viernes, 29 de mayo de 2009

EL SENTIDO CONTENIDO DE LA VIDA

Entre dichosas algarabías, fiestas y menesteres, solo en verdades se cubrían los presentes, poetas, músicos y trovadores recitaban sus quehaceres de la vida con placeres, lo que aquí en memoria el verbo hacía, era presente para eternas melodías...
Memorias de lo que un día dejaría esta hermosa hostería, bellas letanías de cuentos de un día, bellas armonías de baladas a la vida, lugar y palacio de bellas historias queridas...
Sentir se siente, sentido de la vida, este lugar de reposo de descanso de algarabía, fuente de vida de penas y alegrías en contenidos propios de la vida se llenaba la Hostería...
En silencio van surgiendo frases, firmas, verbos y memorias de los que por aquí dejan la vida, consumasen como fantasmas de lo que fueron y dejaron en vida, en esta pedanía, es flor de primavera, del invierno también en sus cortos días, porque solo aquí, en las palabras de esta hostería queda el reflejo de lo que es el sentido contenido de las palabras de toda una vida....
Jyhael

HOSTERÍA, HISTORÍA Y VERBOS...



Surge de entre la algarabía una bella historia de amor, germinando en recitales de versos llenos de pasión, firme siéntase el poeta a admirar, lo que en la hostería esta a punto de pasar... En tiento silente el poeta observa el amar de los amantes que en vino ha de templar el desasosiego propio de su admirar... versos y palabras surgen de su recitar, mientras en la hostería la fiesta continúa sin parar...

En tan bella hostería, en lugar de culto de historias a contar, piensa el trovador y poeta, siempre he de retornar, buscando en este lugar el verbo que he de recitar....
Jyhael


martes, 19 de mayo de 2009

Un nuevo amanecer. Capítulo II

Ése era el ambiente que le gustaba a don Lope de Vergara, o a Lupita la Utrerana. Cuando vio entrar en la hostería a Perillo y a los suyos los ojos se le pusieron como candiles. Sin embargo, los celos lo devoraban por dentro cuando apareció en el portal Teresa la Bailaora. El bachiller se removió inquieto en el taburete y ya sólo tenía ojos para la rubia. Tan descompuesto estaba que ni siquiera prestó atención a las ocurrencias de Perillo. Entre la bailaora y Lusito el Tonto, del que pensaba que era más listo que Buttarelli, ya empezaban a darle la mañana. Tomó a la Pitones por el brazo mientras miraba de reojo a la rubia.

Huy, huy, huy, Pitones, ten cuidaíto con el tonto, sí, ten cuidaíto, pero ten más cuidaíto con la rubia. Cristiiiiii, anda trae un pucherito pa er bachillé, hijo, que le están saliendo los colores.


En la hostería comienza la vida desde muy temprano, en cuanto amanece ya está el gallo dando su canto y se oye la voz de Buttarelli dando ordenes a los mozos de cuadras o cocineros, o se oyen los preparativos para la matanza del cerdo, o los carros que llegan con alfalfa para los caballos y los mulos.


Buttarelli, después de vestirse a la luz del candil, se coloca su impecable delantal blanco y se pone a revisar el hostal para que todo esté como a él le gusta bien ordenado y pulcro.
Todas las noches Teresa la bailaora y el guitarrista Juanito actuaban en la hostería y en los descansos salia Perillo a hacer reír al personal, muchos eran ya clientes fijos, otros iban de camino y paraban una noche a descansar del viaje junto a sus caballos.

Teresa, bailaba por soleares, fandangos, bulerías y venían hombres a verla actuar desde muy lejos, porque su belleza los tenía obsesionados, Juanito hacía de celestino y le buscaba amantes o se los espantaba cuando ella perdía interés y no los soportaba.

-Teresa viste como te miraba el bachiller ¡niña! que el hombre por mirarte, tropezó con el tonto y lo tiró al suelo y espantado salió corriendo diciendo qué mala gente, qué mala gente, porque creía que el bachiller le dio un empujón. A mí me entró la risa y no podía parar, mira, ¡qué risa niña! Tanto que el bachiller me miró con cara de enojo y don Lope miraba al bachiller con cara de pocos amigos y yo de ver al trío de tontorrones más reía. ¡Qué cuadro, qué cuadro! Mejor que los cuentos de Perillo.

Ya ves ¿pero no te van a mirar chiquilla? con ese carita de porcelana que tienes, con esos ojos y esas manos que las mueves mejor que naide. ¡Sí tienes a todos los hombres enamoraos! Y a ti no es facil de conquistarte ¡bien lo sé yo! Pero ellos lo ignoran.

-Juanito, estoy mu bien asin, tos pa mí y yo pa ninguno, que los hombres tos sois mu selosos y no me dejarian bailar y es mi vía el baile tú lo sabes !eha! no hablemo de amorios que me aburre, yo he nasio pa baila y tengo que haserme una bailaora famosa pa casarme con un Prinsipe ¡por lo meno!

-Sueñas demasiado alto niña mía, aunque yo juro por mis huesos, que el primer Príncipe que vea entrar en la hosterías ese quedará prendido de tu belleza.

- ¿Tú crees que a la hostería va a llegar un Prínsipe jajaja?

-Lo creo, porque se comenta entre fogones que esperan pronto la llegada de uno que viene siempre de incógnito y se hace pasar por otro personaje. Llega cada año por Primavera y se queda en el hostal unos días. Cuentan que llega acompañado de lacayos y de mujeres y que hacen fiestas privadas, que Buttarelli cierra la hostería por la noche para ellos solos.

-¿Quieres desi que voy a bailá pa un Prínsipe? Siempre soñé con uno pero nunca le vi, a veces pienso que sólo existen en los sueños de las mujeres.


Perillo que memorizaba alguno de sus cuentos cuando escucho a Teresa hablar movió la cabeza y se acercó a los amigos.

-¿Un Príncipe decís? Imaginaros señores que me escucha el buen hombre y me lleva de bufón a su corte.
Un día me contaron que un Príncipe antes de morir le dijo a su amada esposa: Mi amor, aquí te dejo bien guardado con siete llaves un tesoro para que comas el resto de vida que te queda.
¡Y le dejó una cuchara! jajajaja

Voy a llamar a los magos para que os traigan un Príncipe Teresa...

¡César, Salmorelli, se busca Príncipe para Teresa!
Si no, yo mismo voy a la corte y os fabrico uno.

-jajaja ¡Otra de tus fantasías Perillo! ¿Nos quieres hacer reir?

-Nó, de verdad, César y Salmorelli, son como dioses en la hostería, dan vida a personajes y se la quitan cuando quieren.

-¡Pues yo no los he visto nunca!

-Yo sí, ustedes seguro que también, pero ellos no quieren dejarse ver, ¿no les oís cuando piden comidas y bebidas para sus invitados? Siempre están por ahí, aparecen y desaparecen, por eso son magos.

Juanito y Teresa no creen a Perillo, él con su fantasía se ha ganado la incredulidad, pero era cierto que ellos oían pedir comidas y bebidas en la hostería y no sabían de donde provenían las voces. Había mucha brujería en el entorno y preferían no pensar en cosas paranormales.

lunes, 18 de mayo de 2009

El vals de las tijeras - Un poema de Ángel M. García

La noche se precipita obstinada, feroz, depredadora; dibujando el horizonte donde las tijeras desnudan sus ojos para bailar al compás de los tambores. En la oscuridad, en la profundidad de los desvanes, deslumbra el inmaculado brillo de sus garras afiladas: unidas unas contra otras como los dedos de una mano. Golpeando sus delgados cuerpos cicatrizando sus puntas en el suelo. Girando sin parar con su piel acuchillada y triste de abrazarse en silencio. Suenan sus pies hechos de tiempo el viento se escurre entre el espacio de sus cuerpos a tiras, a trozos, deformándose, elevando sus movimientos, agujereando sus cabezas. Entre sus caderas que se besan, doloridas, como los árboles que nacen en las entrañas. Y el aire comienza a sangrar con su vuelo frenético cada vez más rápido, una vuelta, y otra, y otra, y otra .... Rayando el suelo con sus manos. Sin poder tocarse. Bailando y dejando a su paso el surco de las lágrimas.
Capri

jueves, 14 de mayo de 2009

" UN NUEVO AMANECER "

Y de aquél episodio de la corrida de toros en la monumental de Sevilla, con sus muertes incluidas, se habló durante meses por todo el reino, y como no, entre los clientes y visitantes de la hostería. Nadie terminó jamás por poner en pie que pasó con "Malaleche" ni quién se quedó con la recaudación del festejo. Si que se supo de los exitos del "Niño del Corral", con su cuadrilla, por plazas de segunda y de tercera categoría, y del dinero que a posteriori, Buttarelli, se embolso rememorando dicho acontecimiento en su establecimiento.

Todo el mundo se preguntaba por la suerte que habría corrido doña Elena y su hijo, y también por la vida que llevaría la pelirroja por esos caminos perdidos de Dios. Lamentablemente, si que llegaron noticias de la muerte de don Mendo en un duelo por cuestiones de honor y de amores, lo que no pudo la tragedia del ciego, lo pudo un asuntos de cuernos de baja realea. Por lo demás, la reputación del negocio más singular de la Sevilla del siglo de Oro, no se vió alterada en lo más mínimo, continuaban llegando truanes, embarcados, nobles, fulanas y todo tipo de personajes dispuestos a dejar su estómago y su higado al servicio de Cristófano Buttarelli...

-La puerta está abierta día y noche, por ella salen y entran personas de todo tipo, como en la propia vida: "Por sus hechos los conocereis" Los hay ladrones y pendencieros, los hay falsos y verdaderos, ellos nos cuentan sus historias, con ellos reiremos o lloraremos, nunca la ficción supera a la realidad -salvo en algunas excepciones- así veremos mujeres celosas y malvadas hacer de las suyas por arte del diablo, veremos inocentes llevados a la horca, veremos pobres que se hacen ricos y ricos miserables. Por la hostería pasan cientos de personajes y cada uno es como su madre le trajo al mundo, ¡desnudo sí! Pero se visten con cada personaje que hace temblar al misterio.


Apenas eran las dos de la tarde cuando en la hostería reinaba ya el bullicio, el jolgorio y las pendencias. La hostería era uno de los lugares preferidos por un personaje pintoresco en Sevilla. Natural de Utrera, hijo único, vivía de las rentas dejadas en herencia por su padre, don Miguel de Vergara y Cifuentes: tierras de labor en el valle del Guadalquivir, haciendas, cortijos y una ganadería de caballos prestigiosa en toda Andalucía. En Utrera vivía en un palacio conocido en toda la provincia por los jolgorios que en él se formaban. Allí paraban de continuo pintores, poetas, cantaores, toreros, artistas, gente de la farándula, bailaores... El cante, el baile, el buen yantar, el buen beber y el buen vivir sostenían los días y las noches de don Lope.

Supersticioso hasta el extremo, amante de videntes y echadoras de cartas, de todo lo oculto y misterioso que en el mundo había, también de inciensos y candelabros, de oropeles y fruslerías, don Lope estimaba por encima de todas las cosas lo que él llamaba elegancia: finas ropas, delicados perfumes y cuidadas formas. Sin embargo sus maneras, más próximas a la feminidad que a la hombría, eran con frecuencia vulgares. Sus ademanes, exagerados. Sus andares, sospechosos. Su fino y cuidado talle, llamativo. Sus contoneos, delatadores. Por eso y por muchas cosas más, don Lope de Vergara era conocido entre los maldicientes y envidiosos sevillanos como Lupita la Utrerana o Lupita la Incombustible.

Aquella tarde entró en la hostería dejando tras de sí el rastro de un penetrante aroma a jazmines. Una camisola de encajes de color rosa, unos exquisitos gregüescos celestes y unas ajustadas calzas a juego con la camisola. Los zapatos, de un tacón un dedo por encima de lo normal, rematados con una reluciente hebilla de plata. En su cinto, una daga con empuñadura de marfil. En su mano, un pañuelo bordado que agitaba constantemente de un lado a otro. En su cabeza un sombrero de cuidado paño con profusión de plumas celestes. Como era su costumbre, la emoción lo llevó al chillido al abrir la puerta.

Aaaayyyyy, pero ¿a quién veo aquí? Si es mi gordito preferidooo. Buttarelliiiiii. Dame un beso, hijo mío, que hase un siglo que no te veo. Anda, mi arma, ven, echa un vinito aquí de mi cuenta a la concurrensia. Oooy, y qué concurrensia, por Dio, cuánta alegría.

La concurrencia, en las mesas y abarrotando la barra, lo miró de reojo. Todos pensaron lo mismo: con razón a don Lope de Vergara lo llamaban en Sevilla Lupita la Utrerana.

(Ojú, cómo viene hoy la utrerana, vive Dios, milagro sea que no se forme)

Mire vuestra merced, don Lope, que yo no le doy besos mi a mi mujer, por mucho que la quiera.

¡Ooooy! ¡Qué esaborío, Cristófano, digo... Cristi. Anda, venga, ponnos un vinito.

-Mire usté, quien abaja las escalera con la pitone-indicó Buttarelli al utrerano.-

- ¡Pardies, pardies ¿quién es ese macho, Cristi? - preguntó don Lope, quitendose el calor que le había entrado con la mano a modo de abanico.-

- Es er Bachille Santillana, un hombre curtisimo que se está ospeando aquí. -contestó el tabernero pasando el paño por la barra, para recoger la baba de Luisito el tonto, que miraba sin pestañear el escote de la pitones desde la esquina.- ¡Luijito!, ¿está tonto o qué? no ve que lo tá manchando tó.
- Lo ssssssieeeentooo Bububutatareli.

- ¡Don Lope, de nuevo por estos lares!

- Ulalala, pitonsitos. Ven a cá y dame esplicasiones del diplomado. -contestó tirando de la fulana hacia él.-

- Pero, ¿qué quiere vuestra mersé que le cuente? , ¿no ve que a ese peaso de hombre no lo va a catá usté en la via?

- Ppppiitoonnneeeee, ppiittoneee...

- Ave tonto, dejamé, que no estoy hoy pá manuseo ¿no ves que estoy ocupa?.

- Teeenngooo rrrreeeeaaaaleee, ppiittooneeee...

- ¡Lentejosa! ¡Lentojosa!, arte cargo der tonto que trae plata-gritó llamando a la compañera para quitarselo de encima.-

- Buenas noches, tengan vuestras mercedes. Por favor, tabernero sirva un poco de vino a la dama y a su acompañante.-indicó el Bachiller, al acercarse a ellos de manera muy educada.-

(Por diossss, por diossss, que varonil, que educasion, ¡Que perniles!, que me estan volviendo loca) - Grasias, miarma, es muy amable. Sientese aquí a nuestro ladito.


Las puertas de la hosteria se abren y aparece una mujer bellisima. Es Teresa la bailaora.




-¡Buenas tardes señores y señoras! ¿Es ésta la famosa taberna de Buttarelli? El dueño de la hostería me ha llamao, vengo a sustituir a la antigua bailaora.La cara de Carmela la gitana, la Lentejosa y de la Piñones era de asombro y envidia al mismo tiempo.


-Señor Buttarelli, ¡eha! ya me tiene usté aquí, oiga ¿es verdad eso que me han dicho que aquí hay mucho lío con las mujeres?

Pues yo vengo ya prepará ¿sabe usté? yo necesito el dinerillo que voy a ganar pa comé ¿sabe usté? y ninguna mujer me lleva a mí pa lante, ¡se lo digo yo! ¡eha! aquí donde me ve usté tan fina y delgadita, no vea usté la fuersa que yo saco cuando me llevan los demonios o se meten con mis muertos, que Dios o el Diablo los tengan en su gloria, tos se me han io ya, asin que estoy sola en el mundo, por eso he sacao fuersas de donde naide sabe, ni yo tampoco, pero las tengo ¡eha! y eso ya lo veran ustedes si las tengo que sacar, que por aquí veo yo mu mal pelaje, pero estoy acostumbrá ya a estos ambientes, una ha pasao ya por tó y a mucha honra lo digo, que a mi naide me hecha la zancailla ni la pata por encima, ¡ojo! si yo no quiero ¡eha! Con el gitaneo yo no quiero cuentas, ya ven que yo gitana no soy, ni tengo ná que ver con ellas, no es por ná, pero ellas en su sitio y yo en el mío, ¡como está mandao!

¡Ya está to dicho señor Butarelli! Ya me dirá usté las condisione del trabajo y las costumbres de la casa, estoy dispuesta a bailar como un trompo si hase farta.

Las gitanas no necesitaban escuchar lo que dijo Teresa a Buttarelli, pero se la miraban con cara de pocas amigas, para ellas todas la payas eran extrañas. Intuían que la paya iba a buscar pronto pelea. Ellas, estaban allí para hacer su trabajo y alegrarle la vida a los pasajeros, no para que les amargase la existencia una bailaora cualquiera como Teresa.

En la hostería entra un hombre delgado como una vara seguido de un enano y una mujer, son: Juanito el guitarrista, Perillo el bufón, contador de chistes y la madre del enano que le acompaña siempre.

-¡Buenas tardes al personal! ¿Teresa, no podías esperarnos mujé? ¿Tenías que hacer la entrada tu sola? ¡Te dije que nos esperases en la casa de María!¿Ya hablaste con el dueño de la Hostería? Él no sabe que llega la madre de Perillo a comé y bebé del cuento.
Perillo, que tenía fama de ser uno de los mejores bufones de toda la comarca, sube al pequeño escenario de la hostería y se presenta.

-Señores y señoras, ustedes habran oído hablar de mí, ya que soy célebre en todo el País, por mi estatura sin igual, por mi elegancia, clase y don natural que no pueden pasar desapercibidos. -se oyen sonoras carcajadas-, mi madre que aquí la tienen de cuerpo presente, perdón, quise decir presente, ella, cuando yo nací se había ido a la costurera -risas-, y así de cortito salí yo, eso sí, muy bien repartido, completo, con todas las piezas, alguna más corta de lo habitual... como las piernas, ¡eh! ¿qué estaban ustedes pensando?

Les voy a contar algo que me pasó ayer: encuentro a un amigo y me dice, sabes Perillo mi hermano anda en caballo desde los cuatro años y le dije, pues ya debe de estar muy lejos ¿no?

Saben ustedes, ayer se murió un familiar y sus amigos pusieron la siguiente inscripción en la tumba: "Aquí continúa descansando..."

Esta mañana me pregunta Juanito el guitarrista, oye Perillo ¿Qué es peor, la ignorancia o el desinterés? Le dije: ni lo sé, ni me importa. -Aplausos y risas-.

lunes, 11 de mayo de 2009

Estoy totalmente de acuerdo con Salmorelli. Deberíamos todos hacer borrón y cuenta nueva, sin rencores. Y lleva razón: una vez que un personaje entra en la hostería, en parte deja de pertenecer a su autor porque todos los demás personajes interactúan con él. Al no haber ni siquiera un esquema mínimo planeado, tratándose todo de improvisación pura, los personajes propios pueden ir de un lado a otro movidos por el ingenio del resto de personajes de la hostería.
No creo que sea necesario moderar los comentarios, aunque toda moderación es poca a la hora de hacerlos en la medida en que puede herirse la sensibilidad de los demás, y no estamos aquí para eso, sino para todo lo contrario. Las críticas son buenas, todas, y hasta necesarias, engrandecen al que las hace, aunque sean malas, y por lo general se aprende de ellas. Todo lo contrario ocurre con las descalificaciones, que nunca a nadie enseñaron nada y de las que ninguna enseñanza puede extraerse.
No estamos aquí para lucirnos ni para desprestigiarnos, yo al menos estoy para aprender y pasarlo bien. Y disfruto entrando en la piel de un personaje que invente, sintiéndome él y viviéndolo. En la próxima historia deberíamos hacer todos un esfuerzo e invitar a participar a los amigos que nos visitan y que tengan visible su correo electrónico. Cuantos más seamos jugando a esto, mejor.
Siento de verdad lo de Liliana, a quien sinceramente voy a echar de menos, y deseo que vuelva a escribir historias con nosotros porque hemos echado muy buenos ratos en la hostería. Ánimo a todos y a pasarlo bien, que de eso se trata.

¿Hay alguien hay?

No me queda más remedio que hacer esta pregunta. Me gustaría, por un sólo momento, que todo aquél que acostumbra a visitar la Hostería, respirase hondo y que contase hasta diez, no por nada, sino para que recuperásemos de nuevo ese climax y buen rollito que existía cuando Cesar Lamara, quiso comenzar esta singular aventura dentro del mundo de la escritura y del mundo de los blogs.
Sin dirigirme a nadie en concreto, quiero deciros que sería una auténtica gozada que se hiciera borrón y cuenta nueva en esta insigne taberna, para que sacásemos entre todos adelante a todos esos personajes que llegaron tiempos atrás, que aún siguen bajo la torrencial lluvia en una plaza de toros, pero sobre todo para los que tienen que llegar para el disfrute de todos. Sería injusto que con la actual crisis nuestro amigo Buttarelli tuviera que cerrar un negocio con tantísimo sabor y peculiar encanto, ¿no es cierto?
En este lugar he aprendido muchísimo de autores consagrados, que verdaderamente los hay, y de otros autores que simplemente disfrutan compartiendo esa escritura que brota a raudales de sus mentes y que por este motivo no lo son menos. Habría que recapacitar un poco el verdadero mensaje que su creador quiso lanzar en la presentación de su blog, (Esta hostería permanece abierta día y noche aunque la puerta esté entornada. Aquí pernoctan los viajeros y sueñan los poetas; apuestan y juegan, ganan y pierden truhanes y aventureros, ingenuos y tentadores de fortuna. Aquí beben y ríen crápulas y vagabundos; mienten y juran burladores y pendencieros. Aquí se cuentan historias ...) , y cuya intención fue la que existiera un intercambio interactivo de imaginación, personajes, historias...
Una vez que un personaje entra en la Hostería, deja de pertenecer a su autor y pasa a ser cliente del tabernero y parte de los seguidores de las historias que se montan en el establecimiento. Por ello pido humildemente desde este rinconcito sevillano, porque sabéis que no suelo entrar en comentarios, que abramos de nuevo nuestras mentes y sobre todo nuestros corazones para abrirnos al mundo de la literatura y al mundo que nos une y cobija día a día sin fronteras.
Y como diría uno de los personajes: - ¡Bucareli, llena las jarras que an venía gúenos amigos a verno! , que no farte de ná, que aquí ay gúena gente. Por favor, ¡no deje que se marche naide!
Un beso a todos y que fluyan de nuevo las palabras...

domingo, 10 de mayo de 2009

Carta abierta a los lectores de la hostería

Queridos amigos.

Cuando César Lamara, a quien aprecio infinitamente me hizo la propuesta de conformar este blog, acepté gustosa porque me pareció magnífico poder interactuar con un grupo de excelentes escritores. Hoy, he decidido dejar la hostería, no como seguidora sino como autora.

Los que siguen este espacio están al tanto de las circunstancias que se fueron desarrollando desde el primer día y que me llevan a tomar esta decisión. A los que no, debo decirles que en mis cuarenta años como escritora, nunca, nunca, me he enfrentado a una situación tan manifiestamente agresiva, soberbia y chocante por parte de un participante, y nótese que digo participante y no escritor/a puesto que semejante conducta no se condice con esta noble profesión.

Fui acusada de cambiar sus textos, borrar sus fotos, no seguir “a sus personajes”, hacer comentarios contrarios a su persona encubierta bajo otro perfil y un sinnúmero de otras tantas que no vienen al caso y que ya no me interesan.

Tengo cierto prestigio en mi país, y ahora fuera de él, adquirido a fuerza de mucho trabajo. Acabo de ganar un primer premio de relato y soy actualmente Jurado, representando a la Argentina, en un Concurso Internacional. Por tal motivo no puedo perder lo que tanto me costó ganar dentro de este círculo, esta situación no está al nivel en que me muevo, pues tengo una conducta que me guía y que me precede de la cual pueden dar fe muchos de ustedes, los que saben cuál es mi verdadero trabajo fuera de escribir, ése que sí es anónimo y que salva vidas.

Basta que cualquiera de ustedes se remita a los comentarios desde el inicio de este blog, para saber cuál es la única persona que se ha quejado siempre de todo y ha confrontado con todos, incluso con los comentaristas.

Agradezco enormemente, a mi querido César, a Salmorelli y a Manuel García, por sus aportes y sus talentos, no me cabe la menor duda de que dejo la hostería en excelentes manos. Fue un gusto y un honor haber compartido este espacio con ellos. De la misma manera les pido disculpas a todos los que me han seguido y alentado con sus comentarios, quiero que sepan lo mucho que los he apreciado. Gracias de todo corazón.

Liliana C. García
www.lanavede-lg.blogspot.com

martes, 5 de mayo de 2009

Capítulo VI. Se masca la tragedia.




Los alguaciles nunca vieron en la cárcel de Sevilla a un preso con amigos más poderosos que aquel ciego. Antes de dos horas, los regidores en persona, que estaban ya sentados en el palco para presenciar la corrida de toros, abandonaron la plaza y fueron a ponerlo en libertad en medio de las más descabelladas disculpas.

Arrojaron los andrajos a la basura, lo vistieron con ropas de caballero y le dieron un estoque y una bolsa de oro enviada por su poderoso protector. Cogió el estoque, pero reclamó la vieja daga que portaba al ser arrestado. Antes de media hora, transformado en otra persona, estaba en la plaza de toros. Aguzando la vista, que era buena, descubrió a don Mendo en el palco. Ya sabía por la puerta que iba a salir el de las Cuevas. Era lo único que necesitaba saber.

Justo en aquella puerta había un hombre vendiendo buñuelos. Por cinco monedas de oro lo convenció para el trueque de la ropa. Las de un caballero a cambio de las de un plebeyo y cinco monedas de oro. Ése fue el trato. Buen negocio para el buñolero. Sólo había una condición: que lo dejara hacer buñuelos hasta que todo el público abandonara la plaza. El hombre no podía creer en su suerte. Sin pensarlo entró en la plaza a disfrutar del espectáculo. Ya sólo era cuestión de esperar.

Mientras tanto, en el palco, don Mendo de las Cuevas seguía inquieto por su sueño de la noche anterior, aunque con el ciego entre rejas llevaba un rato respirando tranquilo. Pero cuando se llevaron a Berenjeno y el mozo paseó por el albero el nombre de Malaleche escrito en la pizarra, un sudor helado le empapó el cuerpo y arrimó fuertemente la espalda contra el asiento.

Por todos los santos del cielo, muerto soy.

Recogió los brazos en la capa, a pesar del calor, y bajo ella amartilló las pistolas.

La algarabía es total, los ánimos están puestos en el Niño del Corral.
Nadie sabe de la intriga que se urde.

El chaval que acompañaba al supuesto ciego, está sentado a la diestra de la pelirroja poetisa. En su cara denota una profunda tristeza que no pasa desapercibida para la mujer.

Oíd niño, ¿de dónde conocéis al ciego? Pues no parecéis su hijo ni mucho menos.

No señora, ni si así lo quisiera, que no lo quiero, mi Dios. Maldita sea la hora en que una tropilla de seis caballeros llegó a las puertas de mi casa. Sabed que somos ocho hermanos y mis padres tienen serias dificultades para alimentarnos. Pues bien, el que llevaba el mando bajó de su caballo y batiendo palmas esperó que mi padre saliera.
Cuando así lo hizo le pidió de llevarme para servir, dijo, a un gran señor y que tendría buena comida y ropa, que no pasaría penurias…

Contad niño, contad pues. –El corazón de la pelirroja dio un vuelco.

Mi madre quedó llorando en la puerta, rodeada de mis hermanos, pero mi padre la había convencido que era lo mejor para mí. ¡Virgen Santa, señora! –Gruesas lágrimas brotaron de los ojos del niño.- El caso fue que no más salir del pueblo, aquel caballero que llevaba el mando, mudó su fina ropa bordada en oro, por los harapos del que conocéis por ciego, el cual me dio orden de seguirlo y ayudarlo como si así lo fuera.
También me dijo que de no hacerlo quemarían mi humilde casa y degollarían a mi familia, todo esto entre las risotadas del resto de la guardia que parecía disfrutar de lo que su señor urdía.
Ya veis señora, no soy de la calaña de ése. Os agradezco infinitamente que me hayáis librado de la cárcel, pero temo que si el falso ciego sale, dé con la vida de los míos y de mí mismo, que no es hombre de quedar entre rejas.

Bueno niño, bueno. No temáis que yo velaré por vos y nada os pasará a mi lado. Cuando todo este entrevero termine os llevaré presto a casa de vuestros padres. ¡Doy fe que así lo haré! Ya veis, no todos son de la misma calaña.
Ahora levantad el ánimo chaval… ¡La corrida está por comenzar!

Las mejillas de la pelirroja están encendidas y del color de su cabellera. No se había equivocado…

¡¡¡ Maestroooooooooo !!! Amo allá con e que esto no es naaaaa.


Elena, recibe una carta de su madre donde le cuenta que el Conde de Ureña ha denunciado a Don Mendo por la muerte del Cardenal, que el pregonero de Toledo diariamente vocea su búsqueda y que hay carteles por toda la Ciudad en letras grandes donde se pide a la gente colaboración para detenerle.
Elena, decide escribir a su madre.

Querida mamá:

En Sevilla estamos en pleno festejo de la feria de Mayo, esta tarde hay una importante corrida de toros, don Mendo y los demás huéspedes y amigos de Buttarelli están en la plaza. Hoy las mujeres de la hostería me han insultado, se han puesto de acuerdo para hacerme daño, son mujeres sin corazón, ya puede imaginarse la clase de mujeres que visitan los villanos, hombres que beben demasiado y comen asnos y vísceras de cochino.

Mamá usted me conoce bien y sé que le hice daño cuando abandoné la primera vez al Conde, mi marido, usted sabe que yo nunca le amé, ustedes me obligaron a casarme con él y desde entonces el odio y la venganza se adueñaron de mi alma.

A la única persona que he amado de verdad es a mi hijo y ahora amo a don Mendo tanto como a mi misma, no puedo permitir que le detengan por un crimen que él no ha cometido, si viene la guardia a detenerle, será a mí a quién llevaran presa, porque fui yo quien mató al Cardenal.

La quiero madre y perdoneme por todo el daño que le ha causado mi existencia.

Elena.

En la puerta de la plaza de toros estaban la gitana Carmela, la Lentejosa y la Piñones con sendos mantones de Manila y decorando sus cabezas se mezclaban peinetas entre rojos claveles, desde lejos divisaron a Elena que se dirigía al tendido.

-Mirar allí viene la chulapa, castiza ella, no hay más que verla, es de los madriles y señorica, disen que tie un mario de la noblesa, va con la cara mu pa rriba, tengo gana de tirarle del moño.

-Esa nesesita un poco de nuetra curtura, no ves que la paya va de Reina y se ha ganao al don Mendo ese, ¿que tendrá el joio don Mendo que a toas nos lleva de calle? ¿verda Piñones? que yo sé que estas colaita por el, y yo también lo estoy y tú Lentejosa que na más verlo te haces aguas.

-Mira Carmela, gitana, no me saque el nervio, el hombre que me gusta es el Niño del Corral, no otro. Pero me da coraje que esa lagarta que se las va dando de Reinona se esté tirando a don Mendo y te juro que a esa le pego yo una tirá de pelo y me queo tan agusto.



Las gradas aguantaban el peso de la gente y el alboroto, la tensión estaba a flor de piel, el Niño del Corral detrás de la barrera miraba con expectativa la puerta por donde salia Malaleche.

¡¡¡ Maestroooooooooo !!! Amo allá con e que esto no es naaaaa.

El crujir del portalón al abrirse, consiguió un silencio casi sepulcral en el que tan solamente batallaban los pregones de vendedores de higos chumbos contra el sisear de la gente para acallarlos. El "Niño", esperanzado por el vientecillo que empezaba a levantarse y por la presencia de algún que otro nubarron, salió del burladero en busca de una posición en la plaza que no guardase ninguna relación con la que ocupaba en el sueño.

Pero, un hecho insólito causó la sorpresa del respetable, frenando la salida de "Malaleche", Buttarelli,irrumpió en el ruedo a lomos de un caballo desbocado que galopaba a arreones sin que nadie lo pudiese frenar.

- ¡Ay, santita virgen de la lechuga! ¡Ay que me mato! ¡cabaaaalloooo, paraaaaaaaaaa!

Al parecer la pelirroja, sabedora del sueño premonitorio del Niño, estaba intentando cambiar los hilos que pudiesen asemejarse con lo acontecido en la pesadilla del gitano, así que con sigilo se coló en el patio de cuadrillas y con una enorme aguja pincho en los cuartos traseros al caballo del pintoresco picador, y este salió espoleado a la plaza.

El público, pasó del enfado a la carcajada y Buttarelli, con el barbuquejo ceñido sudaba a caños a la espera de salir disparado del animal para estrellarse con vaya a saber usted conqué. La confusión, se mezcló con una estruendosa tormenta, y el torero empezó a reirse abrazando a Rafaelito a la vez que la gente comenzaba a abandonar la plaza a toda prisa para no terminar empapada.

- ¡Maestro, no me abrase así que paresemo gansulinas! - exclamó Rafaelito.-

- Me dá iguá, Rafaé, que hoy emo salvao la via, ¡Abrasamé hombre, abrasamé! -contestaba el trianero.-

Capítulo V. La fiesta nacional III

-¡Ay! Esta España de mis entretelas, pelirroja. Cómo están los condes y los marqueses y los duques. Cómo claman venganza contra el pueblo, vive Dios. Y todo por líos de faltas. A fe mía que si no nos matan unos nos matan otros. El conde de Ureña quiere cortarnos el pescuezo a doña Inés y a mí y el conde de las Casas a vos. Y ese ciego con el que he soñado… Vive Dios, qué mala espina. Aquí al único que no lo busca la sangre azul es al maestro, al menos que se sepa. Por eso es mejor vivir, que la vida son cuatro días. Y si algún conde da con nosotros, tal vez sólo dos. ¿Por cierto, dónde estará ese ciego que desde anoche parece habérselo tragado la tierra?

-Doña Elena, don Mendo, doña Elena.

-Disculpad, doña Elena, disculpad, es la resaca de este maldito vino de Buttarelli, y por lo que más queráis, no perded de vista al ciego.

La pelirroja, que ha escuchado a la tal doña Elena, que por cierto no había participado en la fiesta previa a las corridas, no entiende de qué don Mendo herido habla y mirándola con recelo piensa o que se trae algo entre manos o ha sido hechizada en los caminos, cosa que no sería nada raro puesto que por esos senderos de Dios, también habitan los demonios. Continúa hablando a don Mendo, mientras comparte el caldo aguachento de la hostería que el buen hombre le ha ofrecido.

¡Vive Dios don Mendo! Que si tanta intriga nos acosan desde la nobleza, atentos deberíamos estar y no perder el rumbo de lo que cada uno se ha propuesto, pues cuanta más gente se vaya juntando para las corridas, más peligro nos acecharán, ya que los bellacos aprovecharán la algarabía para dar algún golpe si es que ya lo han planeado.

Desconozco señor, quien es el chaval que acompaña al ciego. Pero como el ciego se ha mostrado interesado por ayudarme (¡Que no sea a morir!) propongo seguirle el juego para tratar de descubrir sus intenciones, porque aquí parece ser que tanto vos como yo seremos blanco de una trama encubierta.

Dejadme a mí, que cuando a toque lo tenga (y espero que no él a mí, que ya lo ha hecho) trataré de tirar de su lengua, y si fuera posible, de la del chaval. Sólo os pido que estéis atento por si fuera menester desenvainar vuestra pistola.

Don Mendo, escucha con admiración a la pelirroja por su arrojo y decisión. No es frecuente por esas épocas que mujeres de su condición tomen al toro por las astas. Ella lo hace con la fuerza que le ha dado la vida y con el empuje que le da vengar la muerte de su padre y la de su amado don Juan Miguel a los pies del mismísimo altar…
Sus palabras no pasan inadvertidas. Ya comienzan a ponerse las cartas sobre la mesa para saber quién es quién. Ahora don Mendo tendrá más que un par de ojos, los suyos y los de la pelirroja, para atajar la estocada venga de donde venga…

-Y digo yo pelirroja, porque aún no tenemos el honor de saber ni su nombre, ¿no será que usted se está inventando toda esa historia de trovadores a la antigua?
(Esta pelirroja por el tono que usa al hablar y por la pinta que lleva parece salida de un burdel)
¿O acaso no sabe usted nada de trovas y de romances? Según dijo a Buttarelli iba cantando y mendigando por los pueblos. (ahora viene a dárselas de señora esta inmundicia, como quiera conquistar a don Mendo se las va a ver conmigo, la pendeja esta).

Elena, se acerca al oido de don Mendo y le susurra:

-Don Mendo, yo creo que el ciego y esta mujer van juntos por el mundo engañando a la gente. ¿Sabe usted quien es esta mujer? ¿Puede usted creer toda la farsa de mentiras que dice? Se nota que está acostumbrada a mentir.
También quiero que sepa que a las prostitutas se les obliga a teñirse el pelo con hena por ello tienen un tono cobrizo, no tanto pelirrojo.

-Don Mendo si los hombres del Conde vienen a buscarle no lo permitiré,
prefiero morir luchando que volver al Castillo de Ureña y si alguien tiene que retirarme de su lado que seáis vos, ningún vasallo pagado ni siquiera el propio Conde conseguiran atraparme.

Los alguaciles del Rey, entre murmullos y miradas absortas, irrumpieron en la Hostería y detuvieron al ciego en primer lugar, siguiendo las instrucciones del don Remondo, y a continuación se dirigieron a hacer lo propio con su lazarillo.

La peliroja al contempler la escena se puso enmedio y suplicó al Corregidor que perdonasen al chaval de ser arrestado, indicando que el menor estaba sujeto a las exigencias y vejaciones del ciego, don Remondo, se giró mirando al torero y ante la mirada suplicante de la poetisa accedió a dejarlo en libertad.

Cuándo iban a salir de la Hostería, escoltados por los gritos y pataleos del delincuente que se resistía a ser arrestado, el Corregidor, ordenó a Buttarelli que cerrara la cantina de una vez ya que bien de juergas y descalabros ante un día tan importante como el que estaba a punto de amencer.

Y LLEGÓ LA GRAN TARDE (orden por favor).


Eran las cinco en punto de la tarde, seis toros seis, para el único espada de la tarde. "El Niño del Corral Candelas" nacido en Triana. Y en la presidencia, don Remondo y el señor presidente, revisan sus pañuelos para ejercer los veredictos de las faenas. En uno de los palcos laterales, don Cesar, acompañado de Elena y el pequeño se afanan en pelar unas avellanas verdes que habían comprado a la entrada. En la puerta de la Monumental, ni ciego ni lazarillo, recogen monedas, sino que el ciego pasa calamidad en una celda y la poetisa en compañía del lazarillo presencian la corrida invitados por la cuadrilla del torero. En lo más alto de las gradas, casi junto a la bandera, si que está, como en el sueño, la gitana Carmela, la Lentejosa, la Piñones y otras compañeras de oficio, lucen peina y mantilla y dejan a la vista sus esplendorosos escotes,unos labios bien teñidos de rojo y unos lunares en las mejillas como botones.
Carrincho, también aguarda en la barrera comiendose las uñas está enrojecer el nacimiento de las mismas sin dejar de mirar como se completaba el aforo de la plaza . Y en el patio de cuadrillas, se repite la fotografía de una tarde de toros de esas inmemorables en las que el sol luce con fatiga, para negocio del que vende panales con sabor a fuchina y vino peleón. El Maestro, suda al contemplar la imagen de Rafaelito ajustanto su corbatín y observa de reojos como se cumple el ritual de los otros banderilleros intentando subir y ajustar a Buttarelli al caballo, que resopla entre pocos dientes.

Los sones de la banda son los mismo y comienza el paseíllo. Torero en cabeza y cuadrilla detrás desfilan, mientras Buttarelli a caballo cierra el cortejo. Va a comenzar la hora de la verdad.
-(¡Ay, virgensita der Carmen! , mira que si no se nubla) -pensaba el torero.-
Van a sonar los clarines y todo se dispone para abrir la puerta de toriles, muy a pesar del gesto de resistencia al presidente para que no autorizara todavía. Don remondo, buscando la complicidad del artista, desabrocha el lazo de su cuello y suda como arenque en papel de estraza.
El arenero, porta la pizarra anunciadora del becerro ante la el gesto de sorpresa del torero. " Berenjeno" , 550 kg
- (pero, ¿cómo es posible? ¿y Malaleche?) -pensaba si encontrar respuestas al desconcierto creado con respecto a su pesadilla.-
-¡Ole! ¡Ole! ¡Que viva la fiesta!
Don Mendo, es la primera vez que veo una corrida y juro que no será la última, que gentio, que trajes de luces y que lujo de trajes veo en los vecinos del pueblo.
Elena batía el pañuelo en el aire, a ella no le gustaban los toros, sí los cuernos que ponía al Conde de Ureña desde que se casó, al estar junto a don Mendo le gustaban ya no las astas de los toros, sino toros y fiesta y disfrutaba como una posesa, viendo todo el algarabía que se formaba en las gradas.
- ¡Rafaelito! , dejamé que vaya yo a recibí ar toro.-ordenó al subalterno para romper con la historia del sueño.-
Ciñiendose la montera, salió del burladero y se acercó a la puerta de toriles. Se arrodilló, desplegó su capote, y se presignó a la espera de que saliera "Berenjeno". El silencio se hizo en la plaza y los bufidos del becerro se escuchaban desde el fondo del callejón, al poco tiempo y con las patas por delante irrumpió en el albero a la vez que el "Niño" le propinaba una larga cambiá que hizo que el animal, llevado por el engaño, saliera despitado para el centro de la plaza. Entónces el trianero, llevado por un inusitado valor en él, se incorporó ante el aplauso generalizado del respetable y se dirigió a su encuentro.
Con paso lento, comenzó a llamarlo de lejos, pero al ir a su reclamo dejo entrever una ostensible cojera que comenzó a hacer murmurar al público. El "Niño", volvió a llamar de nuevo al animal y consiguió hirvanar unos majestuosos pases, que tan solamente estuvieron manchados por una cojera cada vez más visible por parte del animal.
El torero, miró a la presidencia, y desde allí no entendieron el mensaje que éste quería enviarles para que no devolvieran al toro, ya que para más tranquilidad el diestro quería que fueran las seis de la tarde para que comenzara a llover como en su sueño, así que sacaron el pañuelo verde y mandaron sacar a los cabestros para facilitar la tarea. La gente aplaudió el gesto y todo se preparó para que saliera el primer sobrero de la tarde. 620kg de carne, cuyo nombre era "Malaleche".

viernes, 1 de mayo de 2009

Capítulo V: La fiesta nacional II


El maestro, en el suelo, parece estar muerto, y lo mismo cree Malaleche, que no pierde el tiempo con muertos y arremete contra los vivos que lo rodean. El respetable, en los tendidos, aguanta lo indecible bajo el aguacero esperando el desenlace de la corrida. Los gritos de la gitana estremecen la plaza.

Vive Dios, si se estaba viendo venir, si es que era un crimen, eso no es un toro.

Malaleche se queda solo en la plaza junto al cuerpo del maestro. El público empieza a pedir la puntilla pero a ver quién se la pone a semejante fiera.

A éste hay que matarlo a tiros, doña Elena, ya veréis.


En esto la pelirroja, que estaba junto a Martín ayudando a escapar al ciego del aguacero, vuelve sobre sus pasos con la cara demudada por el espanto al ver la carnicería que se ha desatado sobre la arena y de un salto ya está junto a don Mendo desencajada, ignorando la indolencia de doña Inés.

Don Mendo, haced algo ¡Por Dios! Que mi alma no está preparada para ver morir al maestro despachurrado de esta forma y el toro no cejará hasta dejarlo convertido en papilla…

Don Mendo, desconcertado, repara por primera vez en los ojos implorantes de la pelirroja…


(Qué ojos tiene esta dama, vive Dios, si son verdes y hondos como la mar océana)

Y fue lo último que pensó, o que creyó pensar, don Mendo de las Cuevas. El ciego, que había llegado corriendo con Martín y la muchacha en medio de la confusión, la lluvia, los empellones y el espanto del respetable, se sitúa a espaldas de don Mendo mientras éste se sumerge sin contemplaciones en los ojos verdes de la joven. De sus ropas andrajosas, con disimulo de asesino experto, el ciego saca una daga y acerca su rostro al de don Mendo, por la espalda. El de las Cuevas puede oler y sentir el cálido y atafagante olor a ajo de su aliento. Luego su voz sibilina y cascada que le habla al oído, silenciosa y suavemente.

Recuerdos del conde de Ureña. Tened buen viaje al infierno, don Mendo.

Y clava la daga hasta la empuñadura en la espalda del de las Cuevas. Don Mendo siente en el alma el tacto indeleble y helado de la muerte. Instintivamente saca una pistola y da una lenta media vuelta en busca del ciego, pero sólo atina a verlo correr entre la muchedumbre, en medio de la lluvia, abriéndose paso a empellones entre la gente. El niño, espantado, con las manos en la boca en un gesto de horror, lo mira con los ojos desorbitados. Don Mendo intenta amartillar el arma pero no puede, las fuerzas le fallan por momentos. Las piernas le tiemblan, la visión se le nubla y cae de rodillas al suelo. A lo lejos, muy a lo lejos, oye la voz de alguien que apenas está a unos palmos de él.

¡Han matado a un hombre! ¡Han matado a un hombre!

La tarde sevillana se cubre de tragedias imprevistas, de paradojas inopinadas como la propia vida. El único sentenciado de la tarde, Malaleche, aún sigue vivo en el centro del ruedo. La muerte es caprichosa y cruel. Malaleche puede esperar, don Mendo de las Cuevas, no. El conde de Ureña tiene prisa y ha pagado por ello.

Se arma un griterío infernal, hay corridas y el escándalo crece. La pelirroja cae de bruces al lado de don Mendo y cubriéndolo con su cuerpo queda bañada en sangre, barro y lágrimas.

¡Ayudadme! ¡Ayudadme por favor!

Se acercan las gentes a levantar a don Mendo, casi un ánima camino del cielo. Entre tres lo alzan en vilo y lo entran a la hostería, depositándolo en un camastro. Mientras tanto, el “ciego” se ha perdido entre la multitud en ese día donde el diablo no da tregua y donde los corazones no dan abasto a latir por la magnitud de los acontecimientos.
Otro grupo asiste al maestro que como un muñeco descalabrado ha quedado tirado en la arena. La gitana se abre paso entre la gente y tomando del suelo la pistola del malherido don Mendo, remata al toro con la furia de un rayo. Buttarelli, que a duras penas puede tenerse en pie, increpa a Dios y a los cielos su mala fortuna
Dentro de la hostería la pelirroja se acerca a don Mendo tomando entre las suyas su mano inerte y la besa con ternura entre un llanto incontenible.
Con una voz apenas audible alcanza a decir:

Sabía que algo mal andaba con ese ciego, Madre Santísima ¿por qué no me habéis abierto los ojos para evitar tamaña tragedia? Fui mil veces más ciega que el que por ciego se hizo pasar, y mi ceguera me está arrebatando el brillo de los únicos ojos que me han regalado un instante de amor…

Un silencio casi absoluto se adueña de los presentes. Don Mendo se muere y se lleva con él dos esmeraldas engarzadas en un par de ojos surcados por una melena roja y unas las lágrimas de fuego cargadas de dolor y de pena…

-¡No, noooo, nooooo!

- ¡Santa madre de Diosssssss! ¡Maestro! ¿qué le pasa a usté? -gritó Rafelito.-

- ¡Levanté, miarma!

- ¿Pero que pasa, maestro, que son la tres de la mañana?

- Una pesailla de la mala, mala, ¡Levantaté, que mañana no hay corría!

Torero y banderillero, echaron a correr escaleras abajo a medio vestir ante la mirada espectante de los que aún continuaban bebiendo en la Hostería, El Corregidor, don Remondo, al verlos salta de su jamuga cómo de un resorte y sale al paso del diestro de Triana.

- ¿A dónde va usted, Maestro, no ha tenido bastante con el festín putañero como para continuar la juerga en vez de descansar?

- Dejese de descanso y escuche con esas orejas de ley, mañana no hay corría.

- pssssssssss, cayese y no monte el espectáculo, que se pueden enterar los asistentes.-contestó, tirando de él hacia un rincón de la Hostería.- Aclaramé esa memez de que mañana no hay corrida, ¡se va vuelto loco!

- Loco, por mantene la vía y no morí en er arbero mañana, he tenío una pesailla que.... vamos que no me mojo mañana ni por asomo.

- Ande, tome un poco de vino a ver si se despierta.-dijo el corregidor hacercandole una jarra y una copa.- Oigamé bien usted si no quiere que terminemos todos en una celda, así que mañana habrá corrida ¿me ha entendido?

- Asperese un momento, mañana toreo si usté me hace un par de favore.-contestó el torero tomándose de un trago el mal caldo de Buttarelli.-

- Pardiez, cuidado con los antojos de los artistas, hablé de una vez...

- Lo primero quiero que mande arrestá ar ciego ese que pendulea por la taberna.

- ¿Y eso?

- Usté agame caso y sinó trastee al lazarillo y verá tó lo que han robao.-dijo para evitar la muerte de don Cesar.-

- ¿Y ya está?

- No, escuchemé, onque estemos a la cinco en la plaza, la corría no empezará hasta las sei.

- ¿Y al respetable cómo lo aguantamos?

- de ezo me encargo yo...

Apenas ha amanecido y Don Mendo ya está sentado en una de las mesas con el cuenco de caldo a medio tomar. Muchos de los que allí quedan ni siquiera se han acostado y yacen tirados aquí y allá, por lo que el desorden, junto con el olor del alcohol y de la lujuria, dan paso a una escena ciertamente devastadora.
La pelirroja busca con la mirada al ciego pero no lo encuentra. Inquieta, porque era justamente el ciego quien le había prometido pagar el alojamiento de aquella noche, se acerca a Buttarelli para indagar.

Buenos sean vuestros días tabernero. ¿No habéis visto al ciego y al chaval?

Luego de negar con la cabeza, Buttarelli posa sus ojos en el magnífico anillo de la pelirroja que ya saborea como suyo. Si no hay ciego, no hay paga y si no hay paga, se queda con el anillo. La pelirroja se percata al instante de lo que piensa el gordinflón sin escrúpulos y agachando la cabeza con pesar, deja que la exuberante cabellera tape el rubor de sus mejillas.
A pocos pasos de ellos, don Mendo no ha podido evitar escuchar la conversación y al ver la actitud de la pelirroja, un halo de ternura contenida envuelve su recia figura.
No puede dejar las cosas como están, no es de hombres ni de caballeros…

A esa hora de la mañana, don Mendo de las Cuevas está sentado solo en una mesa de la hostería frente una jarra de vino y un cuenco de sopa. Ha tenido una pesadilla aterradora y ya no ha vuelto a conciliar el sueño. Ha sentido en el paladar al sabor amargo de la muerte, le ha visto el rostro en una tarde de lluvia y desde pequeño cree en los sueños premonitorios. Por las escaleras ve bajar al Niño del Corral tambaleándose de un lado a otro, no sabe si por efecto de la resaca o por las artes amatorias de la gitana. Cuando pasa a su altura, se dirige a él.

Maestro, shcssst, del Corral, os voy a dar un consejo: no se os ocurra por nada del mundo torear esta tarde en la plaza. He soñado que el toro os va a empitonar. Y no es que tenga un mal barrunto, es que estoy seguro.


Don Mendo se acuerda entonces del ciego. Casualmente, en la calle, una lluvia inesperada y primaveral golpea los cristales de la hostería. Se le eriza la piel.


Yo tengo claro que no voy a ir a veros morir.


Al mismo tiempo repara en la pelirroja, quien también ha aparecido en su sueño, mirándolo como una sirena en medio del mar, justo antes de ser apuñalado.


Venid, señora, sentaos a la mesa, que ése por un cuenco de puchero os saca la sangre como los murciélagos. Bittarelli, traed algo para la señora y apuntadlo a mi cuenta.


La cuenta de vuestra merced ya va siendo larga, a ver cuándo aflojamos la guita.


Guita te van a dar a ti esta tarde en la plaza. Ojalá el toro se llame Malaleche y se mee encima de ti después de cornearte, rufián.


Sentaos, señora. Por cierto, ¿habéis visto al ciego? Contadme qué sabéis de él y del niño que lo acompaña.


Elena, entra en la hostería despavorida, sabe que han herido a don Mendo y trae noticias del Conde de Ureña.

-¡Don Mendo! Gracias a la Macarena que estáis con vida, dicen en el pueblo que habíais muerto, que alguien os clavó una daga traicionera.
Cuando Alberto y una servidora salimos de la plaza de toros, alguien nos obligó a seguirles y a subir en una carroza, allí estaba el Conde, mi marido y juraba que os iba a matar, porque según él jura que fuiste vos quien mataste al Cardenal y quien me ha llenado la cabeza de pájaros.
En cuanto pude vine a decíroslo y cual fue mi dolor al enterarme de que os habían herido, nunca creí que hubierais muerto.

¡Si me han seguido estáis en peligro don Mendo!
Si os vais de la hostería dejad que os acompañe, ¡No quiero volver al Castillo!




La pelirroja, un tanto avergonzada por tener que aceptar la invitación de don Mendo, se sienta a la mesa y desvía sus ojos que no puede ni quiere posar en él, pues hay algo en la mirada del caballero que la pone en apuros.

Veréis señor, mucho no sé yo del ciego más lo que todos habéis visto, que aquí me lo he cruzado cuando abrí por primera vez esta puerta. Pero mal presagio me trae, que me recuerda a alguien a quien no quiero recordar porque de sólo hacerlo se encarna el demonio en mí.

Años ha que voy en su búsqueda, pero a fe mía que no esperaba encontrarlo, si fuera el ciego, de esta manera. Os contaré.

Mi padre era un rico hacendado de los campos de León. No me han faltado doncellas que mis cabellos peinaran ni vestidos y lujos que yo deseara y no tuviera al mismo instante. Como os decía, nada me faltaba.

Pero una noche, mi padre muy serio y con lágrimas en los ojos, me dio la infausta noticia que el conde de Las Casas y Tuñón, habíale mandado emisario pidiéndole mi mano en matrimonio y llevando como presente este anillo que aquí veis.
Más, habiendo rogado a mi padre que no me diera al duque porque mi corazón tenía dueño en el joven don Juan Miguel, en secreto decidimos unirnos en matrimonio para burlar el pedido del duque. La noche que mi padre me entregaba a don Juan Miguel en la Abadía de las Sagradas Escrituras, irrumpió el conde de Las Casas en persona, y desenvainando su espada, de un solo golpe arrancó de cuajo la cabeza de mi amado que rodó hacia mis pies manchando con su sangre mi traje de desposada. Luego juró que le pertenecería a él o moriría como don Juan Miguel.

A duras penas conseguí escapar entre el alboroto mientras mi padre atajaba con su pecho la estocada que iba al mío.
No pude volver nunca más a la hacienda de mi padre ni a la tierra que me vio nacer. Pero así como el de Las Casas me prometió muerte, de la misma manera yo me prometí que se la daría a él cuando lo encontrara.

A fe mía señor, que van dos años que voy por los caminos tratando de hallarle como él a mí. Y si bien no he reconocido al conde en la imagen del ciego, algo muy dentro mío me dice que es él o uno de sus esbirros que me viene a la caza.

Don Mendo escucha atónito la historia de la pelirroja y una furia incontenible le hace brotar llamas de los ojos y le crispan los puños hasta dejarle rojos los nudillos.
Piensa ¡Tamaño bellaco! Y en el aire respira sangre en ciernes.


Elena, escucha la historia de la pelirroja y piensa que se está inventando todo para llamar la atención de Don Mendo.
Don Mendo, cuenta que ha tenido un sueño donde le herian con una daga en la plaza de toros, lo que no comprende es cómo se ha podido correr la voz en el pueblo si aún no ha sucedido ¿premonición? ¿hechiceria? ¿qué significaba todo aquello? Posiblemente era que el destino le avisaba del inminente peligro que corria. Tendría que estar atento a todos los personajes que se le acercasen.

-El Conde de Ureña tiene mucho poder Don Mendo y si él dice que usted ha matado al Cardenal, vendran a buscarle. (No puedo permitirlo, antes declararé que fui yo quien asesinó al Cardenal. El cuento de la pelirroja es bastante increible, ¿qué buscará la mosquita muerta?).