lunes, 31 de agosto de 2009

ACTO PRIMERO; Cuando Zambruno irrumpió en la Hostería


"S"

Su fama, corría por todo el reino y toda la aristocracia peleaba con grandes sumas de reales por contratar los servicios de Miguel de Zambruno.
El toledano, un joven apuesto que lucía recortada barba y puntiagudo bigote plasmaba en los lienzos los retratos más fidedignos y esmerados de la época. Famosos ya eran en la corte francesa, los desnudos realizados a las cortesanas parisinas o los posados ecuestres de algunos de los miembros de la familia real. Tras su llegada a España, con tan exitosos cuadros realizados en las Galias y siguiendo la estela de los grandes maestros del pincel, decidió afincarse entre Sevilla y Cordoba en busca de unos ragos morunos que contrastaran con las pieles lechosas que había acostumbrado a pintar hasta el momento, pero para su desgracia no había acertado con el alojamiento que estaba a punto de tomar.
- Buenas noches tengan vuestras mercedes.-dijo en perfecto castellano, para asombro de la concurrencia.-
- A las güenas noche tenga usté-contestó, Buttarelli.-
- ¿Tiene usted alcoba para un servidor?
- Zon reale por noche-contestó el tabernero, escarmentado de tanto gañote ancho que se había reido de él al dejarle las cuentas al aire.-
- Pues tenga vuestra merced, lo de esta noche y lo de cuatro más-indicó el pintor, hipnotizando a la concurrencia al sacar un bolsón de reales de los que la mitad no habían visto en su vida.-
-Niña, hay plata, ¿quién le a meter las cabras en el corrá?-preguntó la Carmela a la "Pitones".-
- Yo no tengo la chumbera chumbo, Carmela, lo de er torero me ha dejao sin mimbre en la zilla.
-Pero, "Pitone", chiquiya, que la vía no está echa un solo basto. No que la baraja tiene doce.-le dijo su compañera para animarla.- Olvía a ese saborio y metele mano al bigotuo...
- No sé, no sé. Eque con esta preocupasión no hay manera de trabajá, que te lo digo yo.
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LG

En esto estaban las mujerzuelas cuando el hijo de Vásquez Pezoa, a la sazón de catorce años, entró corriendo a la hostería como alma que lleva el diablo y casi sin aliento y atropelladamente, dijo a los parroquianos allí reunidos, entre los que se encontraba el pintor:

¡Venid! ¡Venid rápido! ¡Alguien viene! Y a fe que la comitiva es grande según se ve por la polvareda que ha levantado… mi padre me ha dicho que escuchó comentarios del cura pero hasta no ver, creyó que era un invento del viejo. Pues el caso es que los hombres de la Santa Inquisición han prendido a una hereje, pues se dice que es bruja y la llevan a juzgar. Venían por el Camino Real, pero por alguna razón debieron desviarse de su ruta.
¡Están al pasar! ¡Venid!

Se habían acallado las voces, incluso las de las gitanas, para escuchar al chaval con atención. Acto seguido, todos corrieron hasta la puerta de la hostería para ver pasar, según creían, a aquellos santos varones y a la ingrata mujer, pues de sólo nombrarla habíanse hecho a la idea de ver una bruja desgreñada y sucia a la que le faltaría solamente, según el entendimiento popular, la escoba para volar, pues era lógico que si había sido aprehendida no le darían la oportunidad de escapar.

Cual no fue la sorpresa, cuando aquella comitiva se detuvo frente a la hostería de Buttarelli y los esbirros de la Iglesia desmontaron al instante, dando orden de detenerse a los más rezagados. Venían pues dos superiores, que eran quienes habían puesto pie en tierra, detrás, una columna de cinco hombres en sus monturas; en medio, un carretón de madera rústica, con barras en sus laderos y una puerta bien cerrada con cadenas. Detrás de este carretón, otra columna de igual número de hombres que la primera, cerraba la custodia con celo. De más está decir que todos los allí reunidos dirigieron sus miradas expectantes hacia el improvisado calabozo, pues nunca habían visto de tan cerca a una abominable bruja…

Pero aún había otra sorpresa que los dejó a todos de una pieza, pues a través de los barrotes se podía ver a una muchacha morena, de piel tan tersa como una Venus de ébano y con el cabello color azabache tan largo que le cubría su espalda en una cascada brillante. Se notaba que era de buena casa, pues su ropaje aunque roto y sucio, denotaba que había sido de lujo. Su mirada triste hacía juego con el rictus amargo que se dibujaba en su boca. No tendría la moza más de veinte años.

¡Os lo dije! ¡Allí tenéis a la bruja! –dijo el chaval, con orgullo.

Buttarelli, su esposa, las gitanas, y el resto de los parroquianos, no podían dar crédito a lo que veían. En el rostro de Miguel de Zambuno, brillaba un destello especial…
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"S"

Válgame, san Onofre! ¿Qué sucede con tanto revuelo?-preguntó el pintor a Buttarelli.-
- Los fraile que traen a una bruja enjaulá quemarla ante que cante er gallo.

Zambruno, tomando lugar en primera fila, se acercó con elegancia hasta la comitiva y asomose a la carreta, atusandose el bigote, para volver a mirar de cerca a la doncella que con aspecto arapiento suplicaba perdón entre sollozos cansinos y desesperados.

- (Si es el rostro que he soñado y que vengo buscando por estas tierras, no es posible. no puedo permitir que la quemen antes de llevarla a mis lienzos) -pensó.-

- ¡Eh, usted! deje paso al santo oficio y no interrumpa la comitiva. -ordenó uno de los mozos que guiaba a los caballos.- ¡Posadero!, de cobijo al ganao y prepare viandas para sus mercedes, que vienen cansados y hambrientos. -indicó, a Buttarelli.-

Y un soplo de aire refrescó la memoria de Zambruno, cuando comprobó que uno de los dominicos que estaban al frente de la custodia de la joven bruja habría coincidido al menos en dos o tres ocasiones con él en la corte. Si mal no recordaba, incluso estubo presente en la contratación de un lienzo de dimensiones gigantescas en el que pintó a Santo Domingo de Guzmán y Santo Tomás de Aquino.

- Perdone, padre, ¿no me recuerda? -preguntó saliendo al paso del derrotado fraile.-
- La verdad es que no, ¿Acaso debería hacerlo?
- Soy Miguel, Miguel de Zambruno. -contestó, puesto enfrente de él, buscando ser reconocido.-
-¿Zambruno? ¿el pintor?
- El mismo. Vuestra merced recordará los lienzos en los que trabajé por petición de su majestad, para engrandecer uno de los conventos dominicos.
- Claro, como no recordar a tan ilustre artista. Lo hacía yo por Francia o Italia, y no crea que lo hemos echado en el olvido. Nuestro Prior anda loco por encargarle nuevos trabajos.¿Qué le trae por estas tierras? , ande pase y comparta mesa con nosotros.

Ante la estupefacción de todos los presentes, Zambruno, tomó mesa junto a los ministros de la Inquisición, sin que rameras y chismosos se acercasen a menos de veinte metros. Un grupo de hombres se encargaba mientras tanto de vigilar a la bruja en las caballerizas.

-¿Viene en busca de inspiración a esta tierra mariana, tal vez? -preguntó fray Facundo, acercándole el vino.-
- Eso es, y espero encontrarla cuánto antes, ya que cobré por adelantado un trabajo para el que no encuentro modelo ni inspiración.-contestó el pintor, orquestando un plan con el que confundir al fraile.-
-¿Quizás busca a un joven rubio y esbelto, para pintar a uno de los arcángeles?
- No, verá...
- Ya sé, ¿busca la dulzura de una mujer blanca y virginal, para una pintura de nuestra santa madre María?
- No, verá, lo que busco es una mujer joven, morena, de cabello largo y sedoso que guarde cierta semejanza con esos rasgos arábicos que dominaron esta zona siglos atrás.
- ¿pero, a quien piensa pintar, hombre de Dios? preguntó entre risotadas sin dejar de masticar a dos carrillos el lechal al horno que les había servido Buttarelli.-
- Quiero pintar a María de Magdala.
- ¿Y eso? ¿Quién hizo el encargo a vuestra merced? -preguntó soltando el lechal de un golpe en el plato,y enmudeciendo al resto de la mesa.-
-No se apure, padre, que el encargo fue hecho por un Prior de Saint Etien.
- Me habíais asustado, Zambruno, mire que hay mucho hereje suelto y pueden involucraros en malos asuntos.
- No se preocupe, porque jamás pintaría en contra de la santa madre Iglesia, por cierto-continuó hablando a la vez que llenaba de nuevo la jarra de fray Facundo.- Si llegamos a un acuerdo, puedo comenzar a pintar para su prior, y así le da vuestra mercé una sorpresa...
- ¿Y haría usted eso por este pobre servidor de Dios?-preguntó el fraile con falsa modestia y desbordando la avaricia por las cuencas de sus ojos.-
-¿Cuánto tiempo se va llevar vuestra dignidad por estas tierras?
- No sé, tal vez dos o tres días, el tiempo de juzgar en San Jorge a la bruja y blasfema que traemos a cuestas.
- No sé, no sé, si al menos consiguiera retrasar ese juicio una semana o diez días, quizás podríamos convertir el sueño de su prior en realidad.-añadió con picardía el pintor.-
-Todo será cuestión de organizarse, Zambruno, pero beba, hombre, beba..."

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domingo, 30 de agosto de 2009

Septimo acto, el exorcismo y otras cosas más raras


MGS

Consideremos un detalle, un pequeño detalle que este narrador omnisciente, y para nada barroco, que podría tener el rango de dios y que se ha de conformar con la denominación de sabelotodo, se ha saltado. ¿Recuerda el trapo hecho de seda de “las lombrices de la seda”? Dicho trapo ha estado siempre ahí, aunque este narrador perdiese la noción del espacio y sus cosas, gracias quizá al ambiente erótico al que de ninguna manera se considera inmune. Ruego sus disculpas, por tanto.

Las manos de Santorcaz comenzaron su masaje antipiojos debajo del paño, continuaron hacia abajo en caída libre buscando a los piojos allá donde éstos se fueran. El fraile y el Niño del Corral, basaron su masaje en otros puntos en los que ciertamente nadie vio un ácaro, ¡miento! El torero sí, pero eran otros ácaros que por comedimiento no he de nombrar. Teniendo en cuenta estos hechos y que la duquesa se ha puesto en pie de un salto ante la proposición del Niño del Corral, y espoleada por el sonido de su faltriquera. Tomemos como referencia de nuevo al paño, el movimiento de la señora acaba de liberar a sus cabellos que si mal lo recuerdo al comienzo eran oscuros como mi futuro y ahora son dorados como la luz del amanecer. No faltaba sino que sucediese un hecho como este para que el inquisidor saltase como accionado por un resorte invisible. Demasiada tensión y muy mala compañía, pues Casiana haría huir a un cadáver y a sus gusanos.

- ¡Brujería! ¡brujería!

Hasta yo, alejado en el tiempo y el espacio, temo esas palabras salidas como saetas desde la boca de Fray Nicasio. El pobre Santorcaz al oír esto se quedó lívido, y todas esas batallitas en Flandes se le antojaron partida de cartas entre amigos, el vino barato de Buttarelli (bautizado por muchos como vino cagalón) comenzó a tirar de su carga hacia abajo y hubiese conseguido su propósito de no ser por los higos chumbos que como todos saben son todo lo contrario al vino y, por decirlo de alguna manera, atascaron la tubería. El barbero dio dos botes de dolor seguido de varios chillidos, nadie podía hacerse una idea de la batalla que se estaba librando en sus intestinos. Sin pudor alguno se bajó los calzones y de cintura para arriba se tendió en una mesa, abrió las piernas y todos se agolparon para ver qué sucedía.

- ¡Satanás! – Gritaba el inquisidor.

- No puede cagar – dijo alguien.

- La mondonga, s´alá salió la mondongadecía Casiana la cordobesa.

En efecto el esfínter anal estaba tan deformado que parecía la cabeza de un pavo, y por eso mismo y en vista de que no sabía hacer otra cosa mejor, Fray Nicasio comenzó a hacer un exorcismo.

- ¡Vade retro Satanás, vade retro! ¡agricola ara ora et labora!

- ¡Mire usted, fray como se llame que yo lo que necesito es cagar! ¡Ay, ay Dios mío! – Dijo el pobre Santorcaz suplicando.

- Rosa, rosae, alea jacta est, veni vidi vici…

Casina que no perdía la oportunidad de ver algo que le gustase se asomó por debajo de la mesa, cada vez que el barbero apretaba el vientre la parte delantera, monstruosa parte delantera se hinchaba como un fuelle.

- C´alegríiiia, cusha como se hincha. C´alegría, mira, mira prima, eso es un tronsho. Aaaay, que cooosa ma bonita – y dicho esto lanzó una mirada a los pavos.

- … nomine pater, et filis… carpe diem - proseguía Fray Nicasio haciendo caso omiso no ya a Santorcaz sino a cualquier razonamiento. Debió pensar que por ahí nacería el anticristo, por lo menos, por eso se acercó todo lo que pudo haciendo la señal de la santa cruz.

De pronto se oyó un taponazo, como las botellas de vino espumoso… ¿cómo se llama? No lo recuerdo… ¡ya! Velazquez, Diego de Silva Velazquez, la rendición de Breda la pintó Velazquez, era el pintor que olvidó Santorcaz… esto…, perdón. Proseguimos, antes de que alguien se lleve las manos a la cabeza. Se oyó el taponazo y todo se precipitó, por cercanía Fray Nicasio lo recogió todo y por no ser demasiado desagradable lo dejaremos en un menos mal el hábito no hace al monje. En tal postración quedó el inquisidor que por vergüenza se paralizó. Santorcaz, no menos avergonzado, se recompuso y sin mirar a nadie recogió su instrumental y abandonó la hostería. No pudo recoger los pavos, ya que sospechosamente habían desaparecido junto con Casiana.

Diego Cerrojo también abandonó la hostería, tomó un camino distinto, y fue a observar el resultado de la pócima inca, pues por impaciencia ya se la ha había untado. Llegó a una posada y subió a su habitación, con la luz de un candil se la vio y confirmó sus sospechas. La tenía rubia, tomó una navaja y se preparó para afeitarse semejante aberración, conforme se rasuraba se dio cuenta de que la tenía más grande, sí era muy poco casi no se notaba, pero sin duda la tenía más grande. Sonrió satisfecho, casi a carcajadas, sin duda había hecho un buen trato. Ahora su próximo viaje sería al Perú, a la tierra de los Incas, a hincarse.

Santorcaz caminaba triste, qué humillación, se había quedado sin la duquesa y sin pavos. Sintió pasos a su espalda y creyó que era el santo oficio presto a detenerle, rendido se giró y vio a Casiana con los dos pavos bajo los brazos, parecía un jarrón con dos asas. Abrió la desdentada boca y soltó una risilla concupiscente, por lo menos.

- Una´legríiiia un pavo, dos alegríiiia dos pavo, ámame musho corasón.

Casiana era fea, feísima, inenarrable y olía como una huronera, Dios no nos podía hacer a todos igual y a unos nos hace menos agraciados que a otros, pero es que con Casiana metió la pata del todo. Cualquier hombre normal hubiese renunciado a los pavos, aunque nosotros ya conocemos de sobra a Santorcaz, es hombre de negocios y él nunca, nunca deja pasar una oportunidad preciosa o mejor dicho, un trato.

jueves, 27 de agosto de 2009

Escena sexta, donde la hostería es un caldero y de cómo pasa lo que pasa...

LG
Pues claro que el fraile enfilaba derecho hacia el lugar donde la duquesa yacía desparramada del disfrute por tanto masaje, aprovechando la distracción de Santorcaz. Pero el que no estaba distraído era el Niño del Corral Candelas, pues a pesar de estar sentado con la Pitones no le había sacado el ojo de encima a la duquesa, de modo que cuando vio acercarse al fray Nicasio, de un salto se puso en pie y dejando a la Pitones con la cara desencajada de la rabia, se interpuso entre el fraile y la silla de la duquesa, con tanto ímpetu que el fraile decidió meter violín en bolsa y desaparecer sin que se lo pidieran.

En esto, la duquesa que no se había perdido detalle de la situación y también le había echado el ojo al Maestro cuándo éste se le acercó con los ojos desorbitados como ternero degollado, echóse los pelos hacia atrás y los pechos hacia adelante como bien sabía hacerlo y recostada sobre la silla y toda untada de aceites, con su mejor voz de gata en celo, le habló al torero:

Me habéis dejado con la palabra en la boca caballero, no os pude contestar, tanto es el revuelo que en esta hostería se padece. Pues os digo que no nos hemos encontrado en ninguna plaza mal que me pese, de haberlo hecho os acordaríais de mí, os lo puedo asegurar, no sólo os habría ofrecido mi pañuelo, que esta dama suele ser más generosa que eso, y más aún con el famoso Niño del Corral Candelas. ¡Ay mi Dios! Que mi diosito os ha traído en el momento adecuado.

Todo se puede reparar y éste es el momento Maestro… Pero antes ¿no quisierais terminar lo que Santorcaz ha empezado? Es de ver el efecto que me hacen sus aceites, y tal parece que nadie se digna a servir a esta dama. -Y mirándolo con los ojos entornados y los carnosos labios entreabiertos, le dijo-. Será un honor para mí que vuestras excelsas manos, esas manos benditas, lidien con animales menos grandes que un toro, pero al hacerlo, os aseguro que os encontraréis con otras partes que no son toro pero son igual de grandes…

Acto seguido, y repitiendo la escena que había tenido con Santorcaz, le tomó la mano al Niño y luego de zamparle un beso húmedo de bienvenida para honrar su arte, la metió dentro de su escote que a esta altura le llegaba hasta las rodillas de tan estirado que estaba. El aceite había hecho lo suyo y aquellos protuberantes pechos, brillaban de tan untados que estaban por lo que la mano del torero resbaló por ellos con la intención de seguir camino más allá de la cintura de la duquesa.

La Pitones se había puesto roja, pero no de placer sino de la rabia que tenía, pues ya se había hecho a la idea de pasar la noche con el Niño. Casiana la cordobesa, Carmela y las demás gitanas, trataban de contenerla para que no se echara encima del torero y lo arañara por puro despecho. Santorcaz aún no se había dado cuenta del asunto, tan entusiasmado estaba en venderle los aceites a Diego Cerrojo, para su viborilla. El Maestro se babeaba sobre la duquesa y por lo visto, no necesitaba de los aceites del barbero. La hostería era un caldero y el puchero estaba por servirse…

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S

- ¡Hay duquesita de mis entrañas! , mire que soy de la cazta der pavo, y cuando se me achucha se me endereza... ¡ay que no pueo má! por el amor de Dió que nejesito subí con usté a la arcoba y mostrarle mi espá. -exclamó el torero consiguiendo sortear el elastiquillo de la cintura de la señora duquesa y dejar bucear su mano derecha entre tanta pelambrera de alta alcurnia.-

La "Pitones" y la Carmela, simultaneamente discutían entre ellas por recibir los favores del "Niño", que venía de las Americas cargado de plata, y contemplaban la cara extasiada que el toreto mostraba al encorvarse por completo sobre los hombros de la dama.

- ¡Maestro! , jaga er favó de contener sus impulzo, que er fraile que está ahí sentao no le quita ojo de ensima.-le dijo el "Tinajas", acercándose a él.- por no hablarle de la que tienen liá las ramerillas aquellas en la mesa de enfrente.-añadió señalando con poco disimulo.-

-Hombre "Tinajas", no compliques la faena y quitamé los bicho de encima. ¿No ve que estoy a punto de entrá en la suerte de matá?-susurró el torero a su oído.-

-Jaré lo que puea, maestro, pero la tarde está verde negro y no le prometo ná.-contestó el subarterno dirijiendose de nuevo a la mesa en las que estaban las putas, sin dejar de mirar de reojos al inquisidor.-

-¡Señora! , por lo que má quiera zu mercé, ¡deje que la complasca o de lo contrario le arrancan las dos oreja y er rabo a un servidor! -insistió de nuevo casi con las narices metidas en la canal de los pechos de la duquesa.-

- Á ese torerito, Carmela, me lo beneficio yo o naide esta noche ¡Té entera!-gritó la "Pitones".-

- Señoras, no discutí má, si aquí tengo plata pá llená las faldiquera de la dó. ¡Pian lo que quieran ar tabenernero y tiremo ejcalera arriba!

- Mira con er fanfarrón. ¿Y un segundo espá, va podé con dos mihura como nosotras?-preguntó entre risotadas la "Pitones".-

-Y que má dá, ¿no ven que er curita ese no vá aguá la fiesta en cuanto puea?-preguntó con voz lastimosa el "Tinajas" en ayuda de su maestro al tiempo que la duquesa recogía uno de sus pechos en el interior de su corpiño y apartaba las manos humedecidas del torero haciendo el ademan de levantarse.-
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LG

¡A un maestro como vos, no os puedo decir que no! Esperaba yo vuestra propuesta Maestro, que tampoco aguanto más tanta emoción contenida. Mirad mis mejillas arreboladas y la transpiración que lucha por abrirse paso entre los aceites de Santorcaz, ¿no habréis pensado que luego de calentar el fogón me iba a ir yo sin cocinar el puchero, mi torerillo?

Las gitanas entretanto, discutían precios con el Tinaja, aunque no había forma de que la Pitones se conformara. Tamaña afrenta del Maestro no se la perdonaría, según juraba y perjuraba y le enviaba maldiciones a él, a la duquesa y a toda su parentela. Pero pudo más la bolsa de plata que el hombre llevaba en mano, que todo el despecho junto del que ella era capaz, por lo que muy contento se le vio subir al Tinajas en compañía de la Carmela y de la Pitones, que entre las dos, hacían un tonel de varios galones con sus respectivos traseros y que subiendo delante de él, le dejaban bizco de tanto fijar la vista en ellos.

La Casiana se frotaba las manos de sólo pensar en el dinerillo que repartirían sus primas por zarandear al Tinajas, que el pobre apenas aguantaba a una, no sabía ella cómo podría con dos. Y como los calores son contagiosos y la vista de tanta escena espabilaba a cualquiera, se acercó muy dispuesta al fraile para hacerle olvidar a sor Dámasa, de modo que se sentó sobre sus rodillas entusiasmada con la carpa que nuevamente montaba aquél soldado de Dios.

Tengo mi alcoba dispuesta y mis ánimos también, aprontaos con las banderillas que hasta la última estocada este toro os embestirá… -Dijo la duquesa al oído del Niño, mientras se recogía las faldas y comenzaba a subir las escaleras-. Traed vuestra capa, no sea que este animal os hinque sin piedad… -Y guiñándole un ojo lo invitó a subir con ella, llevándolo de las narices.

El Niño del Corral Candelas manoteó la capa roja casi al vuelo mientras se dejaba conducir como un ternero a la teta de su madre. Llevaba la cara morada de tanto contenerse y olía como un chivo, había perdido toda compostura y donaire, de modo tal que el resto de los parroquianos quedáronse perplejos esperando ver qué pasaba. Y de entre el silencio que se había hecho se escuchó un: ¡OLÉ MAESTRO! Al que le siguieron uno tras otros muchos Olé más, transformando la hostería en una verdadera plaza de toros…

miércoles, 26 de agosto de 2009

Escena quinta, de cómo sigue el entusiasmo y otras cosas de no creer...

LG

Quedóse la duquesa con los pelos chorreando aceite mientras el fraile, sin darse por aludido por los cantos de las gitanas, tomaba el lugar de Santorcaz en el masaje capilar, y todos veían risueños la carpa que montaban los hábitos negros muy a pesar de su dueño que trataba de cubrirlo con el saco en que Diego Cerrojo había traído los pavos y que ahora le venía de perillas para disimular su calentura.

¡Por los Santos del Cielo! Que la Inquisición os ha instruido como los dioses fraile… er… perdonad, quise decir como un a santo varón… pero no os detengáis, seguid… me siento honrada de serviros con mi presencia…

El fraile, que ya no aguantaba ni la presión que sentía entre las piernas, ni el canturreo sarcástico que le propinaban las gitanas, corrió hacia la puerta excusándose con palabras entrecortadas y cruzándose en ese mismo momento con Santorcaz que corría en sentido inverso, es decir, a retomar su puesto al lado de la duquesa de Piedrabuena, quien se sentía muy a gusto con las idas y venidas de ambos hombres.

Retomando el masaje, el barbero quedóse con la mirada perdida dentro del generoso escote de la duquesa, quien sabiendo las sensaciones que despertaba, empujó su delantera en las propias narices de truhán, mientras el aceite de la cabeza le resbalaba abundante entre sus inmensas colinas.

Mi querido amigo, no seáis tímido, os lo ruego ¿podéis masajear la parte baja de mi cuello ya que estáis? No es mucho el trabajo y juro que os pagaré de buen grado, es que me parece que los piojillos han buscado donde escapar y es justamente allí donde me están picando ahora, mirad si os miento…

Y bajándose aún más el escote, le tomó la mano a Santorcaz y se la puso entre sus protuberancias como si éstas fueran la base de su cogote y el masajeárselas en público fuera a su vez lo más normal del mundo. El barbero se entusiasmó aún más que la vez anterior y una tonalidad rojiza comenzó a invadirle el rostro delatando un nuevo apronte.

El fraile, ya había regresado y quedándose en un rincón, lamentó que el puesto ya estuviera ocupado. El silencio en la hostería era casi total, salvo por algunas risitas ahogadas, pues las expectativas aún seguían en pie. Hacía rato que por aquellos lugares no tenían una velada tan entretenida y aún prometía una nueva función…
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S

- ¡No puede ser! ¡ Ayyy virgensita de los desamparao, si me parece que es er torero ! ¿pero no le había matao un toro en las americas?

- No, Buttarelli, ¡Que a mi niñó no lo han matao! -exclamó la pitones.-

- Pues sólo espero que venga cargao de plata pa pagá.

- ¡ Que no soy una aparición! ¡A las buena noché tengan ustedes!

- ¡Olé ese niño der corral que viene cargao de vida!

- ¡Ay, pitones de mis entretela, cuanto te he echao de menos criaturita!

- Anda y no me seas garboso, que bien te habrás empleao al otro lao der charco.

- ¿Empleao dices? , No digas tonterías, carne de mi carne, que allí no he encontrao jembra más hermosa que tú y que haga tanto honor a su apellío.-dijo echando su brazo por encima del hombro de la fulana.- ¿Y tu tabernero, no te alegras de verme?

- Mentiría si dijera lo contrario, maestro, pero la desconfianza me puede y no sé si viene mejor que se fué.

- ¡Un respeto la figura más grande der toreo tabernero!-exclamó el Tinajas, irrumpiendo en la hostería.-

- Vaya, lo que le hacía farta a Mayo era una granizá, ¿pero tu también has sobrevivío a la temporá?

- Shssssssssss, ten cuidaito con lo que dices tabernero, que er Tinaja ha triunfao a lo grande por toas las plazas der nuevo continente. ¡Que pares de banderilla le puso al cuarto de la tarde en Cali! , "Mulatito" se llamaba el burlaco que pesaba más de 600 kilos y que sorteó con grasia trianera hasta dejarle los palos en lo más alto.

-¿"Mulatito"? , más bien se vería negro colocarle los palitroque a un animal de esa embergadura, ¿no?

- Bueno, ya veo que toro no entiende vuestra mercé. Así que jaga er favó de poné unas jarras der mejó vino aquí.

- ¿Y la Plata?

- ¿La plata, dice? Tinaja, enseñá ar tonto de mercao este la borsa

Y el subalterno, echando mano a su faca sacó un bolson de piel repleta de monedas de plata, que encadiló a Buttarelli e hizo desabrochar un poco más el corpiño a la "pitones" que se desasía en halagos sobre la hombría del torero...

- Bucarito, ¿quién es la dama que resibe er magreo der sacamuela? -dijo el "Tinajas", acercándose a la barra mientras que el torero y la Pitones se sentaban en una mesa cercana al fraile.-

- Es una duquesa de arta arcunia, no se fije en ella porque es mucha mujé pa usté.

- ¿Y tiene parné?

- lo tendrá, pero lo que es seguro que tiene son piojo como ratone.

El fraile, observando el manoseo a dos bandas se secaba el sudor con una mugrosa servilleta sin atreverse a intervenir esperando la oportunidad de juzgar en privado a la duquesa. La pitones, mientras tanto, bajaba su mano por debajo de la mesa buscando empujar urgentemente al torero hacia la alcoba.

- Tranquila mujé, que vengo seco der camino. En er puerto no había ni agua pá los desembarcao. Espera un momento que la vejiga me inquieta y no pueo ni concentrame en ese corpiño que rebosa fruta abundante.

Al paso por el lugar en el que era masajeada la duquesa, antes de salir por la puerta del corral para satisfacer sus necesidades, el maestro fijó sus orbitas en el escote de la distinguida dama y pensó para él...

- (¡Madre der amor hermoso, cuanta hermosura y cuanta carne magra! , ¡juro por los arcangele der sielo que esta no se escapa sin que le pegue una estocá! , pue bueno soy yo)

Al regresar, advirtió desde el portón como el fraile, presa de la lujuria, había tomado asiento junto a la pitones, asi que aprovechando la oportunidad se colocó junto a la dama dando un disimulado codazo a Santorcaz.

- Perdonemé usté distinguida dama, ¿la he podío ver alguna vez en alguna plaza, sacando er pañuelo al viento para que me concedieran un trofeo? ...


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MGS

Acaba de entrar en la hostería Casiana la cordobesa, la desdentada. Es pariente lejana de Carmela y la Pitones. Viene muy deprisa, como si alguien le hubiese dado unos ofensivos azotes en las nalgas. Súbitamente se detiene como buscando a su gente cuando su mirada se cruza primero con Santorcaz y después con Fray Nicasio que revolotea al lado de la Pitones. De nuevo retoma su paso inicial hasta llegar a donde Carmela y las demás primas que en este momento no cantan porque el niño del Corral Candelas y el Tinajas ha disuelto la reunión y las mantiene en trance.

- Prima, - dice sin recato y con el volumen bien alto – cuuushame, que he llegao tarde porque he dao un rodeeeo, y que m´acabo de encontra, un gashó soltando una jiñada como la majá de una vaca y con la pisha que le llegaba al suelo, uf prima Q´alegriiiía, mira si la llega a ve, las vena como los tientaculo de purpo. Una salamanquesa se le subió y tó. Claro yo tan ilusionaita venía to conteeeenta y en la´ squina men cuentro al otro gashó con la mano dentro del hábito y dándole p´alante y p´atrás. Yo cogí y di un rodeo y él bien que se espantó y yo tamié porque resulta que de esso que son deliquisición y tienen musho marfaaario. Míralo, míralo que contento´sta con la Pitones. Permítalo Dio que pase las duquela.

Ahora permítame que detenga un momento el tiempo, ni yo mismo aguanto tanto calor. Como narrador de esta historia tengo un sitio privilegiado para verlo todo y deseo mostrárselo, como si esto fuese un museo de cera y yo fuese un guía turístico. Ya que antes de continuar más adelante he de comunicarle con precisión donde está cada uno de nuestros personajes situados en la hostería. Por cierto, aunque lúgubre y algo pestilente, llena de encanto. Resulta que la gitana tiene razón, la deposición ha sido conforme al simil, aunque por ningún sitio he visto a ninguna salamanquesa, pero como es gitana andaluza ha de ser exagerada. Su entrada ha sido como la de una serpiente en una cuadra, a todos ha sobresaltado la noticia de las dimensiones de lo que cuelga en la entrepierna de Santorcaz. Al primero que ha intimidado ha sido al mismísimo Niño del Corral Candelas que del asombro ha juntado cejas con flequillo y se ha quedado con la palabra en la boca, y sin esperar respuesta de la duquesa ha vuelto con la Pitones. Incluso se ha enterado Diego Cerrojo muy cercano a sus “Chochoviejas” más por recelo que por otra cosa. Fray Nicasio de León, que andaba en la órbita de la gitana y viendo como ésta ha regresado con el torero, ha optado por enfriarse mirando la techumbre de cañas y vigas de madera que se sustentan sobre unos arcos de medio punto, los mismos que han sobrevivido al tiempo y dan fe de que el mismo sitio ha sido hostería, pescadería, establo, vacío, carnicería, hostería de nuevo, tienda de ropa, almacén y en la actualidad café con libros, negocio por cierto de los más ruinosos que haya visto el lugar. Si alguna vez pasan por Sevilla podrán comprobarlo pasando por las calles… perdón, prosigo, el inquisidor miraba la techumbre y sus telarañas, aunque lamentablemente no podía apartar de su pensamiento a Sor Dámasa, aunque gordita, de buen ver y mejor tocar. La duquesa prosigue recibiendo su masaje sintiendo como Santorcaz la encañonaba por la espalda. Qué decir, pues todos en la hostería estaban pendientes de tan abultada escena. Diego Cerrojo, el pobre Diego Cerrojo, también lo observaba, este hombre, no disponía de tan preciado tesoro, tenía lo que se puede decir un tesorillo, y calculó que en este mundo todo se compra o se vende. Y que si un barbero tenía tan buen instrumental, tal vez, quizá, o a lo mejor era por esas pócimas traídas de los países más exóticos. Siete vueltas dio el hombre a la hostería antes de decidirse a acercarse a Santorcaz, Santorcaz que ya no era ni él mismo. Estaba a punto de proponer algo a la duquesa, algo indecente e indecoroso, porque no podía más, ni yo mismo puedo decir cómo se encontraba ese hombre entre aceites, masajes, bultos y pechos.

- Perdone usted, que resulta que veo que usted sabe mucho de todo…

- ¿¡Qué!? – gritó Santorcaz al verse arrancado de su éxtasis.

- Que perdone usted, que resulta que veo que usted sabe mucho de todo…- para matarlo, pensó Santorcaz – y yo soy hombre de negocios que vengo de México y traigo…

- ¡Ya, ya, ya, lo sé! ¿Pero que quiere, no ve vuestra merced que estoy matando piojos?

- Sí, si ya veo, está claro que usted sí que sabe matar piojos, pero yo tengo un negocio que proponerle. Pero en privado, vamos…

- ¡Pero si ya le he pagado los higos chumbos!

- Si no es eso, hombre de Dios, que lo que yo le propongo es otra clase de negocio.

Diego no era capaz de ver los goterones de sudor que bañaban la frente del barbero y mucho menos la mueca de desagrado que le desfiguraba el rostro. Se estaba conteniendo para no coger al mercader por el cuello y alzarlo.

- Mire usted, buen hombre, que a mí, ¿cómo se lo digo? A mí Dios no me ha beneficiado por aquí abajo…

- ¿Y qué quiere yo que le haga?

- Pues nada, yo que creí que usted con esas pócimas y aceites que hacen hervir a las damas…

- ¿Pero qué dice vuestra merced? Baje la voz insensato, ¿no ve que está aquí la inquisición?

- Nada, nada perdone, perdone.

Sin embargo, Santorcaz era hombre de negocios y jamás bajaba la guardia, ni la de arriba ni la de abajo. Sabía que tenía una oportunidad preciosa para vengarse por el alto coste de los higos chumbos y sacar algo de provecho.

- Está bien noble caballero, me da usted lástima, una pena digamos. Más todo necesita un arreglo económico, por supuesto. Le daré a vuestra merced el aceite, pero a cambio me dará los dos chochoviejas que se exhiben cerca de las gitanas.

- ¡Sí hombre! Usted me quiere engañar, que vengo de hacer un viaje a México.

- La duda ofende. Si lo de los chochoviejas es por hacerle a vuestra merced un favor, no sé ni qué hacer con ellos. Además, ¿qué cree?, mi aceite viene del Perú, la tierra de los Incas, ¿por qué cree que se llamaban Incas? De tanto hincarse.

- ¡Ahhhh!

- ¿Por qué cree que está así la duquesa? Piénselo caballero, ahora tiene un gusanillo, una piltrafa, cuando se eche este aceite por la entrepierna hará llorar a los caballos de envidia.

- ¡Trato hecho!

Mientras Santorcaz y Diego llegaban a un acuerdo, Fray Nicasio se levantaba como sonámbulo y se disponía a ocupar el sitio del barbero. Santorcaz al verlo se indignó tanto que se le volvió a apretar el vientre, aunque pensó que era una falsa alarma…

De nuevo reclamo vuestra disculpa, pues ahora mismo yo mismo necesito un respiro. Porque este potaje o guiso de papas se está calentando y me hayo en la tesitura de tener que contarlo todo porque así lo han dispuesto las mentes retorcidas que gobiernan esta historia, ¡qué se habrán creído! Y es que esto de ser narrador omnisciente no está pagado con nada.


viernes, 21 de agosto de 2009

Escena cuarta, en donde la hostería está que arde y otros acontecimientos de ver...

LG

¡¡¡Aaaaaayyyyyy, pero qué caballero ha resultado ser don Santorcaz!!! Tantas hermosas palabras salen de vuestra boca que me dejáis tan desarmada como los piojos al soltar mi peinado… pues claro que no me incomoda que untéis de aceites mis cabellos y menos aún que les diérais masajes con ese donaire tan vuestro.

Debo deciros querido amigo ¿No os incomoda que os llame mi amigo, no es así? Como os decía, así como me veis, con este lujo y porte, fui la amante del infante don Ramiro hasta que éste se desposó con la infanta de los Países Bárbaros, ni más ni menos. Pues sí, que le he adornado la cama casi hasta su adultez y que las artes del amor que hoy ostenta, a mi experiencia se deben. Llegado que hubo el día de las nupcias, su padre dióme abultada dote y los dos escuderos que aquí me acompañan para que dejara el reino en busca de nuevos horizontes, pues claro, le he dicho que se ha de arrepentir, pues sé con certeza que el infante aún necesita varias lecciones, no sea que quiera juguetear con la pequeña desposada en lugar de cumplir como marido… En fin, allá ellos con sus cuitas, que bien sé hacer mi trabajo sin dar explicaciones a nadie…

¡¡Aaaaaaahhhh, Santorcaz!! ¡¡Seguid, seguid!! ¡¡Qué delicia hombre!! Que los piojos querrán quedarse para recibir lo suyo… Podéis comer vuestro ¿cómo ha dicho el pobre infeliz este que se llama? ¿Higos? ¡Pero qué palabreja soez! Que bien otra cosa se me figura… Decía que podéis comer vuestro fruto mientras seguís masajeando mi cabellera, que un poco de dulzor no les viene mal a los pobres bichos.

¡Ah! Ya me habéis dicho que celáis a los pequeñines, pero no debéis hacerlo, pues puedo atenderos con el mismo esmero con que los he atendido a ellos, sólo os pido que no dejéis de masajear… AAAAAAAAaaaaaaaaaahhhhhhhhh.
No sé si fue Dios o el demonio quien os puso en mi camino, pero voto al cielo que quien fuere no se ha equivocado…

Mientras toda la hostería estaba en vilo viendo tamaña escena donde Santorcaz se deleitaba entre la cabeza de la duquesa y los higos de Diego Cerrojo, los pavos que el desgraciado hombrecillo llevaba en la bolsa no hacían más que gorgotear desesperados y Buttarelli no sabía si seguir escanciando vino al barbero o cobrar entrada para la función.

El fraile se santiguaba invocando a los santos por tan bárbara promiscuidad, las gitanas se removían inquietas entre nerviosas risas pensando que había llegado una mujer que podía hacerles sombra en su oficio. Los “escuderos” de la duquesa, hartos ya de ver en cada posada similar alboroto, seguían comiendo despreocupados y en esto estaban los parroquianos cuando la noche cubrió el lugar y se hizo cómplice de la lujuria…

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MG

¡Por Dios, llamadme amigo!¡Qué graciosas palabras! ¡Qué elocuencia! Oh, mi señora, permítame vuestra merced que yo también me sincere. Ya que aquí donde usted, digo, vuestra merced me ve hablando como un porquero, he de decirle que vengo de noble casa. Mi padre fue el marques de… de… Chupacabras. Supongo que no habrá oído hablar de tal título nobiliario, mas le digo que existió y de no ser por la pérfida envidia de los válidos del rey, hoy este que está aquí presente y que es su más fiel servidor, quizá hubiese gozado de la gracia real y estuviere trabajando en la corte.

Aquí donde me ve con pintas de cabrero, estuve al servicio del rey en Flandes, en donde gracias a mi puntería como arcabucero se rindió Breda, de hecho me veo retratado en un famoso cuadro... del pintor este tan famoso… no no lo recuerdo. A lo que iba, estando en batallas encontré un mayor placer en salvar a mis compañeros heridos que en destruir enemigos, por que todo harta, y heme aquí convertido en barbero…

Entre mentira y mentira continuaba masajeando a la duquesa y recordando sus palabras sus atributos comenzaron a agrandarse, llevándose consigo algún que otro pelo, tales tirones le daba la cosa que mal podía disimularlo y casi todos en la hostería veían al barbero como se retorcía de cintura para abajo sin atreverse a llevar la mano al rescate. Fray Nicasio de León, el inquisidor escandalizado observaba la escena como perro hambriento a la espera de las sobras. Ya que no probaba “bocado” desde que Sor Dámasa decidiese perder la tristeza. Pero no le ponía esto de buen humor no, más bien se violentaba y bufaba para sus adentros: “Lujuria, lujuria”. Las gitanas animadas por el calor comenzaron a hacer una zambra y los pavos, a los que Diego Cerrojo había dejado salir del saco, cogiendo confianza hacían la rueda y gorgoteaban con su loco glu, glu. Mientras su dueño les miraba complaciente, como el padre que ve a su hijo echar sus primeros pasos en el mundo.

Señora, me va a tener usted que dispensar ya que preciso hacer aguas mayores, se conoce que el vino de esta hostería es peleón o tira para vinagre, o se sueña purgante. Siento como si alguien jugase con mis tripas. Por otra parte me clavo la barbera… en el vientre. Créame amiga que nada más me complacería más que continuar con el masaje… mas… ¡Ay, Dios!

Y en esto que el barbero echó a correr se puso en pie el inquisidor como queriendo ocupar su lugar. Su pecho se expandía y se contraía al ritmo frenético de su respiración. Aunque no era lo único que bajo sus hábitos se expandía, pues no se dio cuenta de la terrible hinchazón que empujaba sus ropas. Algunas gitanas al ver esto y echando mano a la guasa cantaron: “Milagro, milagro, milagro, milagrito, milagro.” Los pavos las secundaban con sus gluglus, como un coro de fieles palmeros.

jueves, 13 de agosto de 2009

Acto tercero, en donde Santorcaz sigue con su oficio y otras cosas que sucederan


¿Que le haga un corte de pelo?, eso está hecho caballero. Veo que luce linda melena, greñosa, pero linda melena. Y quiere que le recorte un poco… yo la verdad, no quiero ofender, mas si le corto el pelo que rodea sus orejas… parecerá usted un cerdo, es más cuando agache la cabeza se tapará los ojos. Mi especialidad es aconsejar. Yo le aligeraría un poco el flequillo a riesgo de que le vean la espesa mata de lentisco que usted tiene por ceja, única ceja. Y el pelo me lo trataría con un tónico que traigo especialmente para los pelos que no conocen orden. Está fabricado con flores de las selvas de Arabia. Y convierte el pelo que huele como un sayo apulgarado, en las sábanas de una princesa. Créame vuestra merced cuando le digo que todas las mozas se le tirarán a los pies. Pasará usted de ser un andrajoso que apesta, a un apuesto caballero. Eso sí, el tónico es algo caro, nada menos que un real de a ocho.

¡Butarelli! Algo más de vino, por Dios santo, que no soy infiel.

¡Por Dios, caballero! ¿Que le saque el único diente que le queda? Entonces su boca parecerá el culo de una chiva. De cierto le digo que en el futuro, mire vuestra merced lo que le digo, en el futuro nosotros los barberos fabricaremos dientes y dentaduras para las encías sedientas. Seremos nosotros y no los médicos. Ellos seguramente se habrán especializado en matanzas y chacinas. Escriba esto que le digo en piedra y verá como se ha de cumplir.

¡Butarelli! Unos huevos fritos, algo de jamón, no lo digo yo, lo dice mi estómago que me está torturando.

No me extraña que le duela la encía noble caballero. Si tiene en la boca más llagas que cristo y la blanca lengua parece el capirote de un san benito. Su boca ya no es boca, el Neguijón harto de hacer por aquí de las suyas la va transformando en una inmensa fístula. Pero aquí tengo yo hierbabuena y un bebedizo fabricado en la Atlántida por alquimistas… mongoles. No, no es barato, figúrese vuestra merced el camino tan largo que ha tenido que hacer un judío para traérmelo. Por cierto, fue llegar y atraparlo la santa inquisición. De modo que nunca más dispondré de tan preciado tesoro. Mas me debo a mi noble profesión y como siento compasión por todo aquel que padece, yo se lo venderé, no, no tiene vuestra merced que darme las gracias, entre cristianos es lo justo. Ya lo dijo nuestro señor: … Comparte con el próximo como contigo mismo.

¡Butarelli! ¿Pero esto qué es, jamón o cuero? Tráigame el mejor pollo que tenga en el corral.

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Estaba la duquesa de Piedrabuena más que espantada viendo a Santorcaz metiendo sus dedos sucios en la boca del más sucio parroquiano de la hostería, que entre exploración y exploración los sacaba llenos de baba maloliente y refregándoselos en su vestimenta procedía a comer las no menos sospechosas vituallas que le acercaba Buttarelli.

Tomando coraje, fuerza y valor, atributos que no le faltaban, la mujer se acercó al barbero y sacamuelas, muy intrigada con el tónico para el cabello que según el personajillo estaba fabricado con flores traídas de Arabia. La sola mención de lo que consideraba una exquisitez, hizo que dejara de lado el asco que le producía el hombre para preguntarle si disponía de algún frasco que pudiera venderle.


Perdonad barbero, pero no pude dejar de escuchar el consejo que le habéis dado al caballero de los pelos enjutos. Pues quisiera saber si podríais facilitarme uno de vuestros frascos de tan maravilloso tónico, os pagaré como corresponde que para eso están mis escuderos bien atentos en cuidar de mis bienes.
Así como me veis con tan magnífico peinado recogido, mi cabellera sufre la afrenta de estar plagada de innumerables visitantes, piojos que le dicen… y es ése justamente el motivo porque la llevo de esta manera. Si fuerais tan amable de atenderme más luego, os recompensaría con creces, no lo dudéis, que estos piojos me vuelven loca y ya he perdido dos uñas de tanto rascarme. ¿Queréis ir viendo para ahorraros tiempo?

Y diciendo esto, con hábil manos procedió a desanudar aquel peinado infernal, donde a medida que iba soltando el cabello, caían sobre el barbero y su plato, una nube de piojos y otras alimañas que el sorprendido truhán no supo siquiera qué eran.
De este modo quedóse tan pasmado Santorcaz por la dama, como la dama por él, que como dice el refrán, se asustaba el muerto del degollado, pues no se sabía quién de ambos era más asqueroso.

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Entre el asombro del barbero y de los allí congregados ante la fauna de la cabeza de la duquesa de Piedrabuena. Vino a colarse en la hostería el ser más soso del mundo, su estatura no llegaría al metro y palmo, y tan mal traído que tal parecía un pordiosero o haber sido atacado por una fiera hambrienta. Traía consigo unos sacos, teniendo en ellos algo que se movía.

¡A paz de Dios! Mi nombre es Diego Cerrojo Cienfuegos, y vengo de México, de allí traigo estos frutos que son dulces como los besos de una moza. No los doy a prueba porque las cosas buenas no son para catarlas sino para comerlas y en paz. Como ya he dicho esta es la fruta más dulce que Dios inventó y como no quiso el creador en su obra hacer nada perfecto del todo, la mandó cubrirse con un manto de pinchos que son finos mas no por ello menos molestos. Y como son dulces no les he puesto otro nombre que Higos y Chumbo por yo que sé que me dijo un indio y me cobró y todo por la explicación. También me dijo que tuviese cuidado con la ingesta, por no sé qué motivo, yo los he traído para hacer negocios y sólo uno he probado, por no estropearme yo solo el negocio. Y a mí cierto que no me pareció peligroso ni leches. Así que si sus mercedes gustan baratos los dejo.

También traigo carga viva, animales de esos que pavos llaman y que a mí se me atontan en nombrar como Chochoviejas, pues ya veremos cual de los dos se ha de quedarle.

¡Oh, mi señora! ¡Qué desolación! Descubro su cabeza y muero de pena. La más fermosa entre las hermosas, dulce enemiga mía. Cierto es que los piojos van en manadas, mas se deben a tan dulce sangre. ¿Acaso si se tratase de mala o contaminada, se acercarían de este modo? Yo he tenido que limpiar de ladillas las más altas camas. ¿Por qué había de extrañarme por unos animalillos que vienen buscando la querencia? Acaso yo mismo no ha de envidiarles en este mismo momento. Mas no se preocupe que he inventado un bálsamo que en el futuro su sola mención se ha de ligar irremediablemente con la muerte de los piojos. Tendré que mojarle los cabellos negros en este aceite, y cubrírselo con un paño que aquí traigo, y que está fabricado con la seda de las famosas lombrices de la seda. No se espante usted mi buena señora que yo le magree ya que es el masaje lo que ha de aliviarla de esos cuatreros. A los que eliminaré, no por deber, sino por celos.

Volviéndose a Diego Cerrojos.

Señor, sí a usted, tenga a bien venderme uno de esos higos. ¡¿Cuánto ha dicho?¡ Espero que al menos sean tan dulces como usted los presume.

El barbero probó un higo chumbo y como lo encontró tan de su agrado y viendo que había hecho dinero para permitirse más, continuó comprando. De vez en cuando los empujaba con vino barato que Butarelli vendía como sangre de Cristo. De este modo tenemos granada, mecha, no nos falta sino la chispa.

viernes, 7 de agosto de 2009

Acto segundo: Los forasteros


Estando el barbero en estas disquisiciones, se oyó el galopar de caballos llegando a la hostería. Como era costumbre por aquellas comarcas, parroquianos, gitanas, posadero y hasta el fraile, se asomaron a la puerta para ver de primeras quién o quiénes llegaban. Y menuda sorpresa llevaron al ver tan variopinta comitiva, pues dos desgarbados hombres, si es que así se les podía llamar, vestidos como de circo de tan ornados que iban, acompañaban con malograda pompa a una mujer… extraña cuando menos.

Tendría la dama unos cincuenta años, la tez blanca y el cabello recogido en monumental peinado. De estatura mediana y con los vestidos tan exageradamente recargados de abalorios como una feria en su mejor día. La blancura de la piel contrastaba con la cantidad de polvos que se había echado encima y con las pestañas postizas, desmesuradamente largas de crin de caballo alazán, rizadas con garbo. A pesar de todo el emperejilado, la mujer aún dejaba entrever la belleza de su lejana juventud.

Los excéntricos personajes dejaron sus caballos en el apeadero, mientras el cotorreo de las gitanas mortificaba los oídos y los hombres se miraban entre sí con el asombro pintado en el rostro y corriéndose de la puerta para dejar entrar, primero a los dos acompañantes de la mujer, y luego a ella que iba detrás pavoneándose.
El más enjuto de ambos se dirigió hacia el mesón y gritó:

¡Posadero! ¡Un aposento para mi señora la duquesa de Piedrabuena! ¡Que sea la mejor! Pero antes, servid de vuestro guisado que el hambre nos acucia, y no os olvidéis de escanciar vino, que la comida sin vino es como la vida sin aire…

Y profiriendo una sonora carcajada se sentó en una mesa con su compañero, mientras Buttarelli se apresuraba por acarrear, junto a un mozalbete, los pesados equipajes de aquella mujer, mientras la guiaba hacia el piso superior donde se ubicaban los aposentos.

El barbero se estiró con los dedos su propio bigote, pues veía que los dos forasteros traían la pelambre descuidada y larga, pensando que con ellas se haría de unas cuantas monedas.
La hostería parecía un gallinero donde se había metido una comadreja del alboroto que se armó.

A la hora, y estando todos entretenidos dando cuenta del guisado que había preparado la mujer de Buttarelli, en lo alto de las escaleras apareció la duquesa de Piedrabuena, que comenzó a bajar las escaleras con la parsimonia de los nobles y la ridiculez de un bufón… Las risitas incontenibles de las gitanas se acallaron junto con los vozarrones de los hombres cuando la duquesa habló:

No calléis por mí caballeros, sé que no estáis acostumbrados a ver todos los días a una dama de alcurnia como yo en estos parajes alejados… Pero seguid, seguid con lo vuestro, no me prestéis atención, sólo he bajado a dar órdenes a mis escuderos…

La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, pues ya le digo noble señora que tanto usted como yo habemos de beneficiarnos de tan apropiado encuentro. Me presento, soy Juan de Santorcaz Paloma, para servirla a usted y a Dios, y a los nobles caballeros que le acompañan. Mi oficio es noble entre los nobles, soy barbero. Y permítame ofrecerle mis servicios. Sepa usted que por estas manos han pasado las más hermosas cabelleras de Versalles. Aunque ahora estoy ocupado con un cliente, estaré en esta ilustre hostería llena de gentes de tan alto elenco y rancios abolengos.

En esto que hace una reverencia a la señora en señal de despedida y fija su atención en un cliente que parece salido de una pocilga.

No se enfade vuestra merced si hago algún comentario inapropiado. Me gusta hablar mientras hago mi trabajo, de sobra es conocido que nosotros los “sacamuelas” somos muy habladores y no es por otro motivo que por el de distraer a nuestro cliente mientras en su boca se desarrolla el drama. ¡Abra, abra más, no tema!

Tiene vuestra merced, una muela… dos… dos muelas sanas. No es de extrañar que le huela la boca como una escupidera de varios días. Mas todo tiene un final, es obvio, por las señales, que el Neguijón ha habitado en vuestra boca como el oso en la caverna. Mas por un real de a ocho, que digo, por la mitad, por unos maravedís, le limpio la boca, le afeito y hasta le hago un corte de pelo. Pasará usted de ser una inmundicia a un hidalgo. Porque no se engañe, por la boca del hombre entra la perdición del alma. Si no me cree deje de comer, o de beber, no hable, no mueva la lengua. Puede un ciego vivir sin ojos y un sordo sin oídos, pero nadie sin boca. Mas para eso estoy yo aquí. En cuanto al dolor no tema, le aseguro que cualquier dolor de muelas es mucho peor suplicio que el que yo le pueda infligir.

¡Butarelli! Tráigame usted, por dios unos recortes de tocino, que soy buen cristiano. Y no soy exigente para comer.