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Casimiro no olía a hombre, olía a rebaño, a piara, a manada, a cualquier cosa menos a persona. Ya no se trataba de un simple olorcillo corporal, no, tenía una membrana por encima de la piel, una costra de sudor y mugre ante la que cualquier mujer se hubiese echado las manos en la cabeza, cuando digo mujer no me quiero referir a Casiana, por supuesto. El barbero dando cuenta de esto, le hizo una señal a
- Pues a juzgar por lo que oigo en mi cabeza no debe hacer mucho tiempo por que las voces se andan felicitando por el… es imposible antes de ese año nuestro señor hará armado algún que otro día del juicio final – se dijo Santorcaz.
Pidió a doña Rosario que le prestase una manta y la sostuviese a modo de biombo. Se negó, pero al menos le prestó la manta y de biombo se colocó Casiana con el animo de mirar. Como hacía frío se colocaron cerca de la chimenea y allí comenzó Santorcaz a restregar, al principio notó que las chinches huían en desbandada y que el churrete caía arroyado. Y todo esto regado con las mejores exclamaciones de Casiana.
- ¡Uhhh! ¡Qué sabrosón! ¡Este me lostreno yo!
- ¡Por nada del mundo visión! – gritó Casimiro – Escúcheme usted don barbero que si todo esto es para que el bicho este se me eche encima usted me deja que yo me voy para la sierra, mire usted.
- ¡Tenga vuestra merced paciencia! ¡Que aquí el único que está haciendo un esfuerzo es un servidor… Buttarelli, traiga vinagre, que esto apes… husmea!
- Aquí lo único que güele es la pasión, amol, tú y yo untito los do. Que locura… o los tre, me da iguas. Er churra grande y er pestoso, ay que riiiico.
Aunque el climax lo alcanzó cuando le bajó el pantalón y casó eso que todos sabemos. Ciertamente no era gran cosa, ni tampoco muy insignificante, algo situado en un término medio, pero la terminación era grande, por darle una semejanza le daré el de una seta, por lo menos. Entonces el biombo cayó, y los asistentes tuvieron que sujetar a Casiana que ya no era Casiana, era una fábrica de lujuria. Y el cabrero corría con el pantalón bajado como animal trabado, dando voces y maldiciendo. Mostrando a todos sus peludas y olientes vergüenzas. Allá por donde pasaba el vino se volvía agrio y la leche se cortaba. Casiana negaba una y otra vez, Santorcaz se santiguo y solamente al cabo de un rato y después de muchos apuros pudo continuar su trabajo. Aunque necesitaba un nuevo biombo ¿quién se ofrecería?