martes, 31 de marzo de 2009

Capítulo VIII: Don Juan cae en la trampa



(Ya veo yo al truhán de don Juan Tenorio muy a las risotadas con esas damas livianas de escotes. Esperemos que mi presencia despierte su interés, ya que no me conoce querrá saber quién soy… También alcanzo a ver entre los parroquianos a don César embozado en su capa, no sea que Tenorio se dé cuenta de su presencia y se eche todo a perder. Me acercaré a su mesa…)

-Perdonad caballero, ¿quisierais indicarme cómo llegar a casa de doña Carmen de Cantalapiedra, si fuerais tan amable?-(Creo que lo he sorprendido). –No soy de estas tierras y estoy algo confundida, no sé cuál camino he de tomar…

-¡Válgame Dios! ¡No he visto dama más bella que vuestra merced! ¿Y decidme señora, acaso no traéis escolta, que se ve a simple vista que no sois de pueblo sino de palacio?

-Es que mi escolta, señor, ha hecho alto en la hostería del lago para refrescar los caballos y comer bocado. Más yo estaba cansada de tenerlos a mi alrededor por lo que decidí dar el primer paso. Me han dicho que estas tierras son seguras.

-Más segura estaréis en mi compañía señora. Decidme vuestro nombre y estaré a vuestros pies. Don Juan Tenorio para serviros.

-Mi nombre es Christiane de Les Champs, caballero. – (Ha entrado como un burro, con patas y todo, espero que todo salga bien. Por suerte don César no me saca la vista de encima. A propósito ¡qué buen mozo es don César! No había reparado en ello hasta ahora…)

-Os propongo dama Christiane, que me acompañéis a tomar un vino de alcurnia y os aseguro que os acompañaré luego al mismo cielo si fuera menester.

-Agradezco vuestro ofrecimiento don Juan y tanta galantería, mi garganta está seca por la tierra de los caminos…

¡Tabernerooooooooooo! ¡Traed el mejor vino de la casa para la mejor dama que ha pisado las piedras del Gato! ¡Rápido, no perdáis tiempo!

-¡Ah! Veo de buen grado que el tabernero es avispado. Ya está aquí. Yo os escanciaré este fino néctar en vuestra copa, señora. ¡Bebed! ¡Bebed a vuestra propia salud!

-Ya que sois tan atento ¿podríais azuzar el fuego? Aún adentro, el frío parece no querer irse…

-¡Voto a la Santísima Virgen dona Christiane, que por vos, os traería el sol! Esperadme

(Puff, pensé que no lograría hacerlo ir. Bien, aquí va el brebaje. Que Dios y la Virgen me protejan. Ya viene)

-Ahora sí, señora, ¡a vuestra salud! ¡Qué vino tan bueno! ¿No os parece? Me ha alegrado el alma hasta el punto de querer contaros mi vida…

-No hace falta don Juan, que el tiempo acucia, yo quería solamente preguntaros… si no tenéis cierto reloj de difunto que yo ando buscando.

-¡Pero claro señora! Os lo daré si me acompañáis hasta la habitación de arriba, que es allí donde lo guardo, dentro de una bota de cuero negro… ¡Venid!

(¡Ay, don César! Espero que me acompañéis en esta empresa porque de aquí no sé como salgo… Sí, aquí viene don César. Ha entendido la situación y estoy segura que podrá con don Juan, antes de que éste cierre la puerta tras de sí. ¡Ahora ya sé dónde está escondido el reloj de don Jaime!)

“Don César de Ayala, que había permanecido embozado en la barra de la taberna, a ratos bebiendo, a ratos alternando con la clientela, pero siempre atento a los movimientos de don Juan y doña Christine, deja la jarra de vino sobre el mostrador y les corta el camino hacia las escaleras. En una mano sostiene la capa y apoya la otra en la empuñadura de la espada. Al llegar a la altura de don Juan se quita lentamente el sombrero.”

-Vive Dios, don Juan Tenorio.


-Vaya, don César de Ayala. Quedad con Dios, caballero. Apartad, llevo prisa.

-Yo también, a fe mía… Decidme, ¿es cierto lo que se comenta en esta taberna? ¿Eso de que sois un tramposo jugando a las cartas?

“Se oye un rumor sordo entre los clientes de la barra”

-¿Yo, don Juan Tenorio, tramposo? Vive Dios, don César, que habréis bebido más de la cuenta. ¿Acaso venís de la hostería del Laurel? ¿El truhán de Buttarelli os ha envenenado, por ventura?


-Cierto que de allí vengo, y no es menos cierto que por aquellas mesas corre el mismo rumor.

-Y, decidme, ¿qué pueden importarme a mí los rumores en los que crea un capitán de los tercios que fornicaba con un gallo y volaba por los tejados cuando veía aparecer a los franceses?

“Se oyen risas entre los acompañantes de don Juan, que se han levantado y puesto a sus espaldas”

-En lo que afecte a vuestro honor, si es que lo tenéis.


-Pardiez, don César, si buscáis reyerta mañana mismo la tendréis, ahora no es el momento; apartad, os digo que llevo prisa.


- No tengo reparos en batirme con vos, don Juan, pero si he de batirme ha de ser ahora mismo, en presencia de estos caballeros y en esta misma puerta. Sostengo que sois un tramposo, que embaucasteis en una partida de cartas al capitán Perottinni y le ganasteis una fortuna. Y sostengo también que no tenéis redaños para engañarme a mí.

“César de Ayala saca una bolsa de cuero y la acerca a uno de los caballeros que acompañan a don Juan.”

-Abridla vuestra merced. Contiene veinte monedas de oro, las mismas que don Juan sonsacó con malas artes al capitán Perottinni. Vuestras mercedes son testigos. Reclamo de inmediato esa partida. Ahora. Aquí. Luego, si queréis, no tengo inconveniente alguno en partiros el alma de una estocada, sea cual sea el resultado.

“César de Ayala esboza una sonrisa cruel mientras mira fijamente a don Juan, una sonrisa que no había esbozado desde los lejanos tiempos de los tercios.”

-Tampoco tengo inconveniente en comerme luego vuestra pierna como me comí la de san Algilolfo. Los caballeros están invitados.

“Los clientes de la taberna irrumpen en sonoras carcajadas que hacen enrojecer a don Juan. Un volcán de ira parece estallar en su estómago. Aquello es demasiado para su orgullo.”

-Vos lo habéis querido, vive Dios. Venga esa bolsa de monedas, que don Juan ni teme a bastardos ni pasa por tramposo.

“Con una mirada de contenido fingimiento, toma la mano de doña Christine y la mira seductoramente a los ojos. Le supone un gran esfuerzo contener la ira. A pesar de todo la disimula y se dirige a ella con su proverbial galantería.”

-Disculpad, señora, creed que lo lamento. Acomodaos en aquella mesa del fondo, pedid algo de comer al posadero, más pronto de lo que imagináis me reuniré con vos, en cuanto este truhán pierda su dinero. Y vos, Ayala, seguidme a la mesa con estos señores. A fe mía que nadie habla así a don Juan Tenorio sin pagar un alto precio.


“Doña Christiane, espantada ante la situación se aparta prestamente del grupo, pero antes, alcanza a susurrarle a don César algunas palabras:”

¡Qué habéis hecho vive Dios, don César! ¡Que el truhán ya estaba metido en la bolsa! Sólo debíais intervenir ante que se cerraran las puertas de su alcoba. ¿O no recordáis acaso que vinimos por el talismán? Ya sé yo dónde lo esconde que su lengua se ha soltado, podéis ayudarme en esta empresa don César o satisfacer vuestra sed de venganza, que una cosa no quita la otra y a su debido tiempo podríais hacer ambas.

Ahora, no sé de qué forma entrometerme en su alcoba sin despertar sospechas. Aunque si vos os marcháis a jugar por el oro podría yo al mismo tiempo, alzarme con el reloj y esperaros en la hostería. ¿Os parece que así lo hagamos don César? ¡Es nuestra última oportunidad! Que vuestro carácter arrollador no estropee tales acciones, don César, que ya habrá tiempo de recuperar lo perdido. No olvidéis que aún está bajo los efectos de la pócima…

“Doña Christiane se dirige hacia don Juan, con acariciante voz:”

Don Juan ¿podría yo esperaros en vuestra alcoba mientras dirimís vuestras diferencias? Es que tales disputas me agobian y no sería de dama participar de ellas. Si me dierais vuestra llave, a vuestro regreso haría honor a la fama que os precede

No sería hombre de honor si hiciere tal agravio a una dama. ¡Tomad! ¡Aquí tenéis la llave de mi alcoba! Más pronto de lo que canta un gallo estaré con vos, señora, que este caballero no será para mí problema alguno y lo despacharé cuanto antes.

“La dama toma la llave y presto sube a la alcoba de don Juan Tenorio dispuesta a llevar a cabo su cometido: recuperar el reloj encantado de don Jaime. Mientras tanto, los caballeros en pugna se disponen a las suyas.”

(Vive Dios que doña Chirstiane la ha cogido al vuelo. Pardiez, qué lista es esa dama. Ummm… y qué hermosa. No podía arriesgarme a que ese rufián entrara con ella a solas en una habitación. Ni hechizos ni nada, bien conozco a don Juan y a los hechizos)

“Don César de Ayala observa a doña Chiristiane, con donaire sin igual, subir las escaleras hacia los aposentos de Tenorio. Deja el sombrero sobre la mesa, arrima una silla y se sienta. Frente a él, don Juan y tres caballeros más. Junto a las jarras de vino, una baraja de cartas. El más alto de ellos las reparte con frialdad: una a don Juan, otra a don César. Los clientes de las mesas y los de la barra se arraciman en torno a ellos. Mucho está en juego: veinte piezas de oro; probablemente, después, una riña a espada… de las memorables. Tras varias tiradas, la suerte parece estar echada. El tiempo transcurre demasiado rápido y doña Christiane aún no ha bajado de los aposentos de don Juan.”

-Pardiez, Tenorio, parece que vuestra proverbial fortuna ha faltado hoy a su cita. Poned sobre la mesa la carta que os queda, me temo que habéis perdido veinte piezas de oro.

-Ahí la lleváis, Ayala, mi carta. Para don Juan Tenorio veinte piezas de oro no son nada; tal vez para vos lo sean todo.

-Os equivocáis, Tenorio, hasta a la vida tengo en poca estima, ¿en cuánto tenéis vos a la vuestra?


“Don César de Ayala pone su carta sobre la mesa. Es más alta que la de don Juan. Ha ganado. Sin embargo, doña Christiane no ha bajado aún. Necesita ganar tiempo.”

-Menos de lo que pensáis, vive Dios. Tomad, ahí lleváis treinta piezas, las veinte de Perottinni más diez para vos, por el buen rato que me habéis hecho pasar.

-Dejadlas sobre la mesa para el sepulturero, don Juan. A uno de los dos tendrá que dar sepultura esta noche.


“Los clientes de la taberna del Gato se inquietan. Murmuran, se agitan, algunos alzan la voz. No es la primera vez que presencian un duelo a espada en la plazuela, donde la luz tamizada de los faroles confiere al lugar un tono mortecino. Algunos ya dan por hecho el duelo y salen a la calle para tomar posiciones en primera fila.”

(¿Dónde andará doña Chirstine? Vive Dios que ya debía haber bajado)

-Caballeros, seguidme, vamos a la plaza, tal vez veamos a Ayala volar sobre los tejados como hacía en Flandes.


“Don César de Ayala vuelve a esbozar esa sonrisa forzada, dura, irónica, que siempre dibuja un rictus de crueldad en la comisura de sus labios cuando presiente la cercanía de la muerte”

-Rogad a Dios por ello, es la única posibilidad que tenéis de salvar la vida.

“Los dos a la vez se levantan de la mesa.”

3 comentarios:

  1. Hola, pasé a la hostería, a pasar un buen rato, leyendo las aventuras de Don Juan Tenorio.

    Saludos desde México.

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  2. Gracias Armida Leticia, como habrás podido ver, hay para todos los gustos. Ésa es la consigna de la hostería, que pases en ella un buen rato.
    Un abrazo y pasá cuando quieras, siempre habrá una silla libre esperándote.

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  3. FELICES PASCUAS AMIGO...

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    Y BUEN FIN DE SEMANA PARA TI
    ... TE DESEAMOS TUS AMIG@S ESTRELLA Y CHRISTIAN...... MUCHAS GRACIAS POR LA COMPAÑIA EN MUNDO ANIMAL..

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Bienvenidos a "La hostería de Cristófano Buttarelli". Es un honor recibirlos con un vaso de tintillo y todo nuestro afecto. ¡Gracias por vuestra visita!