas sensaciones que la llevaban a la confusión. Sus pechos se erguian cuales garbanzos antes del remojo y un movimiento extraño la hacía abrir y cerrar sus piernas inconscientemente hasta sentir cierta incontingencia que le causaba verdadero placer. Con sus manos empujó suavemente a Zambruno hacia atrás pidiendole con voz entrecortada que la dejara al no ver demasiado bien el besarse con un deconocido que la tenía retenida en su alcoba.
-¡Señora! , no es intención de un servidor el abusar de usted. ¿pero porqué suspirabais si os hacía sentir incomoda? -preguntó el pintor, contrariado por el rechazo repentino de la dama, que lo había conseguido sosfocar momentos antes.-
- Está bien, no quisiera herir su candidez si que usted no lo desea.-añadió.-
A continuación, embrujado por aquellos inocentes ojos negros, intentó explicarle la texitura en la que se encontraba envuelto en cuanto en cuanto tenía que elegir entre ella o respetar el pacto sellado con su vida ante la Santa Inquisición. Le rogó, por lo que más quisiera que no intetara huir de su habitación y que se dejara retratar, mientras el pensaba una solución para salvarla de la hoguera, ella sin encontrar mejor remedio a sus males accedió a confiar en quél caballero larguirucho que la había hecho sentir mujer por primera vez.

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LG

Quedóse la joven tan turbada por los besos de Zambruno, que bajando cándidamente los ojos para evitar los suyos, aceptó las palabras que éste le había dicho sin rechistar: era la hoguera o el pintor. Y por Dios que no supo más que bajar los ojos, pues el arrebol de sus mejillas gritaba lo que su boca callaba… Pues había quedado con los sentidos embotados de sólo sentir los besos dulces del hombre que le acariciaban sus labios y su cuello, sentía esas manos finas de artista recorrer sus contornos y acariciar sus cabellos. Esa sensación única, jamás experimentada, hizo de Leonor la mujer más vulnerable que Zambruno había visto. ¡Sí! Don Miguel había sentido la misma emoción, a pesar de su disipada vida palaciega nunca doncella alguna le había amortajado el alma como esta niña…

Allí quedó Leonor, inmóvil, esperando del hombre sólo un gesto que le confirmara que no estaba equivocada, que aquello que sentía era correspondido de la misma manera. Y Zambruno le regaló ese gesto, pues levantándole la barbilla con sus manos, dejó clavados sus ojos en los ojos morunos de la joven y éstos hablaron sin palabras y sin ecos, sólo con la fuerza de los sentimientos.

Venciendo su timidez, Leonor trató de explicar lo inexplicable, pero apenas pudo balbucear unas palabras de princesa:

Mi Señor, yo sé que mi vida está en vuestras manos y os lo agradezco infinitamente, pero no es éste el motivo que me turba ni el que me alienta a hablaros –dijo volviendo a bajar recatadamente los ojos-, pues siento que los hados os han puesto en el camino por justa razón, pero no encuentro la forma de deciros lo que siento, algo que ha anidado en mi pecho y que no reconozco, algo que me nubla la razón y me oprime el pecho…, algo que me hace brotar lágrimas de mis ojos sin que la tristeza ensombrezca mi horizonte y aún así siento ganas de llorar de gozo.

Don Miguel de Zambruno quedó impresionado por la simpleza y la sinceridad de la joven, más aún porque aunque no lo quisiera admitir, él también había sentido el roce de su magia apretándole el corazón.
Con un esfuerzo sobrehumano, para no sucumbir a la tentación de hacerla suya allí mismo, se separó amorosamente de Leonor y comenzó a preparar con manos nerviosas, las pinturas sobre la mesa, al tiempo que su musa le miraba desde el lienzo imaginario de su alma, depositando en él, no sólo su confianza sino también su vida.

El embrujo del momento fue interrumpido por unos golpes secos en la puerta de la alcoba… ¿El fraile se había arrepentido y cancelaba el trato? De sólo pensarlo una aguda punzada le atravesó el estómago… pensaba lo peor…

martes, 8 de septiembre de 2009

ACTO TERCERO: DE LA CURIOSIDAD DE ZAMBRUNO Y OTRAS COSAS...

LG

Eran poco más de las tres de la mañana, todos dormían por el exceso de la comida opípara y del vino barato de Buttarelli, válgame Dios llamarle vino a ese vinagre de asquear, si sólo supieran los parroquianos que el tabernero pisaba él mismo las uvas, junto a su mujer luego de haber remojado sus pies en el lodo de las porquerizas… Pensándolo bien, tal vez esa mezcla asquerosa era la que dejaba a todos en estado de sopor.

Pero Leonor no dormía, tampoco lloraba, ya se había cansado de ello. Hacía ya tres días que la tenían encerrada en el carretón-calabozo. La única comida que había probado era la que el joven Francisco le había acercado y la que le levantó el ánimo, tanto que en medio de la noche y con voz muy suave para que los guardias no despertaran comenzó a cantar:

Quiere esta niña a la noche
tachonada de perlas y estrellas,
quiere esta niña un broche
para ponerse muy bella,
pues sabe que la dulce luna
traerá en sus rayos plateados
el mágico amor que acuna
el dulce amor de su amado.

Si hubiera habido alguien despierto para escucharla, hubieran coincidido en que escuchaban la voz de un ángel antes que la de una bruja. ¡Pero qué digo! ¡Claro que alguien estaba escuchando!

La alcoba del primer piso, donde se alojaba Zambruno, distaba unos pocos metros de las caballerizas donde se encontraba Leonor, y por más suave que ella cantara, era tan melodiosa su voz, tan cristalina, que pudo volar como una flecha hacia los oídos incrédulos del pintor, quién incorporándose en su lecho, no acertaba saber de dónde ni de quién provenía. Al acallarse el murmullo musical de la incauta Leonor, Zambruno se dio vuelta para dormirse definitivamente pensando que había soñado, pues él también era presa del vino de Buttarelli.

Pero no duró mucho tiempo en su desparramada posición, pues unos golpes en la puerta vinieron a turbar su descanso. Se levantó con pesar, y creyendo que eran las gitanas, abrió de golpe dispuesto a enfrentarlas para que lo dejaran en paz. Pero menuda sorpresa llevó, de ver al pequeño Francisco ante él con cara de susto:

Perdonad señor, sé que no sois de estos lugares, por eso mismo acudo a vuestra puerta, pues no confío en nadie de esta posada, ni aún en mi propio padre, vengo a contaros una historia y os pido que me escuchéis…

Acicateado por la curiosidad, Zambruno franqueó el paso del chaval dejándole pasar a su habitación. De este modo Francisco le contó de su encuentro con Leonor y de sus desventuras. Viendo la cara de incredulidad del pintor, sacó presuroso el anillo de oro de su bolsa y se lo presentó delante.

Éste es el sello de la casa de Aragón, y me fue dado por la noble dama… os lo muestro señor para que me creáis y no para que me robéis…

Zambruno abrió los ojos con destellos de codicia, pero acto seguido y controlándose, se vistió apresuradamente, salió con el niño hacia las caballerizas. Jamás pensó en encontrarse de frente con esos otros ojos, que en lugar de destellar codicia, pedían compasión …
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A paso lento mando avanzar el pintor al pequeño, para no llamar la atención de los alguaciles que dormían la "mona" en el patio trasero de la Hostería. Al acercarse de puntillas al carromato, advirtió que Leonor dormía entre un haz de mugrienta paja y una mantas completamente roídas de las que no podía adivinarse el color original de quien las tejiera.
-(¡Dios!, que hermosa criatura) -pensó al ver los contornos perfectos de la muchacha y los trozos de piel morena que dejaban ver las vestimentas rasgadas que llevaba puesta.- (será cierto que es completamente inocente de las fechorías y herejías que quieren cargar sobre ella).
Retrocediendo sobre sus propios pasos, pegó un tirón del zurrón que llevaba colgado el pequeño y volvieron a entrar en la hostería. A continuación pidió a aquella inocente criatura que guardase el secreto de que iba a intentar salvarla y que marchase a descansar ya que no eran horas para andar por ahí danzando.
Al amanecer, cuando el gallo favorito de Buttarelli dedicaba sus mejores cánticos. fue en busca del fraile, para que trasladaran cuanto antes a la mujer a su alcoba.
- Enseguida ordeno su voluntad, pero recuerdo al artista lo pactado entre tanto mal vino que me tiene la cabeza como una pileta para lavar.-contestó, fray Facundo, estregándose los ojos empedrados por las legañas.-
Zambruno, volvió a retirarse a su alcoba y comenzó a sacar de un pequeño baúl todos los "habíos" de pintar; paletas, pinceles y pequeños frascos que atesoraban los mejores polvos que servían para fraguar esos tonos de color que tanto envidiaban los otros artistas del pincel con los que había convivido en Francia.
Apartó, un viejo aparador de mala madera carcomida que servía para tapar los desconchones de la pared y acercó hacia el mismo lugar un diván de seda azul, completamente pasado y agujereado, en el que pretendía encadenar a Leonor para poder pasarla a uno de los lienzos que había conseguido que le trajeran de Antioquia. Al poco, retumbaron los nudillos del fraile en su puerta, y al abrir una pequeña comitiva compuesta por dos hombres traían a empujones a la mujer por el pasillo, sin que ningún otro huésped se percatara de aquél fugitivo traslado que había pactado con el inquisidor.
- Pasen, pasen. Y no hagan ruido-indicó, Zambruno, dando un puntapié al camisón que había llevado puesto el día anterior y que entorpecía por los suelos la entrada de aquellos personajes.-
- ¿Donde se la amarran? -preguntó el fraile.-
- He pensado, si le parece bien a vuestra dignidad, que amarando la soga a la herrumbre de la ventana me da para el largo suficiente hasta llegar a ese viejo diván y además no para que llegue al tirador de la puerta.
- Bien, lo que usted piense corre en favor o en la contra de su devenir.-contestó, rascando su barba, aún pegajosa del asado que le sirvió la mujer de Buttarelli la noche anterior.- Mi parte termina con la entrega de esta bruja y comenzará de nuevo una vez que tenga los cuadros terminados.-añadió.-
- Gracias padre, que el santo Guzman me ampare y todo salga bien para beneficio de ambos.
Al terminar de salir de la habitación tras amarrar bien fuerte a la ventana a Leonor, aquella peregrinación de fraile y alguaciles, dieron un solemne portazo, dejando a la chica sentada al filo del diván completamente asustada y tapándose el rostro al desconocer cuales iban a ser las intenciones de aquél larguirucho de bigote afilado que trataba de tu a tu al inquisidor. Por su mente pasó en primer lugar que aquél bribón la tomaría por la fuerza para satisfacer sus deseos más impuros a cambio de un puñado de monedas de plata para la Iglesia...

viernes, 4 de septiembre de 2009

ACTO SEGUNDO: EL PACTO DE ZAMBRUNO CON EL FRAILE

LG

¿Zambruno no puede permitir que quemen a la bruja antes de llevarla a sus lienzos o a su lecho? Pregunta el narrador… Pero como no puede adelantarse a los acontecimientos, mal que le pese, continúa con el relato.

Mientras el pintor con su ingenio y buenos modales, hacía entrar por el lazo al fraile, quién estaba maravillado de poder “negociar” con él, el carretón con la bruja fue llevado a la caballeriza donde estaba celosamente custodiado por los diez soldados de la escolta, ni más ni menos, tanta era la desconfianza que le tenían.
Por orden del fraile, Salmorelli envió abundantes vituallas a los hombres del Santo Oficio, y fue justamente el hijo de Vásquez Pezoa, el encargado de llevarlas. El chaval, que se salía de la vaina por ver a la bruja más de cerca aún de lo que la había visto, no cabía en sí mismo de la alegría por realizar el mandado.

No os preocupéis Buttarelli, de buen grado atenderé yo a los valientes soldados que han capturado a la bruja. Dadme la oportunidad y conoceréis mi eficiencia… (Y que si no veo a la bruja de cerca, mal rayo me parta, que sólo para eso atenderé a esos brutos.)

Cuando el chaval entró al galpón que hacía las veces de caballerizas, el olor hediondo de las heces de los caballos y asnos que allí se encontraban, más la pestilencia del sudor de los soldados, le hizo cerrar los ojos del asco.
Los hombres se hallaban sentados alrededor de un viejo tronco a modo de mesa y charlaban animadamente entre ellos mofándose de la prisionera.

¡Oye, bruja! Veremos cómo zafáis de ésta y si os sirven vuestros poderes ahora… JAJAJAJA Hasta el demonio ha roto el pacto con vos y os abandonado, más os vale que os arrepintáis ante de llegar a San Jorge, pues poco quedará para la hoguera cuando el verdugo os obligue a confesar…

Las carcajadas que los demás hacían de corrillo, fueron sustituidas por gritos de alegría al ver al chaval con sendos cuencos repletos de guiso y dos odres del mejor (bah, no tanto) vino de Buttarelli. Mientras escanciaba la sangre de cristo a los esbirros de la iglesia, Francisco, que así se llamaba el chaval, no dejaba de mirar de reojo a la joven encarcelada, y más la miraba, más subyugado quedaba. Tanto que los inquisidores dándose cuenta le gritaron:

¡Hala niño, dejad las vituallas e idos ya! No sea que la bruja te convierta en rata con sus hechizos. Y nuevamente estallaron en carcajadas.

Francisco salió corriendo de la caballeriza, pero antes de salir, vio unos ojos negros, inmensos y dulces que lo miraban con una súplica desesperada…

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Tras satisfacer abundantemente el reclamo de su abultado estómago y finiquitar con ansias los litros del mejor vino que les había ofrecido, Buttarelli, quien deseaba cumplir con el Santo Oficio para no ver peligrar su taberna, el Inquisidor, fray Facundo, si apenas poder mantener el equilibrio, intentaba atender con los párpados caidos a la propuesta que el pinturero de Zambruno le hacía.
- Padre, creo en honor a la verdad que mejor momento no han podido elegir los designios de nuestro Señor para que nos cruzasemos en tan mugrienta posada.-dijo el pintor, dando un golpecito en la mesa para espabilar al fraile.- Concedamé vuestra mercé la oportunidad de pintar a la condenada a la hoguera y yo plasmaré en un lienzo una obra por la que recibirá todo tipo de elogios dentro su congregación.
- ¿Elogios, dice? -preguntó con la lengua estropajosa el fraile completamente sobresaltado.-
- Si, padre, el cuadro que le dedique lo hará pasar a la historia,convirtiendo a vuestra mercé en unos de los benefactores más ilustres de los que han seguido los pasos de los santos protectores de la orden dominica.-añadió, Zambruno, llenándo su espiritu de una tremenda vanidad que superaba su concepto de obediencia y deber del cumplimiento.-
- No sé, Zambruno, esa bruja debe ser juzgada y ajusticiada cuanto antes... , pero si usted se compromete a no tardar demasiado quizás podamos llegar a un acuerdo.-contestó, el fraile, espabilandose ante la posibilidad de regalar a su prior una obra del famoso, Miguel de Zambruno.- Pero, no obstante, debería saber usted que no podremos dejarla sin la vigilancia de nuestros hombres, ¡es una bruja!!!!...
- ¡Ah, no! jamás se ha visto que un artista de mi talla no pueda encontrar su concentración e inspiración con la modelo en cuestión.-contestó, Zambruno, indignado y pensando que ponía en peligro el trato que estaba a punto de cerrar.-
- ¿Entonces que pretende tan iluminado artista del pincel?
- Este es el trato al que deseo llegar con vuestra dignidad; La arapienta hereje, quedará bajo mi tutela en mi alcoba. Allí la amarraré, y sin perderla de vista comenzaré a pintar mi obra. Para su tranquilidad sus hombres podrán permanecer apostados a la entrada del pasillo o como usted disponga. Cuando tenga terminada la pintura, podrá vuestra mercé llevarsela a la hoguera o hacerla picadillo para los cerdos. A continuación, y más relajado, pintaré ese cuadro que tando desea regalar a su prior.-le explicó, Zambruno, pausadamente a la espera de recibir su beneplácito.-
- Me parece un estupendo trato el que me propone vuestra mercé, pero se deja algo en el tintero, ¿no cree?
- ¡Ah! no lo crea, en ningún momento pensé en cobrarle ni un sólo real por la pintura que done a su dignidad.
- ¡Faltaría más! , simplemente es que ha pasado por alto que responderá con su propia vida, si es que a la bruja le dá por desaparecer.-dijo, el fraile, atusando su mugrienta barba.-
- Porsupuesto, no le quepa la menor duda a vuestra dignidad que así cerramos este trato.-contestó, tragando amarga saliva, pero sabedor de que había encontrado a la musa que andaba buscando durante años y no podía dejarla pasar. Bien le importaba dos orinales que la quemaran o descuartizaran despues.-
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LG

Tanto Zambruno como el fraile, cada cual se regocijaban a su antojo por haber cerrado, según creían, el mejor trato de sus vidas. El fraile veía la posibilidad de agasajar al prior y conseguir de él los más altos favores de la iglesia, a Zambrano, en cambio, era la fama la que le nublaba la razón y le hacía vender su alma al diablo (o a la bruja) si por ella fuera. Lo que no sabían ambos era que el destino es bien caprichoso cuando se lo propone.

Mientras esto sucedía, Francisco no podía sacarse de encima los ojos de aquella muchacha, algo le decía que no era como la pintaban su padre y los demás parroquianos de la hostería. Se dio a inventar entonces, una excusa para poder ir nuevamente a la caballeriza, y como no se le ocurrió nada mejor en su joven cabeza, entró en el galpón resueltamente para retirar los odres vacíos, encontrándose que la excusa sobraba ya que los guardias estaban más borrachos que una cuba y desperdigados entre el heno muchos se daban a dormir.

El chaval se acercó sin complicaciones al improvisado calabozo, viendo que la muchacha yacía de rodillas sobre la madera sucia, mientras sus manos asían los barrotes de madera. Cuando vio acercar al niño lo llamó con una voz cálida y armoniosa:

¡Niño, venid os lo suplico! Hacedme un bien y acercadme un bocado, llevo dos días sin comer ni beber y las fuerzas me flaquean. No os asustéis, acercaos con confianza, no soy quien dicen éstos sino la hija de don Diego Alonso, de Aragón. Me han prendido sólo por tenderle una trampa a mi padre y quedarse con sus tierras, pues en estos días la iglesia no se conforma con poco. ¡Id pues por algo de comida! ¡Pero que no os vean, o estaré muerta antes del alba!

El mozalbete, que se había quedado de una pieza, no sólo por la historia de la desconocida sino por la belleza que ostentaba, se dirigió hacia la hostería saltando por entre los guardias borrachos, dispuesto a llevar a cabo el pedido de Leonor, tal era el nombre de la doncella, Leonor de Aragón.

Francisco aprovechó el ambiente festivo que había en la sala, donde aún estaban Zambrano y el fraile de puro palique entre risas y codazos cómplices. Buttarelli no daba abasto a atender las mesas y las gitanas se habían llamado a silencio, temerosas del Santo Oficio. El chaval se escurrió en la cocina, pidiéndole a la mujer del tabernero un cuenco con guiso para reponer la ración del fraile. La mujer ni lo dudó, llenando el cuenco hasta el borde para congraciarse con el comensal. A estas alturas nadie reparó en él, mientras se dirigía por tercera vez a las caballerizas con su preciado tesoro que no era más que un aguachento caldo que de guiso sólo tenía el nombre.

Al acercarse al calabozo, y tenderle por entre los improvisados barrotes el cuenco con la comida, Leonor se lo quitó de un manotón y comenzó a devorar la comida como un animal hambriento, como si fuera el mejor manjar del mundo.
Tomad niño -le dijo Leonor, tendiéndole un estupendo anillo de oro-, por vuestro servicio y por vuestro corazón.- Desde ese momento, Francisco se juró a sí mismo fidelidad absoluta a la doncella y a hacer lo imposible para sacarla de allí.
Guardó el anillo entre sus ropas y salió como había entrado sin que nadie lo viera, estaba orgulloso de su “secreto”…

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- Bien pater, demosnos la noche por consumida y vayamanos a descansar. El acuerdo esta realizado y solo queda comenzar al alba con nuestras intenciones.-dijo Zambruno sin perder la compostura por los efectos del alcohol.- Usted deje a la brujita en mis manos y ocupese de retrasar su juicio, no hay más.

- No hay más, que mejor le valga para salvar su pezcuezo, porqué si escapa esa sabandija le retorceré en el potro como si fuese un cabretillo.-contestó el fraile recomponiendo su vestimenta.-

Al subir las escaleras el pintor, se vio perseguido casi de inmediato por "La Carmela" y " La Pitones", que muy recatadas fueron a su caza sin llamar la atención de los religiosos.

- ¿A onde vá er bigotuo con tanta priza? -dijo la "Pitones.-
- Perdone, señorita,es bastante tarde y debo descansar.-contestó sin detener el paso y desnudando a la ramera con su mirada.-
- ¿Prisa, prisa paqué? -dijo la Carmela, desabrochando su escote.-
- Tengo bastante trabajo al amanecer y son casi las tres, ¿le parece bien a la dama?
- Oiiiiiiiiiiiiii, cucha usté, la dama.-exclamó la "Pitones".- pero si esta mujé e iguá de puta que una serviora, ¿a que viene tanto remilgo?
- No es mi intención ofender a nadie, así que si me disculpan...
- ¡Eh pinturero! que aquí la dama no quiere alcoba.-dijo la Carmela, plantandose frente a él sin dejarlo andar.- Lo que quiero é sirví de modelo pá sus cuadros.-añadió, aprovechando la concersación que había interceptado a escondidas en el comedor.-
- ¡Ah, no! pó si esta lo quiere é pozá, yo lo que quiero es contarte los pelillo de ese bigote, ¡Aiiii! que como tó lo tenga iguá de apermazao!!!
- Miren.-dijo apartandolas con sus brazos.- Mañana, si lo desean vuestras mercedes hablamos tranquilos y comprobaré si pueden servirme para ser plasmadas en mis cuadros o no, pero les vuelvo a repetir que o me dejan marchar o llamo a un alguacil.
- Gueno, gueno, so se ponga así er artista... -contestó la Carmela, temerosa de que apereciesen los frailes.- ¿Pero que es ezo de fasmada en ló cuadro?...

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