jueves, 31 de diciembre de 2009

CAPITULO V "Hay que convencer a la Gitana..."


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- ¡Que, que disiendo usté!-dijo la Pitones, puesta en jarras.- ¿Que ma cueste con er piojoso ese? , ni hablá der peluquin. Que una é mu honrá y elige a sus jombres por mostus propio, vamo cuando auna le sale del ji....
Pitone! ¿te pasa argo con el caballero? -preguntó, doña Rosario.-
- No dejeme usté doña Rosario, que yo misma me jentiendo con el señó. Lo unico que pasa é que le estoy esplicando que una sienta la jera donde le mande el palmito. que no jentendamo.-explicó la gitana.-Jande y vaya a preguntarle a esa morena, se llama la Carmela, y segurito que tiene estomago que yo, que soy refiná.
La mujer de Buttarelli, tras escuchar las razones de Santorcaz y entender en ellas ingresos substanciosos, tomó partido por la hazaña de la Pitones.
- Ande niña, no me sea ostuza ni testarua y jaga su trabajo. Totá a peores epesimine la é visto contentá.
- Bueno, doña, lo jare por usté, pero quiero dejá claro que en mi negosio mando yo, y no tiene que vení naide a gestionar ni mi agenda ni mis salarios. ¡Quea claro! , po seso, que l ajucha é mia y yo me entiendo. ¿Adonde a ío er tio de la barba?
- Sa levantao í ar corrá niña, ten pasiensia.
-Pero, doña Rosario. ¿Y no é mejó que ataque ar de la barba que saca monea de oro de la oreja?
-Ese me parese, perdé er tiempo, Pitone, que que macho parese santo.
- Pué por eso, con de sarva mi alma é capá de paga lo que jaga farta.
- Ande, ande, Pitone, tiene ar de las cabra, a por el.
- Hay que fatiguita grande con la peste a estierco que lleva er gachó.
-Ande, ande....
Y con paso de artista de sarao se fue acercando del brazo de Santorcaz hasta Casimiro...

MG

Casimiro no olía a hombre, olía a rebaño, a piara, a manada, a cualquier cosa menos a persona. Ya no se trataba de un simple olorcillo corporal, no, tenía una membrana por encima de la piel, una costra de sudor y mugre ante la que cualquier mujer se hubiese echado las manos en la cabeza, cuando digo mujer no me quiero referir a Casiana, por supuesto. El barbero dando cuenta de esto, le hizo una señal a la Pitones, que le diese unos segundos, y ésta retrocedió de mala gana. Nada, que la querían marear, pensó. Claro que para cambiar a Casimiro necesitaría de sus perfumes, y de algo más. Santorcaz pidió un fregón y un cubo con agua a Cristófano, que llegó a pensar que allí bebería el cabrero, pero el fregón que no se lo comiese que era al único que tenía y era nuevo del año pasado.

- Pues a juzgar por lo que oigo en mi cabeza no debe hacer mucho tiempo por que las voces se andan felicitando por el… es imposible antes de ese año nuestro señor hará armado algún que otro día del juicio final – se dijo Santorcaz.

Pidió a doña Rosario que le prestase una manta y la sostuviese a modo de biombo. Se negó, pero al menos le prestó la manta y de biombo se colocó Casiana con el animo de mirar. Como hacía frío se colocaron cerca de la chimenea y allí comenzó Santorcaz a restregar, al principio notó que las chinches huían en desbandada y que el churrete caía arroyado. Y todo esto regado con las mejores exclamaciones de Casiana.

- ¡Uhhh! ¡Qué sabrosón! ¡Este me lostreno yo!

- ¡Por nada del mundo visión! – gritó Casimiro – Escúcheme usted don barbero que si todo esto es para que el bicho este se me eche encima usted me deja que yo me voy para la sierra, mire usted.

- ¡Tenga vuestra merced paciencia! ¡Que aquí el único que está haciendo un esfuerzo es un servidor… Buttarelli, traiga vinagre, que esto apes… husmea!

- Aquí lo único que güele es la pasión, amol, tú y yo untito los do. Que locura… o los tre, me da iguas. Er churra grande y er pestoso, ay que riiiico.

Aunque el climax lo alcanzó cuando le bajó el pantalón y casó eso que todos sabemos. Ciertamente no era gran cosa, ni tampoco muy insignificante, algo situado en un término medio, pero la terminación era grande, por darle una semejanza le daré el de una seta, por lo menos. Entonces el biombo cayó, y los asistentes tuvieron que sujetar a Casiana que ya no era Casiana, era una fábrica de lujuria. Y el cabrero corría con el pantalón bajado como animal trabado, dando voces y maldiciendo. Mostrando a todos sus peludas y olientes vergüenzas. Allá por donde pasaba el vino se volvía agrio y la leche se cortaba. Casiana negaba una y otra vez, Santorcaz se santiguo y solamente al cabo de un rato y después de muchos apuros pudo continuar su trabajo. Aunque necesitaba un nuevo biombo ¿quién se ofrecería?

lunes, 28 de diciembre de 2009

CAPITULO IV: Del donaire del chaval y otras cosas que acontecieron…

LG

A tiempo había entrado Casimiro Cuevas, pues Juan el Sanguinario había transformado su rosada cara de niño en una cereza madura, de tan rojo que se había puesto por las palabras de Santorcaz… ¡Qué osadía! Decirle justamente a él que olía de los sobacos, a él, el pirata entre los piratas, el que por menos de eso había matado…


Sólo un instante se distrajo Juan de su ofensor, fue cuando Casimiro entró a pura ventosidad, luego, recomponiéndose, se dirigió al barbero con estas palabras:

Espero que Vuestra Merced, se retracte de palabras tan necias y burdas, que un caballero de los mares como soy, lejos está de oler de los sobacos, pues he traído de las Indias los perfumes más exquisitos a punta de espada y de sangre sólo por haceros agradable vuestra estancia a mi lado, caballero… Y no oséis tocar mi recogido cabello so pena de quedaros con un muñón donde tuvisteis las manos…

En otras circunstancias Santorcaz hubiera armado la de Dios es Cristo, pero con tanto nuevo forastero tenía para elegir, por lo que no le prestó la más mínima atención al niñato y se abocó a seguir la bolsa de oro que traía Casimiro, como al descuido.
Despechado aún más por haber sido ignorado, Juan el Sanguinario se apuró por interponerse entre Santorcaz y Cuevas, pero al momento, la ventosidad condensada que emanaba le hizo fruncir la nariz y echarse para atrás.

¡Por mil demonios! ¡Barbero! ¡Ofrecedle a este cerdo vuestras pócimas para el hedor! Que si va por otro ventisquero nos ahoga a todos juntos… -Si bien la voz no lo acompañaba, pues para hablar con franqueza sonaba bastante afeminada, el tono en que Juan se había expresado arrancó las carcajadas de toda la concurrencia además de su simpatía. Las gitanas rieron a la par de los borrachos y don Servando de Pilpozo hizo menear su abultada panza de tan tentado que estaba.

Envalentonado con el apoyo recibido, Juan el Sanguinario se plantó nuevamente frente a Casimiro, intentando nuevos aplausos:

Vuestra Merced dice llamarse Casimiro Cuevas, pero yo “casi miro” en toda la taberna y no veo “cuevas” en ninguna parte… -Lo que había comenzado como unas risas de momento se convirtieron en una gozada para la concurrencia. Lejos de enfadarse, el bueno de Cuevas rió junto a los demás. También a él le caía simpático aquel mozalbete…

MG

Santorcaz se asustó tanto que el pelo se le puso de pie como si fuese una cacatúa. Aquel joven, por momentos y dado su actual estado nervioso, se le antojaba muchacha. Sea como fuere de ningún modo le podría robar alguno de sus anillos de oro. Lo cual le apesadumbró, aunque aún tenía dos posibilidades los dos barbudos. Observó un poco y detenidamente, don Silbando parecía hombre cabal y en cuanto a Casimiro más bien parecía tonto tirando a bobo, o tal vez bobo tirando a tonto. Tenía que volver a replantearse su estrategia, agasajar al recién llegado en vez de descubrirle sus faltas, no fuera a ser que se contagiase y así quedara sin pan en una noche tan fría.

- Caballero, caballero, observo que usted es un recién llegado a esta ciudad. Gaste usted cuidado pues su aspecto, noble caballero engaña a las almas de noble corazón. Mas no se aflija pues ha venido usted a caer en buenas manos, mi nombre es Juan de Santorcaz cirujano barbero. ¿Dígame qué le trae por estas orillas?

Casimiro aún no sabía si estaba hablando con él con el tal Caballero, pero dado que no era bizco sin duda le estaba mirando, miró a su alrededor y no vio a nadie, se quedó con la boca abierta esperando que siguiese hablando, total no tenía otra cosa que hacer.

- Sin duda no me ha entendido, puede que venga de lejanas tierras, no me extrañaría pues su barba parece la de los pueblos del norte no me extrañaría que fuese usted vikingo, o quizá asirio…

- No mire usted, yo soy cabrero para servirle a usted y a Dios. Mire usted.

- Oh, noble caballero…

- Mire usted, ¿eso de caballero no será para ofender? Por que si es así le doy con la chivata en la cabeza y le asoman los sesos por la nariz.

- Oh, no, caballero significa noble hombre – dijo Santorcaz a punto de perder la paciencia.

- Aaaaah, ya.

- Bueno y ¿qué le trae por Sevilla?

- Pos buscar una moza que mira cómo la tengo para la edad que tengo... ahora que me ha dicho mi papa que estoy en edad de empujar... ya sabe usted, mire usted.

- Tal parece que Dios le ha depositado en mis manos, pues lo primero es hacerle atractivo, afeitarle un poco, un corte de pelo y un buen aseo. Estoy seguro que cambiaremos la piltrafa que está usted hecho en la envidia de la nobleza, las damas se lo disputarán como…

- ¿Un queso curado?

- Como un queso curado.

- ¿Con pan?

- Un queso curado con pan.

- ¿Con pan y vino?

- Un queso curado con pan y vino.

- ¿Y si a la señorita no le gusta el vino?

Santorcaz llegó a pensar que el tipo no es que fuera tonto sino que además le estaba contagiando. Entonces vio a Casiana y se le ocurrió algo, Casiana que no perdía ojo estaba rozando el éxtasis y se imaginaba en dónde podía ponerse la barba.

- Mire don Casimiro, ve aquella moza, yo creo que usted le gusta.

- ¡Ah! No está mal la moza, pero tiene mas pelo en la barba que yo. El ganado es más atractivo que ella, como me presente en la sierra con eso mi papa me apedrea, mire usted. Vamos, sin ofender, que sólo un desesperado pacería con una cosa así y eso que no está mal la moza. Pero mire usted, yo me voy a sincerar, que yo no quiero a una cualquiera, allá veo mozas muy saladicas y seguro son la mar de decentes, esas son las que quiero. Así que arrégleme para que yo me arrime.

Al fin se abrió la faltriquera, Santorcaz creyó que no lo conseguiría. Lo que sí se le antojó complicado era hacer de aquella piltrafa un hombre. En todo caso, haría buena pareja con la Pitones...

jueves, 17 de diciembre de 2009

CAPITULO III "De como los poderes de la alquimia se ponen al descubierto"


"S"

En esos locos momentos en los que se llenó la Hostería como si fuesen las dos de la tarde,don Servando Pilpozo, llamó educadamente con su mano a Butarelli, para que se acercara éste hasta su mesa.
-¿Le parese bien la comía, don Zervando?
-Si me lo permite vuestra merced, desearía evitar el hacer comentario ante esa cuestión, pero el hambre es el hambre...-contestó el anciano, tomando un sorbo de vino.- Pero no es esa la cuestión.
-Pue usté dirá, que se le ofrese-contestó el tabernero, algo molesto por el comentario que no aclaraba del todo si le gustaba la cena o no.-
-¿Cuento con la sinceridad de vuestra merced?
Ehhhhhh!
-Disculpe, no contaba con su necedad.-añadió displicente.- Quiero decir, mi querido amigo, que si puedo hacerle una pregunta, y que usted me conteste con el corazón en la mano.
- Porzupuesto, soy hombre de palabra cierta y verás.
- Bien... pues allá voy. ¿Contaba usted con la presencia de tanto personal a estas horas de la noche?
-Que don Zervando, si yo jiba a serrá ya.
-¡Cáspita! , otra vez me vuelve a suceder.-contestó, rascando su abundante barba.-
- ¿Que pasao, hombre de Dió? ¿es la comía?
- No, tranquilo tabernero, tranquilo. Verá, tengo un extraño poder que al parecer atrae la fortuna allá por donde me paseo, ¿comprende?
-¿Ehhh? , no. Pero espliquesé.-contestó, Cristófano tomando asiento en la mesa sin ser invitado, pero llevado por el olfato de la palabra fortuna.-
- Siéntese, no se lo piense (será mal educado el gordito éste)-pensó.- Como le iba contando... resulta que cada vez que entro en una taberna, mercado o cualquier otro lugar... sus propietarios llenas sus arcas de manera cuantiosa y de manera inexplicable.-explicó, apurando su jarra.-
- ¡Rosarioooooooooo! ¡Trae vino nuestro invitao!
La mujer del posadero, frunciendo el ceño y echando sapos por la boca tras soportar el grito de Butarelli, soltó de golpe la jarra del caldo de la casa en la mesa, salpicando la tez de su esposo.
-Perdonelá, es que lo zuyo e la cosina y de serví... como que no está mu puesta.-contestó, Cristófano para excusar el gesto de contrariedad de su mujer, que no daba abastos para servir la cena de los recién llegados y atender a los borrachos apostados en la barra.- ¿Por adonde iba?
- Sí le decía a vuestra merced que es usted un afortunado por dar cobijo a un servidor en su casa... Porque le aseguro que le llegaran doblones para llenar espuertas...
-¿Usté creeeee?
-Como lo oye, tabernero, como lo oye... Mire, si no...-y repitiendo el mismo gesto que con la Carmela, arancó de sus orejas un puñado de doblones.-
-¿Como jace usté jece truco?-preguntó, impresionado.-
-Ya le digo que no es cuestión de truco, señor Buterelli, sino que con simpleza el oro brota de mis manos y atraigo la fortuna para los demás... Eso sí, siempre que me encuentre bien tratado y servido en un lugar y no se perturbe mi paz espiritual.-apostilló.-
-No preocupe usté, que jaquí no le a molestá naide de naide...Vamos es le digo que en esta casa no le a fartá de naita. Ce lo juro.-añadió, Butarelli, besando sus dedos en cruz.-Ande saquemé otra moneita de la oreja...
-No abuse vuestra merced, que mi espiritu se desboca y toda la fortuna se puede convertir en desgracias en menos que canta un gallo.
-No, no,no, no ce me artere que ya jabrá luga de rascarme las oreja tarde. Ande termine de tomarse este vino, que está jecho lo güenos comensale..
-Digamos que para saciar la sed y tapar el frío.
- eso mismo... le dejo tranquilito que zu espiritu no se descabalgue ni de eso... Ande beba, beba.


MG

Una navaja afilada y experta se colocó en el cogote del borracho que increpaba al joven Juan el Sanguinario. Su dueño era otro Juan, Santorcaz que miraba al techo como si la cuchilla actuara ajena a sus propósitos y movida por una fuerza invisible. Lo cierto es que el barbero estaba también pendiente de las voces, intentaba desentrañar lo que decían porque cada vez se le antojaban más extrañas sus conversaciones: “ Dora decía algo del último lugar del mundo… Nirvana se reía por algo de las raíces, Linus se caía de risa y ¡les daba un abrazo a todos!, Liliana venía de las Galias, Ro deseaba felices fiestas ¿qué fiestas?, Mary hablaba raro no se le entendía Puff, jajaja, Apm mentaba a todos los allí presentes y les daba ¡un besote!, y para terminar un tal Charly T. (con ese nombre sólo podía ser un corsario) hablaba de personajes raros, definitivamente el hechizo al que estaba sometido le robaba la razón y parte del entendimiento.

Regresando a la realidad miró al borracho quien se había orinado y obviándole se apartó para saludar a los anillos de oro, perdón, a Juan el Sanguinario.

- Perdone usted los comentarios inoportunos de los aquí presentes, para disculparle aún más tendremos que tener en cuenta que quien habla es el vino y no él. Mi nombre es Juan de Santorcaz Paloma, para servir a vuestra merced, veo y por tanto observo, que no es usted digno de tan obtuso lugar, se nota a lo lejos que su noble linaje se ensombrece en este local, mas la suerte la ha guiado hasta mí con un propósito bien singular, le huelen los sobacos mi señor, perdone usted, pero desde que entró el olor me embriagó, mas no se apure, que aquí tengo un tónico que es capaz de desbaratar la pocilga que usted tiene entre los brazos, y no sólo eso mi noble caballero, sino que las damas caerán rendidas a sus pies, cuando digo damas no me refiero a ese ente llamado Casiana. Por otra parte tiene usted el peinado descuidado permítame…

En ese instante contempló la escena que se desarrollaba en la mesa contigua, en donde don Silbando sacaba monedas de oro de las mugrientas orejas de Butarelli, como si su inmensa cabeza fuese una olla llena de dineros. Tan arrobado quedó Santorcaz que se olvidó de voces, Juanes y damas, desde luego era lo más sorprendente que había visto nunca. ¿Qué tenía aquel hombre entre las manos? ¡Pero qué manos! Era un barbudo con pelo, ¡pelo! Ya tenía una disculpa para acercarse al caballero y así lo hubiese hecho si no fuese porque la puerta de la calle se abrió entrando una bocanada de frío como nunca se había conocido en Sevilla, y como si fuese el responsable de todo el temporal se personó Casimiro Cuevas que se sacudió como un perro y se le escapó una sonora ventosidad por todo saludo, sonrió a modo de disculpa dejando entre ver una dentadura blanquísima que se destacaba por debajo de su tupida barba, pero hubo algo que dejóaún más perplejo al barbero, tenía una bolsa con dineros. De aquel modo quedó Juan Santorcaz, mirando al pirata, al mago y al cabrero, dando las gracias a Dios porque seguro que no le faltaría el trabajo esta noche. Aunque le rogó al Todopoderoso que no fuera como en la anterior en la quede sobra está recordar cómo terminó.

Mientras Casiana observaba a todos pensando lo mismo pero por otros motivos. La cordobesa repartía los ojos como un camaleón en medio de una plaga. El éxtasis la invadía, la lujuria se paseaba por su vellosa cara y humedecía sus pensamientos. ¡Frío! Esta noche sería de agosto, se dijo.


domingo, 13 de diciembre de 2009

CAPÍTULO II: De la cuarta aparición en aquella noche de perros…

LG

Y cuando parecía que ya nada ni nadie más, podía sorprender a los presentes, por cuarta vez en aquella noche helada se abrió la puerta de la hostería. Los pocos parroquianos que a esa hora quedaban y los forasteros que habían llegado momentos antes, dirigieron su mirada hacia la puerta de roble, inmensa, maciza y bastante maltrecha merced a haber sufrido sin querer, los palos de los innumerables altercados que allí se armaban.

Lo dicho, en el vano apareció una figura menuda enteramente embozada. Vestía el chaval, pues eso parecía, una capa marrón deslucida y hasta los pies, con una capucha que le cubría la cabeza casi por completo, dejando apenas espacio para que los ojos no quedaran tapados. Llevaba al hombro un saco viejo de color indefinido y de abultada apariencia. Los copos de nieve le resbalaban de encima y derritiéndose en el camino, se hacían charco a sus pies.

La concurrencia quedó expectante, Santorcaz esperaba que el extraño tuviera larga cabellera que tusar o dientes tan podridos que necesitara de su servicio. Casiana la cordobesa, miraba con interés libidinoso, sin importarle la presencia del barbero, en cambio Servando del Pilpozo, mantenía una sonrisa afable y bonachona y en sus ojos se notaba una cierta satisfacción.

La Carmela acudió solícita para ayudar al extraño a quitarse la capa, mientras dejaba en el suelo, el saco viejo. Si todos estaban atentos al fulano, la sorpresa se adueñó del lugar cuando se descubrió bajo la capa a un fiel exponente de… ¡un pirata! O para mejor decir, de un pichón de pirata…

No tendría más de veinte años el chaval en cuestión. Llevaba un pañuelo atado a la cabeza y anudado en la nuca. La camisa que asomaba por debajo de su chaleco ostentaba una serie de volados blancos y puntillas de seda pura, las botas hasta la rodilla, negras y en punta, estaban rematadas por grandes hebillas doradas que hacían juego con las cadenas de oro que llevaba al cuello y los innumerables anillos que adornaban sus dedos, a razón de dos por cada uno de ellos.

Su cara aniñada e imberbe se esforzaba por demostrar un gesto de suficiencia que no tenía. El silencio sepulcral que se había posado en la hostería se rompió cuando el chaval, quiso dar unos pasos hacia el mesón donde estaba Buttarelli mirándolo, y al no reparar en su propio saco que estaba en el suelo, se lo llevó por delante cayendo ostentosamente con las raíces para arriba (nótese vuestras mercedes, que mi recato me impide decir que quedó culo pa´arriba).

Las gitanas y todos los demás, se deshicieron en sonoras carcajadas, menos el anciano que se limitó a bajar la cabeza y a esbozar una sonrisa divertida. La Carmela, ni lerda ni perezosa corrió hacia el niño que yacía en una posición nada elegante y con las mejillas arreboladas por la vergüenza.

Levantesé mi arma, que aquí no ha pasao ná, –le dijo tratando de no reírsele en la cara- dejemé que lo ayude a ponerse en pie, no sea que las cucarachas del lugar se lo lleven a usé pa´l nido. –Todos volvieron a reír. Cortado por la situación pero con cara de rabia, el chaval dijo con una voz poco varonil (para qué negarlo):

No os riáis tan livianamente, señores, tenéis el honor de estar hablando con Juan de Ratatuille, el Sanguinario, pirata de los mares del Caribe, y como veréis, mi nombre os dice la fama que he cogido en esos mares de Dios …

Uno de los borrachos, levantó la cabeza que descansaba sobre la mesa y dijo a voz en cuello: -Perdone usté vuestra noble alteza, pero por lo visto usté es sanguinario solamente en alta mar, porque lo que es en tierra más parece un niñato que fiero pirata.

Una nueva andanada de carcajadas retumbó en la hostería. Juan el Sanguinario, había caído, sin darse cuenta, en un lugar más asqueroso que la bodega de su propio barco…

M.G.

Ajeno a todo lo que comenzaba a cocinarse en el figón de Butarelli, apareció un ser con el calzón medio caído y una barba de años llega a la puerta de la hostería, mira el cartel de la puerta y deduce que allí puede comer algo caliente. Hace frío, no se sabe por qué extraño conjuro ha nevado en Sevilla. El individuo se rasca el trasero, la cabeza y el culo de nuevo. Duda si entrar o no. Intenta recordar lo que le dijo su padre, algo sobre que intentase parecer que no fuese él mismo, lo cual es algo sumamente difícil. Se palpa la faltriquera, sí, sigue teniendo dinero. Toca un pequeño morral que lleva a la espalda del que sale un olor a queso inconfundible. En ese momento varios viandantes, pasan a su lado y salen despedidos como si una fuerza superior los alejase. De su cuerpo, sale invisible un tufillo que emborracharía a una rata. El tipo se rasca la barriga, aún se haya indeciso, lanza al aire una especie de gruñido no se sabe muy bien por qué. Seguía recordando lo que le dijo su padre, las instrucciones para moverse por la ciudad, ¡bah!, las había olvidado, además qué podía saber su padre de ciudades. ¿Cómo fue, cómo fue qué le dijo?

- Hijo mío, se me antoja que pacéis mucho con las cabras y antes de que te me hagas un cabrón te has de enmendar. Te marcharás a la ciudad en busca de mujer y cuídate mucho de traerte una pelandrusca. Que para eso ya tenemos a la Manola.

- Pero papa, yo no sé qué decirle a una mujer.

- Y yo que lo sé, pero no puedes estar toda la vida dándole alegrías a las cabras, ya es hora de que me hagas abuelo. Y no creas que las mujeres son como las bestias, hay que hablarles… eso va a ser un problema. Hijo, tan sólo tienes que parecer que tienes dineros y no debes ser como eres, vamos que nadie vea que eres un burro. Mejor no hables.

- ¡A ver papa en qué quedamos!

- Que hables poco, ¡copón!, Vamos a ver, vamos a ver, déjame pensar. Escucha bien lo que te dice tu padre y seguro que triunfas…

Pero Casimiro Cuevas en ese instante se puso a pensar en las nalgas de la Juliana, anchas y llenas de vellos como el tocino de ibérico, ¡ay qué rica!, la vio una vez en el campo dando rienda suelta a su vejiga, y desde entonces esta erótica visión le traía nublado el ánimo. A todo esto su padre cha, cha, cha, y no se enteró de nada.

- Anda corre y ve a Sevilla a ver lo que te traes, que allí hay mozas que por comer a diario se zampan a un mozo aunque sea como tú. A ver si me haces abuelo de verdad, porque si no cualquier día una cabra parirá un fauno.

- ¿Eso qué es papa?

Ahora mismo llevaba tres días en Sevilla paseando y alimentándose únicamente de queso. Mirando arriba y abajo, observando a los barcos flotar, ¡qué misterio!, los carruajes llenos de ruedas que dan vueltas y de pájaros que se cagan encima suya. Además por si fuera poco nevaba, pero era navidad y era tiempo de milagros, hasta ahora las mujeres que se le habían acercado nada más verlo y olerlo se retiraban. No sabía muy bien por qué, pensaba rascándose el trasero.

Allí se encontraba pensativo ante un tablero colgado por dos trozos de cadena oxidada y llena de una extraña nieve, lleno de garabatos en donde cualquier persona que supiese leer sabría que había llegado nada más y nada menos que a la Hostería de Cristófano Butarelli. Tenía que entrar porque la vieja ciudad de Sevilla esta noche tenía canas.

jueves, 10 de diciembre de 2009

NUEVA HISTORIA. CAPITULO I "La Magia de la Navidad"


"S"
"La turbulenta historia de amor entre la Duquesa y el Torero, dejó planear sobre la Hostería una plácida calma en la que empleados y clientela respiraron por un tiempo de sobresaltos, peleas y discusiones. Pero, una tarde fría del mes doce, ya cercana a la natividad del Señor, comenzaron a caer unos pequeños copos de nieve que sirvieron para decorar la ciudad y limpiar el hedor de las calles más emblematicas del lugar. Eran tiempos de helada, y la Hostería de Cristofano Butarelli, como todo negocio, se resentía en clientela debido en parte a los problemas del viajero para recorrer grandes distancias a caballo o en carruaje y en parte al sentir del espiritu familiar y navideño que se respiraba por todos los hogares, en los que reunirse en torno a un buen caldero de buen caldo y un buen pavo a la brasa eran de los rituales que a nadie le apetecía perderse.
Cuando Butarelli, parecía despachar las últimas jarras de vino antes de cerrar a los clientes más borrachos y despreciables que paraban en su negocio. Apareció por el portón un señor de avanzada edad, con largas barbas y cabellera blanca, que parecía sacudirse la nieve de sus hombros y que venía bien abrigado por una capa negra de forro rojo que le daba un aspecto de lo más señorial.
- Mirá mujé -indicó el tabernero a doña Rosario.- parese que aún vamos jasé negosio hoy-añadió.-
- ¡Ozú! , que garbo tiene er señó-exclamó su mujer.- ¡Niñas ar salón! , que parese que pue vé trabajo-indicó a las gitanas, que estaban terminando de despacharse dos platos de puchero con toda su "pringá".-
- Que vaya la Carmela, que yo no estoy pá perdé er tiempo con viejos de longanisa floja.-contestó la "Pitones".-
El recien llegado, se despojó de la capa con aires de nobleza y avanzó con parsimonia ante la atenta mirada de los borrachos que no lo dejaban de mirar como si estuviesen contemplando la aparición de un difunto.
- Buenas noches tenga vuestra merced, posadero y la compañía-saludó el desconocido, mirando de reojos a las gitanas.-
- Buenas noche también esté.-contestó, Butarelli, ante la mirada pícara de doña Rosario por entre las cortinillas de la pequeña ventana de la cocina.-
- Necesito comida y amparo ante esta tenebrosa noche de perros que se nos ha presentado.-solicitó con exquisito temple y educación el desconocido.- Mi nombre es Servando del Pilpozo, y vengo a la ciudad para entablar ciertos negocios...
- No cé preocupe que en mi hostería encotrará tó lo que busca pá calentá su estomago y pá descansar de tan largo viaje.
La Carmela, siempre solicita, se acercó a él para acompañarlo a una de las mesas.
- Gracias, buena moza.
- Las que usté me tiene, don Seferino.
- Servando, señorita, mi nombre es Servando del Pilpozo, para servirla a usted.
- Ojú chiquiyo, que educao. Quién está jaquí pá servirlo é una serviora... , ya usté me entiende-contestó la gitana, guiñando un ojo y aflojandose el corpiño.-
- No quisiera serle descortés, mi querida dama, pero esta noche no hay más que me apezca que darle buen remiendo a mi panza y echarme a dormir.
- Como voy a pensá yo que usté es descorté miarma, si no jabio caballero má educao por esta santa casa en años. Lo que le digo é que no me importaría ayudarlo a darse un bañito caliente y arroparlo jasta que se me duerma en lo brazo.
- Bien, agradezco su comprensión. Y quizas deme el cielo aportunidad para ser acunado en entre sus brazos, tome- y metiendo su mano entre los cabellos de la gitana sacó un doblón de oro como por arte de magia.-
Doña Rosario, siempre atenta al negocio se acercó para servile un poco del aceitoso caldo del puchero y una ración de venado a la parrilla bien tostado, mientras la gitana Carmela, mordía en una esquina, aún sorprendida, la moneda que le había regalado don Servando.

MG

En estas que la chirriante puerta de la hostería se abrió y apareció el caballero de la larga lanza, Juan de Santorcaz Paloma. Lucía las mismas ropas que la noche desapareció por los callejones de Sevilla, cuando Casiana la cordobesa operó el milagro. En casi nada había cambiado, salvo en que venía demacrado y el pelo le había crecido. Al entrar se quedó extrañado, pues parecía querer encontrar dentro a alguien en concreto cuando realmente se buscaba a sí mismo. Nada más poner el pie dentro comenzó a hablar para todos, no parecía el mismo que abandonara precipitadamente la hostería.

- ¡Ah, mísero de mí! ¡A infelice… recuperar la cordura pretendo! Pues al salir de este lugar me pareció que aquí dejase, como por despiste, toda mi razón. Y sin miedo vuelvo a esta casa a recuperar lo que me fue quitado. Desde aquella noche no hago más que oír voces en mi cabeza. Cosas sin sentido, “convidado de piedra” dice un susurro, AMP encabeza otro, una flor de lis veo en el techo, y hasta un gato que escribe y se llama Mari… Ya sé qué pensarán vuestras mercedes, que maldecido me hayo. También así lo pienso. Maldecido y huido, pues una bruja tiene a bien perseguirme y como el súcubo que es extrae de mí mi alma – y como espoleado por una invisible daga su cara recuperó la alegría - . Por lo demás vuelvo a ser el mismo, el mejor barbero que Sevilla parió, no me extrañaría que me hiciesen una ópera. Sigo buscando el Neguijón y convierto a un viejo barbudo en un elegante caballero. A las señoritas les puedo acondicionar el pelo, y al amo de esta casa cortar las uñas antes de que éstas se transformen en mejillones y se hagan al río. A la dueña de la casa haré una limpieza de boca para que no huela a culo y a los niños un tratamiento antipiojos para que dejen de dar por saco…

De nuevo la puerta rugió, y una sombra siniestra se tragó la poca luz que pudo entrar. Las gitanas al verle dieron un respingo, el mismo Butarelli escupió, hasta las arañas de los rincones huyeron a sus huecos. Casiana la cordobesa, entró y dedicó un beso al aire para toda la concurrencia. Santorcaz volvió a mostrarse apesadumbrado.

- Amol mío, ya ´staqui tu plinsesita. Qu´alegría ia mía, Putarelli una arra vino, qu´invita mi prima la Pitone. Que vin borrasha al Santorcas pa que selalegre la paarita.

Santorcaz se santiguó, el súcubo había llegado.


domingo, 6 de diciembre de 2009

CAPÍTULO XVI: De cómo terminó esta historia...



LG

Quedóse la Duquesa envuelta en una sábana mojada esperando que toda aquella tropa saliera de sus aposentos. Había quedado con los brazos arañados de su reyerta con la Pitones y el cabello enredado como nido de pájaro, la imagen que daba era desastrosa. La Rosario salió muy oronda habiendo embolsado la generosa paga por su silencio, la Pitones, tan desgreñada como Isabel y con el vestido hecho jirones, pegó media vuelta yendo hacia las escaleras pero aún en pie de guerra, pues la Carmela no paraba de acicatearla.
Entre tanto, los guardias que el Duque había dejado a cargo de su amada, se mostraban desconcertados y sin atreverse a pedir explicaciones a la futura consorte. Viendo sus semblantes preocupados y atentos, se dirigió a ellos con toda dignidad (bah, la que le quedaba) y les dijo:

Supongo caballeros que no creeréis una palabra salida de los miserables labios de esa gitana despechada, pues el caso es que el infame torero se ha metido a mi alcoba con intención de robar mi… virginidad, la misma que tengo destinada a vuestro Señor. Pero no desesperéis por mí, que a buen recaudo ha quedado, el acosador ha caído en su propia trampa de intrigas merced a la mujerzuela que habéis visto. Id en paz, y sobre todo, no digáis nada a mi prometido, seré yo, pues, quien sabrá como hacerlo. –Acto seguido, echando mano a la abultada bolsa de monedas, les extendió a los guardias un buen puñado de ellas-. Tomad, id por buena cerveza y olvidad lo que aquí habéis visto.

Los guardias se miraron entre ellos y comprendiendo que no podían contrariar a la Duquesa, tomaron las monedas y se fueron muy animados escaleras abajo. Entre tanto, el Niño del Corral Candelas continuaba corriendo desnudo entre los matorrales del bosque, seguido por su segundo, el Rafaelillo, quien llevaba el atuendo de luces del torero, corriendo detrás de él. Era de ver la imagen que las gentes del lugar presenciaban por aquellos lugares.

Pasada una hora aproximadamente, un mensajero del Duque, cubierto de polvo y sudado por largo viaje, golpeó a la puerta de Isabel. Esta ya se había vestido y arreglado, había recogido nuevamente su cabello, con los piojos incluidos y se estaba acomodando uno de sus despiadados escotes cuando abrió la puerta. El mensajero, luego de saludarla con una reverencia exagerada, tal vez para estar a la altura de las… pechugas de la dama, le hizo entrega de un sobre lacrado con el sello del Duque. Isabel, luego de despacharlo, cerró la puerta tras de sí y se dispuso a leer el mensaje, que decía lo siguiente:

Mi querida Isabel:

Con todo pesar os hago saber que a través de las malas artes que se cuecen en este palacio, he sido engañado y traicionado por los esbirros del Rey, de suerte tal que he perdido, no sólo mis posesiones, sino también mis títulos nobiliarios.
Confío que Vuestra Merced, aún me haga el honor de contraer matrimonio conmigo, pues supongo vuestro amor, más fuerte que mis riquezas.
Con toda mi esperanza:

Vuestro, por siempre.

A Isabel se le arrebolaron las mejillas de tal modo que la transpiración comenzó a correrle el maquillaje que se había colocado. Apretando los puños y los dientes de la rabia, echó el ingrato papel al fuego de la chimenea y comenzó a preparar sus baúles. Luego llamó a la Rosario y volviendo a pagar su silencio y sus servicios, cosa que la mujer a duras penas podía creer, le dio orden de bajar sus baúles y embarcarlos en un carro hacia sus propiedades. Luego pidió un caballo de los mejores que había en la hostería, y el mejor, era peor que Rocinante os lo puedo asegurar.

Montando como una experta ante los ojos asombrados de la concurrencia, echó a andar a todo galope hacia el bosque donde el Niño había escapado con sus desnudeces y sus vergüenzas. Al cabo de unos minutos lo alcanzó en un claro del bosque, ya vestido y acompañado de Rafaelillo, quien se lamentaba de la suerte de su señor. Isabel desmontó presta como un león rampante y corrió hacia el Niño, quien la miraba con desconfianza y pavor, pero una vez que llegó a su lado, le echó los brazos al cuello y besándolo apasionadamente, le dijo:

¡Voto a los cielos que de aquí en más seréis mi único Señor! Pueden irse de paseo el Duque y vuestra gitanilla de poca monta… mi pasión os pide una sola palabra, merded a la cual, me iré para siempre o para siempre seré vuestra…

El Niño del Corral Candelas, luego del impacto que le produjo este desborde de Isabel, rodilla en tierra le dijo:

¡Que mi arma no lo dude, con este toro yo me quedo! –Y nuevamente se abrazaron y besaron apasionadamente, intercambiando piojos y picores de por vida...
Lo que nunca supieron ninguno de los dos, fue que el Duque había conseguido no sólo las tierras, sino un castillo y abundante dote, y que el mensaje enviado a Isabel sólo tenía la intención de sacarse a la molesta dama de sus narices y con ella, los cuernos que lo habían adornado hasta el momento...