jueves, 23 de abril de 2009

Capítulo IV. El cardenal y su séquito.




Pero ¿cómo os vais a acurrucar sin restregón de macho estando aquí este servidor de vos y de Dios, señora?


(Pardiez, qué hembra, qué lustre, qué carnes, cuánto arranque)


Otra cosa es la de los reales, que si por mí fuera pondría un imperio a vuestros pies, pero ha querido el demonio que haya perdido mi bolsa en la reyerta de la plazuela. Encima no llevo dinero, aunque lo tengo. Ya veis que ni la cercanía de la muerte frena a los truhanes. Y no tenéis traza vos de acurrucaros por dinero, sino por pasión, que bien se os ve. Tampoco soy hombre yo de pagar por pasiones. Y por el torero no os preocupéis, que si salimos del trance de mañana con la visita de su eminencia, pasado lo iremos a ver a la plaza. Os aseguro que en cuanto cobre, si es que el morlaco deja siquiera sus despojos, a fe mía que os pagará. Que llevaba razón don Antonio cuando decía que ni burras merecen, cuánto más hembras.

Por cierto, aunque su eminencia es muy reservado, como bien pregona su fama, tengo a mi parecer que vuestras carnes dislocarían su prudencia. Si el cardenal tuviera a bien detenerse aquí mañana a su paso para Córdoba, mostraos bien visible, vos y las damas que os acompañan. Os pagaré bien, podéis contar con ello, aunque dudo que os entre al trapo, pues viene buscando a otra persona.


(Nunca está de más sembrar el nerviosismo y el desconcierto en el ánimo del enemigo)
Aquella noche Elena no pudo dormir, su cabeza era un enjambre de abejas, por un lado el deseo insatisfecho del hombre de la mirada penetrante que le estaba quemando las entrañas y por otro el pensamiento puesto en Gonzalo el Cardenal.


Elena creía que él llegaba a la hostería de incógnito y si enviaba un correo a caballo avisando de la llegada con todo su séquito ¿qué planes podría tener para llamar la atención de esa manera?




¡Abrid la puerta! -gritó el forastero con capa, que golpeaba el viejo aldabón de la hostería.-

- ¿quan gritan de esa manera?.- preguntó, Buttarelli, arrancándose las legañas con el puño de su camisón.-

- Soy el arcipreste Juan de la Cruz, ¡Abra!

- ¿Y a qué viene tanta prisa, hombre de Dios? -volvió a preguntar el tabernero retirando la tranca de la puerta de entrada.-

- Déjese de serenatas, y prepare unas viandas que vengo con las vainas vueltas de tanto camino, ¿no recibió la misiva de la llegada de su Eminencia?

- claro que si señor preste, llegará esta noche ¿verdad?

- Soy el Arcipreste, ¡cabeza en manteca!, que preste ni preste, además sepa usted que el Cardenal está a punto de llegar, así que abrevie alma de cántaro que los cuernos del toro le apuntan.

-¿a punto de llegar? .-preguntó con la cara desencajada.-

- Lo que ha oído malandrín, ¡Apurese!...

¡Alto ahí! Que todos me oigan, al punto revelaré mi verdadera identidad y mis propósitos. Por que un hombre son sus acciones y también sus omisiones, es por eso que estoy involucrado en este tema. Mi nombre sigue siendo Antonio, y ese niño que ahí veis de nombre Alberto lleva mi sangre. Más nadie piense nada malo, pues hasta hoy no nunca había visto a Elena. Soy hermano del Cardenal y enterado de sus propósitos a por el niño vengo.

Preferí llegar como pazguato, pues así había de ver en quién confiar. Quise distanciarme de mujeres para así tener despiertos mis sentidos, os he observado a todos y sé muy bien que nadie me dejará salir con el niño por la puerta. Pero habéis de saber que sólo conmigo está a salvo. La avanzadilla que mi hermano ha mandado apenas pueden llamarse hombres, con vuestros ojos lo habéis visto. ¿Acaso creéis que el clero no guarda bien sus secretos? ¿Acaso creéis que alguien sobrevivirá? Dentro de poco llegará el Cardenal y a su partida aquí no quedará testigo. Atended bien a lo que os digo.

Si desaparezco con el niño, le enseñaré el dominio de las armas, la paciencia con las mujeres y el secreto de las letras. Nada en lo referente a lo caballero se me quedará por mostrar. Y buena hacienda le he de dar. Porque hice fortuna en el Mediterráneo despojando a piratas de lo robado. He cortado gaznates de corsarios franceses y me he manchado con sangre berebere. Y jamás, hasta esta noche, maté a español que no se lo mereciera, mas alguno dejé tullido y hoy los ves pidiendo en la puerta de las iglesias y mentideros.

Advertidos quedáis, si alguien trata de impedir que conmigo se venga lo ensartaré como a un turco, y creedme que en eso tengo experiencia. Pues yo con navaja y daga no temo a florete. Pregúntenselo sino a los dos desgraciados que flotan en el Guadalquivir.En cuanto al conde, él no es su padre. Ni parentesco les une. Tengo yo dinero para doblar la cantidad.

(Vive Dios que mi instinto ya me prevenía sobre el frailecillo. Vaya, vaya, con don Antonio… Nada menos que hermano del cardenal. Y el arcipreste, ¡cuánta soberbia! Ya me gustaría medirle la arrogancia en el callejón, a fe mía. Feo se pone el asunto, se han vuelto las tornas. Pero a lo hecho, pecho. Si al menos estuviera aquí la cuadrilla del niño… ¡Qué banderillazos daban, por la Virgen del Carmen!)

Oídme bien vos, don Antonio, o como quiera que os llaméis. Eso de ser padre lo pongo en cuestión, que no es padre quien engendra sino quien alimenta y educa a una criatura en el amor de Dios y con el beneplácito de la Santa Madre Iglesia, al menos es lo que predica su eminencia. Es padre quien reconoce serlo ante Dios y ante las justicias, no quien reclama a una criatura como si de una yegua se tratara. Y lo digo por vos y por vuestro hermano, si es que sois los dos del mismo padre.

Y no os alteréis, don Antonio, por debajo de la mesa os apuntan dos pistolas. Un mínimo movimiento y os parto el alma en dos. Y eso cuenta también para vos, preste, aunque en vos no merece la pena gastar una bala. Doña Elena, acercaos.

Doña Elena se acerca a don Mendo y éste le habla al oído sin apartar la vista de los demás.

Coged presto al niño y una bolsa de oro que guardo entre mis ropas. Id rápido a la venta de los Gatos, camino de San Jerónimo. El dueño es mi amigo. Ocultaos allí hasta mi llegada. Ummm... y os aseguro que sus cuadras tienen unos pajares estupendos, doña Elena.

Luego se dirige a don Antonio mientras doña Elena sube las escaleras:

Por cierto, don Antonio, no temo a los turcos ni a los berberiscos ni a los franceses. Estoy aquí por cuenta del conde de Ureña, que es quien me paga, y si él me autoriza podréis llevaros a la criatura. Mientras, podéis esperar ahí sentado, con las manos sobre la mesa, tal como estáis. En cuanto a los bravos amigos del cardenal, ya habéis visto lo que han hecho con ellos el Niño del Corral y los suyos. No es que el Niño sea valiente, es que sencillamente está loco, que es peor.

Y en lo tocante a mujeres, dudo que podáis enseñar a nadie, salvo a otras mujeres, tal vez punto de cruz y algunas otras materias dignas de conventos.

A fe cierta, sabe Dios, que esto no quedará así. Le exijo, don Mendo, que deponga su actitud y detenga a madre y bastardo antes de que sea demasiado tarde, no respondo de la ira de su Eminencia que está a puntito de llegar, y entonces no habrá rincón en el reino donde ahuecar el ala y su insolencia.

Pero, válgame san Cleto y san Paturcio, ¿no hay forma de que reine la paz en esta Hostería? haganmé el favor vuestras mercedes de mantener la fiesta en paz y de dar la bienvenida al señor Cardenal con los honores que merece excelsa persona, por amor de Dios, don Mendo, que desde que entró por esas puertas ayer tarde, no ha dejado de caer miseria y la desgracia en esta casa...

¿Punto de Cruz…? Serán de sutura, como los que dan los barberos. No temo a vuestras pistolas, a decir verdad, no os temo. Os he visto descargar las pistolas a un triste caballo. Triste, triste, triste. Y como vuestra voluntad es un apéndice que cuelga os habéis olvidado de cargarlas. Naipes marcados… os he visto el farol. En cambio yo, tengo apostados en las esquinas a mis hombres. ¿Hombres? Claro, no pensaría vuestra merced que yo solo me iba a enfrentar a turcos y franceses. Mi tripulación. Pero os daré tregua. Como veo que no queréis mal al niño, ni la madre tampoco, por supuesto. Os dejaré partir, cada cual su camino, quieres mujer tómala, pero no hagas que el niño se críe con ese conde al que odio tanto o más que mi propio hermano. Y una última cosa, no afiléis más vuestra lengua contra mí. Sino queréis ser mañana un pobre pedigüeño alargando la mano en la puerta de la catedral.

Yo tampoco respondo de mi cólera, preste. Y tomad nota, Buttarelli, que lo mismo chupas la sotana de un cardenal que remangas el hábito de una monja. Seguro que cuando llegue el curate le sirves vino en condiciones… y gratis.

En cuanto a si mis pistolas están cargadas o no, tendréis que averiguarlo vos, don Antonio. Por Cristo vivo os digo que ni yo mismo lo sé, pues las usé varias veces durante la reyerta. Si tan seguro estáis de que no están montadas, moved siquiera un dedo, yo también tengo curiosidad por saberlo.

¿Y estáis dispuesto a dejarme marchar? Cuánta misericordia, qué largo me lo fiáis. Que yo sepa, sois vos el que está encañonado. Ya puestos, os voy a confesar otro farol: yo tampoco vine solo. Ni el conde de Ureña es tan corto de medios ni yo soy tan ingenuo.

Buttarelli, haced algo en condiciones esta noche y servidnos vino. A don Antonio y a mí, al preste dadle agua.

¡Ahí, don Mendito! Fácil es ordenar cuando se empistola a un cristiano, mire usted que hay otras tabernas donde beber y discutir... estoy viendo que en menos que un cura loco se persigna hay palos y alboroto en la Hostería...

6 comentarios:

  1. La foto del gallo,¿quiere decir algo? Don Mendo jajjjjj.Que te leo muy alborotao..
    Un beso.

    (cuidado con el torero,que todo se pega)

    ResponderEliminar
  2. Parece que sí mari, don Mendo está alborotao ¡pardiez! Veremos cómo sale de ésta, que ya me dejao con la espina...
    ¡Adelante, saleroso! ¡Y olé!

    ResponderEliminar
  3. Maravilloso don Mendo, ¡Qué osado, qué valiente, que apasionado, qué...!
    ¡Aaaah, que muero por él!

    ResponderEliminar
  4. César, como escritor eres exquisito.
    Tu ingenio no tiene limites.
    Chicas, la foto del gallo y casi todas las de color las he puesto yo.
    Besines para las tres

    ResponderEliminar
  5. Muy bien Manuel, qué salida jajaja
    Esto nadie lo esperabamos, a ver si hay más sorpresas...
    Elena también tiene un as en la manga
    (además del pajar siempre en el pensamiento)MMM

    ResponderEliminar
  6. Chicos, vayan algo mas despacio que yo esta noche salgo de parranda y no voy a poder escribir esperenmeee
    Besines a toda la cuadrilla

    ResponderEliminar

Bienvenidos a "La hostería de Cristófano Buttarelli". Es un honor recibirlos con un vaso de tintillo y todo nuestro afecto. ¡Gracias por vuestra visita!