miércoles, 22 de abril de 2009

Capítulo IV. Los hombres del cardenal.



¡Vive Dios que algo barruntaba yo! Más caro pago yo el dolor de mi entrepierna que paga el cardenal por sus servicios. Ahora verán.

Don Mendo de las Cuevas, pistola en mano, oye galope de caballos por la plaza. Oculto en la oscuridad, ve a los jinetes. El último, trabajosamente, carga con el niño en la grupa. Acecha. Al pasar junto a él no lo piensa y dispara contra el caballo, a bocajarro. Bestia, jinete y niño caen al suelo, y antes de que los primeros caballos vuelvan grupas, don Mendo saca una navaja y degüella al hombre caído, toma al niño en brazos y corre hacia la hostería. Oye a los jinetes galopar tras él. Sólo contempla una alternativa: la confusión. De una patada abre la puerta de la taberna. El escándalo es grande, pero don Mendo grita más fuerte.

¡Agua! ¡Agua! Vive Dios, las justicias, los alguaciles del rey ¡Agua! Huid, maestro, que vienen por vos.

Y corre hacia el interior. El Niño del Corral Candelas, que en ese momento, estoque en mano, amenaza con ensartar al tal Carrincho, al que tiene acogotado contra unos barriles, se gira justo cuando los hombres del cardenal irrumpen en la hostería atropelladamente. Sabedor de que su historial es completo, al ver a los embozados suelta a Carrincho y arremete contra ellos esgrimiendo el estoque. ¡A mí la cuadrillaaa! ¡Pardiez! ¡Rafaelillooo! ¡Bigoteees! ¡Tronchadienteees! ¡A por ellos! ¡Vive Dios! ¡A mí la tunaaaaaa!

Al grito de “a mí la tuna”, la turba de juerguistas y pendencieros cae como hormigas carnívoras sobre los hombres del cardenal. Los del Niño del Corral, banderillas en mano, hacen sangre en el tumulto; los tunos, con lo que pillan a mano: jarras de vino, taburetes, lebrillos, guitarras… El del Corral, más alto que los suyos, estoquea por encima de sus cabezas a diestro y siniestro. Y en ese momento, la ronda nocturna, que ya venía por el callejón del Agua, entra en la taberna en grupo, espadas en mano. Don Mendo, desde las escaleras, con el niño en brazos, azuza la pelea.

¡Agua! ¡Agua! ¡Más alguaciles! ¡A ellos, que aquí morimos!

Los de la ronda no tienen tiempo de reaccionar. Empujados por la horda que se les viene encima con toda suerte de objetos dañinos, retroceden hasta la puerta y de la puerta a la plaza, donde la luz de las candilejas proyecta sobre las piedras la sombra de los naranjos. La turba, desordenada, incontrolable ya, siguiendo el impulso de los empellones, los sigue hasta la calle, incluidos los del cardenal, que aguantan en medio del avispero recibiendo estocadas, banderillazos, puñadas… Don Mendo, desde las escaleras, aprovecha para subir a sus aposentos y encerrar al niño bajo llave. Luego baja apresuradamente y corre hasta la calle. En el mostrador se encuentra a don Antonio, con la daga en la mano, sin saber qué hacer.

Pardiez, don Antonio ¿no veis lo que pasa? Seguidme a la puerta, y por el amor de Dios, pinchad, pinchad sin contemplaciones.

En la plazuela la reyerta es generalizada. Los del cardenal, ahora con más espacio, se defienden en un círculo estrecho de la cuadrilla del Niño del Corral; los alguaciles resisten las embestidas de la tuna, cada vez más feroces. Pero a don Mendo le interesan los del cardenal y se suma a la cuadrilla del Niño. Navaja en mano, por la espalda, la clava por debajo de la quinta costilla. Es su especialidad.


-¡Hijo de mi alma! Que susto me han dado esos perros, gracias don Mendo, nunca podré pagarle lo que usted ha hecho por nosotros.

Ven Alberto que doña Tesa ha hecho sopa de ajo con huevo y algo caliente cerca del fuego te ayudará a reponerte del susto.

¡Bandidos! ¿qué buscaban? (seguramente saben quien soy y algún desalmado ha querido raptar a mi hijo para pedir rescate al Conde de Ureña mi esposo).

Don Mendo que valiente es usted, no esperaba menos de un caballero de su arrogancia.


Elena, miraba los ojos negros de don Mendo y se transportaba al pajar, aunque en la taberna había otras mujeres que acaparaban la atención del hombre que la había besado como nadie lo hubiera hecho antes, aquellos si eran labios y no la boca escurrida del Cardenal Cisneros.
Las mujeres de la hostería coqueteaban con don Mendo descaradamente mientras él se dejaba querer y atendía a todas, abrazando a unas y otras iba dando palmadas en sus traseros.
De vez en cuando, Elena notaba como le clavaba la mirada desde lejos y la penetraba como una daga.
Buttarelli, subido en un taburete entre la humareda, hacia ademanes para que la gente prestase atención a la noticia que estaba presto en anunciar.
-Señorias, damas y caballeros, la hostería se enorgullece de hacerles saber que acaba de llegar un emisario con la noticia de que mañana va a pernoctar en nuestra humilde casa el Cardenal Cisneros y su séquito.
Espero, sea un honor para todos ustedes cruzarse en el camino con su señoria, ya podrán contar a sus nietos dicha coincidencia. Esto sólo pasa una vez en la vida
.
El escandalo de aplausos y risas era de órdago ¡el Cardenal Cisneros en persona!
La cara de Elena por un momento se llenó de tristeza, ella, sólo tenia ojos para don Mendo.
Don Antonio no se encuentra en la Hostería. Parece que momentáneamente ha abandonado y a don Mendo este hecho le preocupa, por encima de mozas y Elena. Al rato aparece con la vestimenta mojada y los cabellos empapados en sudor. Advierte entonces don Mendo que en sus zapatos lleva una gota de sangre.
Válgame Dios don Mendo, ¿qué cree usted que me ha pasado? Dos tipejos me han perseguido, ni siquiera me dio tiempo a saltar de mesa en mesa. Apenas es turba se echó sobre nosotros se fijaron en mí, no sé porqué. Me acorralaron allí en aquel rincón y como no vi otra, me puede abrir paso arrojando lo mejor que supe una silla a sus pies corrí hasta la puerta de la calle y allí me eché a correr como liebre perseguida por galgos. Más vueltas que una polilla a un candil he dado yo a la plaza. Y cuando de correr los cansé volví buscando la querencia, como animalillo inocente. Al cabo, que me he dado cuenta de que he perdido la daga, ¿cómo ha sido esto posible? Quizá me pesara.
Ozú, Rafaelillo, valiente tarascada me propinaron esos alguaciles, deja que el aliento se recupere en mi alma, porque no corro tanto de aquél día de gloria en Valencia...
¿Día de gloria, dice usted maestro? si ese día casi tiene que ajusticiar al toro el alguacil con su pistolon, anda corra, corra, que como nos alcancen esos miserables no vamos a tener días para pagar en galeras la cuenta y el destrozo ocasionado en la taberna
¿Y los demás? ¿donde están?
Los demás deben estar aguardando ya en Triana a que lleguemos, pero no se entretenga, corra, corra...
¡Ay, Rafaelillo! , que una figura del toreo tenga que huir como vulgar delincuente...
Ya vendrán tiempos mejores, Maestro, que no esta hecha la miel para la boca del asno. Pero, por el alma de su madre, corra, corra, que oigo carreras tras nosotros...
¡Detenerse, malas víboras!
Se lo dije, maestro, hay viene Carrincho, y como no se me apure usted ajusta cuentas con nosotros antes de que cante el gallo.
Esta bien, mi fiel banderillero, corramos, corramos....
¡No se librareis de Carrincho! ¡No corráis, bellacos!
Mientras tanto en la Hostería todo parecía volver a su cauce tras el acontecimiento anunciado por Cristofano Buttarelli, las rameras revoloteaban en torno a los señores que quedaban recibiendo a su vez las disculpas del tabernero, y los camareros recomponían el atrezo de la hostería.
A ver don Mendo, deje de flirtear con esta lagartona recién desembarcada y ajuste sus cuentas con una hembra como yo. Ni el torero, ni su cuadrilla han hirvanado cuentas con nosotras y yo no me alcobo sin restregón de macho y bolsa con reales en mi corpiño. Así que haga el favor vuestra merce de acompañarme a la alcoba y saciar mis necesidades, ¿o es que no le gustan estas gracias que pongo en su plato...

8 comentarios:

  1. ¡Una fiera don Mendo! ¡Pardiez, qué hombre! Dejadme admiraos en todo vuestro esplendor caballero, que de sólo imaginaros en medio de semejante reyerta cual toro en la arena, el corazón me dejáis palpitando ¡Vive Dios!

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  2. ¡Vive Dios, señora! No he habléis por la espalda en este momento, y menos cuando tengo una charrasca toledana en la mano. A punto he estado de ensartaros.

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  3. Cesar, eres como un niño que vive los personajes.
    Te metes en la piel de don Mendo y ya te veo por Sevila:
    "Pardiez, don Antonio ¿no veis lo que pasa? Seguidme a la puerta, y por el amor de Dios, pinchad, pinchad sin contemplaciones". jajaja
    ¡Niño grande!
    Besos de doña Elena

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  4. Plas, plas, plas, (aplausos).
    Nos está saliendo bordao,como que me voy a aficionar a las historias de aventuras.
    Esto lleva una acción trepidante.
    Doña Elena no veais como está jajaja

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  5. Llevas razón, Marian, vivir un personaje es una experiencia de lo más gratificante. Entrar en su piel y darle vida. Me encanta.

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  6. Por cierto, doña Liliana, ahora que lo pienso en frío ¿por ventura habéis dicho imaginarme en la reyerta como "un toro en la arena"? ¿Qué habéis visto en mi cabeza, pardiez, que yo era ajeno hasta hoy? Mirad que de morlaco si algo tengo es la bravura, no los cuernos... Que yo sepa.

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  7. Don Mendo, no me malinterpretéis mi señor, que no era osamenta la que mis ojos veían en vuestra testuz, sino bravura y donaire. Que de vuestro honor no he de dudar. ¡Vive Dios!

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  8. partid pues un pedazo de pan para saciar el hambre y un trago de agua para saciar la sed del caminante besitos maria

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Bienvenidos a "La hostería de Cristófano Buttarelli". Es un honor recibirlos con un vaso de tintillo y todo nuestro afecto. ¡Gracias por vuestra visita!