La hostería era un campo de
batalla, mientras Esteban Dolores y Filiperro se batían contra la autoridad y
la gente trataba de esquivar vasos, banquetes y cachiporrazos, Pierre
Pandantieu y la joven María de las Mercedes caminaban hacia las dependencias en
donde un dulce tálamo les esperaba. Sin embargo, fue quien Buttarelli les
esperaba en el pasillo con la mano extendida.
-
Tome señorg Buttarelli, esto porg el lecho y esto porg
impedirg el paso a la guargdesa – sin prestar atención, fruto de la excitación,
al dinero que le daba que no era otro que el que Esteban le había entregado.
-
¡Eso está hecho! Señó Panduro.
Marchado el dueño
de la hostería, se besaron pero no iba a resultar tan fácil la empresa ya que
Salmorelli, el cual había observado la escena, llegó hasta el sitio y sacando
un puñal se lo puso en el cogote al pirata.
-
Te pillé villano, así que engañando a la señorita para
robarle lo más preciado de una dama…
-
¿Yo? Nunca me atrgevería a robargle el bolso a esta
dama…
-
¿Qué bolso? ¡La honra, la virginidad, la pureza!
-
¡Cómo si usted no prgetendiese hacer lo mismo…
“caballergo”!
María de las
Mercedes, contrariada, aunque feliz de verse pretendida por dos apuestos
hombres de armas, suspiraba ansiosa por arrojarse a los brazos de uno de ellos.
Tanto que su corazón cabalgaba sobre su pecho, y sentía calores por todo el
cuerpo.
-
¿Pergo quién demonios es usted? Crgeo que le conozco.
-
No sé si me conoce, ni me interesa, pero a partir de
ahora siempre sabrá quién soy, soy ¡Salmorelli!
-
¡Salmorelli!
Mon dieu! Le diable! Oh, no, le diable non, c´est divine, ¡Salmorelli! Pues…
sepa usted que está en el sitio equivocadó, a la horga equivocada.
-
¿Yo, por qué?
-
Porgque dentrgo de una horga habrgá una tergtulia
cofrgade en los Rgemedios de Utrgerga.
-
¿Una tertulia cofrade? – exclamó Salmorelli llevándose
la mano al corazón – ¿Está usted seguro?
-
Lo jurgo porg mi honorg.
-
Pues en ese caso, - dijo guardando su daga y mirando al
vacío – si tomo mi corcel casi seguro que llego a tiempo… - no dio tiempo a más
y olvidándose de todo en dos zancadas se colocó en el otro extremo del
corredor, justo antes de desaparecer se giró y apuntilló – ¡muchas gracias por
la información, caballero!
-
No hay de qué Monsieur.
Dicho esto María
de las Mercedes y Pierre se quedaron a solas y reanudaron su feroz pasión y
siguieron comiéndose a besos, a besos abrieron la puerta de la habitación, a
besos entraron, a besos y a tientas cayeron en la oscura cama, comenzaron a
desnudarse con desesperación, hasta el sol tenía prisa por ocultarse y
prescindiendo de sus servicios hombre y mujer quedaron tan sólo a un cinturón
de castidad de culminar lo que habían venido a hacer.
-
No te prgeocupes amada mía, he aviergto muchas
cerrgadurgas y esta no nos impedirgá culminar nuestrgo amorg – y sacando su
espada con la punta se las ingenió para hacer saltar la cerradura, aunque eso
sí le llevó algún tiempo, tiempo en el que su miembro viril quedó flácido del
aburrimiento - .Trganquila amada mía, jamás me ha falladó, soy infalible,
infalible – pero aquello no subía, volvía a besarla, la acariciaba, le humedecía
l.. y nada, ella comenzando a desesperarse intentaba ayudar como podía,
contestaba a sus besos, respondía a sus caricias, mordía l… y nada. No había
manera, por lo que Pierre tomó aire y le suplicó que esperase un momento que
iba fuera a tomar aire.
Lo cierto, es que
Pierre buscaba desesperadamente a una prostituta para que con su experiencia…
hinchase la moral… lo justo para regresar sin que se apagase la vela.
Mientras tanto,
la pelea en la hostería había terminado, Esteban Dolores y el bueno de
Feliperro habían reducido al alguacil y a sus ayudantes y los granujas allí
reunidos invitaban al noble y a su criado a vino y a comida. Pero Felipe no
quería nada, estaba inquieto, sospechaba que el pirata les había engañado y
quería echarle el guante. De modo que se excusó y marchó en busca de las
dependencias ya que le había visto perderse con la joven María de las Mercedes,
por lo que comenzó a abrir puertas por todo el pasillo hasta que en una de
ellas… entre la penumbra distinguió una figura femenina que le invitaba a
pasar:
-
¿Ya estás preparado cariño? ¿Estoy ansiosa? Estoy
ardiendo, échame un buen… tronco…
En aquel
instante, Feliperro olvidó quien era ni que había venido a hacer, se calló la
boca, aprovechó la oscuridad de la habitación y echó el tranco para que nadie
les molestase.
Por otro lado, la
vieja guardesa creyó despistar a Buttarelli y comenzó a buscar a su ama,
también habitación por habitación, sin embargo el dueño de la hostería era
testarudo y la buscaba de modo que al ver la anciana al ver la sombra del
hostelero anticiparle por la entrada al pasillo se colocó en una habitación y
se tendió en la cama para simular que era una clienta en caso de que Buttarelli
abriese la puerta. No obstante, no era Buttarelli quien avanzaba por el pasillo
sino Pierre Pandantieu el cual estaba preparado, y al ver como se cerraba la
puerta pensó para él que estaba confundido con la habitación y que en realidad
debía ser aquella. Abrió la puerta y comenzó a hablarle a su amada, mas no era ella
sino la otra la vieja quien al oírle comenzó a quitarse la ropa y a quedarse en
pelotas en un pestañear, mostrando a la luz de la luna sus muslos.
-
Oh, amada mía, oh, lusergo, si supiergas lo que trgaigo
entrge las piergnas temblargías, es engorgme… y todo parga ti.
La anciana,
suspiró de placer sólo de imaginarlo, bien podía ser ésta su última oportunidad
en la vida, al menos de atrapar un miembro tan grande que también se mostraba
reluciente… oh, Dios mío, a la luz de la luna. Y aquello fue sublime, Pierre la
colmaba de besos, la acariciaba intentaba cubrir cada centímetro de su piel,
ambos probaban posturas y el acto seguía y seguía, se dilataba con la pasión,
vibraba con cada impulso. En la habitación de al lado la cosa no le iba a la zaga,
si bien al principio la joven se quejaba un poco, después se dejaba llevar por
el placer, aquello era hermoso y dulce, dulce, dulce. El vino de Buttarelli les
hacía efecto en sus cabezas hasta el punto de extasiarlos y ver exactamente lo
que querían ver.
-
Amado mío, besas tan suavemente que no siento ni el
bigote – decía María de las Mercedes.
-
Amada mía, te mueves tan bien que pargeces una vetergana,
ni siento tus morgdisquitos – decía Pierre.
Al cabo de una
hora, sí, he dicho una hora, los amantes quedaron derrotados, mas fueron ellos
los que supieron que tenían que marcharse y silenciosamente apenas sin vestirse
salieron al pasillo. Quiso la casualidad que coincidiesen Pierre y Pandantieu
allí, se mirasen sonrientes y se atreviesen a decirse algo:
-
Si vieses qué manerga de haserg el amorg.
-
Pues anda que yo…
-
Sí pergo, es que ha sido divino…
-
Pues yo en la gloria.
Les convenía a
los dos no darle mucho al pico por lo que cada uno se marchó en una dirección,
Pierre por la puerta de atrás y Filiperro junto a su amo.
Esteban Dolores
estaba muy enfadado, los representantes de la justicia estaban amarrados y
amordazados y su criado no aparecía por ninguna parte. Esteban había recibido
su bautismo de fuego y muchos de los presentes querían unirse a la causa, ya que
habían visto el arrojo del joven. De pronto apareció despeinado y Esteban le
dio un coscorrón.
-
¿Se puede saber dónde te metes desgraciado? Tenemos que
irnos, no tardarán en aparecer más aguaciles.
-
Mi señor, perdóneme pero acabo de hacerle el amor a una
joven, ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida, ha sido genial, divino, he
tocado el cielo, de verdad, ha sido en las alcobas, verá como aparece ella, es
la joven que estaba ahí es hermosa y ¡ha sido mía!
-
¿Pero qué dices desgraciado? – en aquel instante
apareció la vieja despeinada y feliz, muy, muy feliz – ¡Je! Esa es tu joven,
pues espero que te haya aprovechado.
A Feliperro se le
desencajó el rostro, estaba seguro de haberle hecho el amor a una muchacha no a
una anciana, ¡sin dientes!
-
¡Venga! Vamos – dijo Esteban a Feliperro quien
decepcionado no salía de su pesar.
Mientras
Feliperro marchaba para la salida se fijó por última vez en la vieja y se dio
cuenta de que Buttarelli la increpaba. Por lo que furibundo se lanzó a
defenderla, cogiendo un cuchillo amenazó al dueño de la hostería.
-
¡Posadero! Si vuelve a molestar a esta dama le degüello
como a un cerdo.
-
Pe… pero, señor…
-
¡Marche y calle! Eso sí, antes la bolsa.
Y de esta manera,
Esteban Dolores cometió su primer robo, lo que no sabía que había recuperado el
dinero que le había dado a Pierre a cuenta de embarcarse con él en el Epitaph.
-
Muchas gracias, caballero.
-
No es nada, hermosa dama – le dijo a la vieja – es lo
mínimo que puedo hacer teniendo en cuenta lo que ha hecho por mi criado.
-
¿Su criado?
-
Sí señora, Filiperro… - y bajando el tono – usted y él,
ya sabe…
La anciana
palideció, creyó haber estado con alguien muy diferente, un apuesto caballero
con bigote y espada ¡y qué espada!, y no con un feo, feo, feo.
María de las
Mercedes despertó y notó que no había nadie junto a ella, con la tenue luz de
la luna se vistió y salió del cuarto, miró en qué dirección salir, seguro que
su hombre había salido por la puerta de atrás buscando acaso la aventura y ella
quería eso mismo. Fuera Pierre disfrutaba de una buena orinada detrás de unos
viejos toneles tirados, soltó toda su vejiga y recibió mucho placer por ello,
sin embargo cuando se daba sus últimas sacudidas vio a lo lejos a la muchacha
la cual le buscaba, entonces pensó que venía a pedirle explicaciones, un
noviazgo, responsabilidades, trabajar… por lo que de un manotazo se desprendió
de su sombrero, su bigote postizo y su espada barata ocultándolo todo detrás de
los toneles.
-
Señor, señor, ¿ha visto usted por aquí a un pirata? –
preguntó ella inquieta.
-
No, mi señora – contestó él recomponiéndose – si lo
hubiese visto se lo diría, palabra de Juan de Santorcaz
Paloma, caballero barbero, a su servicio.
Fin