lunes, 23 de marzo de 2009

Capítulo II: La pasajera del tiempo


¡Bienvenida Christiane! ¿Es usted francesa? Conozco a los franchutes como la palma de mi mano.Mi nombre es Mariana de Altascumbres, estoy aquí para una misión importante, soy pasajera del tiempo y vengo desde muy lejos, el posadero me llamó y aquí estoy.Pueden confiar en mí que no les voy a engañar, aunque de vez en cuando me abstraiga o no me vean, es un decir, ya notan que mi acento es extranjero y que no domino su lengua.Christiane, preguntó usted ¿Si soy la esposa del caballero? ¡Valgame Dios, quién pudiera ser humana! Es buen mozo el señor pero no es mi esposo.

Creo señora, que si nos han llamado es porque alguien de nosotros necesita ayuda, ésto tendremos que descubrirlo, quién es el personaje que necesita de nosotros, somos tres personas la que estamos presentes, no de cuerpo presente, ¿o quien sabe? perdón, quiero decir que nadie sabe lo que sucede en las mentes, ya les digo que no se extrañen por mi forma de hablar, por mi jerga, yo domino todos los idiomas conscientes o inconscientes, tanto como los subconscientes, por ello notan mi voz un poco metálica.Irán entrando más personas en la hostería y como ya dije alguien necesita nuestra ayuda.

Ustedes vayan lucubrando quien puede ser y comience nuestro trabajo, pues aunque pueda parecerles increíble, es bien cierto.¿Será Don Juan? ¿Será Doña Inés? ¿Será Don Luis? ¿Qué saben ustedes de ellos? ¿Les conocen? ¿Los han visto?Mientras ustedes piensan, yo voy a dormir un rato, permaneceremos aqui el tiempo que sea necesario. No es el azar quien nos a unido, es el destino, los astros.


Señora, me preguntáis por mi origen, mucho no os puedo decir más lo que mi ama me ha contado durante los dieciocho años que he vivido en la Torre Negra.
Según Erdwina, mi madre era oriunda de las tierras de los Francos y fue prendida por la Guardia Real en el Camino de los Peregrinos. Llevada fue a palacio y allí, como trofeo del rey fue denigrada por él, obligándola luego a la humillación de ser su criada.


¡Gracias niña, por aventar el fuego! Ya tengo templada el alma.

En cuanto a vos, señora, no os comprendo. Tenéis un lenguaje extraño y me decís que ¡no sois humana! ¡Válgame Dios! ¡Y yo soy quién es acusada de bruja! Tampoco sé sobre misión alguna, yo sólo he venido por salvar el pellejo. Los hados me han sido fortuitos al poneros en mi camino. Más si necesitáis mi ayuda, os la daré, que no tengo más que gratitud para con vosotros.

Retiraos señora si así lo deseáis, en grata compañía quedo pues el caballero que me acompaña, según veo, aún quiere seguir escuchando mi historia. No me habéis dicho vuestro nombre, señor, que no sé como llamaros… Pero tengo el presentimiento que vos también tenéis historia larga que contar. Pues yo veo delante de mí un caballero con toda la ley, más vos decís que no lo sois… me sorprendéis...

Contadme señor, mientras vacío el cuenco, que ya poco me falta. Luego continuaré mi triste historia.
Contadme, soy toda oídos como lo habéis sido vos...

¡Válgame Dios! ¡Por la Virgen santísima! ¡Por los clavos de Cristo nuestro Señor! ¿Acabáis de decir, doña Mariana de Altascumbres: “Quién pudiera ser humana”? ¿Habéis dicho que domináis todos los idiomas conscientes o inconscientes? ¿Acaso sois un espectro? A fe mía que no vuelvo a probar el vino de Buttarelli, ¡maldito rufián! ¿Me estará matando este vino?

Pero cierto es que tenéis la voz metalina y helada. Al principio lo achaqué a la resaca de este vino barato y atabernado, pero… es verdad, vuestra voz parece salir del mismísimo Infierno. ¡Vive Dios! ¿Estoy compartiendo puchero con una bruja y con un espectro? ¿Tal vez con dos? ¿Acaso soy yo uno más? No, no… no, no lo soy, puedo tocar mis piernas, la empuñadura de mi espada, sorber este cuenco de puchero… a fe mía que no soy un difunto. Puedo tocaros a vos y a la señora Christiane… Muerto no estoy.

¿Y decís que sois pasajera del tiempo? ¿Habéis oído semejante descabello, doña Christiane? ¿Pasajera del tiempo? ¿Acaso el tiempo es un carruaje, un coche de colleras, una vulgar galera? ¿Cómo podéis ser pasajera de algo que no es tangible? No lo entiendo, vive Dios, en mi sesera no entra, pero si vos lo decís, por hecho lo doy desde este momento. Ya me lo
explicaréis de forma que mi razón lo entienda.
Y dicho sea de paso, tened la caridad de no volver a nombrar al tal don Juan ni al villano de don Luis. En esta hostería no todos somos amigos ni todos caballeros, ya lo iréis comprobando. Si aparecen por aquí esos dos, arrimaos a ellos lo menos posible.

Por cierto, mi nombre es don César de Ayala, no me importa mucho el tratamiento de cortesía, pero viene bien a la hora de confundir, de modo que os ruego me tratéis de don, don… don César de Ayala, para servir a Dios y a ustedes, ya seáis brujas, espectros o mortales. Y a fe mía que si la Inquisición escuchara esta charla nos quemaría vivos a los tres, o a los dos, puesto que difícil resultaría quemar a un espectro. Y tened cuidado, en esta hostería para gente de todas las condiciones y calañas, incluso delatores de la Inquisición. Y os confieso una cosa: a mí hace tiempo que me buscan. Si lo supiera el tal don Luis yo sería víctima segura. Se me seca la garganta, vive Dios.

Buttarelliiiiiiiiiiii, más vino, hombre, ¿no sabes que sin vino la mente se atrofia y la aspereza se agarra a la garganta?

Pero creo que ya es hora de que sepáis algo de mí. Ya sabéis mi nombre, o al menos por el que se me conoce. Mis orígenes son humildísimos. Creo que nací huérfano. A mis padres nunca los conocí, tan sólo a los frailes del convento de franciscanos recoletos donde crecí. Durante mi infancia fueron como mis padres. Pasado el tiempo yo mismo fui fraile de aquella congregación, dando mis votos al altísimo. Pero no era ésa mi condición, se ve que mis progenitores no albergaban el espíritu de abnegación de aquellos santos varones y yo llevaba en la sangre los instintos aventureros de quienes me engendraron, de modo que pronto me alisté en los tercios.
Como quiera que sabía leer y escribir correctamente y mis modales y maneras eran sobresalientes y llevaba recomendación de los frailes, pronto ascendí a capitán. De aquella época de los tercios prefiero no hablar de momento. También fui actor ambulante, más bien farandulero, y ladrón, editor, mendigo, jugador y otras profesiones de menos valor. También fui preso del Santo Oficio, de cuyas garras escapé.
Ahora soy caballero… don César de Ayala, cuya bolsa, no viene a cuento explicar por qué, no está precisamente vacía, y naturalmente a vuestra disposición. Quien comparte mi mesa, comparte mi corazón y mi bolsa.

Buttarelliiiiiiiiiiiii, tráenos unas morcillas y unos chorizos de ésos que cuelgan en tu despensa, anda, que el alimento es bueno para el alma. Y dispón un aposento para las señoras, que vendrán cansadas. Por el pago no os apuréis, yo me hago cargo.

Y vos, Christiane, ¿decís que habéis estado encerrada en una torre? ¿Que por vuestras venas corre sangre de reyes? ¿Tan duros fueron vuestros carceleros, tan fuertes eran sus razones o tan duros sus corazones que no se enternecieron ni siquiera ante vuestra desconcertante belleza? Me sublevo con lo que oigo, vive Dios, y si pudiera ponerles mis manos encima, por la Virgen santa que probarían el filo de mi espada. Y han querido quemaros por bruja. ¿No os parece este acto de una tremenda injusticia, doña Mariana?
¿Tendríais por ventura una explicación? Creo yo que es la envidia, que anida en el corazón de los hombres junto con la soberbia, la vanidad y otros males propios de la condición humana.

Pero ya están aquí las morcillas ¿qué os parecen? Comed, comed, alimentaos, que os veo estragadas.

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