viernes, 20 de marzo de 2009

Capítulo I: La forastera








¡Buenas sean señor… señora…! Permitidme pasar aunque mis andrajos os incomoden. Vengo de largo viaje y mis ropas son jirones desperdigados por los caminos.
Tengo frío y como vi humo en la chimenea me dije que tal vez compartiríais conmigo el calor de vuestro leños antes de que emprenda nuevamente la huida.
Me preguntaréis de qué huyo, y en honor a la hospitalidad que seguramente me daréis, os lo diré.
Vivía yo en un pequeño pueblo, muy bonito y hospitalario pero cuyos habitantes adolecían del defecto de ser supersticiosos, a tal extremo
que el día en que predije que el sol sería ocultado por la luna, se dieron en llamarme bruja. ¡Sí señor! ¡Bruja! Como lo habéis escuchado.
Fue el pueblo todo a buscar mi cabeza, y si no fuera que me encontraba en medio del bosque contiguo, pues me hubieran quemado con casa y todo, que de ella sólo ha quedado una mancha tiznada en el suelo.
Así como os lo cuento. No tengo más ropa que los trapos que me cubren. Sepan vosotros disculparme y hacerme el honor de compartir vuestro puchero, os lo
suplico de rodillas.


Pero… ¡Vive Dios! ¿Qué decís, señora? ¿Bruja por predecir un eclipse? El mundo está loco, o mejor dicho, es analfabeto y supersticioso hasta el extremo, pues seiscientos años antes de nuestro Señor, ya Tales de Mileto predijo un eclipse sin que por eso lo tacharan de brujo. Aunque los tiempos que corren sean propicios a la caza de brujas, no creo yo, ni tampoco la señora Marian, que el talento sea motivo para quemar a nadie. ¿O no, señora Marian?

Venga usted aquí, por el amor de Dios, y arrímese al fuego, que la señora Marian y yo compartiremos gustosos el puchero con vos. ¿Y decís que os quemaron la casa? Más me inclino a pensar que fue por envidia que por otra cosa, pues sabido es que la envidia es un mal endémico en esta tierra de María Santísima, y viendo vuestra belleza, que resalta por encima de vuestros andrajos, es ciertamente comprensible que las arpías de vuestro pueblo os tuvieran envidia.

¡Cristofanooooooo! Vino para la señora, por Dios. Y un cuenco para el caldo. Y ropas secas y decentes, ¿no ves cómo viene? Arrimaos, señora, arrimaos a la lumbre.

Veréis, en esta hostería (la llamamos hostería sólo por aplicarle un nombre acorde con la moral de la gente) todos somos como familia, aunque no nos una parentesco alguno. Los desventurados siempre terminamos siendo parientes, mayormente porque la necesidad nos llama a la unión. Nos hemos hecho el propósito de no guardarnos secretos. Lo compartimos todo… hasta los pasados más inconfesables, y tengo la impresión, señora, de que tras vuestros andrajos, tras vuestra belleza, tras vuestra desgracia, se esconde algo que estáis deseando contar; quiero decir, compartir. ¿Por ventura no seréis bruja de verdad? ¿Sabéis elaborar hechizos? ¿Componer brebajes que arrebaten el corazón de los amantes más fríos? ¿Deseáis desahogaros en buena compañía? ¿Algún pesar empaña vuestra conciencia? Os aseguro que en esta hostería todas las conciencias están algo empañadas.

¡Cristófanooooooooooo! ¿Viene ese cuenco o no? ¿No ves que el puchero se enfría y la señora está helada?

Pues sí, señora, aquí donde me veis con este pergeño de caballero, yo tampoco soy lo que aparento, quiero decir, lo que todo el mundo entiende por un caballero. Al menos nunca lo fui, aunque me reporte ciertas ventajas hacerme pasar por tal. Ya sabéis que el hábito hace al monje. Tengo los modales, las formas, la apariencia de caballero, pero no la condición. Yo también tengo un pasado y no estoy en esta hostería por casualidad, podéis preguntarle a Buttarelli. A mí podéis hablarme con confianza, y lo mismo a la señora Marian y a cuantos aquí paramos, que ya iréis conociendo. Vos, con confianza. Puede fallar el alimento o la fortuna, pero no debe fallar la confianza. Hablad libremente mientras os calentáis. ¿Fue sólo por predecir un eclipse por lo que quisieron quemaros en vuestro pueblo?


Veréis señor, me alentáis a hablar y vuestra compañía me afloja la lengua, aunque ya quisiera yo no tener que contaros mis desventuras.
El caso señor, es que tengo… el don. Más os juro por Dios que no soy mala, señor, no lo soy. Que veo el futuro y con mis pócimas he salvado más almas que las que han quedado en batalla. A mí acuden los enamorados en pena, los desventurados de la corte y los menesterosos de los caminos.

¿Podéis pedir al posadero un cuenco con puchero? El hambre me quita el habla y os quedaréis sin historia…

Comenzaré por el principio como corresponde comenzar. Mi nombre es Christiane, y he nacido en palacio aunque no lo creáis. Mi padre es rey y mi madre sirvienta… que nunca me han reconocido como hija legítima, como Princesa, ¡claro que no! Todo lo contrario, se me ha ocultado en lo alto de la torre como si la pestilencia persiguiera a quiénes me acompañaban. Tal es el caso, que sola estuve durante años, con la única compañía de mi ama, Erdwina, venida ella de extrañas tierras, tan extrañas que no podría yo deciros cuáles.
Precisamente fue mi ama quién ha descubierto el don que he traído en la sangre, tal vez porque fui mestizaje de rey y plebeya, pues no lo sé.

Perdonad señor, deberé hacer un alto en mi historia para no dejar enfriar la comida que me ofrecéis… pues dos días hace que no he probado bocado.

La señora que os acompaña es bella como un lucero ¿Es acaso vuestra esposa, señor?
Y perdonad mi atrevimiento…






3 comentarios:

  1. "dice doña Mariane que yo vengo del futuro, y vive Dios que antes de llegar a la hostería yo venía de la calle,"
    Je,je,je, queee buenoooo

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  2. Qué imaginación más prodigiosa.
    Qué fantastico relato (nunca mejor dicho).
    ¡Qué belleza! ¡Qué donaire! ¡Qué disfrute!
    plas, plas, plas,

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  3. ¡Venga, animo que vamos bien!
    Tenemos un buen director de orquesta.

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Bienvenidos a "La hostería de Cristófano Buttarelli". Es un honor recibirlos con un vaso de tintillo y todo nuestro afecto. ¡Gracias por vuestra visita!