miércoles, 19 de noviembre de 2014

DEL SINGULAR PERCANCE DE MACDOWELL



Instalados el escocés Macdowel y Alonso en la hostería, sentáronse en una mesa más coja que el pirata Arnaud, que cuando se apoyaba se ladeaba para un lado. Viendo que esto les dificultaba saborear el guiso, aunque era preferible comerlo sin respirar, por los  olores que la carne despedía, púsole Alonso a instancias de su amo, una rodaja de pan duro debajo de la pata mala y a modo de tope. Mientras Buttarelli, alertado por el llamado de tan raros clientes, acudía a atenderlos.
-¿Hablá de negocios? Creía que querían comer rápido para seguir su camino.
-De eso mismo se trata. Quisiera comprarle tan noble posada para poner una venta de “hamburguesas” que, por supuesto llevará mi nombre. Pero de eso no debe preocuparse, Vuestra Merced, que ya lo tenemos más que cocinado.
-¿Hambur… qué? ¡¡Esta es una posada decente y nadie va a vení decir groserías aquí!!
Buttarelli pegó un golpe sobre la mesa al escuchar las palabras de Macdowell, con tan mala fortuna que se salió el pan que mantenía la mesa derecha y el guiso caliente cayó sobre la falda del escocés, que ni lerdo ni perezoso, de un tirón se la levantó hasta el cuello.
¡Menuda sorpresa se llevó el posadero! Debajo de su digna falda no llevaba interiores, con lo cual pudieron apreciar las bondades de aquel cuerpo en llamas, que a decir verdad, dejaba mucho que desear. El escocés chillaba como un carancho, pidiéndole a Alonso y a Buttarelli, que le sacaran el guiso de sus partes.
-¿A vé, si voy a meter mis mano, allí? Usté será muy escocés, pero aquí somos todo muy hombre ¡pardiez! –Y vociferando para que su mujer lo escuchara, le dijo.
-¡¡Ven a vé este relamido!! ¡¡Si es pa matarse de risa!!
-¡Sus muertos!- Aprovechó a decir el abuelo, aunque no entendía ni jota lo que estaba pasando. 
Alonso, con la punta de sus rechonchos dedos, quitó la falda de su amo y lo cubrió con un trapo roñoso que le acercó la mujer de Buttarelli, con lo cual, la negociación se dejó para más adelante, mientras que los tres perros del lugar, aprovechaban para comerse el guiso en tan escandaloso plato.
En tanto, las dos o tres señoritas de dudosa moral que estaban en un rincón, reían a carcajadas y se ofrecían para hacer el trabajo “sucio”.
Macdowell emitía unos improperios en su lengua natal, que poco se parecían a una oración santa a juzgar por el color rojo de sus mejillas y los alaridos que daba, así como estaba, envuelto en los trapos como una momia. 
Pero volved ponto que lo demás, también es de contar.

sábado, 18 de octubre de 2014

De cómo irrumpió en la hostería un tal Mcdowell y las tonterías que allí propuso.

Eran malos tiempos para la hostería, los parroquianos que por allí frecuentaban y que consumían más bien poco ya no se dejaban caer por tan ilustre lugar y la recaudación pasó de poco a nada. Solía decir Buttarelli que aceptaría hasta los doblones falsos, cualquier cosa antes que ver aquel antro morirse de soledad como una araña en una esquina. Y así andábase la zona pues ni los pescadores frecuentaban los muelles cercanos. Ni las meretrices paseaban por los callejones oscuros por temor de los buscones y de los bachilleres borrachos que solían venir a aliviar la vejiga y faltar al respeto a los vecinos. Vecinos que envejecían contando anécdotas del lugar, untando de imaginación la nostalgia, acaso muchas de sus historias no sucedieron o no se ajustaban a la realidad. Por que la memoria es traviesa y tiñe los recuerdos a gusto del que los pinta.

  • Entonces la hostería era un buen lugar.
  • ¡Pardiez! La hostería, cuánto tiempo sin ir por allí.
  • Todavía tiene las bisagras rotas de la última vez que fueron a darle una patada buscando un duelo a muerte el tal...
  • ¿Bisagras? ¿Qué son bisagras? ¿No será eso que hacen las brujas para que se suba el ánimo?
    Mas todo lo que sube baja y todo lo que está en el fondo no puede sino subir, y de aquel modo alentado por la devaluación de aquella zona llegó aquella mañana un especulador muy peculiar. El escocés Mcdowell. Venía acompañado de su administrador en España, un tal Alonso Sosa. Mcdowell venía de Jerez en donde había adquirido una hacienda con su bodega en donde se apilaban centenares de toneles de fino que exportaba como oro líquido a la Gran Bretaña. El negocio estaba asegurado, mas aquel inversor buscaba nuevos retos en especial quería llevar a cabo su innovadoras ideas.
    Don Alonso Sosa empujó la puerta y se quedó medio descolgada como si fuese un borracho que no termina de caerse. Un olor a agrio salio del local y de dentro se dejó sentir una especie de gruñido. Mcdowell que era hombre valiente entró primero, esperó a que su vista se acostumbrase a la penumbra y llamó al dueño.
  • ¡Posadero!
  • ¡Sus muertos!
  • Aquí, aquí mi zeñó, no haga cazo ar vieecito que ta mal de la cabeza y ez lo unico que pue deci ya, comprende usted.
  • Mi amo quiere comida y bebida – dijo Alonso con cierto enfado - . Mi señor es un grande en su país y también en este.
  • Po no ze yo, porque aquí lo que ze ve e que trae una farda, no zerá tan grande.
  • ¡Maldito! ¡No queda sino batirse! - gritó Alonso llevándose la mano a la espada, pero en ese instante Mcdowell evitó que desenvainara.
  • Que tengo dinero, lo único que quuiero es saber cómo se cosina aquí – dijo el escocés.
  • ¡Perdone uzte! Que no lo dicho pa ofendé que uno no tiene´tudio ni zabe lee, zolo contá y na má. ¡Niña! Traele a ezto hombre pringá der puchero que ze van a chupá lo deo – fue un decirlo y del delantal sacó un vaso en la mesa ligero fue a por otro y una jarra con la que llenó ambos recipientes de vino un tanto agriado.
  • ¿A este vinagre llama usted vino? Mi señor este marrano quiere envenenarnos.
  • ¡Sus muertos!
  • Tranquuilo Alonso, tranquuilo, veo que el lugar eschtá a la altura de su fama.
    Cristófano maldecía al administrador en sus adentros. Sabía que aquel señor iracundo le traería problemas. La esposa del posadero le dio un cuenco con pringada y un trozo de pan a que arrancó un trozo por el que crecía a sus anchas el moho.
  • Niño, voy a por pan de hoy – le dijo la esposa.
  • Mañana va a i, er maricón y er malaleche van a comer ezte. Y que ze vayan duna ve con to zu...
  • ¡Sus muertos! - volvió a gritar el abuelo.
    Cuando depositó el cuenco en la mesa la carne y el tocino no tenían mala pinta, pero al tomar un pellizco del pan ¡ay! Se desmigajó como si una docena de gallinas lo hubiesen picoteado. El tocino tembló y recibió al pan de mala manera tanto que tuvo a bien echarse a un lado.
  • ¿Pero qué diantres es esto? Un tocino que parece una medusa y que está duro como un yunque ¿y la carne de qué es? ¿De buitre? Mi señor vayámonos de aquí antes de que nos envenenen esto no puede digerir.
  • ¡Traquuilo, Alonso, tranquuilo! Cuanto más malo es el locall más barato resultará.
  • ¿Y qué piensa mi señor hacer con este antro? Si no vale ni para quemarlo.
  • No es el antro, es el sitio. Al lado del rio, cerca de la plasa de toros. Si caemos un par de paredes y limpiamos el lugar podremos hacer un restaurante.
  • ¿Eh, qué es eso, mi señor?
  • Una espesie de posada en donde la gente venga coma y se vayya. Comida rápida, lo ves.
  • ¿Comida rápida? Como ese tocino que se mueve cuando le hincas el pan.
  • No, así no, buena comida. Hecha con diligencia, vendida desde la misma barra, que los clientes vayyan a comprarla, la compren y se la coman, paguen y se marchen. ¿O quuizá sería mejor que la pagasen antes de comérsela?
  • Pos mire mi señor que yo no paso de los duelos y quebrantos y eso de que no venga Dios a servirte a la mesa, como que no lo veo. Y ¿cual serían los platos? Gazpacho, chorizito a la brasa, lomito a la plancha...
  • No, demasiado caro, habría que coger pollos y machacharlos hasta hacer una pasta, de ahí sacariamos varias raciones, oh my God, ¡acabo de inventar el Dowpollo!
  • No sé yo mi señor, que esto no es Escocia, que esto es España y a lo peor esto es Andalucía, que aquí la gente lo que quiere es llenarse la casa de grasa chupando huesos, eso de darlos machacados como si fuese para un viejo sin dientes...
  • Pienso atraer la clientela a este local, desinfectiarlo, quuitarle hasta la última pulga y hacer de esta zona un lugar de ocio y esparcimiento.
  • ¡Esa sí que es buena, mi señor! Aquí nadie sabe lo que es eso, ponga usted unas mujeres de vida alegre y unos gitanos con guitarra y tendrá gente.
  • ¡Ni hablar! Quiero que vengan las gentes con sus familias, lo último que quiero es un tugurio de peleas y ...
  • ¡Sus muertos!
  • Pues mire usted, que yo no quiero faltar al respeto pero que como que no lo veo yo eso mucho.
  • No se preocupe mi buen Alonso, que todo si andará. ¡Mesonero! ¡Venga usted que vamos a habllar de negocios!

domingo, 5 de octubre de 2014

LA HOSTERÍA ABRE NUEVAMENTE SUS PUERTAS





 PRÓLOGO:
 


En primer lugar quiere este alma en pena, deciros que los hacedores de “La Hostería de Cristófano Buttarelli”,  hiciéronse conocidos como iluminados hombres de Letras, y debieron abandonar temporariamente, la continuidad de las historias que aquí se cuecen.  Por ese motivo, y por entender que la hostería cosechará nuevos amigos a diestro y siniestro, es que daré a conocer los inicios de estas aventuras.




CAPÍTULO I: DE LOS ORÍGENES DE LA HOSTERÍA


En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, ha mucho tiempo, habíase asentado un tabernero, hijo y nieto de taberneros, con su mujer y algunos animales. En aquellas épocas, y merced a la “profesión” que le venía de arraigo, construyó en estas tierras, una hostería para acoger a los muchos caminantes que venían recorriendo esos desolados parajes, a quienes les ofrecían comida y una cama donde pasar las noches. Respecto de estas viandas hablaremos más adelante por ser materia de gran análisis.

Cristófano Buttarelli era el nombre del hostelero, Pancracia se llamaba la mujer, ambos rústicos y bastante dejados en cuanto a las tareas de limpieza, gustaban más de rascarse los cojones que de asear la pocilga, y créanme que eso de pocilga no era una mera frase, sino una realidad que picaba tanto como las pulgas que atesoraban los rincones oscuros de la casa.

Encontrábanse al cabo de un año, con una clientela considerable, compuesta por campesinos que acudían a olvidar sus miserables vidas, emborrachándose hasta los tuétanos con el tintillo especial de la casa, hasta que les brotaba de las orejas.

Un párrafo aparte merece este vino de origen… de origen incierto, pues en su elaboración, Pancracia y Cristófano, pisaban las uvas con sus patas sucias luego de darles de comer a los cerdos, quizá ese bouquet era el que producía soberanas cagaderas a los parroquianos, quienes no escarmentaban y volvían una y otra vez.

La hostería, además, ofrecía un “servicio” de acompañantes para la clientela de paso, era una cohorte de putas de baja estofa, que de ser de alto rango, jamás se hubiesen atrevido a desnudarse en esa porqueriza. Pero esto será materia del próximo capítulo. Aguardad con paciencia…