lunes, 11 de octubre de 2010

CAPÍTULO V: LA OPORTUNIDAD

LG

Pasó entonces que de tanto tiempo que la hostería había estado cerrada, los piojos que tenían las gitanas se habían trenzado en sus cabelleras, reproduciéndose de tal forma que buscaron otros escondrijos con tanta pelambre como tenía la cabeza. El caso es que en la hostería había más piojos y liendres que parroquianos bebiendo vino.

Era de ver a todos rascándose a cuatro manos, que parecían que bailaban flamenco y que tocaban las castañuelas.

-¡Ay, mi Dió! Prestamé tu uña pue, que no me aguanto el picor –le dijo la Pitones a la Carmela-, aunque preferiría a mi Niño del Corral…

En estas circunstancias Buttarelli recordó al pillo de Santorcaz, el barbero, quien le había quitado los molestos bichos (entre otras cosas) a la duquesa de Piedrabuena, y a pesar de que por allí no era bien recibido, pensaba el tabernero mandarlo a buscar para ver si con sus ungüentos podían hacer desaparecer aquella nube de piojos, que de tan necesitados que estaban, ya se cruzaban con las pulgas de la bodega.
María de los Milagros, no escapaba a la plaga, por lo que su ama, doña Merceditas (a quien ni los piojos se le acercaban de tan fea que era), decidió enviar un recado por el chaval de los mandados, hasta la casa donde residían los padres de la niña, informándole de los acontecimientos. Tuvo tan mala suerte el niño, que habiéndose empacado su burro, a poco de comenzar la marcha, al bajarse para tratar de hacerlo caminar, perdió el recado entre la hierba. A poco, el Uvamiel, que así se llamaba el asno, retomó su marcha y con él, el chaval, sin saber que el recado quedaba en el camino.

Y como las cosas siempre suceden por algo, atinaron a pasar por el lugar, Esteban Dolores y su igual Feliperro, quienes ya habían avistado, a lo lejos, la hostería de Buttarelli. Habiendo visto el papel entre la hierba, agachóse el ex sirviente a recogerlo, y entregándoselo a su ex amo, éste leyó:

“Mi Señor:
Vuestra hija está a buen recaudo en un sitio, que si bien no es merecedor de su hidalguía, bien resguarda el tesoro que aún se encuentra bajo sus vestidos. El caso es que este lugar, llamado “La hostería de Cristófano Buttarelli”, luego de permanecer cerrado un prolongado tiempo, se ha plagado de piojos, liendres y garrapatas, amén de otros insectos que si no chupan la sangre, muerden. Pues os pido que nos enviéis lo antes posible, algún boticario con lociones y ungüentos para deshacernos de los molestos visitantes, pues no podré ofrecer a vuestra hija en matrimonio con sus partes saturadas de bichos.
No perdáis más tiempo, el cinturón de castidad que lleva María, ya está tan oxidado por la espera que casi no entra la llave en su candado…

A Vuestro servicio, mi Señor.
El ama Merceditas”.


A Esteban Dolores se le agrandaron lo ojos como platos ante tamaña oportunidad: pues vio que podía matar dos pájaros de un tiro, por un lado enamorar a la joven María de los Milagros, haciéndose pasar por un enviado del padre de ella y hacerse con el botín que aún guardaba celosamente bajo su falda; y por el otro, lograr el propósito que lo había llevado hasta allí. Se frotó las manos ante esta situación que los hados le presentaban, y pidiéndole discreción a Filiperro, entraron a la hostería…