martes, 24 de marzo de 2009

Capítulo V: NADIE RECUERDA EL PASADO???



-Apareceis ahora todos de nuevo a la hostería y ninguno quiere recordar lo que sucedió años atrás en esta santa casa. Para los que se habéis olvidado del tiempo pasado, borrando de un plumazo todos vuestros recuerdos, os digo que yo no pagué en las mazmorras con todo este tiempo encerrado sólo en busca de que salvarais vuestros traseros como si tal cosa. ¡Niños malcriados! , no supisteis agradecer el placer que os brinde durante años, llegando a inculparme de todos aquellos lamentables sucesos. Aprended de una vez que Luiggi Perottinni, tiene que recuperar lo que ha perdido por vosotros.

-¡Vive Dios! ¡Por los clavos de Cristo Nuestro Señor! ¡Luiggi Perottinni, la Rata de los Tercios! Por mi vida que os creía muerto. No puedo daros la bienvenida, como comprenderéis. ¿”En esta santa casa”, decís? ¿Llamáis santa casa a la hostería de Cristófano Buttarelli después de las cosas que aquí pasaron y en las que tomasteis parte? Y… cuán flaca es la memoria, os habéis olvidado pronto del tiempo que otros pasaron en las mazmorras de la Inquisición.

Pero si vuestra memoria es flaca, más flaca es la mía. Decidme por ventura qué cosa habéis perdido por mi causa, a fe mía que no lo recuerdo. Y si lo decís por las damas aquí presentes, dudo mucho que un bribón como vos haya tenido tratos alguna vez con damas de semejante alcurnia.

Pero no alcéis la voz, os lo ruego, podéis alarmar a las señoras. Lleváis demasiado tiempo tratando con rufianes y vais a terminar perdiendo los pocos modales que alguna vez hayáis tenido. Sentaos a la mesa y relajaos con una jarra de vino.

Buttarelliiiiiii, asoma los bigotes a la estancia, viejo truhán, un antiguo amigo tuyo ha venido a verte. Buttarelliiiiiiiii.


-¿Que le sucedió a usted Luiggi Perottinni? Las mujeres somos curiosas y nos gusta saber, puede usted contarnos los hechos ( a ver éste que cuento nos trae ahora, ¿tendrá algo que ver con el amuleto, o serán otras gaitas? vaya usted a saber que suceso nos trae el rufian).

Venga y tome asiento señor Luiggi y cuentenos que es lo que tiene usted que recuperar, cierto es que soy algo corta de inteligencia y no percibo lo que le aconteció en el pasado.

Por favor expliquenos, parece usted muy enfadado con don César de Ayala, diganos que cuitas le rondan por su cabeza.

-Eso, eso… que cuente, que cuente.


-¡Enfadado! , ¿pero aún se cuestiona alguien en este maldito burdel, que yo pueda estar enfadado? No señores, no es cuestión de que yo haya perdido mis modales a la sombra de esas asquerosas ratas que dormían alrededor mía, ¡No! es cuestión de honor, y cómo de eso sabéis bien poco los aquí presentes, es lógico que actuéis con tanta parsimonia y mezquindaz. Usted, mi querido Ayala, quizás sea el que más tenga que callar y resulta que es el que más está parloteando, ¿y ahora quiere que comparta mesa con usted? Antes tendrá que aclararme que ha ocurrido con lo que era mio y que ahora parece que se ha tragado la tierra, y si aún le quedara alguna duda acerca de mi forma de proceder, acompañemé a la puerta y evitemos a estas damas el espectáculo desonronso hacia su vil persona de arrancarle su corazón ante ellas.


-Buenos días tengáis todos. ¡Gracias señora Marian por el vestido que me habéis prestado! ¡Cómo creéis que me queda! Me siento maravillada con él.

Veo que nuevos visitantes nos honran con su presencia… ¿Don Luiggi Perottinni decís llamaros señor? Al entrar a la sala os escuché bastante enfadado, estabais reclamando algo que habíais perdido por culpa de… pues no sé de quién. Pero no os preocupéis señor Luiggi, si algo se os debe, también se os retribuirá, a fe mía, que no os quedaremos con nada que os pertenezca, aunque… también noté enfadado a don César, estoy algo desconcertada.

¿Quisierais contarnos vuestras desventuras? Doña Marian está tan dispuesta como yo a escucharos…

¡Posadero! ¿Tenéis para el desayuno algo que no sean tinajas de vino? Pues estos caballeros ya han dado cuenta de varias… pero no pretenderéis que éste sea desayuno de una dama, ¡Vive Dios!

Contad, estamos prestos a escucharos…

-Virgen Santa, si ya están fuera las luces del alba. ¿Tanto vino hemos bebido? Lleváis razón Christine, si desayunáis vino podéis desfallecer. Por cierto, estáis muy hermosa con ese vestido.


Buttarelliiiiiiii… Caldo caliente para las señoras. Y pan recién hecho, y longanizas, y más vino para nosotros.


¡Vaya, vaya! Conque el capitán Perottinni, la Rata de los Tercios. Creo intuir, señoras, el asunto al que se refiere el señor Perottinni, por cierto con desagradables modales. Hace ya años, poco después de la batalla de Mühlberg contra la Liga de Escalmada, en Alemania, el señor Perottinni y yo, y también algunos amigos comunes, tuvimos cierto inesperado encuentro. Sin duda desconocéis que el señor Perottinni sirvió en los tercios como capitán de una compañía de arcabuceros, como yo lo hice de otra de mosqueteros. Resulta que el señor Luiggi y algunos amigos suyos eran por entonces muy dados al pillaje; cosas de de la guerra, ya sabéis. También lo eran algunos amigos míos.


Durante una de las muchas encamisadas que hacíamos, algunos de mis camaradas y yo tropezamos cierto día en una ermita oculta en los bosques de Mühlberg con el capitán Perottinni y algunos de los suyos, como de costumbre, dedicados al pillaje. Aquel día se hicieron con un buen botín: objetos sagrados muy antiguos, joyas de mucho valor y dos cosas muy importantes: la valiosísima reliquia de un santo, que pasaba por milagrosa y más de mil lingotes de oro que decidieron, o mejor dicho, decidimos, esconder hasta el final de la guerra.


Al término de aquella campaña sólo él y yo permanecíamos con vida, o eso era lo que pensábamos, y el oro seguía oculto en su lugar. ¿Recordáis nuestra cita, Perottinni? Cuando me dirigía a vuestro encuentro fui preso por el Santo Oficio. ¿Sabéis de qué me acusaban? De herejía, de fornicar con un gallo, de dormir con un gato negro, de maldecir el nombre de Nuestro Señor, de negar la Santísima Trinidad, de volar de madrugada sobre los tejados, de dar de comer a los cerdos la pierna incorrupta de san Agilolfo y de haber participado yo mismo del banquete. Con semejantes cargos, ¿podían tratarme con cariño en aquellas mazmorras?


Siempre pensé que fuisteis vos mi delator, que quinientos lingotes de oro os parecían poco, pero ya veo que no. Si tuvieseis mil lingotes de oro en vuestro poder ¿ibais a estar ahora mismo en la hostería de Buttarelli? Y os pregunto ahora, Luiggi Perottinni, ¿estaría yo aquí, en esta taberna, de poseer tal fortuna? ¿No será que habéis oído algo relacionado con un reloj de oro con poderes mágicos que se anda buscando por estos lares?


Y si vos no tenéis el oro, ni la reliquia de san Agilolfo, ni yo tampoco ¿quién lo tiene? ¿Es eso lo que queréis saber, lo que venís buscando? En la guerra, unas veces se gana y otras se pierde. A nosotros nos tocó perder esa fortuna. Con respecto a vos, mis ansias de venganza han concluido, lo que no impide que pueda partiros el alma con mi espada si faltáis al respeto a las señoras. Por cierto, una de ellas es adivina y la otra tiene poderes misteriosos que no termino de comprender. Algo relacionado con el tiempo y con los relojes. Preguntadle a ellas por vuestro oro y vuestra reliquia, o mejor dicho, por la nuestra, tal vez os alumbren el camino.

-Christiane, me siento halagada con lo que usted me dice sobre el vestido, ya sabe usted, que las mujeres vamos siempre cargadas de maletas (si supiera que no era mío, que lo saque de la manga), nadie diria que no se lo han hecho a medida las mejores costureras de la corte. Está usted bellisima, ahora si parece una verdadera Princesa, de casta le viene al galgo, perdone quise decir que está usted bien linda.

Usted don César y el capitán Perottinni por unas monedas de oro, son capaces de perder años en el calabozo mientras puedan recuperar el botín a la salida. No son gente de fiar, pero quizás sus bigotes huelan la joya de la promesa, el reloj engarzado en diamantes, esmeraldas y rubíes. Dicen que era único en el mundo y que ni siquiera los Reyes podían conseguirla para sus Princesas. (Si les convenzo y se prestan al cebo el camino está medio hecho).

La joya sólo la puede encontrar una persona de honor, todo un caballero, si no, el reloj no se hace visible, es una joya mágica creánlo, (tengo que engañar al capitán para que no descubra nada raro en mi, por otra parte si don César y Christiane no recuperan mañan la memoria, será que no son dignos del reloj. Haré algo de teatro, cosa que se me da muy bien debido a mi estudios de arte dramático en mi época de París).

-Ayala, no acierto a saber muy bien los motivos con los que comienza usted a congraciarse conmigo, pero lleva vuestra merced mucha razón en eso de que si tuviésemos en nuestro poder los lingotes no estaríamos en este lugar bebiendo este vino que sabe a rayos. Usted debería tambien de saber que cuando fue tomado preso por esos frailes come mierdas, yo no corrí mejor suerte al ser detenido por los hombres del Rey, pero en fin, que mil rayos partan ea sos insignificantes tesoros y que esta noche nos sirva para emprender nuevas aventuras con las que llenar nuestras sacas . Aventuras, como la que nos propone esta hermosa dama que perturba de manera infame el relajo de mi sexo, con perdon, pero sepa señora que el capitan Perottinni, estando en libertad, jamás termina una noche de juerga sin la compañía de una hermosa hembra en su alcoba.

-Ya, ya lo suponía, sólo hay que observarle para ver que parece que se va a comer usted el Mundo, supongo que sólo se comerá algún conejo en pepitoria de vez en cuando, o alguna damisela de burdel capitana de navíos hundidos como el suyo. Se parece usted al capitán Garfio en arrogancia, solamente le falta el garfio para ser más punzante.Yo le aconsejo que no se fije usted en Christiane ni en mí, que estamos reservadas para mejores toneles. Eso sí, tiene usted todo el campo libre y muchas mozas danzando bien jocosas a su alrededor, nosotras somos bocado reservado, ¿verdad amiga mía?


4 comentarios:

  1. Relajaos, don javier, Perottinni huele el aroma del oro como un sabueso el rastro de una liebre. Seguro que sabe ya lo del reloj de don Jaime. Parece mentira cómo la ambición puede hacer que los muertos resuciten del pasado.

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  2. César ¡¡Estupenda la guitarra de Sanlucar!! ¡¡Me ha gustado muchísimo!!
    Gracias.

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