martes, 31 de marzo de 2009

Capítulo VIII: Don Juan cae en la trampa



(Ya veo yo al truhán de don Juan Tenorio muy a las risotadas con esas damas livianas de escotes. Esperemos que mi presencia despierte su interés, ya que no me conoce querrá saber quién soy… También alcanzo a ver entre los parroquianos a don César embozado en su capa, no sea que Tenorio se dé cuenta de su presencia y se eche todo a perder. Me acercaré a su mesa…)

-Perdonad caballero, ¿quisierais indicarme cómo llegar a casa de doña Carmen de Cantalapiedra, si fuerais tan amable?-(Creo que lo he sorprendido). –No soy de estas tierras y estoy algo confundida, no sé cuál camino he de tomar…

-¡Válgame Dios! ¡No he visto dama más bella que vuestra merced! ¿Y decidme señora, acaso no traéis escolta, que se ve a simple vista que no sois de pueblo sino de palacio?

-Es que mi escolta, señor, ha hecho alto en la hostería del lago para refrescar los caballos y comer bocado. Más yo estaba cansada de tenerlos a mi alrededor por lo que decidí dar el primer paso. Me han dicho que estas tierras son seguras.

-Más segura estaréis en mi compañía señora. Decidme vuestro nombre y estaré a vuestros pies. Don Juan Tenorio para serviros.

-Mi nombre es Christiane de Les Champs, caballero. – (Ha entrado como un burro, con patas y todo, espero que todo salga bien. Por suerte don César no me saca la vista de encima. A propósito ¡qué buen mozo es don César! No había reparado en ello hasta ahora…)

-Os propongo dama Christiane, que me acompañéis a tomar un vino de alcurnia y os aseguro que os acompañaré luego al mismo cielo si fuera menester.

-Agradezco vuestro ofrecimiento don Juan y tanta galantería, mi garganta está seca por la tierra de los caminos…

¡Tabernerooooooooooo! ¡Traed el mejor vino de la casa para la mejor dama que ha pisado las piedras del Gato! ¡Rápido, no perdáis tiempo!

-¡Ah! Veo de buen grado que el tabernero es avispado. Ya está aquí. Yo os escanciaré este fino néctar en vuestra copa, señora. ¡Bebed! ¡Bebed a vuestra propia salud!

-Ya que sois tan atento ¿podríais azuzar el fuego? Aún adentro, el frío parece no querer irse…

-¡Voto a la Santísima Virgen dona Christiane, que por vos, os traería el sol! Esperadme

(Puff, pensé que no lograría hacerlo ir. Bien, aquí va el brebaje. Que Dios y la Virgen me protejan. Ya viene)

-Ahora sí, señora, ¡a vuestra salud! ¡Qué vino tan bueno! ¿No os parece? Me ha alegrado el alma hasta el punto de querer contaros mi vida…

-No hace falta don Juan, que el tiempo acucia, yo quería solamente preguntaros… si no tenéis cierto reloj de difunto que yo ando buscando.

-¡Pero claro señora! Os lo daré si me acompañáis hasta la habitación de arriba, que es allí donde lo guardo, dentro de una bota de cuero negro… ¡Venid!

(¡Ay, don César! Espero que me acompañéis en esta empresa porque de aquí no sé como salgo… Sí, aquí viene don César. Ha entendido la situación y estoy segura que podrá con don Juan, antes de que éste cierre la puerta tras de sí. ¡Ahora ya sé dónde está escondido el reloj de don Jaime!)

“Don César de Ayala, que había permanecido embozado en la barra de la taberna, a ratos bebiendo, a ratos alternando con la clientela, pero siempre atento a los movimientos de don Juan y doña Christine, deja la jarra de vino sobre el mostrador y les corta el camino hacia las escaleras. En una mano sostiene la capa y apoya la otra en la empuñadura de la espada. Al llegar a la altura de don Juan se quita lentamente el sombrero.”

-Vive Dios, don Juan Tenorio.


-Vaya, don César de Ayala. Quedad con Dios, caballero. Apartad, llevo prisa.

-Yo también, a fe mía… Decidme, ¿es cierto lo que se comenta en esta taberna? ¿Eso de que sois un tramposo jugando a las cartas?

“Se oye un rumor sordo entre los clientes de la barra”

-¿Yo, don Juan Tenorio, tramposo? Vive Dios, don César, que habréis bebido más de la cuenta. ¿Acaso venís de la hostería del Laurel? ¿El truhán de Buttarelli os ha envenenado, por ventura?


-Cierto que de allí vengo, y no es menos cierto que por aquellas mesas corre el mismo rumor.

-Y, decidme, ¿qué pueden importarme a mí los rumores en los que crea un capitán de los tercios que fornicaba con un gallo y volaba por los tejados cuando veía aparecer a los franceses?

“Se oyen risas entre los acompañantes de don Juan, que se han levantado y puesto a sus espaldas”

-En lo que afecte a vuestro honor, si es que lo tenéis.


-Pardiez, don César, si buscáis reyerta mañana mismo la tendréis, ahora no es el momento; apartad, os digo que llevo prisa.


- No tengo reparos en batirme con vos, don Juan, pero si he de batirme ha de ser ahora mismo, en presencia de estos caballeros y en esta misma puerta. Sostengo que sois un tramposo, que embaucasteis en una partida de cartas al capitán Perottinni y le ganasteis una fortuna. Y sostengo también que no tenéis redaños para engañarme a mí.

“César de Ayala saca una bolsa de cuero y la acerca a uno de los caballeros que acompañan a don Juan.”

-Abridla vuestra merced. Contiene veinte monedas de oro, las mismas que don Juan sonsacó con malas artes al capitán Perottinni. Vuestras mercedes son testigos. Reclamo de inmediato esa partida. Ahora. Aquí. Luego, si queréis, no tengo inconveniente alguno en partiros el alma de una estocada, sea cual sea el resultado.

“César de Ayala esboza una sonrisa cruel mientras mira fijamente a don Juan, una sonrisa que no había esbozado desde los lejanos tiempos de los tercios.”

-Tampoco tengo inconveniente en comerme luego vuestra pierna como me comí la de san Algilolfo. Los caballeros están invitados.

“Los clientes de la taberna irrumpen en sonoras carcajadas que hacen enrojecer a don Juan. Un volcán de ira parece estallar en su estómago. Aquello es demasiado para su orgullo.”

-Vos lo habéis querido, vive Dios. Venga esa bolsa de monedas, que don Juan ni teme a bastardos ni pasa por tramposo.

“Con una mirada de contenido fingimiento, toma la mano de doña Christine y la mira seductoramente a los ojos. Le supone un gran esfuerzo contener la ira. A pesar de todo la disimula y se dirige a ella con su proverbial galantería.”

-Disculpad, señora, creed que lo lamento. Acomodaos en aquella mesa del fondo, pedid algo de comer al posadero, más pronto de lo que imagináis me reuniré con vos, en cuanto este truhán pierda su dinero. Y vos, Ayala, seguidme a la mesa con estos señores. A fe mía que nadie habla así a don Juan Tenorio sin pagar un alto precio.


“Doña Christiane, espantada ante la situación se aparta prestamente del grupo, pero antes, alcanza a susurrarle a don César algunas palabras:”

¡Qué habéis hecho vive Dios, don César! ¡Que el truhán ya estaba metido en la bolsa! Sólo debíais intervenir ante que se cerraran las puertas de su alcoba. ¿O no recordáis acaso que vinimos por el talismán? Ya sé yo dónde lo esconde que su lengua se ha soltado, podéis ayudarme en esta empresa don César o satisfacer vuestra sed de venganza, que una cosa no quita la otra y a su debido tiempo podríais hacer ambas.

Ahora, no sé de qué forma entrometerme en su alcoba sin despertar sospechas. Aunque si vos os marcháis a jugar por el oro podría yo al mismo tiempo, alzarme con el reloj y esperaros en la hostería. ¿Os parece que así lo hagamos don César? ¡Es nuestra última oportunidad! Que vuestro carácter arrollador no estropee tales acciones, don César, que ya habrá tiempo de recuperar lo perdido. No olvidéis que aún está bajo los efectos de la pócima…

“Doña Christiane se dirige hacia don Juan, con acariciante voz:”

Don Juan ¿podría yo esperaros en vuestra alcoba mientras dirimís vuestras diferencias? Es que tales disputas me agobian y no sería de dama participar de ellas. Si me dierais vuestra llave, a vuestro regreso haría honor a la fama que os precede

No sería hombre de honor si hiciere tal agravio a una dama. ¡Tomad! ¡Aquí tenéis la llave de mi alcoba! Más pronto de lo que canta un gallo estaré con vos, señora, que este caballero no será para mí problema alguno y lo despacharé cuanto antes.

“La dama toma la llave y presto sube a la alcoba de don Juan Tenorio dispuesta a llevar a cabo su cometido: recuperar el reloj encantado de don Jaime. Mientras tanto, los caballeros en pugna se disponen a las suyas.”

(Vive Dios que doña Chirstiane la ha cogido al vuelo. Pardiez, qué lista es esa dama. Ummm… y qué hermosa. No podía arriesgarme a que ese rufián entrara con ella a solas en una habitación. Ni hechizos ni nada, bien conozco a don Juan y a los hechizos)

“Don César de Ayala observa a doña Chiristiane, con donaire sin igual, subir las escaleras hacia los aposentos de Tenorio. Deja el sombrero sobre la mesa, arrima una silla y se sienta. Frente a él, don Juan y tres caballeros más. Junto a las jarras de vino, una baraja de cartas. El más alto de ellos las reparte con frialdad: una a don Juan, otra a don César. Los clientes de las mesas y los de la barra se arraciman en torno a ellos. Mucho está en juego: veinte piezas de oro; probablemente, después, una riña a espada… de las memorables. Tras varias tiradas, la suerte parece estar echada. El tiempo transcurre demasiado rápido y doña Christiane aún no ha bajado de los aposentos de don Juan.”

-Pardiez, Tenorio, parece que vuestra proverbial fortuna ha faltado hoy a su cita. Poned sobre la mesa la carta que os queda, me temo que habéis perdido veinte piezas de oro.

-Ahí la lleváis, Ayala, mi carta. Para don Juan Tenorio veinte piezas de oro no son nada; tal vez para vos lo sean todo.

-Os equivocáis, Tenorio, hasta a la vida tengo en poca estima, ¿en cuánto tenéis vos a la vuestra?


“Don César de Ayala pone su carta sobre la mesa. Es más alta que la de don Juan. Ha ganado. Sin embargo, doña Christiane no ha bajado aún. Necesita ganar tiempo.”

-Menos de lo que pensáis, vive Dios. Tomad, ahí lleváis treinta piezas, las veinte de Perottinni más diez para vos, por el buen rato que me habéis hecho pasar.

-Dejadlas sobre la mesa para el sepulturero, don Juan. A uno de los dos tendrá que dar sepultura esta noche.


“Los clientes de la taberna del Gato se inquietan. Murmuran, se agitan, algunos alzan la voz. No es la primera vez que presencian un duelo a espada en la plazuela, donde la luz tamizada de los faroles confiere al lugar un tono mortecino. Algunos ya dan por hecho el duelo y salen a la calle para tomar posiciones en primera fila.”

(¿Dónde andará doña Chirstine? Vive Dios que ya debía haber bajado)

-Caballeros, seguidme, vamos a la plaza, tal vez veamos a Ayala volar sobre los tejados como hacía en Flandes.


“Don César de Ayala vuelve a esbozar esa sonrisa forzada, dura, irónica, que siempre dibuja un rictus de crueldad en la comisura de sus labios cuando presiente la cercanía de la muerte”

-Rogad a Dios por ello, es la única posibilidad que tenéis de salvar la vida.

“Los dos a la vez se levantan de la mesa.”

Un Cigarrillo se ha enamorado de mi

LE has dicho hoy a tu madre
que vienes a la casa con mi hermano:
una playa, un perro, una azotea perdida
donde escribes poemas o mejor
se imaginan,
un corazón partido por la arena
y borrado en las olas memorables.

Es invierno.

He encendido el cigarro con dos manos
y he quemado un mechón de mi cabello,
he tragado más humo que una fábrica
y al final el cigarro se consume
en una losa azul, descolorida.

Me has dicho que es el fin,
no más mentiras, hay que jugar muy limpio,
porque toda limpieza es más sensata
y yo como un imbécil te he creído,
asiento, me disparo y te recuerdo tanto
en esta tarde, por tantas falsedades,
que prefiero pensar en los cigarros,
los puedo dominar y nunca mienten.

De Introducción y Detalles (Betania, Madrid, 1.991)

viernes, 27 de marzo de 2009

Capítulo VII: Urdiendo tramas


¡Por el bigote de Buttarelli, don César! Menuda historia estáis contando, que de sólo escucharla me dan ganas de consolaros… Os lo dije señor, que las hechicerías existen ¡y que las hay, las hay! Pero no he de ser yo quien insista nuevamente para que llevéis protección, que ya os habéis negado.

A fe mía que no sé el paradero de la pierna incorrupta de San Agilolfo y ni por los mil lingotes de oro querría saberlo, que no hay nada que me impresione más que una pierna de difunto, eso os lo dejo a vos y al capitán Perottinni.

No es el caso de la joya de don Jaime de Martín y Lara, que las voces de los difuntos no me afectan, sólo sus miembros cercenados. ¿Pero entonces creéis que el misterioso reloj se encuentra en poder de don Juan Tenorio, caballeros?
Porque de ser así, bueno yo les propondría un plan…

Es sabido la afición de don Juan por las damas, que por ellas se pierde y a ellas se debe. Pues bien, como a vosotros les resultará imposible acercarse a él, considerando lo mañoso de sus costumbres poco ortodoxas y más desconfiadas que las de don César, propongo que me dejéis tenderle una trampa, cómo decirles… amorosa. Yo estaría dispuesta a realizar el sacrificio, todo sea por el reloj encantado claro, además me mueve a curiosidad este personaje puesto que en el pueblo donde yo residía cuando escapé de la Torre Negra, no había dama que de él no hablara…

No queráis saber los pormenores señores, sólo os diré que la capacidad amatoria de don Juan aparentemente da por tierra cualquier comentario, y yo no quisiera desperdiciar esta oportunidad de conocerlo aunque más no sea por una noble causa.

Creo que me habéis interpretado. Cuando el petulante caballero caiga en mis redes, no tendré obstáculo en sonsacarle información respecto del reloj en cuestión. No me consideréis liviana, que lejos estoy yo de serlo señores, pero la causa común requiere de ciertos sacrificios como dije anteriormente. No sé qué opináis vosotros…

Ummmm… Me parece buen plan, ciertamente, pero una vez que hayáis seducido a ese rufián o ese rufián os haya seducido a vos y logréis haceros con la joya, si es que todavía la tiene, decidme, ¿a quién pensáis entregarla? ¿Por ventura a doña Mariana de Altascumbres? Sería una insensatez. Y por otra parte ¿no estará la tentación, a través del maligno, causando estragos en vuestra alma, señora?

Y que a nosotros nos es imposible acercarnos a ese bellaco, es un decir, señora, poco trabajo nos cuesta pillarlo en la esquina de cualquier taberna y partirle el alma a espadazos, a él y a quien le acompañe y ose defenderlo, que en peores nos hemos visto. Si no fuera porque muerto vale menos que vivo, ya el alma de ese pendenciero estaría en el infierno brindando con el Diablo.

Puede resultar vuestro plan, sí. Don Juan es experto en tender celadas a las mujeres, pero no cuenta con que alguna pueda tendérsela a él. Haced lo que os plazca, pero tened cuidado. Sin duda esta noche rondará la taberna de los Gatos, haceos la encontradiza y probad a sonsacarlo; pero os advierto, si os enamora, que es más que probable, estaréis perdida. Espero que de vuestra boca no salga una palabra de los lingotes de oro ni de nada de lo hablado aquí, mirad que ese rufián no conoce los escrúpulos.

No tengáis pena por mí don César, que no hay demonio que me obnubile la razón, no os olvidéis que tengo en mi hombro la “marca del don” y por cierto, también los guijarros del Guadalquivir que vos habéis rechazado. Perdonad, pero aún estoy sentida…

Me preguntáis a quién daré la joya si es que los hados me son propicios, pues a la hostería la traeré que soy persona de honor. En cuanto a doña Mariana… Mmmm, no sé si debiera enterarse de nuestros planes, tengo la espina que algo se trae aunque no puedo decir qué.

No sé que opinará Perottinni de este plan, pero confío más en vos que en él. Por cierto, allí le veo empinando otra jarra de vino… Me iré preparando para esta noche, la taberna del Gato contará con mi presencia.

"Lo bueno de ser una Elfa es que te enteras de todos los pensamientos habidos y por haber y qué cosas veo en este momento dentro de la mente de mis amigos, bueno, eso de amigos es mucho decir, porque a don César parece que lo único que le importa es el tesoro que guarda el reloj, si no despierta tal y como tengo anotado en mis informes, seguirá haciendo el papelote de su divina y pendenciera comedia, papel que le ha tocado por suerte o desgracia y ahora les da por buscar reliquias de santos como lo de la pierna incorrupta de san Agilolfo. Claro que, como siga empecinado en querer representar a don César me va a dar quebraderos de cabeza, ya que esto significaría que él no es el elegido y ¿si no es él el elegido quien será entonces? y Christiane ¿despertará o no despertará? ella ignora lo del sello en el hombro, selladita igual que una carta y esta carta tiene un remitente, ¡pon! toma, ya está, mira que fácil, ¿tu crees que es un antojo de tu madre antes de que nacieras? ¡ah! nó, estás muy equivocada, de antojo nada, es un sello que tienes grabado, así le hacen a los corderos antes de llevarlos al matadero, claro que su grabado guarda relación con la nobleza mmm que interesante se pone estooo"

Lleváis razón, doña Christiane, yo también tengo la impresión de que doña Marian, con ese silencioso proceder, anda urdiendo algo en su cabeza, como si quisiera leernos el pensamiento, acordaos de su descabellada teoría sobre el futuro, que por más que lo pienso no termina de entrarme en la sesera.

En cuanto a Perottinni, ahí lo tenéis, empinando el codo. Os recomiendo que no os fiéis de él, aunque él tampoco se fiará de vos, y más sabiendo que hay oro de por medio. También oculta información, estoy seguro de que sabe mucho más de lo que cuenta. ¿Veis que ahora charla animadamente con aquel caballero? Dentro de poco su bolsa, si es que la tiene, estará en los bolsillos de Perottinni, no lo dudéis.

Cuando esta noche vayáis a la taberna del Gato yo os seguiré de lejos, si vos me lo permitís. Además de mi espada, siempre llevo dos pistolas bien armadas y… por cierto, ahora que Perottinni anda engatusando a aquel caballero, no me importaría aceptar alguna de vuestras piedras del río. Vive Dios que prefiero mil veces que se me claven en las carnes antes que volver a vivir el episodio de esta madrugada, cuando aquellos pasos, en medio de la oscuridad y de las candilejas, me seguían como sólo el Diablo puede seguir a un cristiano al que desea condenar.
Y, por qué no decirlo, también para protegerme de los sortilegios de doña Marian de Altascumbres, de cuyo proceder cada vez desconfío más. ¡Dios bendito! El futuro, dice. Más parece una elfa que una cristiana, vive Dios. Dadme presto esa piedra, doña Christine, antes de que Perottinni se aperciba.

Tomad, don César, presto. Que no os vean los demás parroquianos, no sea que entre ellos haya pájaros de la Santa Inquisición y deba yo huir nuevamente arrastrándoos a vos conmigo. Coged las piedras.

Acepto gustosa que me vigiléis, pero no os dejéis ver por nada del mundo. Iré ataviada con un vestido blanco que la hija de Buttarelli me prestará esta noche, pues le dije que iba yo a una velada en casa de doña Carmen de Cantalapiedra, donde según pude saber, presentará a su propia hija en sociedad. Me apena haberle mentido a la hija del posadero, pero no tenía ni vestido, ni opción.

Os confesaré que en la bolsa que pende de mi cintura llevo un brebaje que yo misma he preparado. Cuando don Juan esté a mi alcance, verteré en su copa el contenido y no habrá hados que hagan parar su lengua, es allí donde le sonsacaré el paradero del reloj.

Estad atento, cuando os haga una señal con mi pañuelo, acudid con presteza, pues el efecto de la pócima sólo dura diez minutos. No sea que don Juan se avispe antes y yo pague el pato…

Quede esto entre nosotros don César, ya que el avispero está revuelto y no quiero terminar hincada por espada alguna. Ahora me retiraré a mi cuarto. Debo estar descansada para esta empresa.

¡Shhhh! Discreción don César, es lo único con lo que contamos…

¡Vive Dios, lo que es una mujer! ¡Cuánta astucia, doña Christiane! Sí, sí, buena idea, aunque dudo mucho que haya un brebaje que haga perder las luces a ese rufián del Tenorio. Ninguna bebida le hace efecto, os lo aseguro, ni siquiera el vino de Buttarelli. Y además, no teme a nada ni a nadie, ni a las ánimas del purgatorio; si acaso, a mí y al capitán Perottinni, de sobra nos conoce. Y tened cuidado: como los lobos, nunca actúa solo; aunque os parezca que no, siempre hay alguien cubriéndole las espaldas, ya sea el miserable de Mejía o cualquier otro de su cuadrilla. Y sólo lo posee un afán en la vida, que no es la riqueza, ni el poder, ni la gloria, ni la fama, sino deshonrar a las mujeres, da igual cuál sea su condición o linaje.

Y no os preocupéis porque se avispe, yo estaré entre los clientes, guardándoos las espaldas, no os hará falta sacar el pañuelo, y vive Dios que le partiré el alma de un disparo antes de que pueda poneros una mano encima. Hace tiempo que lo busco y él lo sabe, no le pillará de sorpresa. Donde las dan las toman, lo mismo hizo él con don Jaime, todo un caballero.


Y ahora, descansad, descansad, perded cuidado, yo no puedo bajar la guardia, voy a comer algo en la taberna del Gato, a ver cómo pinta el asunto. Ah, y por favor, dad de lado a ese espejo mágico que cuelga junto a la chimenea, os juro por Dios que es cosa del Diablo.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Capítulo VI: Perottinni muestra la hilacha


Ya suponía yo, que me iban a andar con remilgos a estas horas del alba, pero sepan ustedes que no saben lo que se pierden. Si mis cicatrices tuviesen labios para parlotear les dirían que han nacido del fruto de las venganzas de maridos despechados, que aún no comprenden ni saben encajar el placer que he causado a sus respectivas damiselas. Además, señora mía, si su intención es la de unir de nuevo a don Cesar y a un servidor para llevar a cabo no se que hazaña, no estaría nada mal que considerase la ocasión de pagarme un adelanto al mostrarme sus encantos. Le juro por la Santa Inquisición, que si me acompaña a aquel rincón de la taberna tan solo asistiré como tierno mirón, no la tocare, pero por lo que más quiera desabroche ese fino y elegante corpiño ante mis ojos.


¡Pardiez, Perottinni! Si lo que buscáis es reyerta, vive Dios que dispuesto estoy a ofrecerla, ya me conocéis: si alguna de esas cicatrices fuera de mi espada no estaríais fanfarroneando tanto. Por el amor de Dios, conteneos, que hay mucho en juego, y no bebáis más. ¿Creéis que estamos en Flandes? ¡Y no juréis por la Inquisición, por lo que más queráis!

Comprendedlo, doña Marian, la guerra y el presidio pueden transformar cualquier alma. La de él nunca fue blanca, precisamente, y después de semejantes vivencias… comprended que es natural. ¿Será posible que esta hostería no conozca un día sin una riña?

Lo dicho, Perottinni, si persistís por ese camino terminaréis recibiendo una estocada, y vos, doña Marian, tened la prudencia de cubríos con el chal, ¿acaso no sois consciente de vuestros encantos? A lo que vamos, Perottinni, si sabéis algo del oro, de las joyas o de la pierna incorrupta de san Agilolfo, decidlo, puede que no sea tarde, yo lo único que sé es que no me la he comido ni echado a los cerdos y que puede valer una fortuna; si no, pasemos a hablar de la cuestión del reloj.

Esta noche, como saben vuestras mercedes, fui a resolver algunos asuntos y dispongo de información que pude interesaros, señoras, aunque si, según la leyenda, sólo puede recuperar ese reloj un caballero impoluto, difícil lo tenemos. Aunque tampoco creo mucho en leyendas.


De acuerdo, disculpen mi proceder, pero creo que todo es culpa de este maldito caldo que nos está sirviendo esta noche Buttarelli. ¡Maldito posadero venido a más! ¿porque no gastas ahora el mismo buen vino que pusiste al comenzar la noche a esos mal nacidos recaudadores de impuestos? En fin, mis disculpas doña Marian y mis disculpas doña Christiane, pero no estaría mal que siguiesen los consejos de don Cesar de Ayala y cubriensen un poco sus senos, más que nada por los efectos nocivos de este vino pueda causarle a mi cerebro de nuevo, pasado un rato. Dicho esto, ahora a lo que vamos, pude ser que seriese, mi buen amigo, que yo posea información de primera mano acerca de esa santa pierna que andan como locos buscando, ya sabe que en esas mazmorras se agudiza el oído de tal manera que las palabras de los carceleros se convierten en notas musicales que uno espera utilizar si es que consigue salir con vida de ese estercolero.


¡Verdad es lo que decís, doña Marian! ¡Que por más pobreza que nos acucien, no rendiremos nuestro honor ante tan miserable capitanejo!

¡Pero por la corona de mi padre el rey! ¡Capitán Perottinni, qué grosero sois! Puedo comprenderos que no habéis visto dama en mucho tiempo, pero de allí a demandarnos a doña Marian y a mí… ¡Qué locura! ¡Somos damas decentes, caballero! ¡Bah! Eso de caballero es bien discutible, si no sabéis diferenciar a una barragana de una señora, no veo qué se puede esperar de vos…

Don César, parece inadmisible que vos hayáis sido amigo de este truhán, pendenciero, mujeriego ¡y borracho! Que no le falta nada para ser más desagradable. Atended a sus palabras, se me hace que entre ellas oculta una verdad que sólo él sabe y que os quiere envolver para recuperar su tesoro… es decir, el vuestro.

Habéis dicho don César que anoche os ocupó unos asuntos. No quisiera incomodaros, pero bien haríais en decirnos lo que habéis estando haciendo ya que compartimos esta hostería y vuestra amistad, que entre amigos no debería haber secretos y por aquí parece haberlos a montones (que hasta doña Marian oculta algo según las runas me han dicho).

Y vos don César, sois un descreído de todo, seguramente desconfiáis hasta de vuestra propia sombra. Hablad, que la intriga me carcome las entrañas y el caldo no llega… El silencio no os devolverá la joya y para colmo le daréis oportunidad al capitán de hablar sandeces a tutiplén…


¡Perottinni me esta robando el color! A usted le va bien el rojo
sangre jajaja no me quiera usted comer tan pronto hombre, quiere usted que me desabroche el corpiño ante sus ojos, no se hizo la miel para gente de su calaña.
No tiene usted bastante con pisarme el sayo, que ahora se pone todavía más verde, mire usted bien lo que hace con sus ojos y no los tuerza tanto que se va a quedar bizco.

Cambie su tinta y deje la mía en paz: Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña.
Cancioncilla de un tal don Federico Lorca, igual le conoce usted y es que este verso le va de perlas, porque usted es un verderón. Le voy a sacar los colores. jejeje

Perottinni, cambie usted el color de su escritura, ya que podemos confundir los verdes de la Pradera, busque otro color, o pongase morado jejeje

Vayamos por partes, Perottinni, ¿decís que aguzasteis los oídos en las reales mazmorras? ¿Que tenéis algún dato sobre el paradero de la pierna incorrupta de san Agilolfo? Bien, bien, ya nos iremos entendiendo, quien quiera que posea esa reliquia es el mismo que posee los mil lingotes de oro, aquél que me denunciara al Santo Oficio, el mismo que causó vuestra ruina. Ya hablaremos de eso, pero dejadme ahora que relate a las damas lo sucedido esta madrugada.

Salido que fui de la hostería, me dispuse a buscar a aquel sepulturero que hace tiempo oyó los lamentos de don Jaime de Martín y Lara desde la fosa, el que cuenta la dama que halló el reloj con poderes mágicos. Lo encontré borracho en una taberna próxima al cementerio, y vive Dios que es cierto, que cuando forzó la tumba, don Jaime estaba muerto y en la oscuridad sólo brillaba un reloj muy valioso con una misteriosa inscripción que no recuerda.

Perdió el reloj en una partida de cartas con don Juan Tenorio, a quien tuvo la brillante idea de contar lo ocurrido, y supone él lo tiene, si es que ya no lo ha perdido en alguna de sus apuestas. Y, creedme, cuenta el sepulturero que mientras el reloj estuvo en su poder podía oírse la voz de don Jaime clamando por volver. A fe mía que estas cosas de los muertos y de las ánimas en pena me arrebatan el sueño.

Durante el camino de vuelta tuve la impresión de que alguien me seguía, en medio de la oscuridad y de la niebla, y a fe mía que al volver el rostro sólo veía el abandono de la noche, la suciedad de las paredes y los charcos de la calle, ni siquiera mi sombra bajo el reflejo de las candilejas. A tanto llegó el asunto que me detuve en seco, desenvainé mi espada y varias veces grité: “¡Quién vive! ¡Salid, quienquiera que seáis!” Pero sólo un silencio sepulcral respondió a mi llamada. Al volver a caminar, los pasos volvieron a sonar, de modo que eché a correr hasta la hostería temiendo una emboscada. Y eso es todo, cosas de muertos y del Maligno, a mi parecer.

Al veros, Perottinni, el cuerpo me entró en caja, pues supongo que erais vos quien me seguía por la calle. Y, señora Christine, cierto que soy receloso como una alimaña de los bosques; la vida, la guerra y el presidio suelen dejar esas cicatrices. Y sí, fui amigo de este truhán de Perottinni, y también su camarada de armas, pero confieso que tuve amigos mucho peores. Verdad que es pendenciero, mujeriego, borracho, jugador y cosas peores que no me atrevo a mentar en presencia de dos damas, pero a nada teme y está loco, dos virtudes a tener en cuenta después de lo visto esta madrugada. Vive Dios, sólo de recordarlo se me seca la garganta.

Buttarelliiiiiiiiiiiiiiii

martes, 24 de marzo de 2009

Capítulo V: NADIE RECUERDA EL PASADO???



-Apareceis ahora todos de nuevo a la hostería y ninguno quiere recordar lo que sucedió años atrás en esta santa casa. Para los que se habéis olvidado del tiempo pasado, borrando de un plumazo todos vuestros recuerdos, os digo que yo no pagué en las mazmorras con todo este tiempo encerrado sólo en busca de que salvarais vuestros traseros como si tal cosa. ¡Niños malcriados! , no supisteis agradecer el placer que os brinde durante años, llegando a inculparme de todos aquellos lamentables sucesos. Aprended de una vez que Luiggi Perottinni, tiene que recuperar lo que ha perdido por vosotros.

-¡Vive Dios! ¡Por los clavos de Cristo Nuestro Señor! ¡Luiggi Perottinni, la Rata de los Tercios! Por mi vida que os creía muerto. No puedo daros la bienvenida, como comprenderéis. ¿”En esta santa casa”, decís? ¿Llamáis santa casa a la hostería de Cristófano Buttarelli después de las cosas que aquí pasaron y en las que tomasteis parte? Y… cuán flaca es la memoria, os habéis olvidado pronto del tiempo que otros pasaron en las mazmorras de la Inquisición.

Pero si vuestra memoria es flaca, más flaca es la mía. Decidme por ventura qué cosa habéis perdido por mi causa, a fe mía que no lo recuerdo. Y si lo decís por las damas aquí presentes, dudo mucho que un bribón como vos haya tenido tratos alguna vez con damas de semejante alcurnia.

Pero no alcéis la voz, os lo ruego, podéis alarmar a las señoras. Lleváis demasiado tiempo tratando con rufianes y vais a terminar perdiendo los pocos modales que alguna vez hayáis tenido. Sentaos a la mesa y relajaos con una jarra de vino.

Buttarelliiiiiii, asoma los bigotes a la estancia, viejo truhán, un antiguo amigo tuyo ha venido a verte. Buttarelliiiiiiiii.


-¿Que le sucedió a usted Luiggi Perottinni? Las mujeres somos curiosas y nos gusta saber, puede usted contarnos los hechos ( a ver éste que cuento nos trae ahora, ¿tendrá algo que ver con el amuleto, o serán otras gaitas? vaya usted a saber que suceso nos trae el rufian).

Venga y tome asiento señor Luiggi y cuentenos que es lo que tiene usted que recuperar, cierto es que soy algo corta de inteligencia y no percibo lo que le aconteció en el pasado.

Por favor expliquenos, parece usted muy enfadado con don César de Ayala, diganos que cuitas le rondan por su cabeza.

-Eso, eso… que cuente, que cuente.


-¡Enfadado! , ¿pero aún se cuestiona alguien en este maldito burdel, que yo pueda estar enfadado? No señores, no es cuestión de que yo haya perdido mis modales a la sombra de esas asquerosas ratas que dormían alrededor mía, ¡No! es cuestión de honor, y cómo de eso sabéis bien poco los aquí presentes, es lógico que actuéis con tanta parsimonia y mezquindaz. Usted, mi querido Ayala, quizás sea el que más tenga que callar y resulta que es el que más está parloteando, ¿y ahora quiere que comparta mesa con usted? Antes tendrá que aclararme que ha ocurrido con lo que era mio y que ahora parece que se ha tragado la tierra, y si aún le quedara alguna duda acerca de mi forma de proceder, acompañemé a la puerta y evitemos a estas damas el espectáculo desonronso hacia su vil persona de arrancarle su corazón ante ellas.


-Buenos días tengáis todos. ¡Gracias señora Marian por el vestido que me habéis prestado! ¡Cómo creéis que me queda! Me siento maravillada con él.

Veo que nuevos visitantes nos honran con su presencia… ¿Don Luiggi Perottinni decís llamaros señor? Al entrar a la sala os escuché bastante enfadado, estabais reclamando algo que habíais perdido por culpa de… pues no sé de quién. Pero no os preocupéis señor Luiggi, si algo se os debe, también se os retribuirá, a fe mía, que no os quedaremos con nada que os pertenezca, aunque… también noté enfadado a don César, estoy algo desconcertada.

¿Quisierais contarnos vuestras desventuras? Doña Marian está tan dispuesta como yo a escucharos…

¡Posadero! ¿Tenéis para el desayuno algo que no sean tinajas de vino? Pues estos caballeros ya han dado cuenta de varias… pero no pretenderéis que éste sea desayuno de una dama, ¡Vive Dios!

Contad, estamos prestos a escucharos…

-Virgen Santa, si ya están fuera las luces del alba. ¿Tanto vino hemos bebido? Lleváis razón Christine, si desayunáis vino podéis desfallecer. Por cierto, estáis muy hermosa con ese vestido.


Buttarelliiiiiiii… Caldo caliente para las señoras. Y pan recién hecho, y longanizas, y más vino para nosotros.


¡Vaya, vaya! Conque el capitán Perottinni, la Rata de los Tercios. Creo intuir, señoras, el asunto al que se refiere el señor Perottinni, por cierto con desagradables modales. Hace ya años, poco después de la batalla de Mühlberg contra la Liga de Escalmada, en Alemania, el señor Perottinni y yo, y también algunos amigos comunes, tuvimos cierto inesperado encuentro. Sin duda desconocéis que el señor Perottinni sirvió en los tercios como capitán de una compañía de arcabuceros, como yo lo hice de otra de mosqueteros. Resulta que el señor Luiggi y algunos amigos suyos eran por entonces muy dados al pillaje; cosas de de la guerra, ya sabéis. También lo eran algunos amigos míos.


Durante una de las muchas encamisadas que hacíamos, algunos de mis camaradas y yo tropezamos cierto día en una ermita oculta en los bosques de Mühlberg con el capitán Perottinni y algunos de los suyos, como de costumbre, dedicados al pillaje. Aquel día se hicieron con un buen botín: objetos sagrados muy antiguos, joyas de mucho valor y dos cosas muy importantes: la valiosísima reliquia de un santo, que pasaba por milagrosa y más de mil lingotes de oro que decidieron, o mejor dicho, decidimos, esconder hasta el final de la guerra.


Al término de aquella campaña sólo él y yo permanecíamos con vida, o eso era lo que pensábamos, y el oro seguía oculto en su lugar. ¿Recordáis nuestra cita, Perottinni? Cuando me dirigía a vuestro encuentro fui preso por el Santo Oficio. ¿Sabéis de qué me acusaban? De herejía, de fornicar con un gallo, de dormir con un gato negro, de maldecir el nombre de Nuestro Señor, de negar la Santísima Trinidad, de volar de madrugada sobre los tejados, de dar de comer a los cerdos la pierna incorrupta de san Agilolfo y de haber participado yo mismo del banquete. Con semejantes cargos, ¿podían tratarme con cariño en aquellas mazmorras?


Siempre pensé que fuisteis vos mi delator, que quinientos lingotes de oro os parecían poco, pero ya veo que no. Si tuvieseis mil lingotes de oro en vuestro poder ¿ibais a estar ahora mismo en la hostería de Buttarelli? Y os pregunto ahora, Luiggi Perottinni, ¿estaría yo aquí, en esta taberna, de poseer tal fortuna? ¿No será que habéis oído algo relacionado con un reloj de oro con poderes mágicos que se anda buscando por estos lares?


Y si vos no tenéis el oro, ni la reliquia de san Agilolfo, ni yo tampoco ¿quién lo tiene? ¿Es eso lo que queréis saber, lo que venís buscando? En la guerra, unas veces se gana y otras se pierde. A nosotros nos tocó perder esa fortuna. Con respecto a vos, mis ansias de venganza han concluido, lo que no impide que pueda partiros el alma con mi espada si faltáis al respeto a las señoras. Por cierto, una de ellas es adivina y la otra tiene poderes misteriosos que no termino de comprender. Algo relacionado con el tiempo y con los relojes. Preguntadle a ellas por vuestro oro y vuestra reliquia, o mejor dicho, por la nuestra, tal vez os alumbren el camino.

-Christiane, me siento halagada con lo que usted me dice sobre el vestido, ya sabe usted, que las mujeres vamos siempre cargadas de maletas (si supiera que no era mío, que lo saque de la manga), nadie diria que no se lo han hecho a medida las mejores costureras de la corte. Está usted bellisima, ahora si parece una verdadera Princesa, de casta le viene al galgo, perdone quise decir que está usted bien linda.

Usted don César y el capitán Perottinni por unas monedas de oro, son capaces de perder años en el calabozo mientras puedan recuperar el botín a la salida. No son gente de fiar, pero quizás sus bigotes huelan la joya de la promesa, el reloj engarzado en diamantes, esmeraldas y rubíes. Dicen que era único en el mundo y que ni siquiera los Reyes podían conseguirla para sus Princesas. (Si les convenzo y se prestan al cebo el camino está medio hecho).

La joya sólo la puede encontrar una persona de honor, todo un caballero, si no, el reloj no se hace visible, es una joya mágica creánlo, (tengo que engañar al capitán para que no descubra nada raro en mi, por otra parte si don César y Christiane no recuperan mañan la memoria, será que no son dignos del reloj. Haré algo de teatro, cosa que se me da muy bien debido a mi estudios de arte dramático en mi época de París).

-Ayala, no acierto a saber muy bien los motivos con los que comienza usted a congraciarse conmigo, pero lleva vuestra merced mucha razón en eso de que si tuviésemos en nuestro poder los lingotes no estaríamos en este lugar bebiendo este vino que sabe a rayos. Usted debería tambien de saber que cuando fue tomado preso por esos frailes come mierdas, yo no corrí mejor suerte al ser detenido por los hombres del Rey, pero en fin, que mil rayos partan ea sos insignificantes tesoros y que esta noche nos sirva para emprender nuevas aventuras con las que llenar nuestras sacas . Aventuras, como la que nos propone esta hermosa dama que perturba de manera infame el relajo de mi sexo, con perdon, pero sepa señora que el capitan Perottinni, estando en libertad, jamás termina una noche de juerga sin la compañía de una hermosa hembra en su alcoba.

-Ya, ya lo suponía, sólo hay que observarle para ver que parece que se va a comer usted el Mundo, supongo que sólo se comerá algún conejo en pepitoria de vez en cuando, o alguna damisela de burdel capitana de navíos hundidos como el suyo. Se parece usted al capitán Garfio en arrogancia, solamente le falta el garfio para ser más punzante.Yo le aconsejo que no se fije usted en Christiane ni en mí, que estamos reservadas para mejores toneles. Eso sí, tiene usted todo el campo libre y muchas mozas danzando bien jocosas a su alrededor, nosotras somos bocado reservado, ¿verdad amiga mía?


lunes, 23 de marzo de 2009

Capítulo IV: El amuleto



Les explico lo del epitafio que ha mencionado el señor Jyhael a don César, no es así exactamente, porque el vino nubla la mente, pero si es cierto que el amuleto lleva una inscripción como promesa de Amor, es por ello que el amuleto siempre tiene que estar cerca del corazón de la persona enamorada y fiel a su esposa y entre los dos perpetuar el verdadero Amor en la Humanidad. Ese Amor que atraviesa la frontera de la muerte, ese Amor que no mira sólo el recipiente, o sea, la forma, pero al estar en manos de un promiscuo hizo que no se cumpliera la profecía. Así fue como el Amor se degeneró y la humanidad doliente lo busca pero no lo encuentra.Entiendo que esto les suene a cuento, pero es tan real como este precioso momento.

Cierto es, que no se hizo el mundo en un día, ni la mente del animal comprende el pensamiento del hombre, como les dije en dos días recordaran quiénes son y qué asunto les ha traído a esta hostería y el por qué de estar los tres aquí reunidos.Observen: Atraviesen ustedes éste baso con el dedo como yo lo hago, veo que se sorprenden, podrían ustedes hacerse invisibles, miren, ahora pueden oírme, pero no pueden verme, pues les aseguro que aquí estoy que ni un ápice me he movido jajaja que divertido.

Brujas, duendes y percebes, nada comparable con la Realidad amigos.Ya estoy visible de nuevo.Ustedes también lo harán no se asombren, sólo son magias de niños y usted don César esté tranquilo que estos de la Inquisición que tenemos en las mesas de al lado, sólo ven las cartas y el juego, no dan para más, son como los ciegos, son topos y perros de sabueso, toda la sangre que derramaron la llevan grabada en el pescuezo.

Ellos ahora son lagartos en el desierto jajajaYa veo que ríen a carcajadas, menos mal que a Christiane la hice sonreír y se le iluminó la nariz, jajaja y a don César con todas las historias que tiene a cuestas, sigue soñando con encontrar a su amada, siempre fue el mismo soñador, en el fondo es un hombre de honor ¡los hay peores! Don César, el amuleto tenía el poder de aparecer y desaparecer, por ello no lo encontraron en el cuerpo de don Jaime, pero estaba allí.


Más tarde fue el propio enterrador el que limpiando los nichos escuchaba la voz de don Jaime que gritaba: "¡Por favor saquenme de aquí!".Así que el enterrador abrió el nicho pensando que le habían enterrado al hombre con vida y lo que allí vio fue el cadáver descompuesto de don Jaime y una luz en su pecho, que era el reloj. Pero no les adelantaré la historia porque ustedes también tienen velas en este entierro y cuando recuperen la memoria ustedes saben las instrucciones de lo que hay que hacer.

Ese reloj es el culpable de la fama de mujeriego y de las fechorías de don Juan y el culpable del estigma por el cual todos los hombres sufren la afrenta de ser o aparecer ante las mujeres como don Juanescos, fíjense si es mala suerte ésta, cuando el hombre por naturaleza es fiel y leal a su amada jajaja, rio, porque si no fuera por el maldito reloj se hubiera evitado mucho sufrimiento en el mundo. Como en el futuro se ha comprobado el robo, venimos a llevarnos el reloj, pero tenemos que quitárselo a don Juan, porque está en sus manos y lo guarda a buen recaudo.

Faltaría más, doña Christine, claro que os pido un baño pero ¿a la esposa de Buttarelli, decís? Ese rufián no conoce esposa. Cinco mujeres ha tenido y las cinco lo han abandonado. Y con razón.

Buttarelliiiiiiiiii, vive Dios, prepara un baño templado y los aposentos de las señoras. Y date prisaaaaa.

Llevan razón vuestras cartas, conozco el amor y el odio, la compasión, la afrenta, el desquite… también el desamor y la incomprensión, la intolerancia y la avaricia. Tengo enemigos de sobra y me enorgullezco de tenerlos. Y sí, hay una dama de alcurnia a la que no puedo acceder, pero hace tiempo la di por perdida. Cosas del amor y del destino. Hoy por hoy mi única dama es mi espada, más que mi aliada, y los vientos que mueven mi nave son los del rencor y la venganza. Pero ésas son otras cuestiones.

Os habéis descompuesto al tirar las cartas a doña Marian, aunque más me he descompuesto yo al escuchar lo que ha contado. Será efecto del vino, pero en verdad me pareció verla evanescerse y atravesar un vaso con un dedo. Aunque confieso que por efecto del vino he llegado a ver y a creer cosas peores (en una ocasión creí tener a un caballo sentado a mi mesa). Y más con este vino de Buttarelli. Hace mucho tiempo que no siento miedo, pero vive Dios que estoy empezando esta noche a sentir algo parecido.

Vuestra historia del cadáver de don Jaime llamando desde la fosa me quita el resuello y me robará el sueño esta noche, por mucho vino que pueda beber. Y lejos de recuperar la memoria, como decís, lo que puede pasar es que pierda la cordura si seguís hablando de ese modo; y no termino de comprender que un amuleto pueda tener los poderes que decís, aunque si es de oro merecerá la pena hacer algunas indagaciones.

Si vos decís que la joya la tiene el bellaco de don Juan, seguramente la tenga el miserable de don Luis, quien sin duda se la habrá ganado ya en alguna apuesta. Y os puedo asegurar que la fama de estos dos no se la ha granjeado ningún amuleto, que se la han ganado a pulso. Ummm… Estoy pensando que esa joya debe valer una fortuna. Habrá que obtenerla de algún modo, porque quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Lo de devolvérsela al futuro ya es otra cosa, bella dama, con todos los respetos, no conozco a ese señor ni tengo interés alguno el conocerlo.

Buttarelliiiiiiiii, ¿está listo el baño o no? ¿Y el vinooooo?


¿Pero habéis escuchado tamaña historia don César? Ni aún mi ama de leche habíame hablado de estas mancias. Por cierto doña Mariana de Altascumbres que me dejáis de una pieza. Permitidme os lo ruego acomodarme a vuestra historia, pues si el reloj debemos buscar, el reloj buscaremos.

Pero… ¿dónde dijisteis que está enterrado don Jaime? Porque me figuro que por allí debemos comenzar, aunque si venís del futuro como decís, sólo por el mencionado reloj, a fe mía que bien escondido estará. Pues la maldición de don Juan agrada a los hombres y a mujeres por igual… me figuro. Claro que de libertinos estamos hablando amigos, pues el amor puro, el amor que se bebe en la copa del alma, ése reniega de todo amuleto y de todo maleficio.

Mmmm, yo os propongo humildemente que por esta noche descansemos como Dios y la Virgen manda, y que mañana a primera hora cuando el lucero del alba despunte, sigilosamente vayamos adentrándonos en semejante aventura. Más no olvidéis, por Cristo, que si alguno de nosotros perdiera el rumbo, la hostería nos reunirá nuevamente.

Por mi parte os daré a cada uno, un guijarro del Guadalquivir para que guardéis entre vuestras ropas y yo guardaré el mío. Que como talismán de suerte nos acompañará librándonos de las penurias.

¡Tomad! ¡Coged! Hay uno para cada uno…

Ahora pues, veo que la mujer, o vaya a saber qué es de Buttarelli, me ha preparado la tinaja para el baño, que no la haré esperar por tanto que la necesito… luego ¿tendríais señora Mariana algún modesto vestido para prestarme? He perdido todo mi ropaje y mis pertenencias durante el incendio que arrasó mi humilde morada. Vengo con lo puesto y a ojos vistas, os habréis dado cuenta que ya se cae por sí solo.

¡Gracias señora! ¡No tengo palabras para expresaros mi júbilo! Este vestido es hermoso y el escarlata mi color favorito…
¡Hasta mañana! ¡Que paséis una buena noche!

Lleváis razón, válgame Dios, que con esta historia no me llega la camisa al cuerpo. Pero… Christiane, ¿piedras vais a darme? ¿chinas del río? ¿guijarros puntiagudos? No, no, muchas gracias, os agradezco la voluntad… pero no. Por cierto… no es preciso que madruguen vuestras mercedes para buscar la joya de don Jaime, gustosamente me ofrezco a hacer las primeras diligencias. Descansad, si queréis, yo tengo esta noche algunos asuntos pendientes.



¡Pero don César! ¡Qué desaire me habéis hecho!
Que con la buena voluntad no lo arreglaréis tan fácilmente ni con vuestra endemoniada verborrea… Sólo os estoy ofreciendo delicados cantos rodados, tan pulidos están que son como perlas venidas del mar. Pero si no los queréis, ateneos a las consecuencias, no por mí, doy fe, sino por los espíritus que encontraréis en el camino y que os nublarán la razón más que el propio vino de Buttarelli, y eso ya es mucho decir…

Buenas noches señor ¡Me habéis enfadado!



Disculpad, doña Christine, la rudeza de mis modales, pero son los efluvios del vino. “Endemoniada verborrea”, decís. ¡Válgame Dios! No mentéis al demonio en este lugar, mirad que vamos a salir mal parados, que vos no sabéis la cantidad de oidores y chivatos que por aquí merodean. Y no os sintáis desairada, por la Virgen santa. Lo de los amuletos es otra cosa. ¿Qué pensaría la canalla que a diario me rodea si me viera con amuletos en los bolsillos? ¿Os habéis parado a pensarlo? Mi reputación caería por los suelos y mi espada valdría la mitad, sin contar con las chanzas de mil clases y los motes y oprobios con los que empañarían mi honor. Dejad los amuletos para vuestras mercedes que a mí con mi espada me basta y sobra, que por cierto, a vuestro servicio queda. Que descanséis.

Capítulo III: El asunto de don Jaime Martín de Lara



Mis amigos, ya puedo llamarles amigos, en vista de lo que vamos a vivir juntos, escuché con atención todo lo que hablaron y veo que tienen ustedes historias muy dispares, Christiane es hija bastarda del Rey, encerrada 18 años en la Torre Negra y de allí salió ya con dones de adivinación ¿dice usted que ve el futuro? (otra como yo, a esta también la han traído para encontrar el cadáver de don Jaime).Don César de Ayala, ya veo que ignora usted que también es otro viajero del tiempo y el vehículo es su propio cuerpo ja ja ja, no me hagan caso, a veces soy algo irónica y traviesa, vengo de una tierra donde manda la alegría de la huerta y el buen jamón de bellota.Por la atención que me prestan y por la forma que han mirado mis ropas se preguntaran de dónde procedo.

Les cuento: Vengo del futuro y ustedes también, sí, ya sé, ya sé, que en su caso es dificil creerselo, sobre todo don César al que noto muy incredulo, hombre de poca fe ¿quizás? en dos días ustedes tomaran conciencia de todo lo que han oído y que a salido de mi boca, de aspectro nó don César, sí de Elfa, con ello, recuperaran la memoria y juntos viviremos la misión que nos han encomendado.
Ustedes tienen cada uno las historias que acaban de contar grabadas en la mente, pero yo les digo que nada de eso ha existido, ustedes lo comprenderán con este nuevo giro, cuando el reciente programa de actuación se haya ajustado a las necesidades del pasado, perdón, voy a beber un poco de agua, el vino añejo de bodega me revoluciona y me descentra la memoria.

Esperemos que llegue más gente y si no se unen otros personajes, nosotros tres somos capaces de hacer la misión para la que hemos sido enviados.Acerquese Christiane y usted don Cesar aproxime la silla a la mesa, lo que voy a contar no puede oírlo nadie.
En esta posada del medievo, ocurrían sucesos que se propagaban como la peste, cuenta la leyenda que aquí se vivieron las más pendencieras barbaries de la época, desde aquí se proyectaron emboscadas de guerras, estrategias de mercadillos, los más audaces estraperlos, robos y argucias de tal vileza que nadie podría imaginar.

Bien, pues aquí, precisamente aquí, sucedió un caso que nunca debió de haber pasado, ya que tuvo tal resonancia que afectó al futuro y nosotros tenemos que modificar el asunto y el asunto es un muerto, quiero decir que a don Jaime de Martin y Lara le retaron a duelo y le mataron aquí en la puerta de la hostería, don Jaime siempre llevaba un reloj de bolsillo en oro y brillantes como amuleto, este amuleto contenía un gran Misterio que necesitan en el futuro de donde ustedes y yo provenimos, este amuleto es el que tenemos que encontrar y se hallaba en el bolsillo interior de la camisa de don Jaime cuando le dieron el tiro que lo dejó tieso.

Por el amor de Dios, Marian, mirad que ya no me llegan los gregüescos al cuerpo. ¿Se os ocurre decir aquí que soy hombre de poca fe? ¿Habéis reparado en el caballero de la mesa de al lado? ¿Quién nos dice que no es un espía de la Inquisición? Yo he probado las mazmorras del Santo Oficio y os aseguro que antes prefiero condenarme que volver a ellas. Y si alguien oyera los dislates que decís del tiempo, de los viajes, de las consciencias, a buen seguro arderíais en la plaza mayor como una alpaca de paja.

Bien recuerdo el asunto de don Jaime de Martín y Lara, un perfecto caballero, no sólo en la cuna sino también en las formas. Un hombre leal y honesto, pero en demasía inocente. Tanto, que murió asesinado en la puerta de esta hostería. Y no fue un duelo, como decís. Fue un asesinato, una villanía más de don Juan, don Luis y su pandilla de pendencieros, a los que el Diablo condene.

Aquella noche, mientras don Juan se batía en duelo con don Jaime, un disparo salió de la oscuridad y le acertó en plena alma. Aquí todos pensamos que fue don Luis Mejía. La traición y la cobardía son métodos propios de semejante carroña. Os puedo asegurar que siempre actúan en manada, como los lobos. Y sí, en esta hostería se han urdido tramas y conspiraciones de relevante importancia, al menos por lo que yo sé, pero ¿tan grandes han sido que han alcanzo incluso a la realeza?

Cristófanoooooooo, una baraja de cartas… Y más vino.

Christiane, vos que tenéis el don de ver las cosas del futuro, ¿queréis echarme las cartas y decirme lo que por ventura me depara el destino? Pues dice doña Mariane que yo vengo del futuro, y vive Dios que antes de llegar a la hostería yo venía de la calle, y antes de la calle, de otros lugares impronunciables en presencia de dos damas, y antes de allí de los tercios, y del convento, y de muchos pueblos y villas que he visto, pero… lo que no me entra en la sesera es que yo pueda venir de pasado mañana, o del Domingo de Resurrección del año que viene, vive Dios que mi razón no alcanza.

Pero vayamos a lo concreto, doña Mariane ¿decís que el asunto es un muerto? Me parece una insensatez que le dieran sepultura con un amuleto de oro en el bolsillo. Puede valer muchos escudos. Por otra parte, el caballero de la mesa de al lado parece conocer detalles muy concretos sobre semejante prenda. Miradlo, está en un tris de sentarse a nuestra mesa.



¡Vive Dios, don César! Que a esta dama no entiendo. Estoy tan apabullada como vos por lo que ella cuenta. Que puedo adivinaros el pasado y el futuro, que puedo hacer pociones para el amor y hacer que las cosechas prosperen, pero así y todo la dama Mariane me ha desconcertado, os lo digo de fe.
Os mostraré algo que ni pensáis, sólo os pido discreción, absoluta discreción…
Acercaos un poco y mirad mi hombro izquierdo. ¿Lo véis?

Pues esta marca me fue hecha por mi ama, a petición de mi madre antes de morir. Es que a las horas de haber nacido yo, por órdenes del rey, fui separada de mi madre. Pasando que hubieron dos meses y ante la imposibilidad de verme, cayó en desgracia y una alta fiebre la consumió. Justo antes de encomendar su alma a los cielos entregó a una vieja criada, como ella, un mensaje para mi ama. En él le pedía que me realizara la Marca de los Arcanos, y con ella he crecido.
Según Erdwina esta marca es legado de mis antepasados, y ha pasado de madre a hija por siglos y es la que demuestra el don.

Os mostraré don César, ya que me pedís que os tire las cartas. No hace falta que el posadero traiga unas, pues las mías las llevo conmigo aunque el ropaje sea misérrimo, que más me visten ellas que los harapos que llevo. A propósito, ¿sería vuestra merced don César, tan amable de decir a la esposa de Buttarelli que me prepare una tinaja de baño? Pues me avergüenza pedíroslo, pero habéis sido tan amable que por ello me he atrevido.

Aquí va, don César. Las cartas están echadas.
¡Válgame Dios vuestra vida…! Habéis conocido tanto el odio como el amor, habéis andado más caminos que la caballería del rey. Veo una dama, bellísima, a la que no podéis llegar, pues no os dejan. ¿Es de tal alcurnia que os lo tienen prohibido? ¡No cejéis don César! ¡No cejéis! Veo a la dama en vuestros brazos aunque no distingo sus rasgos… Vuestro futuro es aciago, pero no por eso poco promisorio. La espada será vuestra aliada y por ella conquistaréis fama, dinero y honor…
¡Seguid adelante, no desfallezcáis, los hados os serán propicios!

Pero… no puedo ver de dónde viene doña Mariane. Una niebla gélida cubre los tiempos y me cubre su origen… Nunca antes había visto algo así, sólo presiento el ruido infernal que hacen las espadas al entrechocar en batalla y una luz diamantina que se cuela por las hendijas del futuro…

¡Ay, don César, disculpad! Me siento envuelta en terrible desazón, que ni de muertos ni amuletos he visto nada y sin embargo algo oprime mi pecho como la tenaza de un herrero. Debo descansar un poco. Estas mancias me han agotado…



Capítulo II: La pasajera del tiempo


¡Bienvenida Christiane! ¿Es usted francesa? Conozco a los franchutes como la palma de mi mano.Mi nombre es Mariana de Altascumbres, estoy aquí para una misión importante, soy pasajera del tiempo y vengo desde muy lejos, el posadero me llamó y aquí estoy.Pueden confiar en mí que no les voy a engañar, aunque de vez en cuando me abstraiga o no me vean, es un decir, ya notan que mi acento es extranjero y que no domino su lengua.Christiane, preguntó usted ¿Si soy la esposa del caballero? ¡Valgame Dios, quién pudiera ser humana! Es buen mozo el señor pero no es mi esposo.

Creo señora, que si nos han llamado es porque alguien de nosotros necesita ayuda, ésto tendremos que descubrirlo, quién es el personaje que necesita de nosotros, somos tres personas la que estamos presentes, no de cuerpo presente, ¿o quien sabe? perdón, quiero decir que nadie sabe lo que sucede en las mentes, ya les digo que no se extrañen por mi forma de hablar, por mi jerga, yo domino todos los idiomas conscientes o inconscientes, tanto como los subconscientes, por ello notan mi voz un poco metálica.Irán entrando más personas en la hostería y como ya dije alguien necesita nuestra ayuda.

Ustedes vayan lucubrando quien puede ser y comience nuestro trabajo, pues aunque pueda parecerles increíble, es bien cierto.¿Será Don Juan? ¿Será Doña Inés? ¿Será Don Luis? ¿Qué saben ustedes de ellos? ¿Les conocen? ¿Los han visto?Mientras ustedes piensan, yo voy a dormir un rato, permaneceremos aqui el tiempo que sea necesario. No es el azar quien nos a unido, es el destino, los astros.


Señora, me preguntáis por mi origen, mucho no os puedo decir más lo que mi ama me ha contado durante los dieciocho años que he vivido en la Torre Negra.
Según Erdwina, mi madre era oriunda de las tierras de los Francos y fue prendida por la Guardia Real en el Camino de los Peregrinos. Llevada fue a palacio y allí, como trofeo del rey fue denigrada por él, obligándola luego a la humillación de ser su criada.


¡Gracias niña, por aventar el fuego! Ya tengo templada el alma.

En cuanto a vos, señora, no os comprendo. Tenéis un lenguaje extraño y me decís que ¡no sois humana! ¡Válgame Dios! ¡Y yo soy quién es acusada de bruja! Tampoco sé sobre misión alguna, yo sólo he venido por salvar el pellejo. Los hados me han sido fortuitos al poneros en mi camino. Más si necesitáis mi ayuda, os la daré, que no tengo más que gratitud para con vosotros.

Retiraos señora si así lo deseáis, en grata compañía quedo pues el caballero que me acompaña, según veo, aún quiere seguir escuchando mi historia. No me habéis dicho vuestro nombre, señor, que no sé como llamaros… Pero tengo el presentimiento que vos también tenéis historia larga que contar. Pues yo veo delante de mí un caballero con toda la ley, más vos decís que no lo sois… me sorprendéis...

Contadme señor, mientras vacío el cuenco, que ya poco me falta. Luego continuaré mi triste historia.
Contadme, soy toda oídos como lo habéis sido vos...

¡Válgame Dios! ¡Por la Virgen santísima! ¡Por los clavos de Cristo nuestro Señor! ¿Acabáis de decir, doña Mariana de Altascumbres: “Quién pudiera ser humana”? ¿Habéis dicho que domináis todos los idiomas conscientes o inconscientes? ¿Acaso sois un espectro? A fe mía que no vuelvo a probar el vino de Buttarelli, ¡maldito rufián! ¿Me estará matando este vino?

Pero cierto es que tenéis la voz metalina y helada. Al principio lo achaqué a la resaca de este vino barato y atabernado, pero… es verdad, vuestra voz parece salir del mismísimo Infierno. ¡Vive Dios! ¿Estoy compartiendo puchero con una bruja y con un espectro? ¿Tal vez con dos? ¿Acaso soy yo uno más? No, no… no, no lo soy, puedo tocar mis piernas, la empuñadura de mi espada, sorber este cuenco de puchero… a fe mía que no soy un difunto. Puedo tocaros a vos y a la señora Christiane… Muerto no estoy.

¿Y decís que sois pasajera del tiempo? ¿Habéis oído semejante descabello, doña Christiane? ¿Pasajera del tiempo? ¿Acaso el tiempo es un carruaje, un coche de colleras, una vulgar galera? ¿Cómo podéis ser pasajera de algo que no es tangible? No lo entiendo, vive Dios, en mi sesera no entra, pero si vos lo decís, por hecho lo doy desde este momento. Ya me lo
explicaréis de forma que mi razón lo entienda.
Y dicho sea de paso, tened la caridad de no volver a nombrar al tal don Juan ni al villano de don Luis. En esta hostería no todos somos amigos ni todos caballeros, ya lo iréis comprobando. Si aparecen por aquí esos dos, arrimaos a ellos lo menos posible.

Por cierto, mi nombre es don César de Ayala, no me importa mucho el tratamiento de cortesía, pero viene bien a la hora de confundir, de modo que os ruego me tratéis de don, don… don César de Ayala, para servir a Dios y a ustedes, ya seáis brujas, espectros o mortales. Y a fe mía que si la Inquisición escuchara esta charla nos quemaría vivos a los tres, o a los dos, puesto que difícil resultaría quemar a un espectro. Y tened cuidado, en esta hostería para gente de todas las condiciones y calañas, incluso delatores de la Inquisición. Y os confieso una cosa: a mí hace tiempo que me buscan. Si lo supiera el tal don Luis yo sería víctima segura. Se me seca la garganta, vive Dios.

Buttarelliiiiiiiiiiii, más vino, hombre, ¿no sabes que sin vino la mente se atrofia y la aspereza se agarra a la garganta?

Pero creo que ya es hora de que sepáis algo de mí. Ya sabéis mi nombre, o al menos por el que se me conoce. Mis orígenes son humildísimos. Creo que nací huérfano. A mis padres nunca los conocí, tan sólo a los frailes del convento de franciscanos recoletos donde crecí. Durante mi infancia fueron como mis padres. Pasado el tiempo yo mismo fui fraile de aquella congregación, dando mis votos al altísimo. Pero no era ésa mi condición, se ve que mis progenitores no albergaban el espíritu de abnegación de aquellos santos varones y yo llevaba en la sangre los instintos aventureros de quienes me engendraron, de modo que pronto me alisté en los tercios.
Como quiera que sabía leer y escribir correctamente y mis modales y maneras eran sobresalientes y llevaba recomendación de los frailes, pronto ascendí a capitán. De aquella época de los tercios prefiero no hablar de momento. También fui actor ambulante, más bien farandulero, y ladrón, editor, mendigo, jugador y otras profesiones de menos valor. También fui preso del Santo Oficio, de cuyas garras escapé.
Ahora soy caballero… don César de Ayala, cuya bolsa, no viene a cuento explicar por qué, no está precisamente vacía, y naturalmente a vuestra disposición. Quien comparte mi mesa, comparte mi corazón y mi bolsa.

Buttarelliiiiiiiiiiiii, tráenos unas morcillas y unos chorizos de ésos que cuelgan en tu despensa, anda, que el alimento es bueno para el alma. Y dispón un aposento para las señoras, que vendrán cansadas. Por el pago no os apuréis, yo me hago cargo.

Y vos, Christiane, ¿decís que habéis estado encerrada en una torre? ¿Que por vuestras venas corre sangre de reyes? ¿Tan duros fueron vuestros carceleros, tan fuertes eran sus razones o tan duros sus corazones que no se enternecieron ni siquiera ante vuestra desconcertante belleza? Me sublevo con lo que oigo, vive Dios, y si pudiera ponerles mis manos encima, por la Virgen santa que probarían el filo de mi espada. Y han querido quemaros por bruja. ¿No os parece este acto de una tremenda injusticia, doña Mariana?
¿Tendríais por ventura una explicación? Creo yo que es la envidia, que anida en el corazón de los hombres junto con la soberbia, la vanidad y otros males propios de la condición humana.

Pero ya están aquí las morcillas ¿qué os parecen? Comed, comed, alimentaos, que os veo estragadas.

domingo, 22 de marzo de 2009

EL EPITAFÍO....

Tieso Don Jaíme de Martín y Lara y en pos de nuestra dicha y en manos nuestras su hermoso amuleto, ante magnifica y explendida joya, dispusimonos presto a descifrar cuánto misterio tenia, percantandonos de que su interior, al igual que Don Jaime, guardaba más misterio del que en si mismo encerraba su belleza, en legida cuenta y como era costumbre propio de las verbas del ya difunto... contemplamos absortos todos una hermosa inscripción, que como si de una profecía se tratase asi decía.... "SI ME QUEDARÁ UN ÚLTIMO SUSPIRO EN MI VIDA, SOLO DIOS ME LO CONCEDERÍA EN EL AMOR DE TU ALMA, ALLÍ REFUGIARÍA LA MÍA, POR QUE ELLA LA TUYA SERÁ MI PARAÍSO, LO MÁS CERCANO A DIOS QUE YO PODRÍA ESTAR... AL AMOR DE MI VIDA.... " Al encuentro había ido Don Jaime de su misterioso destino, siendo nosotros los brazos ejecutores de su condena, siendo nosotros la puerta de su providencia, era pues justo su plácido y tierno rostro, el que yacía en suelo, frente a frente nosotros, ante la mirada estupefacta y perpleja de los que allí le habíamos otorgado los placeres del último destino de su vida...
Buenas noches, señor Jyhael, bienvenido seáis a esta hostería. Mi nombre es don César de Ayala, para servir a Dios y a vos. Me intriga lo que contáis del tal don Jamie, a quien nuestro Señor tenga en su gloria, y mucho más aún lo del misterioso amuleto. Sospecho que tras su epitafio se esconde una tragedia de amor… o tal vez algo peor. Si lo deseáis podéis acercaros a nuestra mesa y compartir nuestras viandas. Os aseguro que las damas que conmigo las comparten son de inigualable belleza y sabiduría.

sábado, 21 de marzo de 2009

Sin que venga la niebla

QUIERO que sepas, por encima de todo,
que no entiendo el sentido de este amor:
las noches frías de un invierno enclaustrado
o el calor agobiante de estas tardes
cuando paseo y recuerdo los lugares que anduvimos juntos.
La mañana con viento en el Alcázar
y tu falda volaba como lo hacen las hojas de los sauces.
Quiero que sepas, si no es mucha molestia,
que te echo de menos:
tus risas, tus cabellos, tus detalles pendientes de un hilo,
aquel abrazo lento y fugitivo en la esquina del parque
con un te quiero mucho y una lágrima...

Recuerdo que tus pasos en la acera
iban dejando sombras, y hasta melancolía,
porque no es posible querer y ser querido
sin que venga la niebla
y difumine entonces tus risas, tus cabellos,
y ese quiero que sepas que te quiero.


De Introducción y Detalles (Betania, Madrid, 1.991)

viernes, 20 de marzo de 2009

Capítulo I: La forastera








¡Buenas sean señor… señora…! Permitidme pasar aunque mis andrajos os incomoden. Vengo de largo viaje y mis ropas son jirones desperdigados por los caminos.
Tengo frío y como vi humo en la chimenea me dije que tal vez compartiríais conmigo el calor de vuestro leños antes de que emprenda nuevamente la huida.
Me preguntaréis de qué huyo, y en honor a la hospitalidad que seguramente me daréis, os lo diré.
Vivía yo en un pequeño pueblo, muy bonito y hospitalario pero cuyos habitantes adolecían del defecto de ser supersticiosos, a tal extremo
que el día en que predije que el sol sería ocultado por la luna, se dieron en llamarme bruja. ¡Sí señor! ¡Bruja! Como lo habéis escuchado.
Fue el pueblo todo a buscar mi cabeza, y si no fuera que me encontraba en medio del bosque contiguo, pues me hubieran quemado con casa y todo, que de ella sólo ha quedado una mancha tiznada en el suelo.
Así como os lo cuento. No tengo más ropa que los trapos que me cubren. Sepan vosotros disculparme y hacerme el honor de compartir vuestro puchero, os lo
suplico de rodillas.


Pero… ¡Vive Dios! ¿Qué decís, señora? ¿Bruja por predecir un eclipse? El mundo está loco, o mejor dicho, es analfabeto y supersticioso hasta el extremo, pues seiscientos años antes de nuestro Señor, ya Tales de Mileto predijo un eclipse sin que por eso lo tacharan de brujo. Aunque los tiempos que corren sean propicios a la caza de brujas, no creo yo, ni tampoco la señora Marian, que el talento sea motivo para quemar a nadie. ¿O no, señora Marian?

Venga usted aquí, por el amor de Dios, y arrímese al fuego, que la señora Marian y yo compartiremos gustosos el puchero con vos. ¿Y decís que os quemaron la casa? Más me inclino a pensar que fue por envidia que por otra cosa, pues sabido es que la envidia es un mal endémico en esta tierra de María Santísima, y viendo vuestra belleza, que resalta por encima de vuestros andrajos, es ciertamente comprensible que las arpías de vuestro pueblo os tuvieran envidia.

¡Cristofanooooooo! Vino para la señora, por Dios. Y un cuenco para el caldo. Y ropas secas y decentes, ¿no ves cómo viene? Arrimaos, señora, arrimaos a la lumbre.

Veréis, en esta hostería (la llamamos hostería sólo por aplicarle un nombre acorde con la moral de la gente) todos somos como familia, aunque no nos una parentesco alguno. Los desventurados siempre terminamos siendo parientes, mayormente porque la necesidad nos llama a la unión. Nos hemos hecho el propósito de no guardarnos secretos. Lo compartimos todo… hasta los pasados más inconfesables, y tengo la impresión, señora, de que tras vuestros andrajos, tras vuestra belleza, tras vuestra desgracia, se esconde algo que estáis deseando contar; quiero decir, compartir. ¿Por ventura no seréis bruja de verdad? ¿Sabéis elaborar hechizos? ¿Componer brebajes que arrebaten el corazón de los amantes más fríos? ¿Deseáis desahogaros en buena compañía? ¿Algún pesar empaña vuestra conciencia? Os aseguro que en esta hostería todas las conciencias están algo empañadas.

¡Cristófanooooooooooo! ¿Viene ese cuenco o no? ¿No ves que el puchero se enfría y la señora está helada?

Pues sí, señora, aquí donde me veis con este pergeño de caballero, yo tampoco soy lo que aparento, quiero decir, lo que todo el mundo entiende por un caballero. Al menos nunca lo fui, aunque me reporte ciertas ventajas hacerme pasar por tal. Ya sabéis que el hábito hace al monje. Tengo los modales, las formas, la apariencia de caballero, pero no la condición. Yo también tengo un pasado y no estoy en esta hostería por casualidad, podéis preguntarle a Buttarelli. A mí podéis hablarme con confianza, y lo mismo a la señora Marian y a cuantos aquí paramos, que ya iréis conociendo. Vos, con confianza. Puede fallar el alimento o la fortuna, pero no debe fallar la confianza. Hablad libremente mientras os calentáis. ¿Fue sólo por predecir un eclipse por lo que quisieron quemaros en vuestro pueblo?


Veréis señor, me alentáis a hablar y vuestra compañía me afloja la lengua, aunque ya quisiera yo no tener que contaros mis desventuras.
El caso señor, es que tengo… el don. Más os juro por Dios que no soy mala, señor, no lo soy. Que veo el futuro y con mis pócimas he salvado más almas que las que han quedado en batalla. A mí acuden los enamorados en pena, los desventurados de la corte y los menesterosos de los caminos.

¿Podéis pedir al posadero un cuenco con puchero? El hambre me quita el habla y os quedaréis sin historia…

Comenzaré por el principio como corresponde comenzar. Mi nombre es Christiane, y he nacido en palacio aunque no lo creáis. Mi padre es rey y mi madre sirvienta… que nunca me han reconocido como hija legítima, como Princesa, ¡claro que no! Todo lo contrario, se me ha ocultado en lo alto de la torre como si la pestilencia persiguiera a quiénes me acompañaban. Tal es el caso, que sola estuve durante años, con la única compañía de mi ama, Erdwina, venida ella de extrañas tierras, tan extrañas que no podría yo deciros cuáles.
Precisamente fue mi ama quién ha descubierto el don que he traído en la sangre, tal vez porque fui mestizaje de rey y plebeya, pues no lo sé.

Perdonad señor, deberé hacer un alto en mi historia para no dejar enfriar la comida que me ofrecéis… pues dos días hace que no he probado bocado.

La señora que os acompaña es bella como un lucero ¿Es acaso vuestra esposa, señor?
Y perdonad mi atrevimiento…