domingo, 21 de marzo de 2010

La primavera la sangre altera

MG

Detengamos el tiempo para jugar con él. Situemos a los personajes como piezas de un tablero de ajedrez, tenemos a Santorcaz sorprendido y dando la voz de alarma, a Casimiro que va en su busca después de agobiar al Niño del Corral, a la Pitones que mira a su Niño con una mezcla de cariño y reproche, por último tenemos a don Silbando quien devora un trozo de queso aparentemente ajeno a la escena.

No, no me olvido de Juana la Sanguinaria. La pobre mujer se ha visto sorprendida y sin pretenderlo se sitúa en el epicentro de la atención. Casimiro llega y observa a la dama con sorpresa, lo primero que siente es un gran alivio, ahora lo explica todo. En estas últimas horas su virilidad se había visto turbada y en las próximas, su mundo iba a quedar trastocado para siempre.

- ¿Pero qué dice usted?preguntó a Santorcaz.

- Cómo que qué digo, Juan el Sanguinario es una dama, acabo de verle el trasero.

- ¿Queeeeé? Que le ha visto usted el mondongo.

- Enterito y en pompeta, así para zambullirla, puedo certificar que es una mujer, además tiene unos pechos como...

- Calle, calle. Lo sabía, lo sabía – afirmó el cabrero molesto – por eso estaba yo tan barruntón, la reconocí por sus apestañas. Las mujeres las tienen más largas.

La dama se acercó ruborizada, no sabía qué decir por lo que bajó la miraba avergonzada. Santorcaz arrobado por su belleza se echó a sus pies, le besó la ensortijada mano y le dedicó unas palabras.

- Oh, señora, tenga a bien perdonar a este triste pecador. Cuán turbado me he visto al ver pasar ante mí la belleza y no saberla reconocer…

La mujer se encontraba atónita, por primera vez en muchos años estaba siendo adulada y no sabía qué se suponía debía de hacer. Casimiro sintió un ataque de celos terrible, las flechas de amor le habían atravesado el pecho y sentía que de un modo tan repentino que por un momento creyó perder el juicio. Fue como un desfallecimiento, un ligero mareo y todo cambió, Santorcaz acariciaba la mano de su amada, se le había adelantado. A sus espaldas la gente se amontonaba atónita observando la prodigiosa metamorfosis del muchacho en diosa. Tenía que reaccionar, adelantarse al barbero e incluso al torero que lentamente se acercaba para desesperación de la Pitones. ¿Pero qué podía hacer, qué podía él decir consciente de sus carencias verbales? Estaba acongojado observando como el barbero le robaba la atención de su dama. De todos modos, nunca tuvo posibilidades, qué podía hacer un pobre cabrero para conseguir los favores de una señora así, ahora parecía un hidalgo, pero por dentro seguía siendo un bruto. En ese instante, entró en escena el torero quien también la agasajaba, para tormento de las gitanas. Poco a poco, Casimiro abandonaba, dio media vuelta y se dispuso a pagar lo que debía en la hostería y regresar al monte, con los animales. Ese era todo su universo, cerros y barrancos, arroyos y mesetas, ganado y soledad. Sin embargo, Juana le miraba de reojo, apenas le perdió un instante la vista y Casimiro había desaparecido.

Casimiro pagó a Buttarelli, dejó hasta la última moneda para Santorcaz y se dispuso a largarse, apenas sin ánimo para despedirse. Pero alguien más le observaba, don Silbando quien cruzándose en su camino le dijo:

- Casimiro, no puedes irte así, tienes que decirle adiós a ella.

- Pe… pero…

- No hay peros, adelante. Confía en mí – le dijo en un guiño.

Casimiro titubeante se volvió y desafiando a la multitud avanzó, en esos instantes Juana se veía rodeada de pretendientes quienes como moscones no la dejaban ni respirar. Al ver al cabrero avanzar a la muchacha se le iluminó el rostro. Ambos se colocaron uno en frente del otro, ahora ya parecían estar solos, como si el resto del mundo se hubiese venido abajo, como si nada existiera porque ya nada importaba.

- Señorita yo no sé hablar… - don Silbando hizo uno de sus sortilegios y las palabras que soltaba el cabrero se transformaban y llegaban a Juana de un modo distinto – a mi usted me gusta mucho es muy guapa y apesta muy bien (Amada mía, propietaria de mi tristeza y mi felicidad, quisiera ser aire para que me concedieras un suspiro) y cuando usted enseña los dientes son muy blancos y uno al lado del otro ( ser alegría para provocar una de tus sonrisas), tienes más tetas que la clarita a la que le saco tres litros de leche ( encadenaré mi corazón a tu pecho) pero tetas, tetas ( tu inmenso pecho). Por usted mando las cabras a tomar por culo, vamos que estoy por renunciar, ahora mismo voy y le digo a mi papa que se las meta por los huev… (Mi mundo ya no es mundo, mi vida ya no será la misma desde hoy, pedídmelo y lo dejo todo) yo quisiera comprometerme con usted y proponerle compromiso (pertenezco a usted como a la noche sus estrellas, como al río su orilla, como al infinito la eternidad) para acostarnos juntos todas las noches ( quisiera vivir en tus sueños para yacer junto a vos en su alcoba) y no separarme nunca de usted, porque ya no me queda nada más en el mundo que no sea o venga de usted.

Juana no oyó más, se abalanzó al cabrero y con un beso sellaron su amor. Santorcaz dio varios pasos hacia atrás y desapareció. El torero hizo un gesto de desdén y se encontró con las gitanas que lloraban de emoción.

Don Silbando pagó con una única moneda al barbero y le dijo:

- Tú sabes porqué.

Santorcaz iba a decir algo y se lo tragó, don Silbando le había visto. Era el momento justo de largarse, tomó la puerta y se encontró con que era de día y hacía calor, ya no quedaba nada de aquella fría y nevada noche de navidad. Se quedó extrañado mirando a todos lados, se llevó un dedo al bolsillo y extrajo una sortija de oro que había robado a Juana cuando le besó la mano. Rió con codicia, por fin, por fin, se dijo, por una vez parecía salirse con la suya. Qué más daba que don Silbando le hubiese dado una única moneda que no era ni del prometido oro, aquel anillo valía una fortuna. Pero alguien más le observaba, su talón de Aquiles.

- Hola mi amol, te llevo mucho tiempo´sperandote, desde navidas. Ahora es primavera y están hablando de amol. Tú y yo vamo a hasel el amol hasta sudá. Asín, asín como bestias en selo.

- Usted y yo no vamos a hacer nada, está loca, falta mucho para la primavera.

- No, no, cariñito hoy entla la primavera, o hasemo el amol o me chivo a los aguasile, que la hostería está llena.

- Estás loca, vengo de la hostería y no hay ni uno – y dicho esto retrocedió hasta la hostería en donde al abrir la puerta se topó con media docena de aguaciles bebían, reían y jugaban a los dados.

A Santorcaz se le emblanqueció el rostro, ¿qué demonios había ocurrido? ¿Qué clase de magia era aquella? Lo peor es que Casiana estaba a su espalda, reclamando un peaje para poder llevarse el anillo. El barbero se dio la vuelta y Casiana le agarró por sus partes.

- Que ricoooo, que glande, mi tesoooro. Vamos amol que el chocho me aplaude.

Pobre Santorcaz, nunca nadie pagó tanto por una sortija de latón.

domingo, 14 de marzo de 2010

CAPITULO XIII "NO ESO NO..."

"S"

Estanto presto, el Niño del Corral en tareas de flirteo con las gitanas, tras el descalabro de la corrida celebrada esa tarde, cuando Casimiro, miró con fijeza como res brava la taleguilla del torero trianero, que bien ceñida la dejaba ver entre las fulanas de la Hostería.
(¡Hay que vé er parato que jesconde er torerillo en la entrepierna!) -pensó con los ojos fuera de órbita.-
En esto que el torero apoyo sus codos en la mesa de las gitanas para acerca su rostro a la "Pitones", mientras la Carmela toqueteaba sus piernas bajo la mesa pensando que quizas fuese ella la que aprovechase el sueldo ganado en la plaza ante la indiferencia mostrada por su compañera, cuando Casimiro, no lo pensó dos veces y se acercó por detrás propinando un disimulado estoque en las traseras del Niño, que con rapidez giró su cuerpo en redondo.
- ¡Pero que paja aquí!-exclamó espantado.-
- Lo ziento, Maestro, he tropezao con un gueso de aceituna y casi me mato.-contestó, Casimiro, orgulloso de sentir por un momento las posaderas del valiente maestro contra su portañuela.-
-¿Tropesao? , mire su mersé que má bien ma paresío ca querío endosarme la vaina.-añadió, el Niño, ante las risotadas de las gitanas.-
- Pero ¿porquién me toma vuestra mersé? Un es mú macho.
- ¿Macho? si será, ¿porque o anda bien formao o se la io la borsa der parné por un hueco der borsillo?
-No le consiento que sospeche de mi viriliá, venga a mi mesa y sanjemo er asunto.
- Mire buen hombre, mejó vayasé a su mesa y dejeme termina la faena con las señoras jaquí presente.-contestó el torero, recomponiendose aún del embite.-
- Me ofende vuestra mersé, y no pienso asestarle una negativa a mi invitasión.-contestó, Casimiro, frunciendo el ceño en señal de enfado.-
- (Vaya hombre que me van a tocá lidiá con tó los majarones que paran en la bodega).-pensó el torero, disculpándose de las gitanas para aceptar a continuación con desganas la invitación de Casimiro.
Me voy a tomá esa jarra de vino con vuestra mersé porque juno é educao, pero le vuervo a desí que su tropesón é má sospechoso que una cabra en la casa de un cabrero.
- Venga torero no se mé enfade que su való é de envidia, y no está bien que se fie de un burlaco y no de un hombre cavá como lo es un servidó
. -contestó, Casimiro, sabiendose ganador de la maniobra de atraerlo hasta su mesa, ya que para el que todo sería cuestión de emborracharlo y servirle en la bebida los mejunges comprados a Santorcaz ,. De esta manera el torero caería rendido a su grupa. Las gitanas, mientras tanto continuaban riendo a dos carrillos al saber de sobras la tendencia sibilina de la que hacía gala Casimiro en asunto de alcobas..."

domingo, 7 de marzo de 2010

CAPÍTULO XII: La sorpresa…

LG

Luego de la corrida en la que le había propinado sendos leñazos al pobre Diego Cerrojo, que encima de haber quedado calvo de abajo, luego quedó tiznado y aporreado de arriba, Casimiro volvió a sentarse en su lugar.
Como decíamos, Juan de Santorcaz comenzaba a hacer carpa de sólo mirar a su tocayo, Juan el Sanguinario, el pirata que mejor culo tenía en toda la Malasia, el Caribe y los mares del Nuevo Mundo, según su apreciación. Y he de asegurar que su apreciación ya era harto notoria.

Pero lo que aún más lo excitaba, era el hecho de que el joven, habíase agachado para atarse el cordón de su bota, que justamente se le había soltado. En eso estaba cuando se escuchó un “Riiiiiiiiiip” y el pantalón del sanguinario se abrió al medio por la fuerza que hacían sus cachetes allí apretados. Cuál no fue la sorpresa de todos cuando debajo de aquel varonil atuendo, afloraron unas primorosas bragas color de rosa.
Santorcaz babeaba encima del cabrero que, como estaba de espaldas no había visto el espectáculo, que de verlo, también hubiera corrido al barbero a fuerza de leñazos para quedarse con el mozo, moza o mariconcete…

El Sanguinario, se levantó de golpe y corrió como una exhalación, escaleras arriba, hacia sus aposentos, mientras su cara se ponía colorada como un tomate. Salió Santorcaz, con el carajo al tope, corriendo tras él, y cuando llegaron ambos, al mismo tiempo, a la puerta de la habitación, el barbero, queriendo asir al otro Juan por un brazo, erró el zarpazo y le arrancó de cuajo sombrero, bandana y… peluca. Todo resultó en apenas unos instantes, de forma tal que unos cabellos morenos, largos y rizados, afloraron como una cascada sobre los hombros de él o ella, o vaya uno a saber qué.

Pe… pe… pero ¿Qué diantres está pasando aquí –vociferó sin creer lo que veía, cuando en el forcejeo, que no cesaba, la camisa del Sanguinario se abrió de golpe y un par de bellísimos pechos le saltaron a la cara-. ¡Mare mía! ¡Qué melones! Entrad a vuestros aposentos que yo os haré guardia de honor, sin espada pero con todas las armas… -Le dijo al ex – Sanguinario, mientras las babas le mojaban su propia camisa de tanta excitación-. ¡Yo sabía que algo raro pasaba aquí! ¡Una mujer! –Gritó-. ¡El pirata es una mujer!

Gran error por parte del barbero el haber dado la alarma. Porque al escuchar "¡Una mujer!", Casimiro, el archiduque de las Cabrias, se venía corriendo como un toro para embestir lo primero redondo y acolchado que encontrara en el camino, aún no se sabía si eran las posaderas del ex – Juan o del "todavía" Juan de Santorcaz.