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"Tanta atención hubo acaparado la bella joven, que hasta hubo un borracho que escurrió su codo de su mesa cayendo de bruces en el suelo arrancando grandes risotadas entre la concurrencia haciéndola espabilar de golpe. Las gitanas, desde su habitual rincón, murmuraban criticando a dos carrillos, tanto a la vieja Merceditas como al única alma cándido y virginal que anidaba en esos momentos entre aquellos muros.
Al tiempo, sin apenas haber cogido sitio aún en una de las mugrientas mesas de la hostería, que Cristófano se apuraba en limpiar ante la cara de asco de sus nuevas visitantes, hizo su entrada en la taberna, Maese Carrasco, poeta insigne de la ciudad o más bien un bohemio, loco y soñador, que durante la noche se empecinaba en rondar a todas las doncellas del barrio.
De aspecto, más bien esmirriado aunque siempre aseado y bien afeitado, conquistaba con sus rimas y poemas, más bien a las madres y a las tristemente casadas que a las niñas a las que pretendía. Y hay quien decía, que descendía del mismísimo Gustavo Adolfo Bécquer, por linea consanguínea, pero en mi opinión... sus esfuerzos por construir poesía hacían más recordar a un bufón de la corte. Lo suyo era lo de meter con calzador los pareados.
- Buenas noches, ya ven que regreso sin coche. Y aunque hora de siesta retoque, no me diga señor Buttarelli, que me deja sin mear el bigote.
-Zientese, Masé Carrasco, que mi señora le pone un plato de gaspacho.-contesto, el tabernero, refregando un trapo tan sucio por la mesa de sus inquilinas, que a veces quedaba atascado en su empeño.-
- Las gracias le doy a vuestra mercé, porque muy pronto va a anochecer. Y porque veo que atendiendo está, a tan distinguidas damas, que por mi parte no he de decirle nada.-contestó, el poeta, haciendo un guiño a la mesa que ruborizó a la joven e hizo estirar las arrugas de la cara de doña Merceditas, al tiempo que sonreía.-
- Vaya, vaya... si nos visita el poeta noctambulo-dijo, saliendo de la penumbra de un rincón, don Fabrique, el tuerto. Un rufián, en tiempos perseguido por los hombres de su majestad, y que en la actualidad había lavado su imagen atendiendo a negocios de importación de seda y especias, comprando los favores del Corregidor de Sevilla. Su apodo, lo ganó al perder el ojo derecho en un duelo por asuntos de faldas-
-¿Lo conozco, Orozco? -preguntó, cambiando su semblante al ver el gesto tétrico del comerciante al mirarlo con un sólo ojo.- Lo siento, quizás no haya sido el más acertado, pero no encontraba otro pareado.-
- Ven, ven... joven poetilla, que deseo hablar a solas con vuestra mercé.-contestó, sentenciando con su gesto la única posibilidad que tenía Maese Carrasco, para actuar en otra dirección.-
- No quiero que vea vuestra mercé en mi gesto un rechazo, pero mire, mire, hay tengo ya mi gazpacho.
- Don Fabrique, que tenemos invitá hombre de Dió, no me vaya a meté usté la pata y deje al Masé comé en pá.-indicó, Buttarelli, conociendo las malas intenciones del comerciante, cuando comenzaba a parpadearle su único ojo más rápido que se presigna un cura loco.-Y usté, jientesé ya que la va a liá.-dijo retirando la silla, para que Maese Carrasco tomara asiento ante aquél brevaje de color cieno que hacían llamar gazpacho.-
-Si ha sentarme iba tabernero, ha tomarme con esmero, ese gazpacho puntero, que por su color me muero.-contestó, removiendo el mejunje con su cuchara.-