viernes, 29 de julio de 2011

Del pirata francés y el torero antitaurino

M.G.

De repente, de una patada la puerta de la hostería fue abierta y la luz se coló groseramente hiriendo los crápulas ojos de los parroquianos, algunos incluso dejaron escapar un ligero lamento. Una figura con capa y sombrero con pluma avanzaba firmemente, sin miedo, desafiante, calzaba unas botas de cuero que llegaban hasta la rodilla que eran la envidia de las gitanas las cuales se imaginaban a sí mismas solamente vestidas con ese calzado. Su sola presencia eclipsó a todos y las mujeres comenzaron a suspirar creyendo haber visto al hombre más apuesto del mundo. Aquel caballero posó una mano sobre su sable y con la otra acarició su grotesco bigote.

- Oh, la, la, mi nombrge es Pierrge Pandantieu, el pirgata, mi sola prgesenssia suscita agmirgassión, es norgmal, he viajadó porg los sinco margess y soy Frganssés ya lo habrgan adivinadó, he luchadó con los más ferrgoses enemigós y a todos he vensido. A las más hergmosas damas rgobé la honrga, duquesas, margquesas, ¡prginsesas! Tal es la vida de nosotros los pirgatass – súbitamente le arrancó un vaso de vino a un cliente y le dio un trago - Estáis de suergte, estoy buscando tripulación… - de pronto el trago cayó en el estómago como si fuese plomo líquido – y… maldito vino, qu´est que ce? Une merde du vin. Como venía contandó, busco a valientes, porgque con las últimas batallas hemos quedado mergmados. Para unirgse a mis hombrges tan sólo pido un módico prgesio, unas monedillas en conssepto de fianssa… pog las argmas y arggunos despergfectos que ha sufrgido mi bargco el glorgioso “L´Epitaph”. Pergo se puede considergar una pequeña invergssión, ya que tengo un tesorgo escondidó que rgobé a unos comergsiantes genoveses y pienso irg a buscarlo y compargtirglo con mis hombrges...

En ese instante echó un ojo a María de los Milagros y se quedó prendado, también vio al inquisidor y ambos se intercambiaron miradas de desprecio, observó al poeta que a su vez lo miraba con cara de curiosidad y por último a Manolo que le miraba intrigado. El resto de los feligreses esperaban que abriese la boca de nuevo ya que les parecía un tipo muy curioso, alguno incluso había contado su dinero y ya se preguntaba sí le aceptaría en su tripulación.

- ¿Usted y yo no nos conocemos?preguntó Manolo.

- Imposible caballergo, jamás se me hubiese olvidadó su enorgme cabessa. ¡En cambio! A usted bella joven sí la conozco, la he visto muchas noches en mis sueños, sí señora mía, yo condusco L´Epitaph, usted guía mi corgasón.

La joven era una manzana roja, no sabía dónde mirar. Ahora estaba segura de que esta noche de un modo u otro perdería el virgo, sí se lo regalaría al más ardiente.

- Oiga, me presento caballero, soy Esteban Dolores y este es mi… amigo Felipe Romero. Queremos formar parte de su tripulación, nos gustará luchar contra los poderosos para dárselo a los pobres, seremos bandoleros del mar.

- Pero señor, que yo no sé nadar – dijo Filiperro mirando el escote de María de los Milagros.

- ¡Mon Dieu! Aquí dos hombrges inteligentes, sí señorg.

- Y yo no soy muy bueno peleando, más bien jamás pasé de una simple discusión…

- ¡Calla, Felipe! No ves que la aventura ha acudido a por nosotros, esto es lo que estaba buscando.

- Bueno, espergen un momento que estoy hablandó con una señorgita y ahorga mismo les atiendo.

- ¡Señor este hombre es un pervertido! Nos quiere tender…

- Calla animal, no ves que lo único que quiere es hablar…

- Sí, eso dicen todos, luego cuando te lo hacen se van tan contentos.

Mientras tanto Manolo no dejaba de pensar, miraba su atuendo y trataba de lograr una explicación a tan pintoresco ataviar. Poco a poco, recordó que estaba en la panadería y que estaba haciendo molletes, de pronto se vio en la hostería… ¡La Hostería! ¡No podía ser! De qué modo, cuantas veces había escrito y leído las aventuras de aquel lugar y ahora allí se veía, miraba al francés y entonces, sólo entonces supo quien era…

- ¡Ahí está ese es! – gritaron unos recién llegados – prendedle.

Manolo se vio sujeto por dos tipos calvos y fornidos, y sin saber qué demonios querían de él.

- ¡Pardiez! Tal parece que quería vuestra merced escurrir el bulto – dijo un tipo barbudo salido del tumulto.

- ¡Yoooo! ¡Soltadme! ¡No sé de qué me habláis!

- ¿No? Acaso no sois vos Manuel García más conocido en el mundo taurino como Malbaío.

- Eso, eso jefe – decía un tipo bajito con cara de ratón – ¿acaso no lo es?

- Sí que soy Manuel García, pero yo nunca he toreado ni a una gallina, es más soy antiturino, an-ti-tau-ri-no.

- Pues entonces estaré equivocado… oh, qué mala suerte, resulta que tengo un contrato firmado por usted en el que se compromete a lidiar seis toros seis de la ganadería de Pinchafierros, toros muy bravos conocidos por los enviudadores, ¡contrato que por otra parte esta pagado en su mitad y la otra mitad al final de la faena!

- ¡Eso, eso jefe! ¡Al final de la faena!

- Miren ustedes, buenos señores, que se confuuuunden que yo no soy ese tal que a mí me dan miedo las cabras… además yo estaba tan tranquilo haciendo molletes…

- ¡Yo sí que le voy a abrir como a un mollete!

- ¡Eso, eso jefe como a un mollete!

- ¡Quieres callarte ya Padilla!

- ¡Eso, eso jefe callarte ya, callarte ya! ¿Qué pasa ese también se llama Padilla, jefe?

- ¡Vamos, llevémosle a la plaza o torea vivo o torea muerto!

Dicho esto Manolo enmudeció, casi a rastras se lo llevaron de la hostería.

Entre tanto, aprovechando cada segundo el Francés había sacado unas monedas a Esteban Dolores a cambio de admitirle y también había estrechado lazos con María de las Mercedes la cual a estas alturas tenía el cinturón de castidad un poco humedecido. Pierre comenzó a declamar en francés y ella suspiraba:

- Frère Jacques, Frère Jacques, Dormez-vous? Dormez-vous? Sonnez les matines. Sonnez les matines. Ding, ding, dong. Ding, ding, dong.

- ¡Oh ! Señor Panduro, es usted tan romántico.

- Me arrgastra hasta sus pies mademoiselle, es usted hergmossa como la luna llena de Escossia, ni tierrga natal.

- ¡Ohh! Es usted un caballero muy apuesto señor Panduro, pero yo soy una muchacha muy decente…

- No lo dudo, mademoiselle pergo no quiero sino amargla, he visto muchas mujerges y ninguna como vos, vuestrgas pestañas son sepillos y vuestrgos ojos… eh.. pomos…

- ¿Pomos?

- No, no, perglas, perlas asules y blancas… Oh, mademoiselle, si usted se viniese conmigo os hargía la rgeina del osseano, vuestrgo nombrge se conosergía porg todo el mundo, la rgeina pirgata, oh lo estoy viendo.

En ese instante a María de las Mercedes se le encendió un candil en la frente se giró y miró a los ojos a Pierre.

- ¿De verdad?

- Que me muerga si miento, que se abra la tierra y me trgague, que vengan la justissia a prgendergme.

- Pues, ¡ea! A la mierda el virgo, qué ya está bien.

Sin embargo, justo cuando la cosa se ponía enorme, se oyó un escándalo proveniente de la calle, el ruido invadió la Hostería y de entre la gente apareció la guardesa de la virginidad de María de las Mercedes acompañada de dos alguaciles.

- Ese, ese es el pirata que ronda a mi ama.

- ¡Tente preso canalla! gritó uno de ellos.

Pierre, quien llevaba pálido unos instantes debido a que la sangre se le había bajado a cierta parte, tragó saliva. Ahora no sabía qué decir, no se dio cuenta de que su mano había ido al sable dando a entender que iba a presentar batalla, no obstante, no llegó a moverse ya que Esteban Dolores se interpuso entre él y la justicia, sacando una navaja.

- Quien pretenda llevarse a mi capitán probará el acero toledano.

- Y quien ataque a mi amo se llevará un garrotazo en todos los morros, de madera de los acebuches de los cerros de Ventura.

domingo, 17 de julio de 2011

CAPÍTULO X: CON EL TROVADOR Y SALMORELLI, EL MANOLO SE QUEDA DE BUTTARELLI

LG

Y estando Salmorelli sosteniendo a Gardenia con una mano, y con la otra, a punto de darle una estocada final en medio de la trompa desinflada de la bruja (¿os he dicho que en aquellos años, se aplicaban rellenos de bosta en lugar de botox? Que letra de más o de menos no le hace, salvo el olor que despedía…) cuando su vista se quedó prendada de la belleza de María de los Milagros, quien asustada, se mantenía detrás de su nodriza.

Mientras tanto, Gardenia se mostraba tal cual era, con su asquerosa estampa de michelines hediondos, pues el golpe que había recibido del Inquisidor había menguado la bosta de sus rellenos que ahora se desparramaba sobre el piso de la taberna de Buttarelli como si fueran las caballerizas del Manolo.
Y hablando del Manolo (que justo es decirlo, era tan buen torero como el Niño del Corral Candelas) en ese preciso momento entraba con gracia y garbo apartando a la guardia de la Inquisición, pero dándose de bruces con semejante escena, se paró en seco, y sacando un pañuelillo de seda, se tapó la nariz ante el nauseabundo olor que desprendía la bruja.
Acto seguido, Salmorelli, dio la orden de que encerraran a la impía en el gallinero de Buttarelli, eso sí, antes les dio la libertad a los plumíferos, pues no es de cristianos torturar a los pobres animalillos.

-¡Que Dios me ampare! Semejante bruja no cuenta ni en los lupanares –recitó Maese Carrasco en un rapto de lírica triunfal.

-Pues que nos ampare a todos, esta taberna quedó hecha un estercolero –sentenció el Manolo, que traía la capa roja sobre su hombro y el sombrero en la mano-. En buena hora he caído por estos lares…

-Lares, lares… ¿verdad que son muy particulares? –Largó el trovador, mientras todos lo miraban con ganas de zamparle un par de hostias.

Fray Junípero, en tanto, se ofreció para hacer guardia en el gallinero hasta el amanecer, pensando que tal vez la bruja tuviera ciertas urgencias, a pesar de que el fraile tenía muy poco de farola. Es que no se le quitaba de la cabeza, de ninguna… manera.

Pero volvamos a la escena principal. Acomodándose la ropa, el Inquisidor recobró su apostura, y dirigiéndose a María de los Milagros, que aún seguía con sus piernas de paréntesis, esperando que alguien tuviera el placer de ponerle una “coma”, hizo una reverencia caballerosa y le dijo:
-Bella señora… Salmorelli, para servirla –y depositó un beso en la lánguida mano de la niña.

Pero no os contaré de los acontecimientos posteriores, que esos serán la continuación de esta historia. Y agarraos que vienen curvas, porque las gitanas no desistirán tan rápido de perder a Salmorelli (aunque os digo algo, la Carmela le ha echao el ojo al Manolo… ¡Ay, el Manolo!

P.D.: Olvidé deciros que la imagen pertenece al gallinero de Buttarelli, allí donde Salmorelli mandó guardar a la bruja y donde no han quedado ni los gorriones.

lunes, 11 de abril de 2011

CAPÍTULO IX: LA HOSTERÍA DE SORPRESA EN SORPRESA

LG

Estaban en ese silencio expectante cuando la puerta de la taberna se abrió de par en par para dar entrada a una mujer de edad indefinida, con aires de gran señorona, embadurnado su rostro con varias capas de pintura, presumiblemente compradas en Egipto (de esas que se usan para adornar a las momias). La barbilla en alto y la nariz apuntando hacia arriba daban cuenta de que la fulana derrochaba soberbia por los cuatro costados. Y esos costados eran bien amplios y carnosos, según el fraile podía comprobar con los ojos que se le metían en los michelines de la visitante.

-Buenas noches, caballeros –dijo la recién llegada, sin fijarse siquiera en las mujeres que había en la posada y con un rictus de maldad en la comisura de la boca-. Quiero una habitación en esta pocil… ejem… posada, pues debo hacer noche hasta primeras horas de la mañana. –Y mientras hablaba, clavó sus ojos de hiena en la figura angelical de María de los Milagros, quien estaba un poco incómoda, pues los herrajes de su cinturón de castidad le rozaban sus partes y ya no sabía cómo tenerse en pie, pues parecía que recién había bajado del caballo y el calambre le tenía las piernas separadas como paréntesis en un texto.

Todos miraron a la mujer, que iba vestida como para la boda real. Doña Merceditas, recelosa, tomó a su protegida de la mano y la llevó, escaleras arriba hacia sus aposentos.

-Qué pedazo de mujer, tanta carne es de no creer –recitó el poeta en el colmo del desborde lírico, mientras Fray Junípero se santiguaba para apartar los pensamientos libidinosos que se le agolpaban en su calva cabeza y más abajo también, pues la sotana ya había comenzado a levantarse como carpa de circo.

En esto estaban cuando un ruido ensordecedor de caballería, atronó desde las afueras de la taberna. No dio tiempo a que nadie saliera a ver qué pasaba, pues enseguida se escuchó que los caballos se habían detenido y sus jinetes se apeaban.
Una vez más, se abrió la puerta, esta vez con un estruendo feroz, pues quien la había abierto lo había hecho con tanto ímpetu que la madera rebotó dos veces contra las paredes. En el vano de la puerta apareció un hombretón descomunal: alto, fornido, tan buen mozo que no se podía creer, era uno de esos hombres que te hacen caer los calcetines y hasta las bragas -¡Mare mía!-. Estaba ataviado con ropas de inquisidor y en su pecho se distinguía la insignia de la Santa Casa. Cuatro guardias lo flanqueaban.

-¡¡Salmorelli!! -Exclamó Fray Junípero, sin dar crédito a sus ojos-. Pero Salmorelli, apenas le miró. Sus ojos eran ascuas encendidas cuando se posaron en la mujer que momentos antes se había presentado en la hostería.

-¡¡Bruja impía!! –Gritó el inquisidor-. Y tomándola por los cabellos le hizo besar el suelo con su morro, y ¡oh, sorpresa! Al voltearse, todos vieron horrorizados cómo la otrora tersa y gorda cara de la mujer se había transformado en pura arruga y sus labios se habían desinflado como por arte de magia.

-¡Gardenia! –Dijo, Fray Junípero persignándose, mientras todos los que estaban en la hostería lo imitaban. Las putas estaban entre aterrorizadas por la escena y babeándose por la poderosa y viril estampa de Salmorelli.
Ante semejante jaleo, María de los Milagros bajó corriendo las escaleras hacia la sala y se dio de bruces con los ojos del inquisidor, que al verla, cambiaron la ira que los embargaba por una mirada de intenso arrobo.

Mientras tanto, Gardenia se debatía entre las garras de Salmorelli echando espuma por la boca, y desagradables ruidos por otro orificio más pequeño pero más hediondo.
Todo se paralizó en la hostería. Lo mejor vendría después…

lunes, 14 de marzo de 2011

CAPÍTULO VIII: FRAY JUNÍPERO Y UN ESBOZO DE GARDENIA (OJO, SÓLO UN ESBOZO)

LG

Miráronse todos sin saber qué contestar, pues temían la reacción del fraile, no fuera cosa que se pusiera a perseguir las cabras que en el corral tenía Buttarelli y las pasara a degüello a todas en su afán por acogotar a la bruja Gardenia.

-Ehhhhh, verá Padre, si supiéramos como dice vuestra merced que es la tal bruja, quizás le pudiéramos ayudar. Además, en esta honorable casa –dijo el tabernero santiguándose, y las putas lo imitaron-, no se permite la entrada de esas renegadas de Dios, pues el diablo llevan en el cuerpo y mediante la falsedad engañan.

-Veo que vosotros sois todos hijos del Señor, y así lo dejaré sentado para que la Santa Inquisición, sepa lo santa que es vuestra casa, pues si Salmorelli, "El Gran Inquisidor", llegara a saber que aquí está Gardenia, pues metería fuego hasta al mismísimo infierno con tal de acabar con ella..., Pero… ¡Huelo a bruja! ¡Huelo a bruja! –Gritaba el fraile como poseído.

-Dígame vuestra merced ¿y cómo huelen las brujas? Así le ayudaremos a buscarlas –aventuró Buttarelli con tal de que el cura cerrara el pico.

-“Las brujas”, nada, mi señor, he dicho “la bruja”, que en su maldad vale por mil y en su hedor apesta a bosta rancia. Ahora que os dije como huele, os diré cómo es, o por lo menos cómo la he visto yo, porque con las brujas nunca se sabe, cambian su aspecto según les convenga engañar a uno o a otro. Prosigo pues. Gardenia es del tamaño de un tonel de vino, por lo alto, por lo ancho y por los aros que la contienen. Su pelo, casi blanco, a fuerza de ser desteñido por su magia negra, enmarca una cara redonda como la luna de Valencia, pero a despecho de esta, Gardenia se ha inflado los labios y alisado sus arrugas ¿no pensaréis
que era una jovenzuela, verdad? Aunque ella se lo cree a pies juntillas. Dejadme continuar, no os arrepentiréis, pues en esto os va la vida. –Fray Junípero hizo un alto en tan fantástica descripción para tomar vino y aliento, luego prosiguió-. Tiene por piernas dos farolas, tal de robustas, y su cu…, ejem… sus posaderas, aplastarían a un elefante, sé lo que os digo porque lo he visto con mis propios ojos y palpado con mis propias manos…

El tabernero, su mujer, las putas, doña Merceditas y la niña virgen, abrían los ojos como platos ante tamaña descripción. Maese Carrasco apuntó:

-Jamás he de ser cómplice de semejante esperpento, yo os lo juro Padre, antes me jalo por dentro… -ante semejante torrente poético, los parroquianos que estaban en la taberna, no sabían quién estaba más desquiciado, si el trovador o el fraile, pero por las dudas callaron la boca y se dispusieron a seguir escuchando… no fuera cosa de que Gardenia apareciera nuevamente…

viernes, 21 de enero de 2011

CAPITULO VII “Del loco Inquisidor al desden de Maese Carrasco”

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Por mor del triste destino, Fray Junípero, “El Incansable”, loco de atar tras recorrerse decenas de conventos y de pasar como ayudante de varios afamados inquisidores, siendo siempre despachado por su falta de cordura, vino a caer en aquella fatídica noche a las puertas de la hostería.

Absolutamente nadie le conocía en casa de Buttarelli, por lo que todos se temieron lo peor de lo peor al verlo entrar con su hábito dominico, carcomido por la mugre y la chinche.

- ¡Ave María Purísima! ¡Ave María Purísima! –Gritaba enardecido, ante el temblor lógico que invadió a desalmados, gentes de mal vivir y a las fulanas allí presentes.- ¡Aquí está la bruja! ¡Aquí está la bruja! ¡La presiento! –vociferaba sin tregua, hasta que el bueno de Cristófano, corrió a ofrecerle mesa y sosiego.-
- Padre, por el amor de Dios, pase y entre calor. ¿quiere algo de comer? ¿beber?...-y hasta a punto estuvo de ofrecerle putas, sin no se muerde la lengua el tabernero, con tal de tranquilizarlo.-
- Está aquí hermano, está aquí, la husmeo, la presiento…-dijo, el fraile, mordiéndose los labios y con los ojos fueras de sus órbitas, mientras todas las presentes intentaban ocultarse a su loca mirada.-
- ¿De quien nos habla? ¿A quien busca, hombre de Dios? –preguntaba en su desasosiego, Cristófano.-
- ¡A la bruja Gardenia! Esa que por doquier peca y embruja…
- Cálmese, tome un caldito y respire en calma…
- No debo parar hasta llevarla a la hoguera… Esa bruja, arrastrará de todos ustedes.
- ¿Pero no ve vuestra merced que no hay ninguna Gandena , aquí? Esta casa es muy religiosa.
- No, Gandena, no. Gardenia, se llama la bruja.
En estas, que Maese Carrasco, armado de valor y descubriendo el desequilibrio del fraile, se puso en pie y se dirigió a él con su peculiar forma de contar las cosas.

- Hay padre que en su desesperación no habla…no ve que quizá ya se transformó en cabra. La bruja Gardenia, quizás huyera, más si pudiera, escapar hubiera.
- ¿Y quien es usted para aseverar semejante cosa? ¿Cómplice de la bruja tal vez? –preguntó, el fraile, vertiendo su ira hacia el poeta.- ¡Arrodíllese!
- Calma, padre…no soy un pecador, sino un simple trovador que nuestra señora alabo con fervor…
- No caiga en el error de pensar que Maese Carrasco es cómplice de bruja alguna. Es un buen hombre se lo puedo asegurar.-intervino el tabernero.-
- No me convencéis, tabernero. Aquí hay gato encerrado y hasta que no descubra quienes sois los culpables no cejaré en mi empeño.-aseveró, fray Junípero.- ¿Y deciis que Gardenia se convirtió en cabra?

sábado, 1 de enero de 2011

¡FELICIDADES!


Levantad vuestras copas y brindad con nosotros, los parroquianos de la taberna, por los buenos augurios para que el año del Señor dos mil once sea pletórico de dicha, amor, alegrías y encuentros en este lugar y en el lugar donde estéis. Porque es allí donde vosotros llegáis, amigos, que engalanáis los espacios y el corazón de quienes os rodean.

¡Salud! ¡Buttarelli os invita!

¡FELICIDADES!