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Nadie podía presagiar en su entorno que el retorno de la Duquesa de Piedrabuena a aquella Hostería, llegando incluso a convencer a su caballero, se escondía tras la calenturienta sensación que la dama sentía al acercarse al torero que en ella conoció. Escudada en los negocios y asuntos de herencias que guiaba a aquella comitiva hasta Sevilla, la Duquesa, quería aprovechar la ocasión para asistir en persona, en tan sólo unos días, a la vuelta a los carteles del "Niño del Corral Candelas". Amén a este sentimiento libidinoso que la encandiló en su última visita se encargó de convencer al caballero de que no podrían encontrar alojamiento en otro mejor lugar que aquél que cojía cerca del coso taurino.
El caballero y don Victor, ajenos a la afición taurina de la dama y que ellos no secundaban en absoluto, accedieron a conceder dicho capricho ya que iban a estar en la ciudad aproximadamente unos treinta días y tenían que contentar sus deseos para librarla de tan tediosos asuntos.
Mientras tanto, y recelosas, las gitanas intentaban hilvanar aquella extraña visita de la dama que tanto rascaba su cabeza en su anterior visita.
- ¡Ay, Carmela de mi vía! que esta mujé viene a lo que viene.-comentó la "Pitones", junto a la barra de la taberna.-
- Venga mujé, ¿Qué está pensando ahora? -contestó la Carmela.-
- ¿Qué e musha la casualidá de que aparesca a tré día de la vuerta a lo ruedo de mi niño?
- Pó no ere tú larga ni ná, pó no tendrá cosa mejó la dama que hase que acuí a ver torea ar gitano ese.
- Que no Carmela, y no hablé con tanto despresio de el, que yo sé que tú no me perdona tó avía el jaberte quitao ar novio, pero que mi niño tira musho.-contestó, la "Pitones".-
- Oyé tú que tu a tu niño lo dejé tirao yo, ¿A onde va tú con tanta prepotensia?-añadió la Carmela, colocando sus manos en el cuadril.-
- ¡Oyé, que me tá disiendo! , mira que yo no recojo sobra de naide ¡eh! , que er niño se fijó en mí por argo ¿o que té cre tú, espabilá? Pó no vale na mi cuerpo y hasere en el catre.
- Mira no te pe ponga farruca que la uniquita que le sacó la corría entera ar trianero fué una serviora, que lo dejé sequito. ¡Seí! niña ¡Seí! pa que te entere de una vé. -contestó, la Carmela, dando un paso adelante y echándo su aliento sobre ella.-
- ¡Sheeeeeeeeeeeee! , ni mijita que tá remoño aquí mismo-dijo la "Pitones", dándole un empujón.-
- ¡Oye! ¿pero qué e lo que pasa? ¿que modale son esos? , ¿no veí que taís llamando la atensión de ló invitao?-preguntó, doña Rosario, reprimiendo a las dos.-
- Está que e una espabilaisima...-contestó, la Carmela.-
- Que yo soy una espabilaisima, yo me cago en la mare que te parió a tí mil pare de vese...- dijo la "Pitones", echándose sobre ella.- ¡Y tu una verdulera!
- ¡Cómo sigai jasí o jecho de aquí y no vorveí a trabajá! ¡Sabei enteraó!-gritó la dueña, mientras Buttarelli, canturreaba y colocaba su orondo cuerpo delante de aquella escena para no llamar la atención.-
Ambas, se dieron la espalda, cruzando sus dedos en forma de cruz sobre sus labios, y se fueron a colocar por separado en las esquinas más distantes de la Hostería, para tener ni que dirigirse la mirada...
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LG
Estando las gitanas sacándose los ojos por sus hazañas con el Niño del Corral Candelas, los caballeros se habían sentado todos a una gran mesa armada por Buttarelli que había juntado cuatro pequeñas mesas mugrientas a las que cubrió con un fino mantel de puntillas, confeccionado por la Rosario con su propio vestido de bodas, ya que no le entraba ni por la cabeza ni por los pies de tanto que había engordado, decidió en un rapto de lucidez, deshacerlo para darle forma de mantel, según ella creía, elegante. El resultado no podía ser más gracioso, pues parte de la falda seguía fruncida como si nada por más que se afanó la mujer en querer estirarlo, de modo que la mesa estaba “vestida” de boda y sólo le faltaba el miriñaque, que bueno es decirlo, hacía más de quince años que yacía en la parte de atrás de la hostería y era usado como corral para los pavos, a pesar de que el óxido lo había carcomido casi por completo.
Los caballeros no habían perdido detalle de la pelea de las gitanas por más que el tabernero se afanó en taparlo, y veían en la situación una mezcla de divertimento y preocupación, pues sabían que a pesar de resultar entretenido ver a las putas discutir entre ellas, también se podría convertir en un verdadero dolor de cabeza. El caballero que venía con la duquesa de Piedrabuena, fue el primero en hablar…-Don Víctor, siempre he confiado en vuestro buen criterio, pero creo que esta vez habéis errado el camino de lado a lado. No veo modo de dejar a la duquesa sola en esta miserable pocilga mientras nosotros negociamos la herencia de Valladolid. No creo que ella se digne a quedarse aquí entre estas… ¿cómo os diría? Buenas gentes, para no entrar en detalles… ¿Os encargaréis vos mismo de hablar con la duquesa? Pues para mí es un fastidio, ya sabéis lo molesta que se pone cuando algo no sale como ella quiere y ya me estoy palpitando que querrá irse ya mismo de aquí. No había terminado de decir las últimas palabras, cuando la duquesa venía bajando de las alcobas con una sonrisa tan radiante que se mordía las orejas. Se había cambiado el polvoriento vestido de viaje por otro de color verde rabioso con puntillas blancas, lo único que siempre conservaba a pesar de cambiar de ropa, eran esos escotes inmensos que casi le llegaban al ombligo y a través de los cuales, asomaban como melones maduros unos pechos descomunales. Llevaba el peinado tan recogido y alto como en la primera oportunidad que estuvo en la hostería, cosa que hacía intuir que el tónico que alguna vez le había untado Santorcaz, el barbero, en su cabeza, no había dado resultado.Mi señora… -Balbuceó don Víctor, esperando de la Duquesa un ataque de ira-. No he podido dar con un hospedaje más acorde a vuestra dignidad y como bien sabéis, deberéis esperar a que terminemos las negociaciones antes de marcharos, si vuestra merced así lo quiere podr… -pero no pudo terminar de justificarse pues la duquesa lo calló con un gesto displicente de su mano-.No os preocupéis don Víctor, no podríais haber encontrado aposentos más adecuados. –Dijo mientras los caballeros reunidos en la mesa no podían dar crédito a sus palabras-. Este lugar es francamente adorable, con ese aire tan campesino, esa comida tan exquisita, estos parroquianos tan gentiles y la cantidad de visitantes tan… tan… -y al no encontrar las palabras que definieran a quien ella estaba esperando, es decir al Niño del Corral Candelas, a falta de palabras, decía, un rojo rabioso le cubrió las empolvadas mejillas y agitó los melones dentro del escote…Todos los presentes quedaron mirándola boquiabiertos sin dar crédito a lo que escuchaban, la duquesa de Piedrabuena no sólo estaba contenta, hasta parecía que estaba excitada…